Festejo del cumple de 4 años de la hermana más chica de Mariángeles Guerrero en febrero de 2003. En la foto aparecen (de izquierda a derecha): su primo Cristian Olivera, su hermana María Milagros, su otra hermana María José, ella y su vecina Ivana Cuevas. La señora es Luisa Guadalupe Ochoa. Es el último registro fotográfico de Mariángeles junto a su abuela, quien falleció a los 56 años durante la inundación, mientras estaba evacuada en la escuela 18 Falucho. Foto: familia de Mariángeles Guerrero.

Relato de Mariángeles Guerrero, 10 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Barranquitas.

Me llamo Mariángeles Guerrero, actualmente vivo en Santo Tomé por cuestiones laborales. Me recibí en Comunicación Social y soy periodista. 

En el 2003 tenía 10 años recién cumplidos y vivía en el barrio Barranquitas, en Santa Fe, con mi papá, mi mamá, mis dos hermanas más chicas, mi abuela y mi tío materno. Vivíamos en dos casas que están en el mismo terreno. En la parte de adelante residían mi abuela y mi tío, mientras que los demás vivíamos en la parte de atrás. Pero prácticamente estábamos todo el tiempo en la casa de mi abuela.

Hasta el año 2002 había ido a la escuela primaria de Lourdes y en el 2003 me cambié a la escuela primaria 1250, Almirante Brown, casualmente, ese mismo año de la inundación. El espacio que frecuentaba mucho en aquel momento era la iglesia del barrio, con mi abuela. No teníamos muchos recursos económicos como para salir seguido a otros lugares de la ciudad. De hecho, empecé a frecuentar el centro porque me cambié a una escuela céntrica, pero básicamente estaba todo el tiempo en el barrio, fundamentalmente en la iglesia. Mi abuela era muy allegada a la parroquia San Franciso Solano que estaba a unas cinco cuadras de mi casa aproximadamente, era un tramo que entonces estaba mucho menos poblado. Con la iglesia hacíamos trabajo social. Ayudábamos a los vecinos, a personas que estaban enfermas. Mi abuela hacía eso y yo la acompañaba.

Para hablar de la inundación me tengo que remontar al 26 de abril. Me acuerdo que lloviznaba bastante y que habíamos ido a rezar. Como contaba, yo andaba mucho con mi abuela, la seguía mucho. Ese sábado lloviznaba y tengo ese recuerdo inmediato de lo previo que pasó. Habíamos ido a la casa de unas vecinas, ahí sobre la avenida Perón, a rezar un rosario porque era muy frecuente que nos juntáramos a rezar. Recuerdo que nadie decía nada. O sea, el clima venía bastante feo hacía unos días, pero nadie estaba diciendo que nos íbamos a inundar. Creo que en ese momento nadie se imaginaba que tres días después íbamos a estar en esa situación tan angustiante. Después, el lunes 28 a la tarde también volvimos a hacer un rosario en una plaza, en el mismo barrio, un rosario tipo comunitario, no me acuerdo cómo le decían en su momento pero era como un rosario abierto. Estábamos en una plaza y rezábamos las vecinas, más que nada mujeres. Cuando terminó el rosario ya era de nochecita porque era otoño, estábamos regresando con mi abuela y la policía estaba cortando la avenida Perón. Mi abuela se acercó y preguntó qué pasaba, si había algún problema, y el policía le dijo que sí que había un poco de agua allá por la calle Perú, pero le dijo: “no se preocupe señora, vaya a su casa, no pasa nada”. 

Cuando llegué a mi casa, mi papá empezó a decir que había escuchado que se decía que se venía el agua. Tengo como recuerdos infantiles. Pese a que por el lado de mi familia materna, fundamentalmente, éramos la tercera o cuarta generación de estar ahí en el barrio, yo no sabía lo que era inundarme, personalmente nunca había vivido una inundación. Yo vivía sobre la calle Brasil que estaba en una parte más alta, donde ni siquiera cuando llovía entraba agua. Tal vez alguna vez nos ha entrado un poco, pero si entró por lluvia la verdad es que no lo recuerdo. Hasta ese momento yo no había tenido una experiencia directa de lo que era una inundación, pero sí mi abuela. Entonces cuando mi papá dijo que se iba a venir el agua, que se iba a venir una inundación, lo único que hice fue poner una biblia de los niños, que me había regalado mi mamá y que tenía unas ilustraciones muy lindas, arriba de una silla, porque pensé que así no se iba a mojar. Así que eso fue todo lo que hice. Y dije “bueno, listo, por si nos inundamos a la noche”. La dejé ahí arriba y nos fuimos a dormir. Estaba esa posibilidad de inundarnos, pero nadie tomaba mucha consciencia de lo que estaba pasando, no lo sabíamos realmente. 

A la mañana siguiente me levanté porque sonó el teléfono, escuché que mi mamá hablaba con mi tía y le decía “no, agua acá no”, como que no entendía lo que mi tía le comentaba. Me levanté a ver qué pasaba y mi mamá me dijo que era mi tía, que vive en barrio Los Hornos, y que le estaba entrando el agua a ella. Entonces había llamado a mi casa para ver si a nosotros también nos estaba pasando lo mismo. En ese momento mi mamá estaba estudiando la última materia para recibirse de abogada, ella era maestra en la escuela del barrio, la 18 Falucho, y también estaba estudiando. Yo me levanté, me cambié, como siempre, como un día normal, es decir, me puse la ropa sobre la que pasado el mediodía me iba a poner el guardapolvo para ir a la escuela. Fuimos hasta la vereda y vimos que sobre la calle Brasil, hacia el norte, se veía que venía agua. Ahí, en ese justo momento, llegó mi abuela que trabajaba como portera en la escuela del barrio y contó que la gente se estaba inundando, que la gente estaba muy angustiada. Mi abuela era una persona que enseguida se hacía carne de lo que le pasaba a los demás, entonces estaba muy mal. Decía “las mujeres lloran, la gente está perdiendo todo”. Y ahí se angustió ella también, ella que era muy alegre ese día estaba mal. 

A partir de ese momento comenzó a venir la gente por la calle. Todo esto fue muy gradual, la llamada telefónica habrá sido como a las nueve de la mañana y después, durante las horas siguientes, veíamos que el agua iba avanzando cada vez más, lentamente pero avanzando. Sobre todo ese día, mientras el agua avanzaba la gente venía desde el oeste. Había mucha gente por Iturraspe, que es una calle principal de esa zona del barrio, toda la gente pasaba caminando por ahí, llorando, diciendo “perdí todo”. Entonces, como la calle donde yo vivía era una cortada, los vecinos, ante el desconocimiento de que se trataba de una situación de gran magnitud, empezaron a construir una especie de defensa con bolsas de arena de esquina a esquina para impedir la llegada del agua a la calle, pensando que con eso la iban a poder frenar. 

Me acuerdo que yo todavía seguía con mi mentalidad infantil, antes de ver que la gente lloraba y todo eso. Cuando salí a la vereda y empecé a ver el agua que ya se acercaba al cordón sobre Perón e Iturraspe, recuerdo que le dije a mi abuela “esto es como Venecia” y mi abuela me dijo “no, Ángeles, esto no es como Venecia”. Y ahí empecé a ver a la gente que lloraba y dije “no, esto no es como Venecia, esto es muy grave”. Pero como que no lo podía dimensionar. 

A partir de entonces era ver cómo construían y armaban los propios vecinos esa especie de barrera. Toda la gente participaba, se armó una cuestión muy solidaria en la cuadra. Yo, como mencioné antes, tengo dos hermanas más chicas. Mi mamá no quería que ellas salieran a la calle y vieran la situación, entonces las mandó adentro, las puso a ver dibujitos y se quedaron en la pieza mirando la tele. En cambio, a mí me dejaba estar en la vereda porque era la más grande. Cada tanto me mandaba a verlas, me decía “andá a fijarte cómo están tus hermanas”. En algún momento de esa mañana también rezamos, como se puede ver, mi familia es muy católica. Incluso mi abuela le puso una velita a la virgen. Se cortó la luz. Y en determinado momento, hacia la una de la tarde, mi mamá me mandó una vez más a ver cómo estaban mis hermanas.

Cuando entré a mi casa, que estaba en la parte de atrás, vi que afloraba el agua a través de la pared y por el piso. Me asusté y traté de volver a la vereda a donde estaba mi mamá para avisarle que estaba entrando agua por la pared, pero no logré terminar de atravesar el pasillo. La puerta estaba abierta, yo quería salir por ahí, pero cuando estaba llegando vi una ola grande que se metió, así que apenas atiné a volver corriendo a donde estaban mis hermanas y a saltar arriba de la cama. Cuando salté arriba de la cama, la cama flotó. El agua se metió con esa fuerza que solo me dio tiempo a correr y a saltar para no mojarme. Me acuerdo de que mis hermanas empezaron a gritar. Ellas estaban acostadas y de repente entró el agua abruptamente, la cama flotaba y daba vueltas en círculo adentro de la pieza con nosotras encima. Además, nosotros teníamos una mesita, una especie de cómoda pero más chiquita, donde estaba el televisor, uno de esos viejos, grandes. El televisor se cayó y yo lo atajé con la pierna, se me cayó arriba. Y enseguida entró alguien, mi mamá o mi papá, me sacó el televisor de encima que se cayó al agua, nos dijo “quédense acá, que vamos a ver…”. Nadie sabía qué hacer, ni los grandes ni los chicos. Fue muy caótica esa parte.

En ese interín, mi mamá, mientras veía que el agua avanzaba cada vez más, había armado una mochila donde había puesto alguna documentación y también nos había dicho a nosotras que juntemos algunas cosas importantes. Yo junté los libros de la escuela y nada más, me acuerdo que agarré un diccionario de inglés que me había regalado mi abuela. 

Entonces, nosotras estábamos muy asustadas. Antes de esta situación se había dado una conversación entre mi mamá y mi abuela. Mi mamá le preguntó “¿si entra el agua a dónde vamos?” y mi abuela le dijo “bueno, si la Mari también está inundada...”, en referencia a nuestra tía, “...vamos a la escuela, sino ¿a dónde vamos a ir?”. Es decir, a la escuela donde trabajaban ella y mi mamá. Entonces, eso fue lo que ocurrió. Nosotras tres llorábamos del susto más que nada, porque fue muy rápido el ingreso del agua, mientras mi papá, mi tío y mi mamá daban vueltas porque no sabían qué hacer. Nos agarraron y nos pusieron arriba de una mesa que era más alta y nos quedamos ahí esperando. Me acuerdo que tenía frío, que tenía miedo y que escuchaba que el agua ya había entrado y se había estancado a la altura de una mesa, alrededor de un metro. Nosotras estábamos subidas ahí y mientras ellos veían qué hacer, a dónde ir, todo eso a lo largo de media hora más o menos. Entonces dijeron “vamos a la escuela”. Mi papá me levantó a mí en los hombros, mi tío a mi hermana y un vecino a mi otra hermana. Mi vieja salió con el bolso que se había armado con todos los documentos, que es todo lo que llegó a sacar. A todo esto, mi abuela estaba mal porque ella ya había vivido la inundación del 73 y había perdido en esa ocasión su rancho, su casilla. Ella sí sabía lo que el resto de la gente no había vivido. 

Fuimos hasta la escuela, que queda a unas tres cuadras de la casa de mi familia, a través de unos pasillos internos que hay en el barrio, porque por Iturraspe no se podía avanzar porque ya había agua. Nos dimos cuenta de que el pasillo estaba seco dentro de todo, entonces salimos por ahí. Me acuerdo que seguía llorando y que mi abuela me dijo algo que me quedó marcado para siempre, “no llorés que está toda la gente en la misma situación”. Eso me quedó marcado porque ella no se quedó llorando, por más que estaba mal se puso inmediatamente a ayudar a los demás, a armar la olla para comer a la noche, se activó enseguida y por eso esa frase suya me quedó super grabada.

El 29 a la noche mi tío decidió quedarse arriba del techo de la casa, mientras nosotros estábamos en la escuela Falucho. Me acuerdo que a la noche se escuchaban muchos helicópteros y disparos, era todo muy caótico. Nosotros habremos llegado a las dos de la tarde más o menos y hasta la noche la gente seguía llegando, muy desesperada, muy angustiada. Se iban poniendo como podían en las aulas de la escuela. Se hizo una olla de la cual mi abuela participó, se hizo un guiso y se rezó de nuevo, porque estábamos siempre rezando. Se hizo un rosario entre la gente en el patio de la escuela, además los que estábamos ahí nos conocíamos, éramos todos del barrio. En ese momento, por primera vez en el día, me sentí un poco más tranquila, porque ya habíamos comido, estábamos en un lugar seco y todos juntos, o sea, estábamos a salvo, entre comillas. Pero esa sensación duró poco porque al ratito nos avisaron desde la institución que probablemente la escuela también se iba a inundar y querían evacuarla. Entonces trajeron un camión y se iban a llevar a la gente, aunque no se sabía a dónde, decían al puerto, pero nadie tenía certeza. En ese momento, sin celulares como ahora y sin posibilidad de comunicarnos, mi abuela no quería irse porque decía que mi tío se iba a quedar solo arriba del techo y se cuestionaba entonces cómo se iban a encontrar después. No fue una cosa que ella impuso, mi mamá y mi papá estuvieron de acuerdo en no irse. Se escuchaban disparos, se notaba que estaba bastante raro el ambiente y sumado a eso nadie tenía certeza de a dónde te iban a llevar, porque tampoco se sabía bien. Eso fue alrededor de la medianoche. 

La mayoría de la gente se fue y nos quedamos solos en la escuela. Quedó mi familia nomás y la directora que estaba ahí también. Como es una escuela antigua, en el primer piso hay una casita para la directora, así que ella vivía en la escuela. Pensamos que si se inundaba nos íbamos arriba del techo. Era por una cuestión de no separarnos. Mi papá estaba en ese momento, pero él también había ido a la casa, él iba y volvía, hasta que en un momento dijo “no se puede entrar más”. Recuerdo que se puso a llorar. Era muy raro ver a los adultos llorando, pero en esa situación estábamos todos llorando, los grandes y los chicos. Así que nos quedamos en la escuela que, al final, no se inundó. Creo que llegó el agua hasta la parte de atrás pero no llegó a entrar. 

Lo que recuerdo del 29 son esas frases que comentaba y la actitud de mi familia, sobre todo de mi abuela. Esa cuestión de que a medida que iban pasando las horas se volvía todo más caótico porque el agua iba subiendo más. Pero también recuerdo la tranquilidad de saber que estábamos juntos. 

Nos quedamos en la escuela hasta el 1 de mayo a la tarde. Dormíamos en el piso obviamente, estábamos evacuados, no teníamos nada. Yo estuve con la misma ropa puesta esos tres días, mi hermana también, mi papá también. El primer día, el 30 de abril, salió un poco el sol y me acuerdo que todos festejamos porque si había salido el sol era algo bueno, había parado de llover. Recuerdo también el sonido de cuando dinamitaron Mar Argentino, no sabía qué era entonces lo que estaban haciendo, pero recuerdo que se escuchó el sonido de las bombas y dijeron “están dinamitando la circunvalación para que corra el agua”. Claro, después cuando reconstruyo la historia me doy cuenta de que eso era lo que estaban dinamitando ese día. Además, recuerdo que había un televisor donde habíamos podido ver algo de lo que pasaba en los noticieros de Buenos Aires, que mostraban toda la ciudad tapada, pero eso fue un día nomás. 

El jueves 1 de mayo fuimos con mi mamá y mis hermanas a buscar agua a la escuela Uruguay porque no teníamos nada para tomar. Fuimos a buscar bidones de agua o comida, algo así, a esa escuela que queda como a unas seis cuadras de la Falucho, teníamos que atravesar un tramo que eran cuadras largas, porque era la otra punta del barrio. Cuando volvimos hacia las cinco de la tarde, mi abuela empezó a decir que se sentía descompuesta. Ella nos hizo la merienda, porque a todo esto seguíamos una rutina de comida, comprábamos en el super y cocinábamos en la cocina de la escuela, dormíamos en el comedor de la escuela, así que dentro de lo posible manteníamos una rutina en ese contexto. La rutina de una familia que no tenía absolutamente nada. Mi abuela nos dio la leche y empezó a decir que se sentía mal. Se llegó a acostar sobre uno de los colchones en que estábamos durmiendo y eso es lo último que yo vi, porque había una amiga de ella, Cristina Scalcione, que nos había ido a visitar a la escuela que me dijo “llevate a tus hermanas de acá”. Es lo último que vi en ese momento. Después escuché que llamaron a mi mamá que se estaba bañando, es una manera de decir, estaba en el baño de la escuela tirándose agua con un tarro. La llamaron y le dijeron “tu mamá está descompuesta”. Yo escuchaba que ella le gritaba que reaccione, le gritaba “¡mamá, mamá, reaccioná!” y mi abuela no reaccionaba. Lo siguiente que vi fue que se la llevaron en una camilla. Mi mamá se fue con ella en la ambulancia y nos quedamos mis dos hermanas y yo con amigas que llegaban a visitarla a mi abuela o a mi mamá. Eran maestras de la escuela que sabían que estábamos en esa situación, así que llegaban para ver en qué se podía ayudar, o gente que había vivido en el barrio en su momento y que después se había mudado, que no estaba inundada y que venían a ver si necesitábamos algo. En ese momento, una maestra (Griselda Marioni) le dijo a mi papá “yo me llevo a las nenas” y nos fuimos las tres a la casa de esta maestra que vivía por ahí cerca de la avenida Facundo Zuviría, en una zona que no se había inundado. Al rato llegó mi mamá. Yo sabía que lo que le había pasado a mi abuela era grave, pero estaba re convencida de que ella iba a estar bien. Pero llegó mi mamá y nos dijo que mi abuela había fallecido. Después de eso ya no volvimos a la escuela, nos quedamos un par de días en la casa de la maestra. 

Mariángeles, con 2 o 3 años, junto a su abuela Luisa. La foto es del año 1995 aproximadamente. Foto: familia de Mariángeles Guerrero.

Luego del sepelio, mi tía, la de Los Hornos, que también se había inundado y ya le había bajado el agua, le ofreció a mi mamá que vayamos a su casa, así que estuvimos ahí unos días también. En la casa de mi tía fue todo un poco más complejo, porque ellos también estaban recién inundados, entonces estábamos durmiendo en un lugar aún mojado. Me acuerdo que como ya era mayo hacía frío y aún así estaba el ventilador prendido todo el tiempo para que la pared se secara. También me acuerdo que me habían puesto una vacuna porque habían surgido muchas pestes y plagas. Mi hermana dice que era la de la hepatitis y yo digo que es la de la leptospirosis, no nos ponemos de acuerdo, pero la cuestión es que se me hinchó todo el brazo. Como dormíamos juntas en la misma cama en lo de mi tía, el brazo me daba contra el placard. Ese dolor tan fuerte en el brazo y el frío de las paredes mojadas es algo que tengo muy presente en la memoria del cuerpo. La vida en lo de mi tía se volvió un poco insostenible, porque incluso estábamos en una situación que familiarmente era muy fuerte, estábamos de duelo. Durante ese tiempo todo estaba muy atravesado por la ausencia repentina de mi abuela.

Nos terminamos yendo de lo de mi tía porque otra maestra (Elisabet Mata) tuvo el gesto de prestarnos un departamento. Ella tenía en Las Flores un departamento que todavía no estaba habitado, porque se estaba por casar y era el lugar al que proyectaba irse a vivir con su marido luego del casamiento. Vivimos ahí unos dos meses. Lo mismo, sin nada. No teníamos donde dormir, pero de a poco nos fuimos acomodando. 

La verdad es que estoy muy agradecida con esa gente que nos dio una mano en esa oportunidad que fue tan dura para nosotras. Por ejemplo, algo tan mínimo como comprarnos una ropa para que nos pusiéramos, porque hacía días que estábamos vestidas con lo mismo, porque no habíamos tenido posibilidad de sacar nada, pensando que el agua iba a entrar un metro y ya, siendo que terminó todo tapado con dos metros de agua. Lo que recuerdo mucho es esto de la ayuda de las personas. Y, además, lo que recuerdo es darme cuenta de que había perdido mi infancia. 

Nosotras, las tres hermanas, como que tomamos enseguida la actitud de no llorar y de portarnos bien. Cuando empezó a bajar un poco el agua y mi papá iba a mi casa, yo le preguntaba “¿está tal cosa?” y él decía “no, no está”. Lo peor, para mí, es que yo me daba cuenta de que estaba perdiendo cosas asociadas a mi abuela. Mi abuela me había regalado un muñeco, por ejemplo, yo era chiquita y lo tuve toda la vida. Cuando le pregunté a mi papá y me dijo “no Ángeles, el muñeco no está”, yo me puse a llorar. No era el valor material, era darme cuenta de que iba a volver a una casa en que mi vida anterior ya no estaba en ningún sentido.

A finales de mayo, principios de junio, volvimos a nuestra casa. Regresar fue muy triste, porque no estaba mi abuela y no había nada de la casa propiamente. No estaban los muebles, no estaban los juguetes. Era la casa vacía en todo sentido. No estaban sus plantas, no estaban sus cosas. Ella era una abuela joven, tenía 56 años apenas, entonces era como que siempre estaba jugando con nosotras. Los primeros diez años de mi vida fueron hermosos porque ella estaba ahí y porque ella era así. Por ejemplo, ella arreglaba ropa y entonces siempre nos disfrazábamos con mis hermanas con la ropa que ella arreglaba o hacíamos esas travesuras. Y cuando volvimos a la casa ya no había más nada de todo eso. 

Fue bastante precario el primer tiempo. Porque aparte mi mamá se enfermó, mi papá estaba mal, toda la gente estaba como ida. No había en esa época tampoco mucha conciencia sobre la salud mental. No había conocimiento de lo que era la ansiedad, de lo que eran los ataques de pánico, de lo que eran las fobias que empezó a tener la gente en ese momento. Entonces estaba todo como muy anárquico.

Y lo que fue el Ente de la Reconstrucción también fue super violento. Recuerdo ir a hacer filas para que nos dieran algo, que era lo que nos correspondía. En ese sentido como que sí tuve una conciencia muy fuerte de lo violento que era todo, porque por ejemplo te bajaban la categoría de la casa para darte menos plata. Cuando vos pagabas los impuestos tu casa tenía una categoría, a mayor categoría era mayor el impuesto que pagabas. Después de la inundación bajaron todas las categorías de las casas del oeste porque dijeron que era zona inundable y, por ende, nos querían dar menos dinero del que nos correspondía de acuerdo a la categoría que habíamos tenido y pagado todo el tiempo anterior.

Al final a todos nos dieron algo, pero no alcanzaba para nada. Además tenías que ir a hacer una fila, lo que también era súper violento. Era como mendigar prácticamente. No es que nosotros queríamos la plata para... Viste que los pobres siempre tenemos que estar dando explicaciones de para qué queremos la plata. Pero era real, no es que queríamos la plata para irnos de paseo, sino que era algo tan simple como comprar una cama, porque estábamos durmiendo mi hermana y yo en la misma cama porque no teníamos otra. Era lo mínimo y ni siquiera alcanzó para eso.

También lo vi en vivo y en directo a Reutemann cuando dijo que a él no le avisaron, a eso lo vi en la casa de mi tía en vivo. Recuerdo que ahí comencé a sentir mucha bronca porque sentía que era muy injusto todo lo que había pasado. 

Creo que lo que pasó con mi abuela fue porque ella vio toda esa situación del agua entrando de esa manera y creo que si las cosas se hubieran manejado de otra forma quizás ella estaría viva. Es duro decir “quizás no se hubiera muerto”. Después cargar con eso, o sea, vivir la preadolescencia y la adolescencia con esa sensación hizo que yo casi hasta los veinte años no pudiera hablar del tema porque me largaba a llorar. Obviamente que lo he hablado, que se lo contaba a mis amigos, pero a mí me costaba mucho construir un relato. Es decir, todo esto que estamos hablando ahora sin llorar solamente lo pude contar mucho tiempo después, porque yo sentía toda esa situación injusta y violenta, incluso también todo el manoseo que vivimos después los inundados. 

Al principio nos sumamos al movimiento de inundados, lo que fue La Marcha de las Antorchas. De esa instancia tengo una anécdota de mi hermana, que en ese momento tenía 4 años, que cuando estábamos gritando frente a tribunales “¡Justicia! ¡Justicia!”, ella dijo “¿quién es esa señora Justicia que no sale?”. Después dejamos de ir ahí porque mi mamá empezó a tener depresión y cada 29 era revivir eso, no lo pudo sostener. Mucha gente sí lo pudo sostener. Hoy en día, trato de participar porque me parece que es importante dar testimonio de todo esto. Por muchos años me costó hablar del tema, ni siquiera lo podía articular, pero ahora lo hago porque tengo el convencimiento de que la gente tiene que saber lo que pasó y no olvidarse. 

Más allá de la plata, la bronca era por toda esta injusticia, porque no hubo asistencia psicológica a las víctimas, ni tampoco hubo reconocimiento oficial de la muerte de mi abuela como una muerte provocada por la inundación, siendo que mi abuela era una persona sana, que no tenía problemas cardíacos y que terminó muriendo de un infarto muy joven. No hubo ningún tipo de asistencia. Mucho menos la intención de avisar, todo lo que fue la parte previa del aviso no existió. Yo cuento esta anécdota del policía porque ellos sí sabían lo que pasaba, o sea, el Estado sabía y le dijeron a mi abuela que se vaya a dormir tranquila. Nosotros realmente estábamos desconociendo todo lo que ocurría.

Lo que más lamento a nivel personal es haber perdido a mi abuela, que era una gran persona para mi vida como niña, pero también para la comunidad. Esto que digo de que éramos fantasiosas es porque habíamos vivido una infancia muy linda con ella. Ella jugaba con nosotras y nos enseñó cosas muy importantes, esto de siempre estar ayudando a los demás es una enseñanza muy grande que nos dejó. Sin duda, lo que más me duele de esa experiencia y más me marcó la vida es haber perdido a mi abuela. 

También como consecuencia de la inundación creo que la ciudad se desestructuró mucho a nivel social, la gente en general quedó muy mal. Esto que comentaba de que nos juntábamos a rezar todo el tiempo con las vecinas paró. La gente estaba mal y no estaba sabiendo procesar lo que había pasado, como mencionaba antes, no había ningún tipo de asistencia de nada. Incluso ver a la gente responsabilizándose fue muy duro, como sociedad y para la subjetividad de las personas que vivimos eso. Esta culpa de decir “bueno si yo me hubiera ido antes, si no me hubiera puesto a hacer esa defensa de esquina a esquina…” y vos decís “no, por qué, si no es tu culpa”. Pero la gente vive con ese pesar desde hace veinte años.

Yo tengo recuerdos muy lindos de la iglesia, pero todos antes de la inundación. Después la gente estaba como ida. A pesar de que éramos familias humildes y obviamente había personas en diversas situaciones socioeconómicas, por ejemplo, en mi familia tenían empleo formal registrado, lo que no era el caso de todos en el barrio, pero sí había mucho esto de compartir. Íbamos al cumpleaños de la vecina, hacíamos chocolatadas en la iglesia a las que íbamos todos los chicos del barrio, hacíamos muchas actividades comunitarias. Y yo eso después no lo recuerdo. No quiero decir que se haya dejado de hacer, pero por lo menos en mi familia y también en otras, la gente ya no estaba de ánimo para esas cosas. Es como que se perdió la alegría en cierto sentido.

No todos mis compañeros de la escuela se inundaron, porque al ser una escuela céntrica era muy diversa la situación y la procedencia de los estudiantes, había chicos de muchos barrios distintos. Algunos no se habían inundado. Lo que recuerdo de la escuela es que había sido centro de evacuados y por eso tardó un tiempo en reabrir como escuela. No tengo mucho más para decir sobre eso, porque la inundación para mí transcurría más que nada por lo barrial, por la familia. Obviamente las maestras sabían la historia. Recuerdo que un día nos hicieron escribir, incluso todavía tengo el texto que hice, cómo habíamos vivido la inundación y yo escribí lo que nos había pasado. Pero no más que eso. Creo que como sociedad nos costó mucho procesar y poner en palabras. Quizás a nivel estudiantil, como esa escuela se compartía con el secundario, sí había más cosas. Digo, por ejemplo, unos años después cuando pasé a la secundaria desde el centro de estudiantes hacíamos actividades conmemorativas y demás, pero en ese momento inmediato no, la gente estaba todavía ante la perplejidad de lo que había pasado. 

A mí me pasaba con mis amigos que no lo habían vivido o con gente a la que yo le contaba, incluso gente que no es de Santa Fe, que cuando les decía “me inundé hasta el techo” yo sentía que nadie lo dimensionaba. No digo que no sientan empatía y no digo que la empatía sea imposible. Pero siento que el volver a tu casa y que esté todo mojado, que todavía siga brotando agua de la pared tiempo después o que todo tenga un olor a podrido realmente muy específico, nadie se lo imagina concretamente. 

Ese olor nauseabundo yo lo siento al día de hoy y me doy cuenta. Es un olor a humedad muy persistente y un olor a podrido, como algo que se está pudriendo, de lo más desagradable. Porque por ahí la gente te dice “bueno, te entró agua de río”, pero no, ahí vino de todo, toda la mugre de la ciudad. Eso quedó hasta en la ropa. Justamente algo que recuerdo de esa época es que mi mamá estaba deprimida y teníamos que llevar la ropa a lavaderos, porque había quedado tan clavada en el barro que tuvimos que ir a la lavandería varias veces con bolsas enteras llenas de ropa, la ropa de toda la familia básicamente. Me acuerdo de sentir ese olor que no se iba, incluso cuando la ropa volvía ya lavada seguía ese olor presente. No era fácil de tratar. Mi papá perdió la única foto que tenía con su madre, se le quedó blanqueada. En mi casa no teníamos muchos fondos para comprar libros, pero como a mí me encantaba leer una amiga de mi abuela me había regalado una biblioteca completa de esa que venía con la revista Anteojitos, La biblioteca de oro del estudiante, y eso se convirtió en un bloque de barro que hubo que tirarlo. O sea, todo así, no era apenas agua de río. 

Yo pienso en esa ola que entró por la puerta, que fue una ola literalmente porque tengo esa imagen del agua entrando con ese nivel de fuerza. Me permito tomar esa imagen para decir que esa ola fue lo que arrasó con mi vida tal como era antes de la inundación, que hasta entonces era una infancia feliz. Había problemas en mi casa, obviamente, como en todas las casas, y no fue una infancia ideal. Pero dentro de los problemas que había era una infancia donde había juego, donde había fantasía, donde estaba esta abuela que es un gran personaje de esa parte de mi vida. Había eso de estar en el barrio permanentemente, de visitar a sus amigas, de rezar el rosario con las vecinas. Fue una etapa muy hermosa que terminó de forma muy abrupta y muy violenta. Después de eso nada fue igual. Se me terminó la niñez ahí, tuve que crecer muy rápido, para cuidar a mi mamá, para cuidar a mi papá, para cuidar a mis hermanas porque yo era la hermana mayor y a partir de ahí ya nada fue lo mismo. 

Creo que en algún momento pensé que nunca lo iba a poder superar, porque no había espacio para hablarlo tampoco. Mi familia tomó la decisión, por mucho tiempo, incluso hasta hoy, de no conversar sobre este tema. Creo que una de las pocas veces que nos sentamos a charlar sobre esto fue el 29 de abril del 2019, donde mis hermanas fueron a la plaza y después nos sentamos a tomar algo y por primera vez yo escuché el relato de mi hermana, que cuando fue la inundación tenía 4 años, y ella escuchó el mío, y cotejábamos recuerdos. “Ah no, yo me acuerdo de esto”. “Ah no, yo me acuerdo de aquello”. Pero tuvieron que pasar muchos años para eso porque antes no podíamos hablarlo. 

Algo que me ayudó mucho fue cuando hace unos años hicimos con los chicos del Pausa, con quienes trabajo, un informe, un trabajo periodístico con relatos de las familias. Y me ayudó mucho eso en el sentido de poder ver mi historia en otras personas. Siempre traté de entender, de leer y de contar mi historia en el marco de lo que le pasó a mucha otra gente. En este caso estamos hablando de mi historia particular, pero yo quiero insistir con esto de que fue toda una sociedad, toda una comunidad que salió desgastada. Hasta el día de hoy, no me puedo sacar de la cabeza a esas mujeres llorando porque habían perdido lo mínimo que tenían. Eran casas muy precarias, eran casas de familias trabajadoras, eran casas de gente laburante y lo mínimo que teníamos lo perdimos de una forma horrible. 

Si tuviera que resumir mis sentimientos en dos palabras, una es bronca y la otra es injusticia. No puedo salir de ese lugar porque creo que lo más doloroso para los inundados es que haya mucha gente que justifica a los responsables, a Reutemann, a Obeid, a Álvarez, eso es tremendamente doloroso. Cuando vos sabés que te arrancaron algo, que viviste una injusticia tan grande, una violencia tan grande, que no tuviste respuesta desde las instituciones del Estado, que no tuviste justicia y que encima la gente todavía recuerda al Lole como un corredor de autos en lugar de como uno de los responsables de la inundación, es muy doloroso. Eso es algo que hace que la herida nunca vaya a cerrar. 

Cuando murió Reutemann fue otro día que estábamos también muy movilizados por lo mismo, decíamos “no puede ser, nos pasó todo esto y todavía la gente decía….”. Incluso yo escribí algo en mis redes de forma muy visceral, no lo hice con una intencionalidad política, lo hice porque me salió de las entrañas, contando esto de que se había muerto mi abuela, y todavía la gente me comentaba “qué lástima que alguien que vivió algo tan triste tenga estos pensamientos”. Entonces, ¿cuál es el pensamiento que tengo que tener? ¿Resignación? ¿Tengo que sentir que me lo merezco? ¿Agradecer? O sea, no hay nada positivo. 

Este relato es lo que me gustaría dejar. Cuando yo contaba esto de que mi abuela me dijo “estamos todos en la misma situación”, creo que este es el mensaje que ella me dejó para siempre, de que esto nos pasó a todos, como ciudad, como barrio, como familia y a mí, individualmente, en esto que narraba como el fin de mi infancia. Un fin dado, aparte, de una forma super inesperada. Siempre cuento que mi abuela cumplía años el 6 de mayo, un par de días antes estábamos pensando cómo le íbamos a festejar el cumpleaños, estábamos en esa, y dos o tres días después ya no estaba más ni ella, ni la casa, ni nosotros o lo que éramos nosotros hasta ese momento.

Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.

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