El viernes 15 y sábado 16 de agosto, el Centro Cultural y Social El Birri alojó el Festival de Poesía Afluente. Gestado desde la emoción de cuatro entusiastas por activar la cultura santafesina, se convirtió en un espacio para compartir. Pausa narra una jornada donde las voces confluyen en un mismo caudal.

—La amistad entre artistas y poetas fluye, nos gusta decir a nosotros los afluentes, livianamente como río y también como liso. Tanto en el pasado, como en el presente y también un poco hacia el porvenir. Es por eso que este festival celebra el encuentro y la mixtura. Estela Figueroa y Juan Manuel Inchauspe son para nosotros grandes cauces de la poesía santafesina, que vienen a alimentar las aguas de muchísimos poetas locales.

Iluminada por unos foquitos rojos, Pilar Cabré actúa de mediadora entre Victoria Olivencia, realizadora audiovisual de la ciudad, y Florencia “Coco” Russo, hija de Estela Figueroa. En los extremos de una mesa cubierta por un mantel verde claro, dos cartelitos donde se lee Afluente esconden las latas de birra de las panelistas. "Encontramos en ellos una forma particular de observar y decir el mundo a través de la poesía que nos convoca una y otra vez, porque nos atraviesa como habitantes de esta ciudad”, asegura Pilar refiriéndose a los autores homenajeados. Además, agrega: “Nos hallamos en sus poéticas, las hemos leído y releído hasta quemarnos las pestañas”, hace una pausa breve antes de soltar un “ahre”, reírse y continuar “para aprender cómo en la sencillez, en los tonos bajos, se construye una belleza pequeña y deslumbrante”. Los espectadores están escondidos en la penumbra. Sentados en una tarima escalonada se ríen ante la picardía de la intermediaria, quien parece algo tocada por los brebajes de lúpulo. Poco a poco, la charla entreteje los recuerdos de dos autores amigos. Acá, en la Sala Popular de Teatro del Birri, la gente siente que los entiende, que los conoce, los percibe familiares.

Afluente
Presentación del Festival. María Florencia Rittiner Basaez

Afluente viernes 15

—Mamá era muy especial, le gustaba mucho un pedacito de una canción de Charly que para mí, la referenciaba sobre todo como lectora —dice Florencia y procede a cantar.

Yo solo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decís.

La interpretación dura unos segundos, es brevísima. Pero a la gente le encanta, se siente hermana, se asume cómplice de todo lo que Coco cuenta. “Las Estelas eran muchas. Era mi madre, era una gran amiga, era una gran vecina. Creo, pasa el tiempo y aún lo confirmo, que era una gran gestora cultural”, asegura y Olivencia, quien trabajó en un documental sobre su madre, asiente con la cabeza.

De Juan Manuel Intchauspe, se habla a través de sus poesías y Victoria, quien también prepara un audiovisual sobre este autor, habla a través de su hijo Federico quien hoy no está presente en la sala, pero es la fuente de su proyecto. “Yo le pregunté, ¿Cuándo te diste cuenta que tu viejo era poeta? Y él me respondió: cuando la urgencia fue ir al velorio de Juan L”. Vico, como la llaman todos, se pasea entre la cotidianeidad de un sujeto que no llegó a conocer, pero que se personifica a través de los relatos de su hijo.

Hay algo de romanticismo en la forma en que los presentes perciben la vida de los poetas, que entreteje en el ambiente una calma. Una sensación de calidez familiar. Desde Florencia hablando de su vida en barrio Centenario, a la amistad indudable entre los escritores, que se evidencia en sus prosas, pero que Coco experimentó en primera persona. Victoria trae consigo anécdotas. “Él tenía sus libros, que en algún momento configuraron una gran biblioteca, que Fede recuerda en su primera infancia, pero que después se convirtieron en su capital para andar y circular en la calle”, dice haciendo referencia a que todos tenían un libro de Juan Manuel en sus manos, y eran identificables porque tenían su firma. Desde datos de color a profundidades biográficas, con alguna cómica intervención de Cabré, la charla llega a su fin para dar lugar a la mesa de lectura de escritos de los poetas referenciados a cargo de Pablo Escudero, Florencia Ordiz, Franco Rodriguez y Victoria Olivencia.

Trasnoche

Para salir del edificio a la vereda, hay que pasar por un cúmulo de cuerpos apretados unos con otros. Hace frío y el humo de los cigarrillos es chimenea sobre las cabecitas. Adentro, en el hall, diferentes Birri inundan las paredes en forma de murales. La Feria Editorial, que se dio de 17 a 21, fue desmantelada hace pocos minutos, y solo quedan los productos afluentes: libretas, pines, señaladores e imanes. El interior está casi tan lleno como la calle. Una señora pasa entre los tablones y hace su camino hacia la barra con una olla hirviendo de papas fritas. “¡Cuidado!¡Permiso!”, grita y la gente se amucha para dejarla pasar. “¡A esta no le vendan más cerveza!”, se la escucha gritar. Acá todos se conocen, de vista al menos. Se saludan, comparten el tabaco o la latita. Gonzalo Vega, en un rol frenético de director de orquesta, se mueve como una pelotita de pinball avisando que las lecturas de trasnoche están a punto de comenzar.

Los lectores van pasando, uno a uno, a una tarima circular cubierta por una tela negra. La luz los alumbra de frente, y cada uno de los poetas parece deshacerse sobre la circunferencia. El joven Bautista Gregorutti cruzó el Paraná para participar de esta fiesta, y apoya sus palabras en vivencias con dejes melancólicos. El correntino Imanol Hammurabi Rodriguez Mac Lean, hace rodar erres entre el público extasiado. El ya consagrado autor santafesino, Santiago Venturini, se expresa en la mezcla perfecta entre obscenidad y cotidianeidad. Las personas aplauden, extasiadas. Una piba dice por lo bajo “yo pensé que cuando terminaban hacían chasquidos” y su compañera suelta una carcajada silenciosa, de esas que hacen abrir la boca sin emitir sonido. Pronto, la lectura pasa a la música.

La columna vertebral es una estructura
y la juventud
la edad verdadera
es la edad de la columna
Lo decía mi primera maestra de yoga
mientras Beti de setenta
se doblaba en dos
y yo tenía los veinte tan trabados

Una voz sumerge el espacio en otra dimensión. Retumba en las paredes, se amalgama con las luces rosadas, azules y verdes. Si se cierran los ojos, se siente el pulso de un organismo latente. El cuchicheo rumiante de algún impaciente, unos brazos se alzan para moverse siguiendo la música, unas zapatillas repiquetean y perciben el sentido. “Mi cuerpo es inocente” de la paranaense Rocío Fernández Doval es una función sonora de poemas que acaricia la experiencia humana y la renueva. La escena no está exenta de algún campeón que deja la puerta abierta y permite que rompan con el ambiente los ruidos en la cocina y conversaciones del pasillo.

El brillo de la noche no se acaba. La mítica permanece encendida con la reaparición de Florencia Ordiz frente al público. Esta vez acompañada de Candela Fernández para realizar “Cuerda y Espada”, cruce entre poema y canción. Con un memorable cierre, rozando lo bizarro, Ordiz y Fernández personifican a Vikky Carr y Ana Gabriel cantando Cosas del Amor. Pañuelo en la cabeza, lentes de sol y una torpe conexión entre amigas ponen punto final al primer día del Festival de Poesía Afluente.

Afluente sábado 16

Dos pibes de 18 y 23 años mueven las patitas inquietos debajo del mantel. “Estamos re mil cagados”, dice Manola Lavini Piccioni y Bautista Gregorutti, a su lado, toma un trago de agua. Empieza la chica, con una dulzura particular que da saltos tiernos entre verso y verso. Si la prosa de Manola es luz y caricia, la de Bautista es oscuridad y garra. La chica lee un poema sobre su hermana y la nena sentada en primera fila, con un pico dulce en mano, aprieta los cachetes con una sonrisa. “La primera duda no comunicada que se viste en la mente de algún vulnerable enamorado” en los labios de Gregorutti, es un contraste tajante. Poemas sobre libélulas y leche con chocolate, acompañados de gritos desesperados transformados en letra. La gente, eufórica, llena la sala de ruido cuando terminan. Después, Rocío Fernández Doval y Virginia Rinaldi se pasean por el escenario. La entrerriana fabrica una experiencia inmersiva con solo escucharla. “El corazón se rompe hasta que se abre”, finaliza y puede sentirse, como el pecho de los presentes se remueve en su lugar.

La fluidez de las mesas de lectura es interrumpida por un simpático Gonzalo, con una remera de Joy Division y una boina robada de algún abuelo, que interviene para comentar que Analía Giordanino no podrá leer en esta ocasión. La reemplazaran Pilar Cabré y Ángel Liberatti, quienes toman su lugar con dos libritos de Analía en mano. “Ahora van a poder decir: yo escuché a Lalo Liberatti leer poesía en el Birri, que no es una cuestión menor”, comenta Vega entre risas mientras le da el pase de lectura a Santiago Venturini.

Afluente
Lee Santiago Venturini. Foto: María Florencia Rittiner Basaez

Volvimos con el cadáver
en el baúl de tu auto
y unos días después
masticamos animal en una mesa
en la que eras el rey.

Ahora no decís mucho
en esta foto que encontré.

Venturini, se adueña por segunda vez del escenario Afluente. En esta ocasión, lee “Papá Liebre”. La gente lo pide, con las palmas, con sus rostros atentos a cada cosa que dice. Una versatilidad particular emana de aquello que produce, desde lo intrínseco de su biografía hace poesía. Habla sin tapujos sobre lo que quiere y lo transforma en una rítmica que atrapa al público. Cada punto final es una ovación. Su prosa habla de semen, porno, eutanasia de mascotas, anécdotas con su padre y sensibilidad. No hay tapujos, hay emoción. Atrae, encierra la sala en su lógica y la cautiva.

Afluente

—¿Por qué hacer un festival de poesía en Santa Fe?

—Porque nos sentíamos huérfanos de ese espacio en este último tiempo. En el momento en que empezó la primera mesa y la sala del Birri estaba llena nos dimos cuenta que también era un espacio que otras personas estaban necesitando. Lo potente de este encuentro es que en un mismo festival tengamos acceso a quienes ya están consagrados y que haya una confluencia de voces más jóvenes —dice Victoria Rittiner Basaez una vez finalizado el encuentro.

En la noche del sábado, la gente sigue entrando por la puerta del Birri. “Nos pedimos un auto”, dice alguien en la vereda. Un árbol de flores rosadas floreció en algún momento del mes y decora la postal de la calle. Del edificio se proyectan unas luces fucsias que hacen sombras graciosas en las caras de la gente. “En un toque empiezan las lecturas del trasnoche”, avisa Gonzalo. Alguien se escapa en la noche santafesina, dando un portazo en un taxi. Adentro, sigue corriendo la poesía.

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