La arrancaban los grandes en las juntadas, nos prendíamos todos alrededor del barril, pasados de alegría. Pasados de alegría: sin razón de andar sin manta, es decir, con casa, comida, trabajo, escuela, libros, vestido, juguetes. Tiempo. Amigos y vecinos. Parentela alrededor cuidando. A veces unas vacaciones. canción
Voy a cantar una canción, decía el abuelo Negro. Y sabíamos qué iba a entonar: Si se calla el cantor… Los hombres apoltronados y rojos con el vaso levantado en el aire; las mujeres trayendo bandejas con sánguches, acaloradas; la chiquilinada entera corriendo. Todos en pausa, esperando la frase siguiente del Negro.
Cuando la oigan, observen. El primer verso te pone a girar en el centro de la canción no sólo por lo que dice sino por el acorde en suspenso y la O que se estira. Sí, es una advertencia: si pasa eso que se dice, si no hay voz, la vida puede desaparecer. Pero también ese inicio es una fuerza propulsora que da respuesta a la pregunta acerca de qué se ocupa el arte: de la vida. ¿Qué haremos con el rulo eterno de McLuhan que reposa sobre todos nuestros posts? Postmodernismo, postinternet, posthumanismo, posteos, post-theos, después del dios. Si se calla el que afina una técnica y tiene las palabras o las imágenes o el movimiento o el ritmo o el cuerpo (que también son un modo de tener el dios) no habrá origen.
Mi abuelo Negro cantaba esta canción para recordar. Y todos la cantábamos con él para lo mismo. Y la cantaba sólo en las fiestas, es decir, pasado de alegría. ¿Recordaba el pasado mi abuelo, nos advertía? ¿Recuerdo yo el pasado o advierto a los lectores mientras lo recuerdo a él cantando? Afirmaba el presente. Nos enfiestaba. Qué éramos ahí y qué queríamos ser. Incluso qué quiero ser yo ahora.
Está en la letra del tema: debe el canto ser luz sobre los campos/ iluminando siempre a los de abajo. El que canta tiene una finalidad luminosa, develadora de toda sombra. Cuando era chico cargaba bolsas en el puerto, me decía el Negro. Después fui fogonero en el ferrocarril, por eso me jubilé joven, trabajo insalubre. Yo pensaba: ¿puede un hombreador de bolsas del puerto, un fogonero del ferrocarril tener su casa, hecha con sus manos, y un patio y un barril y la vecinada alrededor, los primos, los tíos, los nietos, cantando? Sí, puede. Así que cada vez que cantábamos esa canción, se alineaba ese presente, en nosotros. Nos reconocíamos.
Siempre quiero encontrar algo así en una canción: algo que me permita reconocerme, esa sensación de no tener razones para andar sin manta, de que todo sea comunitario y entonado, visible, cancionero, festivo, triunfante. Esa sensación, para mí, es la felicidad.
La versión de Si se calla el cantor de Horacio, la conocen. Va otra, orquestal y lírica, grabada por Camilo Sesto en 1973 y la del cantor con Mercedes, clásica, de 1972. Y les recomiendo otra, una de amor, porque Eraclio Catalín (su verdadero y hermoso nombre) era un maestro del romanticismo poético: Puerto de Santa Cruz, una ficción del arte por el arte que canta con una dulzura increíble (pónganse auriculares) donde hay nieve y mar ¡en el litoral!


