Virginia Bolten y una turbamulta entre anarquistas y clericales en El Birri. El gusto de increpar a un obispo en su carruaje. La policía de Santa Fe haciendo un arresto masivo de libertarios. Todo eso y más en el primer capítulo de las Viñetas de la Santa Fe anarquista.
Por Federico Ternavasio*
Periódico El Obrero de Buenos Aires, 3 de Julio de 1902. Aparece publicado el texto de un tal F.V.L. que da cuenta del estado de situación del movimiento obrero en Santa Fe. Entre otras noticias de la actividad política de la ciudad, se narra un día de altercados.
Resulta que en 1902 la militante Virginia Bolten, una de las voces más destacadas del anarquismo rioplatense en aquellos años, visitó la ciudad de Santa Fe como parte de una gira de conferencias.
Participó en dos veladas en la ciudad y, finalizado el compromiso, un domingo 22 de junio fue acompañada por algunos compañeros y compañeras locales a tomar el tren a la entonces conocida popularmente como “estación Sunchales”. Una estación del “Ferrocarril Buenos Aires y Rosario” que más tarde sería renombrada como estación Mitre, y que hoy conocemos como Centro Cultural y Social “El Birri”. Sí, mutatis mutandis –y a riesgo de ofender a algún riguroso historiador– podemos decir que Virginia Bolten estuvo en (lo que hoy es) El Birri.

Cuando los militantes anarquistas llegaron a la estación se produjo una inesperada coincidencia: se encontraban allí también un grupo de “clericales”, despidiendo a un referente de la Iglesia que había visitado la ciudad. Cuando éstos comenzaron a dar vivas por el catolicismo el grupo de anarquistas no dudó en responder con vivas a la anarquía. El lío, parece, siguió en otra parte.
Se inauguraba también en la ciudad un colegio de artes y oficios. Una institución católica que para los anarquistas era una “cárcel destinada a los hijos del obrero”.
Cuenta F.V.L. que “mientras el señor obispo acompañado de los representantes del clero recorría en carruage [sic] echando bendiciones, en los alrededores del colegio, un compañero se le encaró diciéndole que Cristo caminaba de a pie y descalzo, mientras que él iba en carruage y lleno de brillantes”.
Por supuesto, el militante que cometió el “horrible crimen” de cantarle un par de verdades al obispo fue arrestado y junto a él 25 compañeros que estaban en el lugar.
La policía los llevaba a la comisaría “con más de 30 vigilantes armados a mauser y bayoneta calada”. Cuando estaban pasando por plaza España se cruzaron con otro grupo de militantes que, viendo la escena, comenzaron a dar vivas por la anarquía.
Esto generó un enfrentamiento donde otra vez las fuerzas represivas actuaron con ganas. Cargaron “sable en mano” contra los “indefensos compañeros del modo más brutal haciendo otra arreada de 24 compañeros”, entre ellos el mismo F.V.L. que nos cuenta el episodio. Todos pasaron una noche y media en un calabozo “por haber dicho una verdad”.
Una investigación
Desde hace un par de años investigo la historia de la cultura anarquista en la región del litoral. Más exactamente, sus palabras. O el particular modo en que tomaron la palabra, con todo lo que eso implicó. En cualquier caso, lo que uno puede ver en sus acciones y sus textos es a personas que, en los primeros años del siglo XX, soñaban un mundo sin dios, ni patrón. En algunos casos también lo soñaban sin marido.
Organizaban veladas en las que participaban oradores más o menos conocidos por las cosas que escribían en los periódicos militantes. A Santa Fe, por ejemplo, vinieron, además de la ya mencionada Virginia Bolten, el internacional Pietro Gori y el poeta Alberto Ghiraldo, entre tantos otros hoy menos recordados.

Uno puede perderse imaginando cómo habrán sido esas veladas de tanto éxito, acompañadas por el grupo teatral –o “cuadro filodramático”– anarquista In Arte Veritas, que estuvo activo en nuestra ciudad y la región durante más de 20 años. O perderse imaginando los picnics que juntaban a la militancia, con alguna poeta anarquista recitando sus versos o algún coro cantando himnos revolucionarios.
Así como en Santa Fe estas escenas ocurrían en Paraná, en Diamante, en Colastiné, y con mucha mayor intensidad en Rosario, en Buenos Aires, en Montevideo.
El anarquismo era una sensibilidad política que recorría geografías de mano en mano, en pasquines, folletos, periódicos y libros. Y también, gracias a las vías del tren y a los puertos, de boca en boca, en conferencias, reuniones y actos públicos. Con esas ideas andaban organizando gremios, huelgas, centros obreros, escuelas libres, bibliotecas.
Sus militantes fueron perseguidos por su particular utopía, capaz de ofender a todos los poderes al mismo tiempo. Una utopía anticapitalista, antiestatista, anticlerical. Anarquistas, ácratas, que también llevaban el nombre ahora tan tristemente habitual en nuestro vocabulario político: libertarios.
Libertarios de ayer y hoy
Hace unos pocos años yo podía escribir algo hablando de un pensamiento libertario sin necesidad de hacer aclaraciones. Ahora me atormenta que se malinterprete el sentido de esa palabra, que era tan linda, tan potente, y que ahora está puesta patas para arriba. O mejor, se le extirparon todas las patas para dejarle –supuestamente– una sola, la antiestatal. Y sí, es sólo “supuestamente”, porque aunque el actual presidente se considere un topo en la política para destruir el Estado desde adentro, se ha cansado de reivindicar aquello que para el anarquismo era la peor cara de los Estados: la represiva. Ejército, policía, cárcel, todo eso que constituye el monopolio de la violencia en manos del Estado, todo eso es lo que la nueva-vieja derecha reivindica.
El sólo hecho de que un mismo individuo se considere libertario y anarcocapitalista dejaría a cualquier obrero del novecientos pasmado. Cómo puede ser anarquista –seguramente se preguntaría– alguien que reivindica a sus enemigos por excelencia: aquellos pocos que se proclaman dueños de lo que es de todos, los ricos más ricos. A eso, sumarle el delirio místico y mesiánico que hace a su líder a la vez león –y a nadie se le debería pasar por alto la referencia al león de Judá– y enviado de las “fuerzas del cielo”. El racionalismo cientificista –no siempre acertado– del anarquismo de principios de siglo XX estaría echando espuma por la boca.

Y así podrían sumarse tantas otras contradicciones: reivindican la familia tradicional cuando el anarquismo quería la unión libre, aborrecen la huelga cuando el anarquismo hizo de ella su arma más potente, desprecian la cultura y el gremialismo cuando el anarquismo se materializó sobre todo en bibliotecas, centros culturales y sindicatos.
No hay que entregar, entonces, tan fácil el uso de la palabra libertario para nombrar a estas nuevas formas de la vieja derecha. Pero ojalá el problema fuera solamente el sentido de una palabra.
Utopías solitarias
Hoy todavía hay anarquistas y hay anarquismos. Hay libertarios, en el sentido cabal del término. En Argentina y en todo el mundo hay militantes, organizaciones más o menos longevas, centros culturales, teatros, revistas, escuelas anarquistas. Nada tienen que ver con el gobierno de turno y sus delirios teóricos.
Vertiente antiestatal del socialismo, los anarquistas fueron encarcelados y masacrados en la Unión Soviética. Fueron encarcelados durante el peronismo. Fueron desaparecidos durante la dictadura.
La bandera central del anarquismo es el apoyo mutuo, la cooperación y la solidaridad. Es el “para todos todo”, frente a quienes plantean una especie de sálvese quien pueda, y si no podés salvarte solo, pues a morirse. Nociones frente a las que uno puede adivinar una mirada escéptica. Ya sabemos que vivimos en un mundo donde desde hace rato, al menos según algún filósofo francés, han muerto los grandes relatos. Ya no hay épicas posibles. Las utopías son un género literario, pero no convocan a nadie a la calle. Y yo ahí dudo, aunque no por optimista.
Porque después de todo ¿no hay algo de pensamiento utópico en quienes votaron y bancan al actual gobierno? Es, está claro, una utopía que no tiene nada que ver con anarquistas, socialistas o revolucionarios del pasado y del presente. Para muchos, sin duda, es pura y dura distopía.
Pero uno puede escuchar cómo se narra esa otra utopía que también les sirve evidentemente a muchos para avanzar a un horizonte que nunca se alcanza. Lo vemos en esos videos de Instagram que ofrecen, desde una torre en Puerto Madero o frente a un auto de alta gama, la salvación individual. Lo vemos en esos cursos que afirman con desparpajo que es una estupidez ir a la Universidad porque ahí no está la clave del éxito. Los apóstoles de esta utopía son unos pibardos muy fit, vestidos en una versión american psycho de videoclip reggaetonero, mostrando obscenamente billetes, relojes, autos. Una utopía solitaria, o peor, solitarista. Los lazos sociales, parece, son para zurdos empobrecedores.
Razones para el optimismo
¿Por qué suena plausible una utopía solitaria, una utopía de salvación personal que parece una promesa para individuos descollantes que “la ven”, pero a la vez todo el mundo parece creer ser ese individuo descollante? ¿Cómo es posible que suene más real una salvación de dólares en generación espontánea y tecnologías financieras haciendo pases de magia, pero sin embargo no sea posible pensar una utopía colectiva, igualitaria, sustentable? Quizás sean evidencias de la victoria de las derechas en el mundo.
Desde ya, no son preguntas que alguien que investiga viejas revistas y periódicos anarquistas pueda responder. Sí es fácil constatar que toda vez que se luchó por las utopías colectivas, allí estuvieron los poderes del capital –adentro o afuera del Estado– para interrumpir, perseguir, matar, desaparecer y borrar cualquier posibilidad de un mundo diferente.

Frente a estos días de noticias devastadoras cada 15 minutos, para sobrevivir cuerdo hay que poner el ojo en todo lo otro que ocurre fuera de las apps, de la tele o de la verborragia gubernamental. Para sobrevivir hay que hacer el ejercicio voluntarioso de poner el ojo en esas acciones que son invisibles a quienes ven en el mundo poco más que un mercado. Porque son acciones desde abajo y para abajo que la gente hace sin ánimos de conquistar ningún poder, ningún dominio, sino solamente para hacer la vida posible.
Alguien optimista podría ver que allí donde ayer se cruzaron Virginia Bolten y los anarquistas santafesinos frente a una comitiva clerical, hoy hay teatro, cultura autogestiva, talleres para pibas y pibes, para gente que sale de las cárceles y tantas otras cosas. Me pregunto si la Bolten se habrá detenido a mirar el edificio de la Estación y habrá pensado, medio al pasar, que esas paredes estaban lindas para albergar proyectos al menos remotamente parecidos a los que hoy albergan.
Quizás sea exigirle demasiado a la imaginación histórica y política, pero algo hay en todo esto para seguir a las vueltas con el optimismo de la voluntad ante el delirio de la sinrazón. Una gotita de esperanza al leer que alguna vez en nuestra ciudad y en tantas otras había pensamiento, organización y lucha por una libertad colectiva que todavía no experimentamos.
Acá el juego es encontrar en escenas del pasado un puntapié para la construcción de archivos públicos de las resistencias, de los otros mundos posibles, de las luchas políticas contestatarias, rebeldes, ingobernables y sin deseos de gobernar a nadie. Luchas que van desde abajo y para todos lados, como esa imagen tan visitada por las y los anarcos, de la semilla que brota, germina y se hace árbol.
Ese archivo quizás sirva para ponerle algo en frente a esa utopía solitaria y atomizada, para enfrentarle una historia de luchas e insistencias por un bien común a las pasiones tristes que chorrean desde las pantallas. Para ver las continuidades de aquellas resistencias en este presente que se vende con el rótulo de “libre”, pero es todo precio, cadena y candado.
Quizás nos sirva, al menos, para ponerle ejemplos de lucha a la construcción de esos futuros que ahora y siempre tenemos que reinventar.
*IHUCSO-UNL-Conicet