Recuerdos y evocaciones de una familia rota. Una actriz y un actor en escena para “Vas a estar aquí”, una obra que conmueve desde las actuaciones.

“¿Alguien te ayudó?”, “¿Quién?”, ¿Quién te ayudo’’?... son algunas de las interrogaciones que no tienen respuesta alguna de una familia en espera, las preguntas mil veces escritas en las cartas y los dibujos que Chany hace para su hermana Anahí durante 40 años. Es uno de los ejes estructurantes de “Vas a estar aquí”, espectáculo que, con dirección general inteligente de Jennifer Vallejos, se presentó en Estudio Barnó.

No conocíamos a los personajes. Sólo algunas referencias. Los conocimos ahora. Nos imaginábamos cómo eran, pero nunca los habíamos visto. Ahora los vimos. Es la confirmación de la cosmovisión del mundo que rodeó en cierto momento de la historia a su autor, donde coexisten formas y lenguajes, disloques de tiempo y espacio. Llevar a la escena este mundo lírico, transformarlo en escenas y situaciones es el riesgo aceptado por Pablo Tibalt como autor de una propuesta que también tiene nada menos que a “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Caroll, y “El principito”, de Antoine de Saint-Exupery en su lenguaje.

Los hacedores del espectáculo han logrado hacerlo con todo el rigor. Nunca más vigente que ahora la lucidez del planteo. Fragmentan la realidad, decodificando una unidad que es falsa y se basa en la rutina de repetir que existe, que es sólo lo que vemos. Vuelven sobre el tiempo y reiteran que se aferran a él para hacer lógica la existencia. La superposición de tiempos y la modificación de espacios regulan la puesta en escena

En el texto de Pablo Tibalt están todas las palabras de la obra. Así se genera la acción dramática y el resultado es notable. Todo cobra vida, seduce y conmueve. La totalidad es asimismo perturbadora y arranca al espectador de su contexto habitual y lo lanza a vivir una experiencia como la vida misma. Ahí están los personajes de la obra, sin salir de su mundo, en su microcosmos. Ese mundo está ahí, pero se modifica una y otra vez hasta que al final los límites se borran y ellos quedan, como siempre, en absoluta soledad.

El clima obtenido logra que los personajes, de rica estructura dramática, confirmen su valor en la desesperanza y una compasión que horada los límites más remotos del sufrimiento. Porque están en la escena Samanta Gutiérrez, una actriz inteligente que conmueve, y Pablo Tibalt, seguro y convincente en todo momento.

Son hermosas las fotografías de Leonardo Gregoret; es muy bella la música del compositor santafesino Silas Basas. Es excelente la asistencia de dirección de Pablo Siroski. Todo está basado en el amor por el hecho teatral, que no debe ser eludido.

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