Durante un siglo, el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez fue promotor, testigo y custodio de la historia visual argentina.

Por Lucía Stubrin (*)

Con el Rosa tengo una relación personal porque crecí caminando por su vereda. No recuerdo la primera vez que entré, pero siempre me cautivó su imponente fachada y lo que secretamente sucedía ahí dentro. Digo secretamente porque, generalmente, sus puertas estaban cerradas. Seguramente porque íbamos a la siesta, con la bicicleta, a jugar en la Plaza de la Legislatura. Por suerte a la noche, para algunos/as privilegiados/as, la puerta se abría y de la mano de la maestra Cristina Copes, jóvenes y no tan jóvenes tomábamos clases de danza contemporánea y ensayábamos obras en plena Sala Gral. José de San Martín. Bailar en medio de esa escenografía era sin dudas una situación mágica que repetimos cual ritual durante largo tiempo. 

Pasaron los años y, entre salones y exposiciones temporales que disfrutaba como espectadora, vuelvo a vincularme con el Rosa desde la investigación, gracias a un reciente premio que el Museo propuso y sostiene. Preparar un proyecto para abordar el estudio del segundo patrimonio de artes visuales más numeroso del país, no es fácil. Dentro de las paredes de este templo pagano santafesino hay tesoros incalculables. No sólo en términos económicos sino, sobre todo, en términos de una colección particular, alimentada a fuerza de un ininterrumpido certamen nacional que está a punto de cumplir también cien años: el Salón Anual de Santa Fe (o de Mayo, como se llamó durante un tiempo). Donaciones y adquisiciones, complementan el mecanismo por el que hoy el Museo vuelve a posicionarse en la escena nacional, convocando a cada vez más artistas, curadores e historiadores a formar parte de su vida. 

Durante un siglo el Rosa ha sido promotor, testigo y custodio de la historia visual argentina. A veces no parecemos muy conscientes del valor que esto tiene. Está tan a la mano que no lo vemos. Pero está ahí. Persiste y ha sobrevivido distintos tipos de pandemias. No sólo biológicas, también las que son propias de este tipo de instituciones culturales en todo el globo: la crisis de sentido. 

¿Qué es un museo? ¿Para qué sirve? ¿Por qué seguimos yendo? Justas preguntas que se actualizan en medio del veloz e imprevisible cambio tecnológico que nos atraviesa en nuestros hábitos y costumbres más cotidianos. Las respuestas no son certeras pero hay que seguir intentando. Y en eso está el Rosa. 

Los que lo habitamos circunstancialmente somos conscientes de lo que falta todavía, pero también sabemos que todo proceso de modernización lleva tiempo. El Rosa hoy tiene un futuro por delante y eso no es poca cosa. 

En sus prolíficos cien años, lo celebro y lo abrazo fuerte. ¡Que sean muchos más!

(*) Dra. en Teoría e Historia de las Artes

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