Tengo la ilusión de que posta la cosa sea con todes y entre todes. Y eso me genera también la responsabilidad y el compromiso de garantizar que esa ilusión se realice, se materialice.

El macrismo destruyó todo lo que se propuso destruir. Sí, hicieron lo que quisieron hacer y lo hicieron bien. Nadie obligó a Macri a denigrar el trabajo y la salud pública a secretarías del Estado. Tampoco nadie lo obligó a endeudarse con el FMI en una cifra récord que hipoteca el futuro de al menos dos generaciones de argentines. Mucho menos se vio obligado a sostener una economía basada en la especulación financiera que trajo como consecuencia la deuda anteriormente mencionada. Ni es que quitó las retenciones porque no le quedaba otra. Encima cuando tuvo que volver a exigirlas pidió perdón. ¿Algune de ustedes lo escuchó a Macri pedir perdón por dejar con su gobierno a 6 de cada 10 menores de edad en la pobreza? Yo tampoco. Podría seguir pero es repetir un día a día que se repitió 1460 veces. Para eso péguenle un repaso a la web de este periódico.

Es falso decir que son inoperantes que no supieron qué hacer. Solo podría pensar algo así alguien que les eche la culpa por no haber evitado la vuelta del peronismo. Digo esto porque nunca durante este gobierno noté alguna propuesta ejecutiva de políticas o leyes que alienten la inclusión de los sectores postergados de siempre. Hasta diría que todo lo contrario: reforma previsional, reducción del presupuesto para las áreas de prevención de violencia contra la mujer, desmantelamiento del plan Conectar Igualdad, desfinanciamiento en Ciencia y Tecnología, amén de lo ya dicho, entre otros hechos me hacen pensar que de inútiles no tienen nada: fue sistemático.

Algo similar sucedió en relación a los Derechos Humanos: la doctrina Chocobar y las recientes declaraciones de la ex ministra Patricia Bullrich en virtud del “gatillo difícil” que tuvo este gobierno son las muestras más evidentes de lo que la seguridad significa para el neoliberalismo macrista. En términos de políticas de Estado la lista, resumiendo, es inagotable, y domina siempre la tendencia a beneficiar a la minoría más rica en perjuicio de las mayorías más pobres.

Pero por otro lado, el gobierno de Mauricio Macri también destruyó los lazos sociales. En una dimensión –por mal llamarla– intangible y psicológica, se notó la –bien llamada– macrisis. Desde luego, quien vio además empobrecidas condiciones materiales de vida tuvo un doble padecimiento en el aspecto subjetivo. Pero a cada rato, ante casi cualquier vínculo personal, dominaba la discusión, o al menos la tensión de no discutir sobre política, ya que las consecuencias de hacerlo eran una situación de mierda y/o alejamiento.

En lo que a mí respecta, estos últimos cuatro años me distancié y/o evité a un montón de personas muy allegadas e incluso amigas por motivos políticos (que muchas veces trascienden lo partidario). En estos últimos cuatro años me pregunté como nunca antes por qué mis amigues son o eran mis amigues. ¿Qué nos une? ¿Nos hubiésemos podido hacer amigues una vez hechas visibles las diferencias políticas que mantenemos? Si no fuésemos amigues, ¿qué pensaría yo del otre? ¿No sería acaso el meme del que siempre me río o insulto? Y si bien yo sé muy bien que mis amigues siempre me defenderían ante una injusticia, no puedo evitar preguntarme si lo harían porque soy su amigo o porque padezco una injusticia. Y una vez amanecida esa duda, el lazo amoroso ya no es el mismo.

Estos cuatros años visibilizaron eso más que nunca: los sentimientos son políticos. Yo no estoy diciendo nada que ya no sepamos: lo personal es político. Y la política entendida en términos neoliberales hace esto con las personas: saca a la luz lo peor de nosotres.

Yo he vivido situaciones que nunca antes. Y no hablo de otres solamente. Hablo, sobre todo, de mí. Muchos vínculos amorosos (y amistosos) se hicieron mierda. El macrismo expuso las más profundas miserias de cada une de nosotres. Por supuesto no todo es miserable en cada une y sostuvimos vínculos imprescindibles, íntimos y necesarios. Pero el común denominador fue la aniquilación de ese vínculo amoroso con el otre: muchos vínculos comunitarios se empobrecieron. Y no es casualidad: pasamos de una política donde la patria es el otro a una donde el otro es un sospechoso.

Por suerte, esta política hoy se acaba. No digo que mágicamente todo se soluciona o resuelve de un día para el otro. Sí digo que las decisiones políticas podrán ser otras. Que el sujeto político podrá ser otro. Existe la posibilidad de que podamos vivir en otro clima de época, donde lo legitimado no sea el odio, la competencia y el sálvese quien pueda, o sea, quien cuente con los recursos para hacerlo. Tengo la ilusión de que posta la cosa sea con todes y entre todes. Y eso me genera también la responsabilidad y el compromiso de garantizar que esa ilusión se realice, se materialice. No pretendo dormirme en los laureles con el triunfo electoral consumado. Me siento responsable de haber echado al macrismo y esa responsabilidad me obliga a ser garante de mi voto. Se lo debemos a les otres, a les caídes en desgracia por culpa de Cambiemos. Seamos vigías, actores principales y responsables de una patria con el otro. Tengo la certeza de que no soy el único con esta ilusión, que no estoy solo. Eso es lo que me alivia y hace que hoy ya sea mejor que ayer, que pueda pensar de nuevo en un porvenir que tenga la obligación de asegurar.

No me voy a andar con eufemismos ni voy a pretender una falsa objetividad periodística: estos últimos cuatro años fueron una mierda y estoy muy contento porque hoy se terminan. Gabriela Michetti tenía razón: al final del túnel estaba la luz. Lo que no predijo es que esa luz era peronista.

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