Dialogamos con el periodista y educador popular Raúl Zibechi acerca de la actualidad de los movimientos sociales: cuáles son sus desafíos frente al Estado, ante la derecha y en el contexto de crecimiento del narco.

El 29 de marzo pasado, el escritor, educador popular y periodista uruguayo Raúl Zibechi estuvo en Santa Fe. Primero visitó barrio Las Lomas y luego participó de la charla “Los desafíos actuales de las organizaciones en el territorio”, impulsada por el Frente de Organizaciones Sociales de Fuerza del Territorio, espacio interno del Partido Socialista referenciado por el intendente Emilio Jatón.

El recorrido de Zibechi comenzó en 1969, cuando empezó a militar en el Frente Estudiantil Revolucionario, vinculado a Tupamaros. Luego de dos exilios consecutivos –en 1975 se trasladó desde su país natal a Buenos Aires y en 1976 recaló en Madrid–, trabajó en la alfabetización de campesinos en España y empezó a publicar en medios gráficos latinoamericanos. En 2003 ganó el Premio José Martí de Periodismo por sus crónicas sobre la resistencia de las organizaciones argentinas durante la crisis de 2001. En 2017 fue declarado doctor Honoris Causa por la Universidad Mayor de San Andrés (La Paz, Bolivia).

Hace más de 30 años que Zibechi recorre América Latina para conocer de primera mano la labor de las comunidades originarias y campesinas y de los movimientos sociales; su trabajo se nutre de estas experiencias para estudiar y comprender los procesos de empoderamiento colectivo en la región y contribuir en su fortalecimiento. En diálogo con Pausa, analizó el panorama actual de las organizaciones territoriales y expresó su visión sobre las problemáticas más importantes a las que se enfrentan.

—¿Cuáles son los desafíos actuales de las organizaciones en territorio?

—Los desafíos son enormes porque en el territorio hay un montón de actores. Algunos son muy violentos; después está la gente tratando de organizarse y resolver sus problemas, y también el Estado. Un desafío importante de los movimientos territoriales hoy es la autogestión y la autonomía de sus procesos, algo que están muy lejos de conseguir. En su momento, en 2001, hubo un crecimiento de la organización que después se ablandó por las políticas oficiales. Hoy los desafíos son mucho más fuertes porque hay femicidios, violencia, consumos problemáticos y una cantidad de problemas estructurales, de infraestructura, de empleo y falta de ingresos. Lo ideal sería que los movimientos fueran llenando ese vacío siendo capaces de generar empleo, de resolver problemas de infraestructura o de alimentación.

—¿Esto implicaría que las organizaciones se constituyan como Estados en sí mismas?

—Como sujetos colectivos, con trabajo propio y con menos dependencia del exterior. Pero eso hoy no está pasando y no veo que vaya a pasar en el corto plazo.

—Cuando dice “dependencia del exterior”, ¿se refiere a la dependencia del Estado?

—Claro. De planes sociales, de programas, de todo lo que tiene que ver con los recursos. Es un proceso muy lento. Me gustaría que poco a poco se fueran abordando algunos problemas y resolviendo, aunque sean pequeños.

—¿Qué cambios hubo en el Estado y en su relación con las organizaciones en este último tiempo?

—El Estado ha intentado subordinarlas a través de programas, planes, de lo que llamamos cooptación: tener en los barrios organizaciones afines que son la pata territorial del Estado, ya que otras patas territoriales, como la escuela, están fracasando. Por otro lado, los Estados no tienen la capacidad de resolver los problemas de la gente porque se han enflaquecido. El desafío principal es cómo trabajar para que las organizaciones territoriales se fortalezcan.

Autogestionar los territorios

—La pandemia impactó particularmente en los sectores más vulnerados y ahí aparecieron las organizaciones, generando una red de contención enorme gracias a la cual sobrevivieron muchas personas. ¿Qué dejó esa experiencia? ¿Se avanzó en el reconocimiento de ese trabajo y en la transformación de las condiciones en las que se desarrolló?

—Los referentes de la comunidad Qom del barrio Las Lomas me decían que durante la pandemia la comunidad se activó y puso en juego capacidades que antes estaban dormidas. Claro, después todo vuelve a la normalidad y eso se afloja. Aquí el gran problema, que ya pasó en 2001, es que la comunidad responde y muestra su capacidad de hacer pero eso no se convierte en el sentido común de la vida cotidiana. Hay un proceso de formación, de discusión, que sería necesario para que esas capacidades no sucedan solo durante las emergencias. Las emergencias muestran que el tejido social existe: el gran desafío es cómo convertir esa situación de emergencia en una organización, en un tipo de actividad más permanente.

—Usted hablaba de cómo el Estado intenta cooptar los esfuerzos colectivos. ¿Cómo entra en juego esto con los discursos de la derecha más extrema, que quiere eliminar los programas sociales?

—La derecha tiene un discurso mentiroso. Cuando gobernó Macri no retiró los planes sociales, los incrementó. Cuando gobernó Bolsonaro fue cuando más planes sociales hubo en Brasil. No es verdad que la derecha quiera retirar al Estado. Primero porque no puede prescindir de los programas sociales, porque el sistema crea enormes bolsones de precariedad y pobreza. Pero, además, cuando la derecha dice retirar al Estado no dice retirar a la policía. En los gobiernos de derecha el Estado aumentó su presencia en los dos terrenos en los que actúa en el territorio: presencia policial y programas sociales. Entonces, ¿dónde está la retirada?

—En relación a la necesidad de las organizaciones de dejar de depender del Estado, ¿cómo se hace eso sin que se caiga la gente en el camino, con los niveles de precariedad y de pobreza que hay?

—Eso es un horizonte: autogestionar los propios territorios. Vos podés recibir programas y a su vez autogestionar esos recursos. No te tienen que dar la cuchara en la boca: llega esto del Estado y la comunidad organizada es la que decide cómo se distribuye. La clave de todo el proceso es que las comunidades fortalezcan su organización. Pero es un momento muy difícil porque la precariedad es tanta que cuando la gente llega al barrio no tiene ganas de reunirse, y sin reunirse no se puede hacer nada. Sospecho que, como la crisis del sistema y su viraje antipopular son cada vez más profundos, las comunidades van a verse obligadas a responder organizándose más. Pero no estoy seguro.

—¿Qué particularidades ve en la situación de Argentina en relación a otros países latinoamericanos?

—Al Estado argentino lo veo a veces cercano al colapso. No se puede empezar todo de nuevo cada cuatro años. Y la sociedad argentina está totalmente desgarrada, sin norte, sin horizonte, sin propuesta. Argentina está pasando uno de los peores momentos de su historia, con 50% de pobres, con 6 de cada 10 niños que nacen en la pobreza en un gobierno que se reclama popular.

Qué hacer con el narco

—El narcotráfico está pegando muy fuerte en los territorios. ¿Qué rol le cabe a la organización en esta problemática?

—Primero, reconocer que es un problema. Hoy los movimientos no están siendo capaces, no de enfrentar, porque no se trata de eso, sino de ofrecer alternativas a los pibes. Eso implica deporte, formación, diversión, educación. Creo que estamos muy lejos de poder ofrecer algo diferente a lo que ofrece el narco y esto debe ser discutido. El Estado y la policía ya han demostrado que no son capaces o no les interesa resolverlo: la sociedad tiene que ver qué hace con eso. No sirve pedir más seguridad o más policía, porque la policía es parte del problema. Me parece que de lo que se trata es de discutirlo, ver qué hacemos y qué le ofrecemos a nuestros pibes y pibas para que salgan de ese lugar.

—Antes se hablaba de las alternativas que se les ofrecían a los pibes en contraposición a la droga o al consumo; ahora, en cambio, se habla de qué alternativas ofrecerles para que no se metan desde otro lugar en la cadena, como soldaditos o transas. En ese sentido parece que el problema escaló.

—Sí, porque el narco les ofrece un lugar que no es solo económico: es un lugar de prestigio social. Tener un fierro implica prestigio. No hay que rezongar al pibe para que se salga. Hay que decirle “mirá, acá tenés esto”, que puede ser hacer fútbol, videos, periodismo. Algo que lo entusiasme.

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