Un escenario sin salidas claras. La expansión de OTAN hacia el este y las promesas rotas. Las razones materiales de la invasión. Occidente atrapado en sus contradicciones. Lo impensado: una guerra en las puertas de Europa.

Por Emilio Ordoñez*

La guerra desatada entre Rusia y Ucrania tiene varios significados, todos ellos relevantes para comprender un escenario caótico, dado el carácter fulminante de la operación militar rusa, que modificó de un plumazo todas las previsiones en torno a un conflicto en desarrollo desde hace meses en el plano diplomático, en un auténtico diálogo de sordos entre Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Un diálogo en el que las debilidades y las intransigencias de todos los actores condujeron a un escenario sin salidas claras, en el cual la guerra fue creciendo como opción sin que nadie en Occidente se atreviera a considerarla como probable.

Ante todo, el presente conflicto supone la confrontación de dos miradas contrapuestas. Por un lado, aquella que desde Estados Unidos percibe a Rusia como un gigante nostálgico de su pasado de hiperpotencia global de los tiempos de la URSS, y que debe, por tanto ser contenido. Del otro lado del globo, la percepción de Rusia como potencia cercada, con la OTAN en sus fronteras y bases militares rodeándola a lo largo de sus extensas fronteras, lo que ha alimentado su tradicional desconfianza en Occidente. Estas miradas, originadas en el período de Guerra Fría, siguen vigentes hasta hoy y forman parte de las “fuerzas profundas” detrás del eje regional del conflicto actual: el intento de reforma del esquema de seguridad europeo de posguerra fría y las aprensiones de Rusia con respecto a su formato actual.

Esto último refiere al proceso de expansión de la OTAN hacia el Este europeo, incluyendo a los países del ex Pacto de Varsovia, una secuencia que fue análoga a la expansión de la Unión Europea hacia estas regiones, expresando un reflejo y complemento de la expansión del modelo político y económico estadounidense hacia una región que, con la caída de la URSS, había decidido abrazar las formas políticas liberales tras años de dominio del comunismo como satélites de Moscú. Mientras Estados Unidos y Rusia mantuvieron una misma sintonía, a finales del siglo pasado, las rispideces fueron mínimas, pero conforme Rusia fue ganando espacios de poder ya bajo la administración de Vladimir Putin, la relación Rusia-OTAN se transformó en una de las tantas fuentes de la discordia en la relación con Washington y Bruselas.

Es por ello que esta crisis bélica es también el resultado de promesas incumplidas. Cuando el ex Secretario de Estado James Baker enuncia el principio de “not one more inch” (ni una pulgada más) a Mikhail Gorbachov en 1990 en la cuestión de la expansión de la OTAN, esto fue interpretado en años posteriores como un compromiso concreto. En este sentido, el pedido de garantías por parte de Vladimir Putin tanto a la OTAN como a Estados Unidos –que garantizara tanto el freno de la expansión de la OTAN hacia el Este, como el retorno de las posiciones militares en esta región al statu quo ante 1997– se basaba en el cobro efectivo de esa promesa. La línea roja, para Rusia, estaba ubicada en Ucrania, a quien se le había prometido en 2008 su entrada futura a la OTAN, en fecha no especificada. El temor de Putin era –y es– que territorio ucraniano fuera eventualmente utilizado para el emplazamiento de baterías de misiles, a minutos de alcanzar Moscú.

La obvia negativa por parte del presidente estadounidense Joseph Biden y de Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, probablemente estaba dentro de los cálculos de Putin. El rechazo a negociar cuestiones conexas tales como un despliegue limitado de armamentos en la frontera entre ambos actores dejó el mensaje de que ninguno estaba dispuesto a otorgar soluciones de compromiso mínimo que rebajaran la tensión general. De aquí surgen los dos relatos que llevaron al callejón sin salida: si para Rusia, Occidente no escuchaba sus preocupaciones en seguridad y no era capaz de cumplir sus compromisos (y no se aseguraba el status neutral de Ucrania en este marco), en el cálculo norteamericano Putin iba a romper con la dinámica del eje local del conflicto: la disputa ruso-ucraniana en torno a la cuestión de la zona del Donbass. Romper la dinámica implicaba, pura y simplemente, la invasión de Ucrania, un pronóstico repetido hasta el cansancio por Washington en las últimas semanas.

Moscú y Kiev

Este conflicto significó también la ruptura de las tensiones acumuladas en la relación entre Moscú y Kiev, sobre todo desde la llamada “revolución del Euromaidán” de 2014, que tumbó al gobierno prorruso de Viktor Yanukovich, quien fue reemplazado por una administración proeuropea y antirrusa, con apoyo tanto de la Unión Europea y Estados Unidos, un involucramiento que fue interpretado como una intromisión por Putin y como un intento de inclinar a Ucrania hacia Occidente. Esto llevó a dos hechos fundamentales para comprender lo que acontece hoy: la anexión rusa de la península de Crimea, y la secesión de las regiones de Donetsk y Lugansk, ubicadas en el Donbass, región industrial de habla rusa y con fuertes vínculos políticos, históricos y culturales con su vecino del Norte, quien apoyó económica y militarmente esta iniciativa. En este último punto se esconde la razón material de la actual invasión a Ucrania.

Los esfuerzos para resolver esta segunda vertiente pasaron por un alto el fuego y la elaboración de una hoja de ruta que pacificara la región a través del reconocimiento de las especificidades culturales de las regiones separatistas, y la construcción de un proceso político que “federalizara” el sistema político ucraniano. Este fue el fundamento de los dos Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, que fueron en gran medida incumplidos tanto por Kiev como por los sectores prorrusos, pero que parecía proveer un camino para avanzar en una desescalada general en la frontera militarizada por Rusia y, al mismo tiempo, generar confianza para abordar las preocupaciones rusas.

No obstante, las tensiones permanecieron en ambos lados de la línea de fuego, lo que proveyó a Putin del pretexto para declarar la independencia de estas regiones, un argumento que ya había sido usado en otras ocasiones: la protección de la población local de habla rusa. Veinticuatro horas después, anunciaba el inicio de “operaciones militares especiales” en la región, que pronto se revelaron como una maniobra de carácter general sobre todo el territorio ucraniano.

Dos ejes

la invasión puede entenderse mejor si se tiene en cuenta la relación entre los ejes regional y local del conflicto, y la ruptura de las tensiones al interior de éstos. También existen otros argumentos. El avance sobre Ucrania, que parece contradecir el argumento de proteger a las regiones prorrusas del Donbass, puede ser interpretado como un ataque preventivo ante una eventual inclusión de Ucrania en la OTAN, pero al mismo tiempo trae aparejado un mensaje dirigido tanto a Occidente como a otros países de su “extranjero cercano”: tal como ocurrió con Georgia en 2008, Rusia está dispuesto a defender su zona de influencia aún a costa de su aislamiento internacional, desplegando poder militar de forma decisiva.

Del lado occidental, tanto EEUU como Europa quedaron atrapadas en sus contradicciones propias, motivadas por factores diversos. En el primer caso, la necesidad de recuperar confianza entre sus aliados tras el fiasco de la salida desordenada de Afganistán impidió a Biden darse margen para otorgar concesiones sobre puntos de agenda secundarios a Rusia, por temor a perder credibilidad ante sus aliados. En el segundo caso, las debilidades derivadas de la dependencia energética europea al gas ruso y la historia tumultuosa de los países del este europeo con Rusia llevaron a una disonancia diplomática que condicionó el accionar europeo, lo que fue aprovechado por Putin para hacer avanzar sus objetivos. La conjunción de todas estas variables, en definitiva, hicieron posible lo impensado: una guerra total a las puertas de Europa.

 

*Investigador del CEPI (Centro de Estudios Políticos e Internacionales) y del portal fundamentar.com

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