
Un trío de anarcos santafesinos y una épica audiencia judicial. Volantes contra la procesión a Guadalupe y un perro llamado Jesucristo. Un policía, convencido de las ideas anarquistas. Qué dicen de nosotros las biografías de los militantes del 1900.
Por Federico Ternavasio*
Periódico L’Avvenire, Buenos Aires, 12 de Julio de 1902. En la sección correspondencia se publica una carta firmada por “un obrero”, desde Santa Fe. La carta la mandó varios días antes, el cuatro de julio.
Ustedes ya conocen, dice el obrero en italiano, lo que pasó con la inauguración de la escuela de Artes y Oficios, con 49 anarquistas presos. Después del episodio de represión y cárcel, para protestar contra lo que la prensa burguesa dice y la policía hace, los anarquistas de Santa Fe publicaron un manifiesto en el que se invitaba a un debate a los cabecillas de los diarios locales, a representantes del círculo católico y al presidente de la Liga Democrática.
El obrero que escribe la misiva nos dice que el local del Centro Obrero de Estudios Sociales les quedó chico. Expusieron las dos voces habituales del movimiento en estos años en la ciudad: Nicolás González Luján y Juan Miguel Piedrabuena.
La velada, aunque prometía verborragias incendiarias e intercambios enardecidos, fue tranquila: los invitados no intervinieron, “ninguno abrió la boca”, dice nuestro obrero testigo. Pero la cosa nunca es tan sencilla. Cuando se terminaba la velada –no me es claro cómo, pero me cuesta muy poco imaginarlo– la policía empezó una riña que terminó con la cárcel para González Luján, Piedrabuena y otro compañero, habitual también de los quilombos locales, Giovanni Ragazzini. Otra versión de los mismos hechos cuenta que a estos tres los invitó la policía “a conversar” a la comisaría. Y cuando llegaron los metieron presos y los dejaron incomunicados.
González Luján, que era abogado –o quizás estudiante para–, presentó un habeas corpus que le rechazaron. Como era el leguleyo del trío de anarcos, asumió la defensa del grupo. Según cuenta nuestro obrero, el día de la audiencia el local estaba lleno de gente de variadas clases sociales. La primera vez que se ve algo así en la ciudad, a juicio de nuestro testigo.
Tomó la palabra González Luján y dio un discurso en el que puso en evidencia la infamia cometida por la policía contra él y sus compañeros, y no contento con eso, aprovechó para hacer una apología del ideario ácrata, concluyendo que sólo con las ideas de la anarquía la humanidad será emancipada de toda opresión.
Lo aplaudieron tanto los compañeros como los adversarios, dice nuestro obrero entusiasmado. El pueblo nos apoya, dice, y condena la violencia policial. El trío de anarcos terminó absuelto.
Biografías de anarcos
Cuando se anda participando acá o allá, cuando se anda militando en algún lugar o activando en alguna movida, en poco tiempo se empieza a saber a grandes rasgos quién es quién. De dónde viene tal y qué dice, quién se anima a hablar en una asamblea y quién prefiere tomar nota. Quién ceba mates y mira pasar la pelota. Quién le pone el cuerpo. Quién está haciendo un poco de carteludismo para parecer piola. Quién está de levante. Y un largo etcétera.
Parece que siempre fue así, porque uno ve en las páginas de los diarios anarquistas cómo los nombres que aparecen son los de esos dos o tres que tomaban la palabra en los actos públicos o que terminaban presos.
Y con esos nombres por ahí uno tiene suerte y encuentra la punta de un hilo para tironear hasta armar una biografía. No por puro afán de andar biografiando, sino porque con esas vidas aparecen muchas otras cosas. Aparecen instituciones, episodios, pensamientos y hasta libros, cartas, testimonios, poemas. En casos excepcionales, fotos, personas vivas que heredaron esto o aquello de sus bisabuelas y tatarabuelas.
A mí me parece que reconstruir las vidas de militantes o intelectuales de mediano alcance tiene su magia. Ver militantes o activistas que andaban intentando traer un orador de afuera, que querían formar el sindicato o publicar un folleto le pone algo de pasado al presente de muchos y muchas que andamos hoy haciendo cosas parecidas.
De acá de Santa Fe el primer nombre vinculado al anarquismo que encontré es el de Giuseppe Zanelli, que en el 1900 está involucrado en el grupo La Aurora, que parece que es el primer grupo anarco de la ciudad. Fueron los mismos “socialistas anárquicos” que firmaron los manifiestos publicados en la ciudad contra la peregrinación religiosa a Guadalupe. Pequeño acto que le valió la cárcel a 17 militantes –Zanelli entre ellos– bajo fianza de 50 pesos. Después publicaron otro manifiesto en el que denuncia el atropello infame de la policía y la Iglesia.
También en el 1900 apareció en la ciudad el grupo Despertar, pero no encontré todavía noticia de sus miembros. Sí que, según lo que comunicaron a la prensa anarquista, querían “propagar la idea del comunismo anárquico entre los trabajadores de la campaña” y “hacerles reaccionar contra el oscurantismo embrutecedor y contra la miseria y la opresión capitalista y política de que son víctimas”.
Parece que estos fueron los primeros episodios de nuestra Santa Fe anarquista. Y digo parece porque todo esto es provisorio. Una advertencia muy propia de lo que mandamos a congresos: esta comunicación forma parte de una investigación en curso. Valga pues recordar que esto que cuento tiene esa característica de estar haciéndose. ¿Por qué no esperar a terminar de investigar?, preguntará usted lectora o lector insidioso. Porque cómo saber a ciencia cierta cuándo se termina. Porque cuando uno va encontrando algunas cosas entra en esto de estar que se comunica encima. Porque son tiempos en que vale la pena recuperar historias –o pedazos, o viñetas, o escenas– de resistencia políticas, así no más sea en un ejercicio a medias investigativo, a medias literario.
Un elenco de anarcos
Pero los personajes de nuestra escena empiezan a jugar un poquito después, por 1902.
Muy a pesar de Zanelli y sus anónimos compañeros, los tres nombres que se citan cada vez que se habla de los primeros episodios del anarquismo en Santa Fe son Piedrabuena, Ragazzini y González Luján. Los nombran tanto en la prensa de la época como en las primeras reconstrucciones de la historia del anarquismo que escribieron los militantes, y de ahí lo levantan la mayor parte de los trabajos académicos que quieren decir algo sobre anarquismo en Santa Fe.
Así las cosas, sobre el único que me puedo preciar de haber podido reunir algo de información es sobre “El loco” Juan Miguel Piedrabuena, poeta y docente anarquista, que nació en Entre Ríos pero tuvo una militancia importante en Santa Fe.

Personajón que parece haber sido de esos que deja huella en sus congéneres. Cuentan que para escandalizar a sus vecinos y vecinas católicos, andaba a los gritos por el barrio llamando a su perro, al que había bautizado con el nombre Jesucristo. Me fascina la escena de un tipo, a los gritos por la ciudad: “¡Jesucristo!¡Jesucristo vení para acá!”.
Parece que andaba cantando también por el barrio, acompañándose con la guitarra. Y escribía poemas, de los que por suerte han sobrevivido varios. Algunos, publicados en una revista anarquista de la época, en Montevideo. Otros, en una compilación titulada Visión del Cristo Rojo que hizo en la década del veinte su amigo Julio Barcos, quien dice que Piedrabuena fue el primero en despertar los cerebros anquilosados de nuestra provincia.
Eso después le traería problemas con su trabajo como docente e inspector de escuelas, cuando en el brote fascista local lo acusaran, junto a otros docentes, de “comunista” infiltrado en el sistema educativo (¿a qué les suena eso de andar marcando comunistas?). Y si el título de la compilación de sus poemas no fuera bastante para el escándalo, había entre esos poemas uno dedicado al satánico Voltaire. Terrible.
En ese episodio, cuando le tocó declarar en su defensa, abjuró de sus “errores de juventud” anarquistas para salvar el cuero y, hasta donde pude saber, ya no volvería a tener actividad vinculada a las filas ácratas.
Otros dos
De González Luján es del que menos he podido encontrar información. Abogado, seguramente haya venido a Santa Fe para doctorarse o para completar sus estudios. Antes de venir había oficiado en Córdoba de administrador en la publicación que llevó adelante con su amigo Leopoldo Lugones, la revista Pensamiento Libre. Lugones después se casó con la hermana de González Luján. Y se hizo un facho tremendo, pero ese dato ya es más conocido.
Acá en Santa Fe, González Luján fue el que estuvo al lado de los grandes oradores anarquistas que visitaron la ciudad, como el benemérito Pietro Gori, abogado de origen italiano que en una larga gira obligada por el exilio propagó las ideas anarquistas –en una versión un poco más amigable para las almas menos revolucionarias, hay que decirlo– por Argentina y Estados Unidos, a la vez que, ya que estaba, impulsó la criminología moderna.
González Luján fue el que habló cuando se refundó el sindicato de panaderos local, indicando que a veces hay que recurrir a la violencia revolucionaria, y también escribió una obrita teatral titulada La Revolución, que no parece haber sido descollante pero que pudo representar en Rafaela y en Santa Fe con el cuadro filodramático local In Arte Veritas.
De González Luján sobreviven sus textos académicos. Por ejemplo su tesis –soporífera– está en la biblioteca de la Facultad de Jurídicas de la UNL. Pero ni rastros de sus ideas de esta época, porque después de estos años no vuelve a aparecer fuertemente vinculado al anarquismo.
Ragazzini, por su parte, es el más conocido de los tres, porque el historiador español Gonzalo Zaragoza le dedica una semblanza en su libro –medio que de lectura obligatoria en el tema– sobre el anarquismo en Argentina.
Y es conocido no porque él haya escrito algo, sino porque otros escribieron sobre él. Seguidor de las ideas de Bakunin, era, parece, un tipo picante. No tenía problema, por ejemplo, en subirse al escenario a querer darle un correctivo a la Will Smith al mismísimo Pietro Gori cuando decía cosas que, a su juicio, estaban opinando afuera del tarro de la anarquía.
Fue célebre, Ragazzini, porque aparece en la biografía de Federico Gutiérrez, un policía que se lo encontraba cuando lo metían preso. Y ahí Ragazzini con total paciencia lo meloneaba a Gutiérrez, le prestaba libros anarquistas, y lo terminó convenciendo. Gutiérrez dejó la policía para unirse a las filas revolucionarias y le dedicaría un texto muy bonito a su mentor, en las que cuenta sobre esa mirada de ojos claros y aniñados de Ragazzini, así como sobre sus últimos días derrotados por el alcoholismo. Muere, eso sí, y a diferencia de muchos “intelectuales”, siendo anarquista.
Muchos años después, frente al escenario del Roma Nostra, un corresponsal de La Protesta de Buenos Aires recibiría la noticia, desde su vecino de butaca, que el telón que veía había sido pintado por Ragazzini. “Ragazzini –escribió más tarde el corresponsal– Y mi pensamiento voló a la infancia, a los primeros pasos del anarquismo, a la época sin apóstatas ni cobardes”.
Todavía cantamos
Me gusta la idea de que incluso, en una ciudad mediana o en los pueblos, hoy alguien que anda militando en un barrio o que organiza tal o cual actividad feminista, ecologista, de cultura alternativa, pueda mirar al pasado y encontrar compañía. Sobre todo en las filas anarquistas, que por su propio ideario hacían las cosas más o menos desde abajo y para abajo. Si efectivamente pasó que alguno quiso subirse al pony, alguna vez se armó quilombo, otra vez se debilitó la militancia.
Y sí, hubo muchas derrotas en el pasado. Derrotas que podrían hacernos pensar que las luchas de hoy son inútiles. Decir que hay algo para aprender de todo eso es medio que una perogrullada, pero bueno, sí hay cosas para aprender. También hay cosas para pensar. Pensar con ese pasado anarco, con esas vidas anarcas. Pensar todo, pasado, presente y futuro. Pensar la literatura, la militancia. Pero desde ese lugar, rebelde, antiautoritario, ese lugar inaugural de luchas y prácticas que le dieron forma a nuestros rituales actuales, a nuestras formas de decir que no y empezar a pensar.
Es medio como la letra del gastadísimo tema de Víctor Heredia, “todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos”. Todavía peleamos, también.
Y cada vez que alguien nos dice, insistentemente en estos días según mi experiencia, que frente a los actuales gobernantes “no hay nadie” o “no hay alternativa”, quizás haya que mirar para los costados a esas y esos que andan haciendo el mejor mundo posible en el actual mundo existente.
Coda
En unas hojitas casi perdidas escritas por un anarquista medio olvidado de apellido Piedrabuena, hay un poema para el filósofo Voltaire, donde le pide algo que bien podemos leer como un pequeñísimo mandato o una importante sugerencia también hacia el presente: “Sueña, sueña radiante/ de pasión y de encono/ en las dulces visiones/ de los pueblos que gimen;/ haz vibrar los cimientos/ de la iglesia y del trono/ para que se derrumben/ la mentira y el crimen”.
*IHUCSO-UNL-Conicet