Los videos en los que alguien reacciona en vivo a otro video son un reflejo de la degradación progresiva de la creatividad, que es el objetivo final de las plataformas. Pero, en un mundo de reacciones, todavía podemos dejar que las cosas nos conmuevan.
En los últimos años hemos visto florecer un nuevo género audiovisual: la video-reacción, comúnmente acortada a “reacción”. Como su nombre lo indica, se trata de una pieza en la que alguien reacciona en vivo a un contenido en particular -generalmente otro video-.
Según Wikipedia, los orígenes del género se remontan a Naruhodo! The World, un programa japonés de los años 80 en el que un panel de famosos miraba un video para luego comentarlo. Pronto ambas instancias se superpusieron, y los famosos fueron colocados en un recuadro en la esquina de la pantalla, para así poder reaccionar al video en tiempo real.
El formato terminó de desarrollarse y alcanzar la masividad con la popularización de Youtube, que permitió que las personas empezaran a grabarse en sus casas para mostrar su reacción a videos, canciones o capítulos de una serie, entre otras cosas. Hoy en día, uno busca "reacción" en Youtube y los resultados son prácticamente infinitos, siendo sin lugar a dudas las más abyectas las de estos españoles que se hicieron la casa reaccionando a cosas argentinas.
Obviamente, la idea no es 100% original. Los seres humanos reaccionan a las creaciones y los discursos de otros seres humanos desde tiempos inmemoriales. Uno podría argumentar, incluso, que no existe ninguna idea original. Toda idea es, de algún modo, una reelaboración de otra idea preexistente. Toda idea es, entonces, una reacción.
Sin necesidad de hilar tan fino, podemos decir que la reseña y la crítica son también reacciones. Pero definirlas de esta manera resultaría insuficiente: hay en ellas una voluntad de aportar algo novedoso, de hacer una contribución al debate público, de la cual la videoreacción carece. Reaccionar alude a un reflejo casi biológico, pavloviano. Ya desde su etimología, una reacción se ve imposibilitada de representar un aporte original a la cultura; en el mundo presente, regido por la idea del contenido, es justamente esta cualidad la que garantiza su éxito.
La reacción es el contenido por excelencia: una pieza audiovisual sin alma, una porción de bytes sin más valor que el de dar continuidad al flujo de extracción de datos de las plataformas. Incluso desde un punto de vista meramente cuantitativo, el éxito de las reacciones garantiza un crecimiento exponencial del contenido en la web: cada canción, cada película, cada video, además de contenerse a sí mismo, contiene tantas reacciones en potencia como consumidores.
Pero lo más grave pasa por otro lado. La proliferación de las reacciones es el reflejo perfecto de la degradación progresiva de la creatividad humana, que es el objetivo final de las plataformas. Un creador de contenido –el horizonte aspiracional por excelencia de nuestra era- puede hacerse famoso cantando, bailando o jugando videojuegos. Pero, ¿por qué haría eso si puede, en cambio, hacerse famoso reaccionando a gente que canta, baila o juega videojuegos? Ya no hay incentivos para crear cosas originales: lentamente, las plataformas los están aniquilando.
Durante toda la historia de la humanidad existieron incentivos para crear cosas originales. La mejor forma que tenían las personas de destacarse era inventando algo nuevo. Frente a esto, el advenimiento de la sociedad de masas y la serialización de la cultura representaron una amenaza; hoy, en la era de las reacciones, la originalidad está por primera vez en peligro real de extinción.
Si en los inicios de Youtube las personas reaccionaban a piezas que existían por fuera de Youtube –series, películas, eventos-, hoy las personas reaccionan en Youtube a otros videos de Youtube (o en Instagram a otros videos de Instagram, o en TikTok a otros videos de TikTok). Existen, incluso, reacciones de reacciones, y reacciones de reacciones de reacciones. De este modo, las reacciones se van prolongando hacia el infinito en una versión cada vez más degradada, materializando la idea de simulacro que enunció Baudrillard: una copia sin original, una representación que ya no está anclada a un referente real, sino que lo sustituye.
Dejar que las cosas nos conmuevan
Entre 2009 y 2012, los celulares iPhone tenían una opción que subía automáticamente a Youtube todos los videos que grabaran, manteniendo un título asignado por default; generalmente era "IMG_XXXX", reemplazando las X por números. Generalmente, las personas ni siquiera estaban al tanto de que los videos se compartían también en Youtube.
En uno de sus proyectos, el artista de Internet Riley Walz, una de las mentes más brillantes y originales de nuestra era, recopiló más de 5 millones de estos videos y los juntó a todos en una web donde se pueden ver en orden aleatorio, llamada IMG_001. El resultado es un fascinante y efímero acercamiento al pasado y a las vidas cotidianas de un sinfín de personas extrañas. Lo impersonal de sus títulos vuelven a estos videos prácticamente irrastreables; de hecho, probablemente la mayoría de quienes los subieron ni siquiera saben que están en Youtube, o no saben cómo encontrarlos.
i found millions of YouTube videos that have default camera names as titles (like IMG_0276) and made it into a website where you can watch random ones.
unedited, pure moments from random lives https://t.co/zdYQmkz0qk pic.twitter.com/T6zuED8y7N
— Riley Walz (@rtwlz) November 18, 2024
En una entrevista sobre el proyecto, Walz dice algo muy interesante: destaca que en aquella época (a principios de 2010), “podías sacar tu cámara y la gente actuaba de forma muy auténtica; como no les preocupaba que ese video fuera a terminar en Internet y que miles de personas fueran a verlo, no actuaban diferente”.
Cuando una persona se filma reaccionando a algo, lo hace pensando ya de antemano en la mirada del otro, en la mirada de ese Gran Hermano colectivo que son las redes sociales. El concepto mismo de la reacción se sostiene en una aparente espontaneidad que es completamente engañosa. Nadie actúa de la misma manera cuando hay una cámara encendida, justamente porque sabemos que está ahí, y que eso que está siendo filmado será visto luego por otras personas. Es decir: en otras palabras, ninguna reacción es real.
En la era de las reacciones, la principal vía de escape sigue estando, por fortuna, en nuestras manos. En un mundo en el que todos reaccionan a las cosas, todavía podemos, simplemente, dejar que las cosas nos conmuevan.








