Los Piojos cerraron la primera tanda de sus recitales de regreso en la capital bonaerense, tras 15 años de impasse: reconvertidos en una big band, tocaron 100 canciones distintas y abrazaron a su gente que agotó siete estadios para volver a verlos.
Después de ese abrazo sorpresivo (para los espectadores) en Vélez en 2023 entre Ciro Martínez y Piti Fernández, la vuelta de la gran banda argentina del siglo XXI estaba prácticamente asegurada, solo había que esperar el anuncio. Aquel reencuentro entre cantante y guitarrista fundador fue la primera chispa de un fuego que prendió como si nada y que enseguida puso a andar la máquina de sangre piojosa. Con la confirmación de los primeros shows en diciembre de 2024, los teléfonos empezaron a sonar preguntando por alojamientos, por traslados, en cuántas cuotas sacar las entradas, qué días pedir en el laburo porque, claro, los adolescentes de los 2000 hoy ya son adultos laburantes, tienen hijos y las rodillas sentidas de aquellas giras de muchos estimulantes y poco sueño.
Un rato antes de que empiece la procesión por Avenida 32, los festejantes andaban por toda la ciudad con sus remeras viejas buscando las púas escondidas cerca de la Catedral, jugaban en las plazas con sus piojitos y revoleaban las cabezas, como quien no quiere la cosa, a ver si en algún semáforo o atrás de alguna ventana descubrían a alguno de la banda calmando la ansiedad pre show. A las 21:49 las luminarias del Diego Armando Maradona empezaron a apagarse y unos espectros piojomorfos desde las pantallas laterales le dieron cuerda al arranque del show con el bombo severo y el riff roto de Llevatelo. Quien sabe leer a Los Piojos conoce bien sus posicionamientos frente a la vida como su manera de manifestarlos, que es a través de las canciones y por eso resuenan algunas frases como “tienen tantas mentiras, tanta cocaína, tanta libertad” o el gesto de Ciro de empezar el segundo tema (Hoy es hoy) con una máscara como de peleador de lucha libre con la bandera argentina y en la que sobresalió un cambio de letra: “Miraban para otro lado, se caía el camisón y ahora vienen por el agua litio, hello!”.
Para esta vuelta, los originarios de El Palomar pudieron empatar la ejecución de las canciones con una jerarquización más equitativa de cada integrante en el escenario. Así, Dani Buira (1989-2000) y Roger Cardero (2000-2009) se repartieron momentos para hacerse cargo en solitario y después en tándem de las baterías, de la misma forma que Piti Fernández tuvo su turno para cantar el Reggae rojo y negro (“pa’hacerle frente a la gringada, que se muere de ganas…”) y que Mati Kupinski agarró la guitarra en una nueva versión emotiva de Sudestada, en la que la voz fue rotando verso a verso entre varios de los muchachos hasta llegar al estribillo donde también cantó -desde las pantallas- el tan extrañado Tavo Kupinski. “Rumbo a un umbral de ayer con la esperanza de hoy”, puede ser tranquilamente la frase que resume el reencuentro del grupo con su público.
Más allá de lo emotivo, de haber tocado listas casi totalmente distintas fecha a fecha y de las ganas de los piojosos de encontrarse con la banda de su vida (y de los “persas”, deseosos de ver aquello que a lo mejor no habían llegado a conocer), Los Piojos concretaron un regreso que superó las expectativas desde la puesta en escena con animaciones basadas en el arte de sus discos hasta la formación renovada con la ausencia obligada de Tavo (puesto ocupado por Juan Gigena Ábalos) y la repentina bajada del barco de Micky Rodríguez (sustituído por Luli Bass). La actual encarnación piojosa es verdaderamente una bigband de rock and roll liderada por un Ciro que, para su satisfacción particular, puede ser tranquilamente calificado como el showman nacional que forjó su propia versión de aquel Jagger de Let's spend the night together que lo inspiró desde la pantalla de un televisor en un barcito de Ramos Mejía, allá por principios de los ‘80. Un oficio envidiable en el manejo del escenario y una voz intacta hacen de él una estampita capaz de tener a miles de almas apretadas en la palma de su mano, como si fueran una armónica. Los Piojos
Casi tres horas después, las canciones inesperadas seguían llegando para el deleite de los piojosos más puristas, que se dieron el lujo de escuchar algunos no tan frecuentes en otro momento como Olvidate (vuvuzela time), Pega-pega (“a ver si me ayudan con la letra, que no es difícil” introdujo Ciro), el pifie de Piti: “vos podés creer que me olvidé Los mocosos, tengo que ser sincero”, Murguita y también Fumigator, que cada vez tiene mejor ejecución escénica con las cucarachas bailando con un piojo invitado que, para sorpresa de todo el estadio, fue nada menos que León Gieco, “el verdadero León” como dijo Ciro, en la previa de una nueva entrega de Pensar en nada que va a quedar para la antología. Un cover de López y Planes (el himno), las ofertas de última hora en los puestos de choris y de remeras, la promesa para dentro de unas semanas en el Cosquín Rock, una de sus paradas preferidas, anticipan un 2025 movido para este fenómeno que no volvió para su etapa de grandes éxitos sino que demuestra que toda su obra es un compendio de éxitos uno atrás del otro. Los Piojos volvieron a picar y a nosotros, que nos encanta rascarnos, lo celebramos.