Con su dance folk, Jeites visitó Demos y Pausa habló con su cantante Joaquín.

Si hubiera que encapsular a Jeites en un género o en un concepto musical, sería una tarea difícil. A sus integrantes parece mucho no importarle tampoco. Las canciones se suceden del reggae al folk, de un carnavalito a un country: cada álbum con una propuesta diferente y bien lograda.  La esencia de la banda, formada por hermanos y primos de Mar del Plata y Necochea, pareciera estar en las vibras que transmiten a sus fanáticos. Los recitales de Jeites son la expresión pura de todo esto: en su última visita a Santa Fe el jueves 16 de octubre en Demos, luego de sonar el último tema el público pidió una canción más y siguieron tocando más de media hora, aunque no estuviera previsto y en la mañana temprano tuvieran que seguir la gira para Córdoba.

Así vive esta banda, mirando de reojo lo que viene, pero sobre todo, siendo protagonistas de lo que sucede ahora. Durante la visita por nuestra ciudad, Pausa entrevistó a Joaquín del Mundo, su cantante.

—¿Cómo se formó la banda?

—En Jeites de entrada somos familia. Somos primos y hermanos de Necochea y de Mar del Plata, así que nos conocemos hace rato. Por otro lado, cuando estaba terminando el colegio empecé a escribir canciones. Al principio me iba desde Mar del Plata a Necochea, a lo de Tomi Albach (bajo y voz). Ahí grabábamos de todo. Era el juego más divertido que existía. Grabar una voz y arriba de la tuya, una segunda y que armonizaran. En ese momento, empezamos a jugar con las voces. En un momento me independicé de Tomi y comencé a grabar mis propias canciones. Cuando estábamos en primero o en segundo año de la facultad, él en La Plata y yo en Buenos Aires, nos volvimos a encontrar musicalmente. En ese tiempo viajábamos los dos, a encontrarnos y cantar. Hasta que una vez escribimos una canción juntos. Eso dio origen a un dúo que se empezó a llamar Jeites. Esa canción es “Down the Valley” y nació de un juego básicamente.

—¿Cómo podríamos definir lo lúdico en Jeites y como se manifiesta?

—Creo que pasa mucho en el escenario. Hay muchas cosas que surgen de ese recuerdo, de esa cosa que te vuelve a atravesar en el cuerpo con una canción y a uno le da ganas de bailar. Bailar es casi jugar, es atreverse a hacer un movimiento o interpretar una canción. En el Disco Azul se ve muy bien porque lo grabamos nosotros y dejamos pistas de fondo de risas nuestras, de comentarios al principio o al final de las canciones, algunos mensajes subliminales. En alguna canción decimos: “Un mundo feliz de Aldoux Huxley”, ahí te tiramos un libro para que leas. Y eso, creo que es lo más importante: mantener la esencia del niño. Poder seguir jugando, disfrutando de estas mismas canciones, que escribimos ya hace mucho tiempo. También está el tema de las pinturas y las vestimentas, que se asocia más a lo murguero. A nosotros nos gusta definirnos como elegantes clown. Sentimos que la esencia del payaso y del clown también está presente. Un payaso, al menos en el teatro y el clown, es una persona que todo el tiempo se manifiesta como es: si está triste, alegre, emocionado, o si quiere compartir algo.

—¿Por qué le pusieron Jeites?

—Creo que la fonética de la palabra nos gustó de entrada. También estaba la posibilidad de llamarnos Latinos, Primos, Los smash brothers, y tantos otros que no voy a reproducir. Pero yeites era una palabra que usaba mucho mi tío, que hablaba mucho en lunfardo. Él hace música rock y baila tango, muy porteño el chabón, y usa mucho la palabra. Un día le mostré las canciones para que él tocara arriba, y dijo: “Yo tengo unos yeites para ponerle”. Desde ahí, creo que él nos empezó a decir yeites. Nosotros le pusimos la jota y quedó linda. Alguien me dijo alguna vez que era un grammelot: una palabra inventada, usualmente en el lenguaje de clown, o del bufón, y que significan algo para ese bufón.

—¿Qué se te ocurre con las palabras camino y viaje?

—Mi papá de chico siempre me decía “es un camino largo” o “walking to the mountain”, una de las pocas cosas en ingles que podía decir —recordó Joaquín entre risas—. Y es así, siempre se trata de un camino. También se me viene a la cabeza que de chico, con mi familia, viajamos mucho todos juntos, a viajes largos. Siempre están esas ganas de hacer eso, porque la verdad la gente en cada lugar es increíble. Uno cuando está afuera de casa, se siente del mundo. La vida es el viaje, la vida es un camino y estamos para transitarla y dejar algo. Pienso también en poder llegar: poder llegar a Santa Fe, poder llegar algún día a Misiones, poder ir a otro país, con Jeites. Creo que somos fieles a ese mensaje, aunque estemos la mayoría del tiempo en Babilonia, Buenos Aires, metidos en los edificios.

—En los primeros discos aparece esta influencia latina y de las culturas originarias, ¿De dónde viene?

—Al menos en mí, empezó con leer a Eduardo Galeano. Yo fui a un colegio privado, doble turno. Y no aprendí nada de América Latina y Argentina, más que qué presidente vino después de otro y qué reformas hizo. O leíamos sobre la Conquista del Desierto y no sabíamos qué era. Pero con Las Venas Abiertas de América Latina me puse a llorar, no lo podía creer. En ese momento, me empecé a rebelar contra todo lo que había aprendido, me parecía todo una mierda, me sentí como engañado. Creo mucho en la sabiduría indígena o la sabiduría de la tierra, o que todo está regido por la naturaleza y no por otros seres. También creo en las estrellas, en una energía que es la energía que hacemos todos juntos, creo en ciertos planes maestros y divinos. Pero, con respecto a las culturas originarias, creo hay que rescatar esto del sabio de la tribu, que son personas viejas. Creo que en nuestra sociedad eso es una grieta, nuestros viejos están silenciados.

—Y hacia adelante, ¿qué horizontes tenés? ¿Qué esperás de vos?

—Quiero seguir mejorando en un montón aspectos que tengo que trabajar en mí. Cada uno debe tener su lucha, yo tengo la mía, y me gustaría profundizar en cosas; mentales, físicas, espirituales. Y bueno seguir encontrando como una calma, no es que no esté tranquilo, es sólo que estoy en una búsqueda permanente, como que el espíritu está inquieto. Soy una persona tranquila pero internamente todo el tiempo me pasan cosas, es como un caos bienvenido, pero que hay que atravesarlo como a una tormenta. Así que show a show, de a poquito tomando decisiones, aprendiendo. Cantar una canción, que ese es creo nuestro rol, el de comunicar a través del arte y no hacer apología sin querer.

—¿Cómo en la canción “La marcha del poeta”?

—Claro, como “La marcha de poeta”. De hecho cuando hablamos de Santiago Maldonado, lo hicimos en el contexto de esa canción, en parte del tema gritábamos “¿Dónde está Santiago?”. La canción ya dice todo. Por ahí vos no decís nada y la gente va a ese encuentro. Después vos decís algo y alguno le suena raro, otros no entienden y otros te aplauden. Pero bueno, la música no tiene ese prejuicio, esa grieta, y eso es lo que hay que cuidar. Por supuesto, yo no quiero callar, yo quiero que se hable y se diga.

—¿Recuerdan algún momento como el más emotivo?

—Ahora se me viene a la cabeza la grabación del primer disco. Fue hermosa. Cagándonos de risa, todos juntos en una especie de campo de nuestra familia que compartimos desde muy chicos, un lugar muy nuestro, donde fuimos muy niños antes. También me acuerdo de un recital en la Castorera, que fue cuando presentamos el Disco Azul. Habíamos hecho un huevo gigante y disfrazamos a Adrián Berra de mono. Él salió así al escenario y quería romper el huevo. Después lo tiramos a la gente, hubo alguno que se quedó con el huevo, otra que se sacó una foto. Fue tremendo: ver que venía gente que bailaba era decir wow. Hubo un momento que no pensábamos en nada más que en tocar. También recuerdo cuando Fran Halbach (guitarra y voz) iba a ser papá, era muy chiquito: tenía 20 años. Ese día que nos enteramos, estábamos por arrancar a tocar en La Plata y abrimos con “Viaje fantasticular”, que es una canción de él. Cuando empezamos a tocarla, nos miramos entre todos y estábamos lagrimeando en el escenario, de la emoción. Pero bueno, el presente es el que vale, el real.

—Y con tu hijita Almendra, ¿se complica un poco viajar para tocar?

—Se puede hacer igual. Almendra como todo niño o niña, necesita mucha atención, entonces hay que encontrar los espacios para uno también. Es increíble la sensación de extrañarla un montón ahora. Desde ayer que no la veo y la extraño una bocha. Cada vez la quiero más. Es difícil, por momentos decís: “Uy ahora que se durmió voy a tocar la guitarra”, entonces estoy tocando bajito y se despierta. La verdad que Almendra es alucinante.

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