El tsunami de mujeres y el ascenso de un sujeto crucial para el 2019.

El 6 de marzo, la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito presentó, por séptima vez en 11 años, el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Congreso de la Nación.

Aún con un movimiento de mujeres en plena expansión, parecía casi imposible prever lo que terminó pasando: el partido gobernante anunció que no iba a obstaculizar la discusión del tema y que daba a sus legisladores libertad de acción. La desconfianza inicial ante este anuncio, por venir de una fuerza que mayoritariamente se había manifestado en contra del derecho al aborto –y que terminó aportando la mayoría de los votos en contra en ambas cámaras–, mutó en estrategia política. Desde ese momento comenzó una de las roscas parlamentarias más grandes de los últimos años, o al menos la más mediatizada, con miles de personas y cuentas en redes sociales siguiendo el minuto a minuto de las declaraciones que cada diputado, diputada, senador, daba sobre el tema. Cada voto contaba y los esfuerzos para lograr el número necesario fueron una lucha cuerpo a cuerpo.

Fuera de los despachos y pasillos rosqueros del Congreso, crecía con fuerza la marea verde. Cada martes y jueves, días en que se realizaban las reuniones públicas en el anexo de Diputados, había vigilias. En Santa Fe, y en el resto del país, comenzaban los pañuelazos. El domingo 8 de abril el Puente Colgante tembló, literalmente. Miles de mujeres transformaron el emblema de la ciudad en el símbolo de una lucha que desde ese momento no pararía de crecer y que llevaría el nombre de Ana María Acevedo como bandera.

En la mañana del 14 de junio, luego de más de 20 horas de debate, el movimiento de mujeres, fuera y dentro del Congreso, logró la media sanción histórica del proyecto de IVE. Adentro, las estrategias legislativas, afuera cientos de miles bajo el invierno helado de Buenos Aires, marcándoles la cancha a los de adentro y advirtiendo: de acá no nos movemos hasta que sea ley.

El Senado fue un escenario muy diferente: poco permeable a las demandas que grita la calle pero muy atento a los tirones de orejas del poder. Las Iglesias católica y evangélica, que habían tenido un rol más pasivo durante la contienda en Diputados, quizás porque no se esperaban la media sanción, salieron a jugar en serio.

Manifestaciones en todo el país fueron arengadas desde los púlpitos y las escuelas confesionales; la Catedral de La Plata fue la cochera del feto gigante de cartapesta; la UCA y la Universidad Austral aportaron expositores para dar argumentos en contra.

Aún con el resultado puesto desde antes de que comenzara la sesión del 8 de agosto, un millón de personas se volcaron a las calles porteñas, y otras miles en todo el país, en una de las manifestaciones más grandes de la historia argentina. Ese día un nuevo actor político –aún con poca representación partidaria– se instaló en la escena nacional: un movimiento de mujeres transversal e intergeneracional pero con fuerte presencia sub 25.

La derrota legislativa no fue gratuita, prolongó el calvario de la clandestinidad y la muerte en esas condiciones y sacó de las sombras a ese sector de la sociedad siempre hambriento de deglutir derechos. Pero las mujeres lograron la despenalización social: el aborto pasó de ser lo indecible a ser bandera. Ningún candidato/a del próximo año podrá eludir marcar su posición sobre el tema. Y esa es una victoria del feminismo argentino.

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