Pequeño manual para entender a Santiago Maratea

Viene bien recordar por qué las colectas de Santiago Maratea, el Julián Weich millenial, son una pose alejada de lo que es la solidaridad. La beneficencia en su versión instagramer.

He adelantado en columnas anteriores que durante una gran parte de mi vida (14 años, para ser más precisa) transité un espacio eclesiástico en donde cursé la totalidad de mis años formativos. En criollo, y como me gusta decir a mí, fui a una “escuela de monjas”. No para formarme como monja, no confundan. A veces creo que hubiera sido una buena alternativa, pero no es el caso. No, fui a una escuela que era dirigida por monjas, en donde se nos formateaba la cabeza, el corazón y el deseo. A veces extraño esos días tortuosos pero más simples. El rezo de la primera mañana, la bajada de línea constante, las facturas con crema del recreo, la clase de religión. Deberé en algún momento dedicarle una columna a esos años. Requiere de otros tiempos. Hoy nos aboca algo más urgente. Hoy nos convoca el desprecio por Santiago Maratea.

Lamento de antemano si estoy metiendo en esta bolsa a algún lector o lectora que tenga al día de hoy algún tipo de aprecio por el Julian Weich millenial. Este es un buen momento para retirarse a leer algunas de las maravillosas notas, informes y columnas que este periódico alberga. 

Para quienes no lo conocen, Santiago Maratea es el resultado de un experimento científico que combinó el deseo de protagonismo de los hermanos Süller, la frescura inútil frente a la vida de cualquier palermitano promedio, los ideales de un couch venido a menos, algunas consignas de Juan Carr y ciertos tintes ideológicos de Patricia Bullrich. Esa pipeta del horror fue sometida a incontables horas de fiestas Bresh y momentos emotivos de Bailando por un Sueño (esos en los que suena el pianito de fondo que nos indica que Tinelli está emocionado) y de ahí salió Santi. Consecuentemente, es producto del mismo experimento que nos dió a Santiago del Moro. También Santiago, también rubio, también porteño, también con ansias de protagonismo. Quizás el modelo primigenio fue Santiago Bal, que como bien sabemos también era rubio, porteño y con ansias de protagonismo. Probablemente de ese mismo experimento incluso haya salido Santiago Cafiero. No me hagan repetir. Creo que se entiende el concepto.

Con todo, Santi irrumpió en los medios hace tiempo de la mano del señor Mario Pergolini. Ya venía con cierto aire “influencer” en redes sociales, pero el bueno de Mario le dio en Vorterix un programa con el que Santiago terminó de promocionar su marca personal. De ahí, claro, se fue mal. Como todo el mundo que se va de Vorterix. Como la experiencia con Pergolini no le alcanzó para cubrir la cuota de gente turbia, su segundo momento de fama llegó de la mano de Yanina Latorre, pieza fundamental de estas columnas. Realmente yo le debo la mitad de mi carrera a Yanina. No sería nada en este mundo sin Yanina y sin las monjas. Banquen, porque esto tiene correlación.

En esa escuela aprendí una cosa espectacular: la diferencia entre tener un gesto solidario y hacer caridad es que la caridad se ve. Se hace para que se vea. Se declama primero y se muestra después. Es lo que nos infla el globo de la autoestima, lo que nos hace ascender en la escala moral, lo que nos apalanca para poder mirar de arriba al resto de la sociedad. El acto caritativo está ahí para caretearla. Lo sabía Eva Perón, lo sabían las monjas y lo sabe Santi Maratea. En nuestra escuela de monjas había tres tipos de alumnas (todas mujeres, sí): las que pagaban su cuota mensualmente, las que provenían de familias más adineradas que pagaban más de una cuota por hija (como una suerte de cuota “solidaria”) y las que no pagaban cuotas y eran becadas. Una suerte de teoría del derrame de cuotas que hubiera resultado emocionante si no fuera porque ese sistema era visible. Todas sabíamos quiénes eran las “solidarias” y las “becadas”. Eso nos configuraba en alumnas de primera, de segunda y de tercera. Se armaba así una jerarquía, una pirámide, en donde la distribución se sostenía pero jamás nos acercaba a un mínimo piso de igualdad. Las “becadas” y las “solidarias” eran hijas de becadas y solidarias y probablemente ahora sean madres también de becadas y solidarias y todas bailábamos en círculos al ritmo que nos proponian unas monjas de las que era imposible calcularles las edades ya que, como todas buenas monjas, tenían el cutis impecable y habían encanecido a los 20 años.

Y si conocen una monja con arrugas o sin canas me llaman. Porque yo no las he visto nunca en la vida.

Volviendo al Jesucristo Superstar de Instagram, quizás por esto es que Santiago hace lo imposible para remarcar que lo que él hace “no es caridad”. Quiere esconder que lo que busca, en el fondo y como todos, es la más absoluta de las validaciones. Cree que está inventando algo. Como todos los millenials, que creemos que descubrimos el mundo y apenas si podemos con nuestra propia insípida existencia.

Santiago empezó primero a declamar. Su aura de niño bueno con materias de coaching y marketing arriba le daba a veces cierta ventaja en los debates esporádicos que se le presentaban en la radio. Santiago cree, como todos los Santiagos, que se las saben todas. Al menos los que salieron de aquel laboratorio del que hablábamos más arriba. Y Santiago vio en un momento una brecha, un vacío, un espacio: ahora que Julián Weich llevaba años fuera de la televisión y que Marcelo Tinelli había abandonado la pantomima de cumplir sueños… nadie se estaba encargando de la fructífera tarea de recoger y repartir dádivas y limosnas. Entonces empezó de a poquito. Primero una colecta por acá pidiéndole 100 pesos a cada uno de sus miles de seguidores. Después otra colecta por allá, pidiéndole 250 pesos a su millón de seguidores. Ahora una gran colecta, pidiéndole “lo que puedan poner” a sus 3 millones de seguidores entre los que se encuentran Constantini, Messi y Grobocopatel. Hay algo de Santiago que es espectacular: ha sabido construir una imagen en la que nadie pregunta, no se interesa, ni se asoma a mirar quiénes son sus 12 apóstoles. Así es que el tipo anda de la mano con Galperín, con jefes y CEOs de fundaciones y sacándose fotos con Patricia Bullrich sin que nadie le pregunte, le exija o le pida una sola explicación. Maneja miles de millones de pesos y nadie descree de él. Quizás porque las cosas “se hacen”. Quizás porque es rubio, porteño, y tiene ansias de protagonismo. 

Quizás porque logró canalizar algo latente en nuestra generación de personas que aspiran a ser rubias y porteñas, y también tienen ansias de protagonismo pero con menos seguidores. Quizás esto es lo que más me molesta de su fenómeno: la forma en la que sus seguidores eligen a dedo a qué causa ponerle guita más rápido y a cuál no. La caridad también es discrecional. Santiago elije a su criterio cuáles son las cosas a las que prestarles atención. Nos impone lo que es urgente y lo que no. A veces sus seguidores responden con celeridad. A veces, justo es el mes en el que estuvo el Lollapalooza o en el que se lanzó la Play 5 entonces no están con guita de sobra como para tirarle unos pesos.

En esas ocasiones, se lo puede ver desmotivado. Pero es sólo por un rato, hasta que las ansias de protagonismo vuelven a embargarlo. Hijo de un conocido empresario porteño, Rafael Maratea, al que él prefiere no nombrar, Santiago parece siempre dispuesto a subirse a cualquier ola de turno que lo deje más o menos cerca de la Avenida de la Fama. Ahora, en su última colecta, pretende salvar a Independiente de la ruina. Sorpresivamente de todos los clubes de primera que pasan por malas rachas económicas, elige ayudar al que está en manos del macrismo. Elige, también, pegarle de refilón a los Moyano. Y una no puede evitar mirar con cierto recelo a este pibe con ínfulas de salvador, blanco y rubio, hijo de empresario, que se asoma de a poquito al mundo del fútbol, quizás por curiosidad, quizás como una escalera que nos lleve de a poquito a conformar el “mejor equipo de los próximos 50 años”.

Un solo comentario

  1. "la diferencia entre tener un gesto solidario y hacer caridad es que la caridad se ve. Se hace para que se vea. Se declama primero y se muestra despues" Excelente !!!!

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