Reseña de Las casas, último poemario de Mariano Peralta (El andamio ediciones, 2022).

Por Laura Kiener

Corta el aliento
cómo nos apresuramos
a llamar “casa”
al lugar donde
dormimos.

Robin Myers

Una casa (del latín casa, choza) es una edificación destinada para ser habitada. Puede organizarse en una o varias plantas, y normalmente, aunque no exclusivamente, se refiere a un edificio destinado a vivienda unifamiliar.

Es el lugar en que históricamente se desarrollaron las circunstancias y relaciones específicas de la vida social o familiar, desde el nacimiento a la muerte de muchos de sus componentes. Sirve de refugio contra la lluvia, el viento y demás agentes meteorológicos, y protege de posibles intrusos, humanos o animales. Además es el lugar donde almacenar los enseres y propiedades de sus habitantes.

Así define Wikipedia, ese portal de todas las búsquedas, a aquello que llamamos casa. Pero “en distintas direcciones/ puede estar la misma casa”, arriesga Mariano Peralta, haciéndole un truco al concepto convencional, para dejarnos plantados ahí, desde el comienzo, frente a una inquietud que nos acompañará en toda la lectura: ¿qué es una casa? ¿Se trata solo del lugar en el que dormimos?

Mariano Peralta es un poeta nacido en Santa Fe, en 1984. Ahora vive en Sauce viejo, junto a su pareja, dos hijas y dos perros. Ha publicado varios libros de poesía, entre los que se cuentan: 4 de antes (La gota), 13 universos por día (de l’aire), un reloj en el fondo del río (alción) y Bioconstrucción (de l’aire). El poemario Las casas fue publicado en noviembre de 2022 por El andamio Ediciones, editorial sanjuanina.

Un libro que habla de mudanzas, convivencias, separaciones, (des)arreglos y refacciones, encuentros, dimensiones espaciales. En fin, todo eso que comúnmente se nos aparece en la vida cotidiana, atravesando (o haciendo) el lugar en el que vivimos. Eso que molesta, importuna o, simplemente, desacomoda. Eso que, de tan presente, casi no percibimos, como la gotera ínfima pero insistente en la canilla del baño, esas grietas que dibujan la pared de la pieza. Mariano apunta justo ahí, a esas escenas repetidas de todos los tiempos, a la herencia de cuidado, al trabajo de mantener o hacer funcionar, por uno pero sobre todo por los otros.

 

nos mudamos a Sauce Viejo

a una casa gastada
con un patio
lleno de palmeras

de entrada nomás
tuvimos problemas
con el desagüe
pero recién hoy
me puse a solucionarlo

mientras escribo sube
de mis dedos ese olor
que tenían
las manos de mi viejo
cuando con la tormenta
ya empezada
muchas veces de noche
destapaba los caños

aparecía apenas
con los relámpagos
para hundirse otra vez
en la oscuridad del pasillo
desarmando
la mezcla podrida
de todo lo vivido

como él
hundí mis brazos
hasta los codos
en las tripas de la casa
con la tormenta ya empezada
sin viento
ni rayos ni lluvia

Nos encontramos con una voz poética que podríamos llamar sabia, en el sentido de que ha podido aprender del pasado, de la historia de las cosas, lo que habrá más adelante. En el devenir de la vida, el hijo imita al padre, siempre distinto y siempre igual, ese hijo es padre y el legado continuará hacia la nueva descendencia. Hablo de estos roles porque en los poemas emerge insistente un nosotros que se ancla en lo familiar, identificando no su transitoriedad, sino su capacidad constante de mutar. Ahora es el padre el que aprende sobre crecer mientras hamaca a su hija pequeña. Es él quien ya siente nostalgia de una autonomía que todavía tardará en llegar. Es la niña, tranquila, quien aconseja, “agarrate fuerte”. Son el padre y la madre quienes se miran en esos roles, se desconciertan y se dan la mano. No sabemos cuánto durará ese lapso en el que uno depende necesariamente del otro. Por cuánto tiempo nos sostuvieron y cuánto sostendremos.

Las agujas se mueven incansablemente, en la vida diaria perdemos ese registro porque es la urgencia la que nos llama. ¿Cuántos años se vive en una misma casa?, ¿cuándo se deja de sentirla propia y aparece un anhelo?, ¿siempre una casa es o se siente propia? Estamos hablando del espacio que, desde la antigüedad, significa la reunión de la familia. Podríamos detenernos en lo que se estrena, en lo que se pudre o se rompe, en lo que se va, por el paso del tiempo. Interesa más percibir lo que queda, esas huellas que hay en lo material, la hinchazón de la madera en los muebles, los afectos y sus gestos. Esto último atraviesa todo el poemario, todas las casas. Nos dice, casi en bucle con el comienzo de este texto, que la casa no es sin aquellos con quienes compartimos las noches y los días, para quienes desplegamos las mesas y las ventanas, esos que nos ofrecen una planta para que el patio sea más luminoso.

El libro tiene una organización particular, hay secciones o, quizás sea mejor llamarlas paradas, cada una se refiere a una casa en particular, con su correspondiente adjetivación (la casa de las palmeras, la casa mal dispuesta). Contra la línea temporal, el comienzo es lo más cercano al presente. El recorrido nos devuelve a casa, esa última que fue la primera, ya sin adjetivos porque no hacen falta.

Los amigos, el refugio, la libertad, el amor, los primeros trabajos, la madre y el padre, ahí, donde todo comienza a gestarse, en el final del libro, en el principio de la vida y en cada una de las casas por construir.

 

balada litoral

¿de dónde volvés, hijo, Tatanzón?
¿de Tatanzania?

ese lugar, ma’, es nuestro
y siempre lo será
pero jamás estuve ahí
vuelvo de la isla
cruzando el río muy adentro
encontré el futuro
y ahí estás viva vos
y están vivos los abuelos
vuelvo de ese país que tanto quisieron
me recibió una familia en su seno
su mesa fue la mía
sus sueños fueron mis sueños

¿y a qué volviste, hijo, Tatanzón?
¿a abrazarme?

este abrazo, ma’, es nuestro
y siempre lo será
pero no vuelvo para eso
es para despedirme y agradecer
de tu amor
el gajo dulce que me tocó
es para recostar mi cabeza en tu regazo
por última vez
es para repetirte que estás viva en el futuro
y estaremos juntos pero acá ya no
acá queda este abrazo sin nosotros

¿y dónde está tu padre, hijo, Tatanzón?
¿acá
o allá donde te vas?

el tiempo, ma’, es nuestro
y siempre lo será
pero el pa’ no está en el tiempo
nada en el río y camina en la isla
que separan este presente
del futuro al que regreso
es inmune al hambre
y al frío   pactó una tregua
con las alimañas   es un Caronte
descalzo y sin canoa
que acompaña sin estar

 

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