¿Soberanía informativa? ¿Para qué?

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El cierre de Télam deja 760 trabajadores en vilo y un hueco en el ecosistema mediático. Acceder a información de calidad será cada vez más difícil: eso buscan, mientras te bombardean con fake news.

La madrugada del lunes 4 de marzo, ochenta años de historia y de trabajo periodístico quedaron sepultados bajo un manto de cínico silencio por decisión del gobierno de Javier Milei. Desde ese día, cuando uno ingresa a la página web de Télam, la pantalla devuelve la imagen de un escudo argentino y un escueto mensaje: “La página que intenta ver se encuentra en reconstrucción”. Reconstrucción, en realidad, es un eufemismo para no decir “destrucción”.

Mientras tanto, el ingreso a la redacción de la agencia en Bolívar 531, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, era cobardemente vallado por la policía en busca de impedir el acto convocado por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) para el mediodía, y 760 trabajadoras y trabajadores se enteraban por mail de que habían sido licenciados por tiempo indefinido.

Tres días antes, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, Milei había anunciado su intención de cerrar Télam, la agencia de noticias más importante de Latinoamérica y la segunda de toda la lengua castellana, con un servicio de cables informativos consultado mensualmente por 63 mil usuarios y una página web visitada por casi 9 millones de personas en el mismo período.

Sin comunicarlo en el Boletín Oficial, sin siquiera fingir intenciones de debatir la medida en el Congreso –al ser una Sociedad del Estado, la Ley 20.705 establece que su liquidación podrá ser resuelta “sólo mediante autorización legislativa”–, Milei cumplió su promesa en la madrugada del día hábil posterior, en lo que ya se ha convertido en una marca registrada de su gobierno: primero el golpe de efecto y la foto, y el andamiaje legal, después vemos.
La respuesta de las trabajadoras y trabajadores de la agencia, nucleados en asamblea y con presencia en redes a través de la cuenta de X “Somos Télam”, no se hizo esperar: “El gobierno nacional está llevando adelante uno de los peores ataques a la libertad de expresión en los últimos 40 años de democracia”, publicaron. Cuatro días después lanzaron el portal www.somostelam.com.ar, donde siguen subiendo el material periodístico que el gobierno no les permite subir en la página oficial.

El rechazo del arco sindical al intempestivo cierre de Télam fue unánime: se expresaron en ese sentido la Confederación General del Trabajo (CGT), la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) y la CTA Autónoma, además de SiPreBA y la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN), que en paralelo han protagonizado paros en los últimos días, tanto en prensa escrita como televisada. Al repudio se sumó la cooperativa Diarios y Periódicos de Santa Fe (Dypsa), que consideró en un comunicado que la medida “es un paso más en busca de cercenar la libertad de prensa y coartar el derecho a la comunicación”.

El domingo 10, el interventor de Medios Públicos Diego Chaher extendió la dispensa laboral para las y los trabajadores de la agencia por una semana más, y anunció “la implementación del programa de Retiro Voluntario, por treinta (30) días, para todo el personal, de planta y contratado a plazo fijo”. La Comisión Interna de SiPreBA en Télam rechazó la medida por considerar que es una muestra “de intimidación y disciplinamiento”, con “la perversa intención de que la mayor cantidad de trabajadores se vean forzados a evaluar la propuesta de la empresa”.

En los ochenta años de vida de Télam, ningún gobierno osó intentar cerrarla. En 2018, Hernán Lombardi quiso despedir a 354 trabajadores pero la Justicia lo impidió por no cumplir el procedimiento legal para despidos masivos –hace días el ex jefe de bloque del Pro Nicolás Massot reconoció que “había como una competencia en el gabinete a ver quién echaba más gente”; casi todo lo que hoy está poniendo en práctica Milei, ya lo hizo el macrismo–. Hoy debería suceder lo mismo.

DesmanTélam

¿Por qué es importante Télam?

La agencia de noticias fue creada en 1945 y ha sabido granjearse un notable prestigio a partir de coberturas rigurosas, abarcativas y de calidad. Todos los medios utilizan diariamente las noticias, artículos, crónicas, fotos, videos y datos que Télam provee. Su amplia red de corresponsales a lo largo y a lo ancho del país –que incluye también enviados en Brasil, Chile, el Reino Unido, el Vaticano y la Antártida– garantiza un tratamiento federal de la información, con contenidos que nutren a todos los medios del país –desde Clarín y La Nación hasta Pausa–, y también a medios internacionales.

Según un informe de octubre de 2023, los 760 empleados de Télam producen por mes 12.844 cables, 6030 fotos, 761 boletines, 72 infografías, 152 audios y 402 videos. Su pérdida representará, con certeza, un verdadero apagón informativo, en tiempos en los que el acceso a la información se vuelve cada vez más valioso.

La comunicación es un derecho humano; como tal, no puede ser tratada como mercancía ni estar sujeta exclusivamente a las leyes del mercado. Tener una agencia estatal de noticias es una condición necesaria para garantizar la soberanía informativa, y permite asegurar la cobertura y difusión de sucesos y temáticas que, de otra forma, no serían tratados por los medios privados ni encontrarían un lugar en la agenda pública.

El cierre de Télam tampoco se justifica desde una perspectiva eficientista. Entre 2019 y 2023, la agencia creció en sus operaciones casi el 1174%, y las transferencias corrientes de la administración central bajaron un 36,46%. Y la afirmación del presidente de que Télam ha servido “en las últimas décadas como agencia de propaganda kirchnerista” resulta directamente risible para cualquier persona habituada a consultar sus cables y noticias diariamente; en verdad, al ser una fuente primaria de información, las posibilidades de bajar línea son sensiblemente menores que las que posee cualquier medio privado.

Estamos frente a un gobierno que ha apostado a una comunicación basada en la mentira (o, como le dicen ahora, en la posverdad) y la violencia. Su ejército de trolls –incluyendo al propio presidente– difunde permanentemente noticias falsas, comparte imágenes exageradas grotescamente con inteligencia artificial y recurre a la demonización, al ataque y al doxeo (la revelación pública de información personal) para disciplinar a las principales figuras opositoras. Y, lo que es peor, lo hace en cantidad, replicando contenidos con una velocidad vertiginosa, en modo bombardeo: por más que uno scrollee y scrolee en el perfil de Milei en X, difícilmente llegará a ver los tuits del día anterior, de tanto contenido que comparte.

En este contexto, la desaparición de Télam, con su credibilidad y su acceso a fuentes primarias, es una pésima noticia. Frente a la sobreabundancia de información y a la imposibilidad de chequearla, las fake news y las operaciones encontrarán cada vez más terreno fértil, y será más difícil acceder a información transparente y de calidad.

En una nota titulada “La memoria no se borra”, publicada en el portal de Somos Télam, el periodista de investigación Ricardo Ragendorfer se lamenta por la posible desaparición del archivo público de la agencia, disponible hasta hace dos semanas en su página web para cualquier persona interesada en consultarlo: “En la súbita desaparición (¡qué palabra!) de todas sus coberturas subyace la fantasía de borrar la memoria de una sociedad. Lo cierto es que ese cúmulo de registros, en formato de textos e imágenes, acaba de ser arrojado a un abismo infinito, el abismo del olvido y del silencio [...]. Pero esta es una noticia ‘en desarrollo’. Una noticia sobre la cual aún no está dicha la última palabra”.

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