La última de Matrix, una película de constante metanarrativa, que muestra cómo creó a su público y cómo pintó de fósforo verde informático todo el siglo XXI.

Matrix se estrenó en 1999, pero no debe de haber sido hasta el 2000 que llegó al videoclub de mi pueblo. Mi amigo Joel era socio y todos los fines de semana alquilaba películas. Un día me llamó y me dijo que había alquilado una en la que las personas vivían dentro de máquinas. Él ya la había visto y quería conocer mi reacción al ser expuesto a la misma experiencia.

A partir de su descripción, yo había imaginado máquinas humanoides grotescas, con pies de tanques de guerra y cápsulas vidriadas en cuyo interior flotaban personas dormidas. Sin embargo, la interpretación que la película daba a la definición “personas que viven dentro de máquinas” era más sutil. En la escena en que Neo se despierta en su ataúd lleno de líquido amniótico, yo miraba fascinado la pantalla del televisor de rayos catódicos que la familia de Joel tenía en la cocina y Joel me miraba fascinado a mí.

Años después, Joel se convirtió en filósofo y puede que la película haya ejercido su influencia en tal elección. Yo me convertí en programador. Y en escritor.

Después de terminar de ver Matrix, la volvimos a ver. Luego buscamos en la web (también recientemente llegada al pueblo) y todas las semanas florecían nuevos sitios dedicados a la creación de las hermanas Wachowski. Imprimimos y leímos el guion. Usamos la estética de trajes de cuero negro y lentes oscuros para nuestro flamante grupo de usuarios de Linux. Pedimos en la biblioteca de la escuela el libro de Baudrillard (no lo tenían). Y volvimos a leer el cuento de Borges “Del rigor en la ciencia”.

Para el estreno de Matrix 2 y 3, ya era un estudiante universitario y vivía en la ciudad, por lo que pude verlas en el cine. Corrió la típica crítica que se le hace a las secuelas, aunque yo me alegré de que existieran. El círculo se cerraba, el elegido moría, esta vez para siempre, para redimirnos. Por ese tiempo también se estrenó Animatrix, una antología de cortos animados que arrojaban luz sobre algunos aspectos no explorados del universo de Matrix.

Y sin embargo, casi veinte años después, las redes sociales se inundaron con el anuncio de que en pocos meses se estrenaría una nueva película de la saga. Veo el trailer y quedo enganchado. Se muestra a un Mr. Anderson mayor, con barba y mirada perdida, que visita a diario a su psiquiatra y toma pastillas para evitar que el mundo de los sueños entre en su realidad. También vemos a Trinity, de regreso en la simulación; parece una mujer normal, una “señora”, pero cuando por casualidad se encuentran y se dan la mano, algo pasa.

El 24 de diciembre de 2021 estoy en mi casa, con mucho calor y cerrando un día laboral deliberadamente tranquilo. Un compañero de trabajo me cuenta que va a pasar la Noche Buena aislado porque el hisopado le dio positivo. Después de algunos meses de calma, la pandemia del Covid 19 parece reiniciarse como la secuela de la película. También me dice que ha descargado Matrix Resurrections para ver esa noche. La película vuelve a mi radar y giro mi sillón cuarenta y cinco grados, de la computadora de la empresa a mi computadora personal que junta polvo en otro escritorio, y abro mi cliente de Torrent.

La película empieza con una escena conocida. Trinity frente a su notebook en uno de los últimos pisos de un edificio semiderruido. Los policías suben por las escaleras y la iluminan de atrás con una linterna. Abajo, llegan los agentes. “I think we can handle one little girl”. “No, lieutenant, your men are already dead”. Pero la actriz no es Carrie-Anne Moss. Y además, detrás de las paredes, hay espectadores. Una es claramente una hacker del mundo real conectada a la matrix (su perfecto pelo azul y las ropas de diseñador la delatan), el otro es una presencia fantasmal, holográfica: es un operador que, desde una nave, la guía. Enseguida entendemos que estamos viendo una simulación, una reconstrucción de los hechos originales, que se ejecuta una y otra vez en busca de algo, pero ¿qué?

Luego de la única escena de pelea que logra conmover en toda la película (las que seguirán son sosas o sobrecargadas (pienso en la del tren en Tokio) o con efectos más pobres (¿peor explotados?) que los de las predecesoras). Decía, luego de la única escena de pelea memorable de la película, el espectador sale, salimos, a “una” realidad.

En esta resurrección dentro de la matrix, Thomas Anderson es un consagrado diseñador de videojuegos, autor de un juego en el que el concepto de la matrix es una ficción. Esto resignifica las tres películas anteriores. En el mundo de Matrix 4, ya no son películas que el público ha visto, sino juegos que la audiencia consumió.

¿Qué se puede decir al respecto? La misma película, en su constante metanarrativa, lo dice: la matrix (como el capitalismo) convierte todo en armas contra los humanos (weaponize). Los hechos y las ideas. ¿Y cómo logra Neo escapar una vez más? Este es uno de los detalles más inteligentes del guion. Thomas Anderson ha programado un agente a imagen y semejanza de Morpheus. El programa, dentro de la red (primero en la red del juego, aunque luego escapa a la red real que tiene interfaces con el mundo dominado por las máquinas) logra una autoconciencia y en esa autoconciencia descubre su propósito: encontrar a Neo.

Es interesante también como Lana Wachowski consigue resolver un típico problema de las películas de ciencia ficción que tienen secuelas muchos años en el futuro. No en el futuro narrativo; me refiero a que entre una película y la otra pasan muchos años en la industria. El problema es el avance tecnológico. La cuestión se ve con nitidez en Tron. Lo que vemos en la película original es pixelado en comparación con los gráficos 3D generados por aceleradoras gráficas de su secuela. ¿Cómo se resuelve esto en Matrix 4? Los hechos narrados transcurren sesenta años después de la guerra entre las máquinas y los humanos y, como en la realidad, la tecnología del mundo real de matrix también avanza: ahora hay centinelas de diseño más sofisticado, interfaces que permiten a programas de la matrix interactuar en el mundo físico con humanos y comunicaciones que hacen uso de mayor ancho de banda: la llamada de solo voz entre el operador en la nave (Tank en Matrix 1) y el hacker dentro de la simulación es reemplazada por la presencia holográfica que comenté antes.

Es muy fácil criticar a la película. Desde el personaje de la Trinity de la simulación (Tiffany), que primero es una madre de familia subyugada y luego tiene un taller donde arregla motos Ducati, hasta la trama que presenta explicaciones innecesarias (la autopercepción de los protagonistas) o muy complejas (el bypass requerido para despertar a Trinity), pasando por las escenas de pelea (que ya mencioné), los personajes no desarrollados y la explícita corrección política. No obstante, como dijo un director argentino, si llegaste hasta el final, la película te ganó. Podés patalear todo lo que quieras o, en la versión actual, rantear en las redes sociales, pero si tanto te disgustaba, eras libre de apretar stop antes del final. ¿Qué hace entonces que nos quedemos viendo la pantalla, conectados a esta nueva matrix, incluso que nos conmovamos?

Creo que la respuesta está en el hecho estético. Matrix, como Poe, creó a su público. El siglo XXI fue pintado con el verde tecnológico de esos caracteres que caían dentro de la pantalla. Y así como los niños encuentran el goce en la repetición, los espectadores somos infantes cuyas fibras íntimas son tocadas cuando se vuelve a representar la matriz que nos formó. Matrix Resurrections es un viaje de más de dos horas en el que, si el espectador lo permite, es llevado a otra realidad, a una simulación. Y esto, en definitiva, es uno de los objetivos del arte. No es casualidad que Lana Wachowski haya creado esta historia luego de la muerte de su padre y de su madre como una forma de superar el dolor.

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