Sebastianalmaraz, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Internas feroces y tensas calmas. Las claves de la coyuntura electoral nacional en cada fuerza mayoritaria y los puntos en los que coinciden, del vaciamiento marketinero al centralismo unitario.

Son pícaros, fuman abajo del agua, pero terminan rendidos ante augures que erran sin cansarse sus vaticinios y que venden espejitos de colores en formato de video para celular de un minuto. Buena parte de la dirigencia se hunde ante la encuestología y el marketing, anteponiendo la comunicación a la política. Cualquier herramienta de navegación vale cuando la desorientación crece.

El fenómeno se retroalimenta, como la ultraderecha. Avanza porque dicen que avanza. En general, las encuestas publicadas vienen errando muy feo en todas las categorías y niveles desde hace más de una década –o hay severos errores de método o los encuestados boludean a los encuestadores como regla– y casi todas las cuentas de redes sociales políticas replican el mismo molde estético del PRO y la misma pose de un infumable egocentrismo pasivo. Yo escucho, yo camino, yo hablo, yo converso, yo muestro, yo canto, como, río y bailo aquí, rodeado de toda esta negrada tan linda y estos emprendedores tan emprendedores. La política entró en una zona gris de indiferenciación, donde los dirigentes sobreactúan como influencers, las celebridades les van ocupando el lugar y los ciudadanos se alejan resignados, hasta aburridos. Dame discurso, conducción y programa, mejor.

¿Qué hubiera sido de la elección de 2019 si se seguía el consejo de estos nigromantes, que pedían a María Eugenia Vidal para las presidenciales y que predecían luego su empate con Axel Kicillof en Buenos Aires? ¿Cuál será hoy el caudal electoral real de Javier Milei, vista la larga serie de elecciones provinciales ya efectuadas, donde su incidencia fue nula?

Qué importa. Así como Vidal tensionó a Juntos por el Cambio en el verano de 2019, hoy Milei copa las pantallas por pura promesa. Ni fiscales tiene, pero su aparición continua, y la ponderación de su supuesto crecimiento, ha impregnado el lenguaje de toda la oposición. Y el de CFK, que lo aprovecha.

La interna feroz

En ese corrimiento a la ultraderecha, Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales se venden como moderados. Patricia Bullrich, con el aval de Mauricio Macri, se fortalece en el núcleo duro, en una interna partidaria cuya ferocidad se extiende. Tras un verano de carpetazos y audios cruzados, ahora estallan las provincias. La interna santafesina entre Maximiliano Pullaro y Carolina Losada tiene una virulencia inusitada, sobre todo por las acusaciones de la senadora, que vincula al ex ministro de Seguridad con el narcotráfico. En la interna porteña, Jorge Macri, a dedo de su primo y flojísimo de papeles, enfrenta a Martín Lousteau, con indudable apoyo de Rodríguez Larreta. El PRO corre el riesgo real de perder su bastión a manos de un radical purísimo, un mazazo de consecuencias irremediables. La última: Rodríguez Larreta blanqueó a Juan Schiaretti y Florencio Randazzo, con anuencia de Morales, poniendo en crisis la interna en otro bastión, Córdoba.

Bullrich los acusó a todos de massistas. El voto de convicción moral ultraderechista está más cerca hoy de Milei que del intendente de Buenos Aires. Un dato para leer los resultados de las primarias y para pensar reacomodamientos hacia las generales. Si La Piba gana, divide luego votos con Milei, quedando como oferta una oposición íntegramente bolsonarista. Y si pierde, Milei suma un volumen propio por arriba del 20% y, encima, Lousteau desbanca al PRO en la interna porteña… ¿qué harán todos estos dirigentes macristas con su orfandad? ¿Y cómo se repartirá ese caudal electoral?

Es Axel

Las elecciones de la provincia de Buenos Aires y la de la Nación comenzaron a coincidir en 1995. La única vez que hubo diferencia de signo político en ambos distritos fue en 1999, con Carlos Ruckauf y Fernando de la Rúa. Por empuje o por arrastre, ganar Buenos Aires es ganar el país o viceversa.

Se trata del 40% del electorado nacional. Más allá de que el candidato del peronismo sea Wado de Pedro, Sergio Massa, Daniel Scioli, Agustín Rossi o Juan Grabois, de la venia que en algún momento realice CFK, de que haya o no primarias, de la exigencia de unidad de los gobernadores y de la condición de que Massa al menos controle el dólar, no ya la inflación, la clave es Axel Kicillof.

Vale repasar números. De Buenos Aires vino el triunfo que le dio el espaldarazo a Alberto Fernández en 2019. Kicillof obtuvo 5.200.000 votos, que se trasladaron íntegros a Fernández, y le sacó una diferencia de 1.400.000 a Vidal. Fernández sacó casi 13 millones y le sacó 2.100.000 a Macri. Buenos Aires explica dos tercios de la victoria del Frente de Todos de 2019.

En 2021, Juntos por el Cambio retuvo casi la misma cantidad de votos en el país y en la provincia de Buenos Aires. El Frente de Todos perdió poco más de cuatro millones de votos. Es exactamente la cantidad de personas que directamente no fue a votar, en la comparación con 2019. Dos millones de esos votos se perdieron en Buenos Aires.

El peronismo está obligado a recuperar al menos esos dos millones –que se perdieron, no se fueron hacia otra preferencia– para acercarse al triunfo o, en todo caso, para dejar un candidato muy competitivo, el mejor del espacio, de cara a 2027.

Y ahí es donde las lecturas naufragan. Buenos Aires es un monstruo insondable y su gobernabilidad es difícil de definir. Es un distrito donde una decena de intendentes dialogan directamente con el presidente (tienen el peso electoral propio para hacerlo), salteando al gobernador, y es también una provincia donde conviven realidades de total disparidad: los conurbanos y sus desigualdades interiores, el campo de la zona núcleo, de las vacas del centro y de la casi estepa pampeana, el mar turístico y el pesquero, Bahía Blanca y sus fascistas, el viejo cordón industrial sobre el Paraná.

Toda chance depende, entonces, de la evaluación que los bonaerenses hayan hecho de la gobernación de Axel Kicillof. Retiene todo el voto de CFK y todavía no le saltó ningún carpetazo o quilombo mayor. Eso ya es mucho. Cómo habrá impactado su obra de gobierno y qué mito se habrá construido sobre él, imposible saberlo.

Corriente subterránea

Inexorable, el calendario electoral avanza. Falta menos de dos semanas para el 24 de junio, la presentación de precandidaturas a la presidencia y del fruto de toda la rosca, las listas provinciales de aspirantes al Congreso. Pero, más allá de la actualidad de los principales sectores políticos, una tendencia profunda de todo el sistema partidario parecer afirmarse.

Desde que la Capital Federal pasó a ser Ciudad Autónoma, con la Reforma Constitucional de 1994, hubo siete elecciones presidenciales. En tres ganó un candidato porteño. Dos de esas elecciones fueron en 2015 y 2019, en las que además el segundo puesto y la gobernación de Buenos Aires (y su segundo puesto) fueron ocupados también por porteños. A la provincia de Buenos Aires la gobierna un porteño desde 2002.

No será 2023 una excepción, más si se suma a quienes no nacieron porteños pero hicieron allí el grueso de su carrera, como Wado, si se considera que de un porteño será el tercer puesto, que por tercera vez un intendente porteño aspira a la Rosada y que porteños son los principales candidatos de la provincia de Buenos aires. A los lejos, es por demás probable que en 2027 también haya pole position porteña para la Nación.

El dato explica biografías políticas, minutos en los medios y la opinión pública, el atrincheramiento de los partidos en las provincias, el aumento insoportable de las asimetrías entre el centro y los ranchos. Por 114 años, el puerto de Buenos Aires fue una capital construida íntegramente con fondos nacionales. Le dimos toda su red vial, la mayor parte de sus subtes, sus mayores hospitales, su saneamiento, su electricidad, sus escuelas. La infraestructura que hace de Buenos Aires lo que es fue pagada en ese entonces y por el interior. Ya opulenta, pasó a recibir recursos coparticipados como si fuera una provincia de 15 kilómetros por 15 kilómetros. Al mismo tiempo, es una municipalidad que cobra multas y recauda tasas de alumbrado, barrido y limpieza a los vecinos. Arriba de todo, rankea bien alto en subsidios nacionales al transporte, el agua, la luz y el gas. Dejame de joder.

El presupuesto diferencial de la autonomía porteña, un engendro institucional parasitario, marca el pulso profundo del sistema político desde 1994. Habrá que ver si hay una necesaria traducción política a futuro de las viejas disputas de unitarios y federales que estructuraron el corazón de nuestro siglo XIX.

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