Desde Santa Fe, con las olas de calor y la quema de pastizales, ¿podemos negar que la humanidad genera la crisis climática, como hace el candidato a presidente Javier Milei?

Ciertos sectores de la ciencia hablan de crisis socioambiental, ecológica o climática, mientras otros, hablan de una mutación que cambió, para siempre, nuestra relación con el mundo.

Geólogos, físicos y atmosferólogos, desde los 2000, alertan que ya ingresamos en la era del Antropoceno. Esta supone un momento de la historia de la Tierra en que la humanidad se convierte en una fuerza geológica capaz de modificar de manera acelerada los ciclos biofísicos, lo cual podría conducirnos a una sexta gran extinción.

Contra la severidad de estos datos, el candidato presidencial Javier Milei, junto a otros líderes políticos de la derecha neoliberal, como es el caso de su equivalente brasilero Jair Bolsonaro, se define negacionista climático. Si bien el debate sobre el cambio climático parece haberse volcado cada vez más al sector experto, no hace falta ser científica para saber que no se trata de una ficción. Recurriendo a la experiencia propia, como habitantes de este mundo, de esta parte del mundo incendiada y fumigada, estamos en condiciones de interpretar la gravedad del asunto.

Desde Santa Fe con reposeras en las veredas, cervezas en la mano acompañando las caminatas, ventiladores insuficientes, siestas silenciosas y apocalípticas abandonadas de toda presencia pública, la bajante histórica del Río Paraná, sucesivos incendios en islas y pastizales ¿Podremos negar la existencia de las olas de calor?

Difícilmente un negacionista a pie, se comporte como si no lo fuera cuando asume funciones públicas. Difícilmente el León/Aguila (cuya iconografía nos remonta a sucesos espeluznantes de la historia reciente) destine fondos para operaciones del manejo del fuego, o incentive la Ley de Humedales.

Milei no dice nada nuevo, ni intenta develar un misterio oculto tras una ciencia interesada en instaurar el marxismo en Argentina. Tampoco es novedoso el debate. En los 2000, el calentamiento global fue un foco de grandes polémicas. No estamos ante un caso de una controversia científica, sino de una pseudocontroversia. El consenso científico sobre el cambio climático fue alcanzado hace tiempo.

En los 90, empresas y gobiernos neoliberales comenzaron a atacar con el argumento de la falta de certeza científica, a investigadoras e investigadores que demostraron la relación entre la producción humana de CO2 con el aumento de la temperatura global.

Ya en 2023, hay tanta evidencia científica, desde todas las áreas de conocimiento que hasta Google reconoce como una falacia al negacionismo climático. ¿Será que Google tiene aspiraciones marxistas? Los ataques se dirigen, ahora, justamente hacia la certeza. La desacreditación se redireccionó hacia la ciencia misma y se personificó en la figura de científicas y científicos.

Sumemos las declaraciones de privatización de los ríos como forma de protección del recurso hídrico al confeso negacionismo climático de Milei, más las propuestas de aniquilación y vaciamiento de Conicet, y obtendremos la fórmula, para nada graciosa, de la gestación de una serie de problemas ambientales que serán difíciles, en algunos casos, imposibles en otros, de revertir.

¿Se trata de un solitario combatiente del “marxismo ambiental”? Milei es poco menos que independiente. Su discurso está cocinado en las estrategias de lobby del sector industrial, principalmente de grandes petroleras. Estas serían las primeras afectadas en un (aún) muy lejano horizonte en el cual se tomen medidas determinantes sobre la reducción en la producción de combustibles fósiles. 

No faltaron las alarmas. El cambio climático no sólo traerá aumento de la temperatura, sino también desplazamientos forzosos, migrantes y refugiados climáticos, extinción de especies, daños a la salud, catástrofes, pobreza, angustia y desigualdad. No todo el mundo tiene aire acondicionado que encender, y si sucediera, viviríamos un gran apagón.

Milei no llega con susurros de novedad, sino con intentos de repetición desesperada de modelos mercantilistas de la naturaleza ante el cambio climático que se ha hecho, a todas luces, evidente. En un momento en que hay muchas formas de conocer y desconocer al mismo tiempo, una respuesta puede ser dejarnos afectar con la experiencia propia, con la acumulación de saberes diversos sobre el cambió del clima, y no ser ajenos a los pesares de los demás.

Dudo que el cinismo se aparte antes de que el calor llegue. Mientras tanto, las reposeras en la vereda pueden ser nuestras alarmas en el espacio público, una siesta silenciosa, manguereadas en los patios de madrugada, un gran apagón.

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