Con la proscripción a Cristina, cientos de miles de personas se acercan por primera vez al peronismo, y en el proceso atravesarán las cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Se suscita por estas horas un fenómeno que ya habíamos visto allá lejos y no hace tanto, en el año 2017. Miles, si no cientos de miles de personas que por primera vez se sienten interpeladas, abrazadas, acompañadas por el movimiento peronista. Utilizo la expresión movimiento peronista en el sentido cultural, pop prácticamente, como esa gente que descubre por primera vez la serie The Wire o la prosa enojada de Rage Against the Machine. No quiero decir con esto que estos neomilitantes sean menos peronistas que otra gente. Quiero decir que están todavía en esa etapa previa, en el momento en donde empezás a tantear el agua para saber si te vas a zambullir del todo o si simplemente te vas a quedar en la orillita a disfrutar de cómo las olas le roban el sombrero a una señora que se mete a sacarse una selfie.
Algunos tenemos la gracia y la desdicha de haber nacido y crecido en hogares peronistas y haber sido testigos de las distintas oleadas que aparecen cada tanto. Es decir, pudimos reconfirmarnos peronistas con Néstor Kirchner, hacernos kirchneristas con Cristina, repensarnos en cristinistas con Macri, decepcionarnos y volver un poco al punto uno con Alberto para encontrarnos de vuelta ahora en este lugar extraño en el que nos encontramos, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una suerte de efervescencia, una ebullición, sin saber muy bien hacia dónde vamos a ir.
En ese proceso personal he visto a mucha gente ir y venir. He visto a muchos que decían ser peronistas o kirchneristas y que realmente no lo eran. El tiempo, inclusive, nos terminó dando la razón sobre este punto. He visto a muchos que jamás en su vida se hubieran considerado peronistas que terminaron siéndolo, que en algunas discusiones hace diez o quince años esgrimían que les molestaba a Cristina, sus formas, sus maneras, sus discursos, su altanería, y que hoy son los primeros que van a pisar la plaza para marchar, en este caso pidiendo que la liberen. Los he visto ir y volver, conflictuarse. A veces presa yo de sus mismos conflictos. Los veo ahora con un vigor que yo no siento hace mucho tiempo. Preocupados, angustiados, total y completamente movilizados. Esto no me sorprende para nada. No hay nada que te abrace de la manera en la que te abraza una plaza llena.
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Algunos llegaron a esa plaza por la vía de los derechos humanos. Algunos por la del feminismo. Algunos y algunas simplemente por el odio que despiertan las figuras como Mauricio Macri, Javier Milei. Algunos por la necesidad, por la angustia. Otros simplemente para no quedarse afuera. Este último es un fenómeno del que ya he hablado y del que seguiré hablando porque me parece que es el mal de la época. No soportamos la idea de que esté pasando algo sin que nosotros estemos ahí. Los estadounidenses le pusieron un nombre, como le ponen a todo, que es el fear of missing out, el miedo de quedarse afuera. Mientras el mundo se vuelve cada vez más excluyente, somos muchos, si no todos, los que más o menos conscientemente buscamos estar adentro. No caer por esos márgenes por los que después, intuimos, es muy difícil volver.
Y en el epicentro de todo eso está Cristina. Magnética, encantadora, fascinante, cautivadora, siempre cerca y tan, tan lejana. Una mujer que ha resistido de la mejor manera posible el paso del tiempo, no sin sus propias contradicciones. Alguien que de a ratos tiene aura de heroína y dos minutos después el aire de esa tía medio lejana a la que ves cada tanto y que te envuelve con su abrazo de perfume caro, reproches y gestos amorosos que no te olvidás para el resto de tu vida. Entonces, claro, es muy atractivo ver desde afuera, que es en realidad ver desde muy adentro, a estas personas que por primera vez se acercan a su figura, y se pelean con Cristina, se amigan con Cristina, discuten con Cristina, defienden a Cristina... y todo esto sin que Cristina conozca de sus existencias. A quienes por primera vez salen a defenderle a una plaza, a una conversación en la oficina, a un chat de whatsapp. A quienes no estuvieron quizás en el 2008 o en el 2016 o incluso en el 2021 cuando había que empezar a entender por qué Cristina parecía que dinamitaba desde adentro el gobierno que tanto nos había costado construir. Están los que escuchan y ultra-analizan a Cristina, como otrora escuchaban y ultra-analizaban al General, y hacen que Cristina se diga y se desdiga y ponen en su boca palabras que a veces, sabemos, no son más que una expresión de deseo nuestro.
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Después están los que no la escuchan, la consumen como si fuera casi una Emilia Mernes de la política, una influencer, una figura pop, que lo es, claro que lo es. Viene siéndolo hace muchas décadas en la Argentina. Esos son los que más se sorprenden a veces cuando después Cristina toma algunos giros que les resultan inesperados, pero que en realidad no lo son tanto. Precisaba, en todo caso, una sutil lectura entre líneas, a veces. No me considero ni por asomo una iluminada, no en la materia del cristinismo, como no podría hacerlo ni en el kirchnerismo ni en el peronismo. Que son tres cosas que yo entiendo que se pueden interpretar solamente palpándolas, atravesándose una por los momentos. Esto va a sonar muy zen, casi como una cosa de Claudio María Domínguez. Y quizás un poco de eso en el fondo hay, o en todo caso: no hay nada más popular que dejarse regir por lo que te pasa en las entrañas cuando una persona habla, cuando una persona llora, cuando una persona grita, cuando una persona te abraza. Sin embargo, le hemos ahora relegado el discurso de la emoción a ese mundo capitalista que nos quiere hacer creer que por poner un cuadro que diga vive, ríe, ama y sueña en la puerta de nuestra casa, nuestro jefe no nos va a flexibilizar. Y si nos flexibiliza, no nos va a doler.
Pero en los nuevos noto yo como cierta aprehensión, antes de la efervescencia. Es decir, no cualquiera llega a la plaza, no cualquiera llega a pelearse con los compañeros de trabajo, ni a poner un flyer en sus redes sociales a la espera de que se pudra todo con esa tía con la que toda la vida se llevaron mal, con la que ahora eligen cristalizar esas disidencias políticas e ideológicas. No. Utilizaré aquí las cinco etapas del duelo del modelo de Kübler-Ross. ¿Por qué? Porque puedo. Porque son sintéticas. Y porque además de expresar el duelo, a veces expresan esa suerte de incontinencia que tenemos cuando algo nos está pasando en contra de nuestra propia voluntad.
La primera, claro, es la negación. Es decir, todos empiezan pensando que no son kirchneristas, no son peronistas, no son cristinistas. Están lejos de las ideas de Julio De Vido, no se sienten interpelados por Máximo Kirchner, no les pasa nada cuando ven que Kicillof inaugura una escuela y las nenas le pintan la cara. Estos hubo y habrá siempre, porque el peronismo ha tenido la sabiduría de reconquistarse a sí mismo, reconstruirse, rearmarse, replantearse. A veces para mejor, a veces, lastimosamente, para peor. Y entonces están los que se niegan a sí mismos que lo que les está pasando, les está pasando. "No, no puede ser. No, si en mi familia son todos gorilas. No, si yo fui a la facultad y me enseñaron otra cosa. No, si yo detesté a Cristina toda mi vida". Y sin embargo, sin embargo acá estás.
Después pasas a la segunda fase, que es la de la ira. Esta a veces no está dirigida hacia el interior del peronismo, sino hacia afuera. "En realidad yo no amo a Cristina. Odio a Milei, lo detesto, no lo puedo ver". Y a veces Milei es Milei, y a veces Milei es Macri, y a veces Macri es Vidal, y así siempre. Entonces no, no tiene que ver con el peronismo. Tiene que ver con lo que hay enfrente. Esa es la ira que sienten. "No puedo creer que le peguen a los jubilados. No puedo creer que no les paguen. No puedo creer que vayan a cerrar las universidades. No, no, no, no, no, no, no, y eso me revienta".
De ahí surge entonces ese momento de ira. Esa suerte de enojo al que le sigue la negociación. Porque hay un punto en donde sabemos, como seres humanos, que no todo puede ser a la negativa. Necesitamos una suerte de plan de acción. Esa negociación entonces a veces se da en el plano más íntimo. "Mirá, te voy a decir la verdad. Yo a Cristina la banco, pero no puedo bancarle el entorno. La Cámpora es mi límite. Mirá, en realidad lo que a mí me interpreta mejor es la figura de Guillermo Moreno, que habla de una Argentina industrializada. O a lo mejor lo que también un poco me interpela es Sergio Massa o el peronismo de los gobernadores, más dialoguista". Una suerte de cuento que también nos contamos a nosotros mismos para hacernos creer que estamos tomando una decisión al respecto cuando en realidad ya hemos sido interpelados.
La siguiente etapa es la que creo más duele, que es la de la depresión. Ese momento en donde de alguna manera caemos en la cuenta de que nos estamos haciendo peronistas en el peor momento posible. O en el mejor momento para el movimiento, pero en el peor momento para nosotros. Porque de golpe empezás a mirar todo con esos ojos de las cosas que faltan. Empezás a ver las carencias. Empezás a ver la destrucción. Te comprás la remerita que dice La Ruta del Dinero K y hacés la cuenta de que todas las empresas que figuran en esa remera están en vías de ser privatizadas. Te deprimís, claro que te deprimís. Porque como no supiste festejar el peronismo cuando lo tuviste entre las manos, ahora que es una cosa medio distante, ahora se te torna cada vez más difícil. Estás celebrando algo sobre sus ruinas. Estás festejando un descubrimiento de una ciudad devastada. No lo estás haciendo en soledad, en todo caso. Tenés un móvil C5N para recordarte las 24 horas del día, que las cosas son, en términos generales, una mierda.
Y por último, la última y la mejor: la aceptación. Llega, en algún momento llega. Lo cual no quiere decir que este ciclo no se pueda repetir 300 o 400 veces en la vida del ser humano, del argentino promedio, de este país que ha tenido siempre la capacidad de replantearse cíclicamente su historia. Es decir, llega un momento en que te encontrás parado en el medio de la plaza, enojado porque alguien no pone el audio de Cristina. El momento en donde aceptás total y completamente que hasta serías capaz de poner una canción de La Mancha de Rolando en tus historias de Instagram, porque ahora tenés ese profundo nivel de pertenencia. Que te empiezan a caer mal los jugadores de la selección y las estrellas de pop que no opinan sobre los temas del momento. Que te parece hermoso todo lo que Cristina se pone. Que la imagen de ella saliendo al balcón es poética. Que querés vivir, revivir y construir un nuevo 17 de octubre. Que querés ser parte y protagonista de la épica peronista. Sí, lo querés, ya está. Lo querés para vos, lo quisiste siempre. Hasta cuando lo mirabas de afuera, lo querías. Aunque no sabías que lo querías. Aunque quizás lo buscaste en otras cosas.
Y como pasa una cosa pasa la otra. Dejás de ser Mariana Brey y empezás a ser una señorita con el flequillo cortado a ojo, leyendo un libro de Mempo Giardinelli un domingo en la mañana con el mate en la cama. Porque en la vida hay remedio para absolutamente todo, menos para lo inevitable.