No hay lugar para el olvido

“El Mirador de la Memoria” es un homenaje y un símbolo de libertad ante la opresión.

“El silencio de otros” es un documental que registra el periplo de víctimas del franquismo que llegan a Argentina para lograr la condena de genocidas por delitos de lesa humanidad.

“El Mirador de la Memoria” es un monumento que se alza sobre el valle del Jerte, en El Torno, España. Las esculturas pertenecen a Francisco Cedenilla Carrasco y constan de los cuerpos tiesos y desnudos de tres hombres y una mujer. Su sentido no es otro que recordar a las víctimas de la Guerra Civil (1936–1939) y, aunque no sea de extrañar, el orificio de una bala “completa la obra”. Aquel disparo no se remite a un simple acto de violencia e intolerancia cometido por vaya a saber quién, que no sería poco. Sino que, además, es la evidencia simbólica del terror que se busca enmudecer, anular y ocultar durante décadas. Con la intención de desarmar esa concepción de la historia, en consonancia con poner sobre relieve la lucha de sobrevivientes del franquismo por la verdad y la justicia, “El silencio de otros” (España, 2018, disponible en Netflix) se posiciona como un documental que interpela la fisura más honda y dolorosa que carga el pueblo español.

Bajo la dirección de Almudena Carracedo y Robert Bahar, el filme sigue los itinerarios de varias personas que, a lo largo de sus vidas, se empeñan en saber qué pasó con los restos de sus familiares y otras que sufrieron encarcelamientos ilegales y torturas durante la dictadura que comandó “el Caudillo”. Entre la emoción que suscita cada testimonio en sí mismo, la cámara que logra planos sensibles y poéticos, el sonido del viento, las pausas necesarias y las imágenes de archivo, el relato sigue una línea temporal de seis años de rodaje. Lapso durante el cual acontecen los hechos más relevantes de una lucha que golpea puertas, presenta escritos y eleva reclamos en oficinas y calles. En paralelo, pone al desnudo varios hitos de una historia política y social marcada en los cuerpos y la memoria colectiva: el golpe de Estado perpetrado en 1936 que busca ponerle fin a la República (con la buena mirada y el respaldo de Adolf Hitler); la Ley de Amnistía de 1977 acompañada por el Pacto del Olvido que es, lisa y llanamente, la decisión política (consensuada) de no remover nada en torno a lo ocurrido durante más de 40 años, y la denominada Querella Argentina que, bajo el caso abierto por la jueza María Romilda Servini de Cubría, se propone llevar a juicio a genocidas por delitos de lesa humanidad cometidos en España a lo largo del régimen franquista, acorde a la jurisdicción universal.

De esta forma, el metraje –producido por Pedro Almodóvar– se suma a las tantas producciones que se concentran en el valor de los derechos humanos ya en tiempos de democracia. Por lo tanto, no es un recuerdo sino que es presente. Y como un abrazo que no entiende de fronteras, Latinoamérica y, particularmente, nuestro país cooperan en una construcción de sentido clave: el olvido no se puede imponer, los crímenes deben ser juzgados, los culpables deben ser condenados y las víctimas deben tener justicia. De lo contrario, la democracia flota y fluye, pero carece de un pilar sólido que la garantice y la avale: la verdad.

Un Parlamento, dos reyes y más de un presidente (junto a mandatarios de otras naciones) conducen la concepción de forjar el futuro sin mirar atrás. Es así como varias generaciones no saben qué sucedió previamente a la muerte de Francisco Franco. En ese contexto, Chato guía a la cámara hacia el domicilio de su torturador, “Billy el Niño”. Ambos viven en Madrid, donde también se hallan varias calles que llevan los nombres de generales del régimen, como plazas y otros espacios públicos en toda España. Ese también es un motivo de repudio y pelea.

Además de Chato, se pueden conocer dos mujeres ya viejecitas. Una es María, quien muestra el lugar que fuera la fosa donde fue a parar el cuerpo de su madre –hoy, una ruta–. La otra es Ascensión, también busca saber dónde están los restos de su padre y recuperarlos. Las voces de otras mujeres se incorporan a la narración al exigir –en varios sitios de un mismo país– explicaciones sobre los destinos de sus hijos e hijas, que les fueran sustraídos ni bien acabado cada parto. Tal como en Argentina, una historia tan cruel como sanguinaria no se privó del robo de bebés.

Mientras se suceden los testimonios y se desarrolla lo ocurrido a partir de 2010 con un grupo de españoles y españolas que llega a Buenos Aires para declarar en el juzgado de Servini de Cubría, “El silencio de otros” le discute directamente al poder político y al Poder Judicial. En efecto, el conocido juez Baltasar Garzón inicia una investigación sobre los crímenes del franquismo, pero es suspendido acusado de quebrar la amnistía de 1977. A partir de entonces se inicia el proceso de la querella, según explica el abogado argentino Carlos Slepoy, tenaz defensor de las causas por los derechos humanos en varios países.

En 1976, al cumplirse un año de la muerte de Franco, gran parte de la población alza el brazo en su homenaje. Cuarenta años después, la escena se repite al entonar, una vez más, “Cara al sol”, el himno de la Falange Española. Estas imágenes forman parte del documental y, a pesar de la mala sorpresa y el rechazo que provocan, se vuelven una pieza pertinente y atinada al momento de comprender esa división, ese sentimiento tan vetusto y conservador, esa necesidad de dejar todo como está y evocar el orden cristiano y autoritario. Y todo acontece en la misma sociedad en la que otros y otras no quieren callar. Y hablan aquí y allá, con esperanza, entereza, paciencia y convicción. Tal como Nora Cortiñas, que con su pañuelo blanco, le abre los brazos a los españoles y españolas llegados a Buenos Aires en busca de justicia. Una justicia respetuosa de la condición humana y universal.

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