Elige tu propio Supremo

Corte Suprema de Justicia de la Nación, modelo 2022.

La Justicia, un poder con cero exposición y con las ventajas de los muy famosos y los ingresos de los muy ricos. ¿Qué utilidad real le podemos dar, mientras no nos hacen daño?

¿Con quién duerme Rosatti? ¿Qué piensa del calentamiento global, los nuevos temas de Shakira, el aumento de la luz o los próximos pasos de la carrera de Messi? ¿Piensa en eso, acaso? ¿Tiene tiempo? ¿A qué le dedica sus horas libres? ¿Dónde vacaciona? ¿Corre? ¿Nada? ¿Mira TikToks mientras defeca? ¿Sabe calcular cuánto arroz debe cocinar para una persona?

No me importa nada de todo esto, pero pienso en Rosatti y pienso en este vacío. ¿Quién es? Y no ya como una especie de inquisición sobre el Supremo; no es esto una suerte de crítica a su vida, un intento morboso de hurgar donde no nos compete, no nos importa, no nos llamaron. Me pregunto simplemente por qué sabemos tan poco de él. La respuesta es simple: sabemos poco de él porque jamás incomodó al poder.

Me puse muy seria, ¿no? No me banco.

Durante la década de los 90s recuerdo esa vieja publicación quincenal de la vida y obra del JetSet nacional (y de los aspirantes a él) que era la revista “Vanidades”. A la distancia les digo que tenía el mejor nombre de revista de la historia. Corto, conciso, poco pretencioso, consciente de sus lectores. Una declaración de principios, casi. Allí convivían los fugaces romances de Lady Di con alguna receta de petit fours que incluían caviar o salmón y una graciosa nota de color de algún juez de la Corte Suprema menemista que había ganado un torneo de golf en las Maldivas. Esa fue mi primera aproximación a la temática que hoy nos aboca: en mi mente, los Jueces de la Corte Suprema tienen la misma importancia para la trama histórica que la monarquía y el caviar. Se los puede colocar en el grupo de “cosas que aportan cierto aire de prestigio, pero que salen carísimas”.

De esa Corte a esta Corte no mucho ha cambiado, al menos desde la mística. Quizás ahora sería el momento de decir que hoy por hoy la Corte Suprema tiene, por ejemplo, la misma cantidad de miembros del género femenino que la “Piponeta” (que es el nombre cariñoso con el que elijo hablar del Colón de Gorosito). Su carencia de mujeres, sin embargo, no hace más que reafirmar algunos preconceptos completamente infundados que tengo sobre el máximo órgano del poder judicial: que es un tugurio oscuro más parecido a un seminario que a un estudio de abogados, una cueva para el tráfico de influencias, un sótano del poder más recalcitrante del país, una cofradía de oficinas de alfombras viejas y muebles tapizados en pana con un potente olor a café y perfume Cacharel en sus ambientes. El Cacharel, sin ir más lejos, era el perfume de hombre predilecto de la revista Vanidades. Solía venir en un “área fraganciada”, en la contratapa de la revista, en la que debías frotar tu dedo para sentir el olor. Me fascinaba esa magia.

La Corte, entonces, huele a algo que envejeció mal.

Y tal y como sucede con todas las cosas que de a poco van perdiendo relevancia en nuestra cultura, cuando empezamos a olvidarlas hay siempre un manotazo de ahogado, un intento desesperado por tratar de volver a estar en la conversación. Es el fenómeno Ruggeri: nombres que hacen carrera de contar anécdotas de aquel momento en la historia en el que fueron protagonistas, relevantes, importantes.

No digo con esto que la Corte Suprema no sea relevante. Es, repito, el máximo órgano del Poder Judicial. Y no digo que el poder judicial no sea relevante, no lo comparo en esto a la monarquía, sino más bien quizás al edificio abandonado del Plaza Ritz. A algo que podría haber andado muy bien, pero que en algún momento fue completamente desfalcado y que ahora es como una suerte de elefante blanco del que nos hablan maravillas siempre en términos pasados, siempre en referencia a alguna época dorada. Ahora no es más que simplemente una enorme estructura que nos cuesta millones de pesos por mes.

¿Por qué le tenemos tanta bronca al Poder Judicial? Yo creo que en principio le tenemos bronca porque no pagan impuesto a las ganancias. Es más, ni siquiera creo que es eso. Creo que les tenemos bronca porque tienen sueldos que pagan o pagarían impuesto a las ganancias. Hay como una suerte de idea en torno a lo que se puede hacer si sos parte del poder judicial que creo que a todos nos llama la atención. Es como que tenés todas las ventajas de los que son muy muy muy muy muy famosos pero sin la exposición. Las ventajas, en todo caso, las tenés en las sombras.

Pero es evidente que siempre llega un punto en el que los Supremos no quieren esa vida de la realeza, de estar escondidos en algún palacete, tener una oficina en un lugar al que nadie tiene acceso y no aparecer ni en la tapa de los diarios, ni en la tele, ni en las conversaciones de la verdulería. Y entonces se empecinan con tener un ratito de fama. En esto no son distintos ni a tu prima que sube tiktoks bailando al son de la última canción de moda o a Luisa Albinoni que cada tanto se anota en un reality para que nos acordemos de que existe.

Y en su afán por notoriedad incluyen en la escasísima agenda de trabajo que tienen todos los años (porque esto también hay que decirlo, la gente de la monarquía por lo menos de vez en cuando labura en algún desfile, poniéndose ropitas y capitas para salir a caminar dejarle flores a algún muerto), en esa escasa, cortísima agenda que a la Corte Suprema atiende, sobre la que posa su suprema sapiencia en cada año judicial, elige siempre cagarnos un poquitito más la vida; arruinarnos alguna cosa que en el fondo nosotros desconocemos que nos están arruinando. Ahora es, por ejemplo, las reelecciones. En otro momento fue el 2x1 a los genocidas, quizás después los tarifazos, alguna que otra fusión de un multimedio para que se quede con absolutamente todos los servicios de comunicación del país, pequeñeces de ese estilo.

En vistas de que están muy preocupados por la agenda cotidiana que nos compete a las y los argentinos como son por ejemplo las elecciones o los aumentos de la luz, sería un buen momento para que se pusieran las pilas y que con la celeridad que los caracteriza, empezaran a fallar a favor o en contra de alguna de las temáticas que son de vital importancia para la convivencia democrática. A saber:

1. Mediante un proceso largo de audiencias, definir cuál de las tres selecciones nacionales, si la del 78, la del 86 o la del 2022, es realmente la mejor selección campeona del Mundo. Probablemente tengamos unas 47 millones de personas que quieran opinar sobre el tema. Me parece una excelente estrategia de aquí en adelante: mantener a la Corte ocupada en nimiedades, mientras nosotros de fondo discutimos las cosas que realmente importan.

2. Delimitar finalmente y de una vez por todas cuál es el denominado “punto de la carne” correcto. Es decir, como país de aquí en adelante, cuál vamos a entender que es el punto de cocción efectivo y suficiente para la carne, particularmente la del asado. Y ya que estamos, cuáles son los tres o cuatro cortes que no pueden faltar en una parrilla. ¿Nos importa esto? No. ¿La Corte Suprema debería gastar recursos del Estado para deliberar acerca de esto? Probablemente tampoco, pero digamos que tampoco es que el Poder Judicial es una maquinaria que funciona de manera eficaz y eficiente utilizando los recursos de los argentinos, ¿no?

3. Se pondrá a disposición de la ciudadanía una línea rápida o bot de whatsapp para que los Supremos nos ayuden a dilucidar algunos dilemas cotidianos que suelen surgirnos; como por ejemplo qué quiso decirte tu ex con ese mensaje que te mandó para tu cumpleaños, por qué tu jefe no te mira a los ojos cuando habla del futuro de la empresa o si tus viejos quizás quieren más a tu hermano que a vos porque a él le regalaron un auto cero kilómetro y a ti de vez en cuando tu madre te da un tupper con milanesas para que te lleves a tu casa.

A la espera de que los Supremos tomen nota y consideración de lo que acabo de decirles, diría que también esta es una agenda abierta a la que probablemente vayamos sumándole cosas en los próximos meses, teniendo en cuenta que la idea es mantenerlos lo más ocupados posibles de aquí a diciembre, cuando terminemos de votar, para que no interfieran en el proceso de la vía democrática de la Argentina. Siempre con la cabeza puesta en esto: el peor Rosatti es el que está por venir.

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