Jenaro Palombarini, 10 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Roma. 

Mi nombre es Jenaro Palombarini, tengo 28 años, actualmente me dedico a consultoría informática, vivo en barrio Sur, en la ciudad de Santa Fe. En el 2003, cuando sucedió lo de la inundación, tenía 10 años y vivía en barrio Roma, entre las calles Naciones Unidas y San Juan, con mis viejos, mi hermano mayor y mi hermana menor.

Iba a la escuela IPEI. Ahí muy cerquita, a dos cuadras, tenía el club también. Hacía fútbol, judo, básquet, natación. Y hacía coro en la Sarmiento, en un lugar un poquito más alejado del barrio. Más que nada pasaba el tiempo en el club, a pesar de ser hincha del clásico rival.

Esa mañana del 29 de abril no había clases, había una jornada de padres o algún plenario, algo por el estilo, así que no habíamos tenido que ir a la escuela. Me acuerdo que me levanté temprano y que fuimos con mi vieja a hacer las compras para almorzar al mediodía con la familia. Veníamos escuchando por la radio que estaba entrando agua en Santa Fe y demás, pero era información muy escueta. Nosotros no teníamos idea de nada, era algo muy lejano que podía llegar a pasar, ni lo imaginábamos. Cuando estamos llegando al terraplén de Naciones Unidas, a eso de las diez y media de la mañana, vemos un cúmulo de gente impresionante. Subimos con mi vieja y encontramos del otro lado agua. Agua y casas tapadas por ella. Nos quedamos atónitos, porque no entendíamos nada. De este lado del terraplén ya estaba nuestra casa, así que era esperar a que pase el agua para inundarnos.

Jenaro con una de sus mascotas en el verano de 2003, antes de la inundación. 

A la media hora aproximadamente llegó el intendente, que en ese momento era Álvarez. Sufrimos en carne propia, escuchamos en vivo y en directo las palabras de que no iba a pasar nada, de que no nos íbamos a inundar, de que el agua iba a llegar hasta ahí, que estaba contenida. Dijo que nos vayamos tranquilos a nuestras casas, a continuar con nuestras tareas. Y entonces nos volvimos. 

Me acuerdo del almuerzo como si fuera que lo comí recién hace cinco minutos. Era arroz con pollo. Me acuerdo del aroma, el sentido del olfato lo tengo presente, es increíble. Nos sentamos a comer, toda la familia, como de costumbre. Enseguida mi viejo volvía al laburo y mi hermano también se iba con unos amigos o algo así. Cuando terminamos de comer nos sentamos con mi vieja y mi hermana en el zaguán de la casa, en unas escaleritas. Nos sentamos a ver, a esperar. 

El frente de la casa daba a un baldío, cercano al parque Garay. De un momento a otro el agua iba llegando a ese baldío, que se iba llenando de a poco. Aproximadamente a los veinte minutos, el terreno ya tenía unos cinco centímetros de agua. Se había formado como un piso de agua. La plaza se había hecho una pileta. Nos quedamos ahí sentados. Me acuerdo que en ese momento pasó un señor, también atónito con lo que estaba sucediendo, no entendía nada. Estaba con unas botas, yendo para el Parque Garay, adentrándose a curiosear. Mientras tomábamos unos mates sentados en la puerta, nos entró la preocupación porque veíamos que el agua cada vez subía más y notamos que distintos insectos subían a las paredes del exterior de la casa buscando altura. Eran insectos que no se ven en la cotidianidad, arañas enormes, langostas, etc., subiendo las paredes. Ahí nos empezamos a preocupar verdaderamente, porque ya se trataba de un comportamiento diferente. Nos dimos cuenta de que nos íbamos a inundar por las hormigas que formaban panes. Los hormigueros enteros se juntaban, se unían todas las hormigas y flotaban en el agua para sobrevivir. Y ahí nos dimos cuenta, por ese comportamiento final percibimos que el agua iba a llegar más lejos.

A todo esto, nosotros vivíamos en la famosa casa del director de la escuela, en este caso del Centro de Formación Profesional N° 1. Nuestra casa era la única de la manzana y tenía una conexión con la escuela, así que lo que hicimos fue agarrar, buscar un aula en el segundo piso y llevar lo poco que podíamos. En ese momento todo pasó muy rápido. Pasamos de estar sentados, mirando cómo crecía muy lentamente el agua, a estar escuchando en la radio que había explotado la defensa y viendo que el agua subía velozmente. Era increíble cómo subía. 

En esa época teníamos cinco perros, pájaros, loros, de todo. Lo que hicimos fue rescatarlos a ellos primero, los llevamos a un aula. Después subimos muy pocas cosas. Me acuerdo que lo que hice yo, en ese momento, con apenas 10 años, fue ir a salvar los juguetes. Era lo primero que quería hacer. Mi vieja siempre en las navidades nos regalaba a mí y a mi hermana juguetes de excelencia como los Max Steel y las Barbies. Lo primero que hicimos fue meterlos todos en bolsas de supermercado y tirarlas arriba de una cucheta. Hicimos eso y después empezamos a ayudar a llevar algunas cosas, lo poco que se pudo porque literalmente en muy poco tiempo el agua ya estaba entrando a la casa. Recuerdo subir la escalera ya como para quedarnos ahí arriba y que mientras estábamos subiendo con los perros escuchamos el ruido de los vidrios de las ventanas de todo el frente de la escuela rompiéndose por el agua que iba entrando con mucha fuerza. 

Subimos y estuvimos media hora ahí, hasta que vino un profesor de la escuela que era amigo nuestro de la familia y nos dijo que nos vayamos porque el agua iba a llegar más alto y nos íbamos a quedar encerrados ahí, en el segundo piso, sin poder salir, sin nada. Así que cuando nos dijo esto empezamos a bajar y nos encontramos con que el agua ya había entrado demasiado. Tuvimos que salir a cocollito. Yo salí arriba de mi viejo, si no me equivoco, mi hermana arriba de mi hermano y a mi vieja la ayudó este profesor que nos había alarmado de la situación. Me acuerdo de estar saliendo por el hall de la escuela, el agua ya no era playita, le llegaba a los hombros a mi viejo que mide un metro noventa casi. Y nosotros atónitos, atónitos, sin poder decir nada, ni siquiera podíamos llorar, estábamos en un estado de shock impresionante. Me acuerdo de ver arriba del agua fotos, animales, ropa. Íbamos mirando un montón de cosas en ese trayecto desde el hall de la escuela, atravesando la entrada del edificio hasta el portón de acceso a la vereda. Eran veinte metros y lo sentí como una caminata de dos kilómetros. 

Cuando salimos nos llevaron hasta la siguiente cuadra, llegando al viejo Iturraspe. Ahí el agua ya no llegó, o sea, llegó muy poquito. Me acuerdo de las miradas de la gente. Estábamos llegando al hospital y había un montón de personas en nuestra situación, empapados. Salimos sin nada, sin billetera, sin plata, apenas con lo puesto. Había un montón de gente en la misma situación y otro montón de gente que no entendía qué estaba pasando, que estaba ahí y que nos miraba como diciendo “¿de dónde vienen estos? ¿por qué están mojados? ¿qué pasó?”. Esa confusión es algo que también me quedó muy grabado. En ese momento, como no teníamos plata ni para un taxi ni para un colectivo, nos fuimos caminando hasta la casa de un familiar, entre Suipacha y Crespo por 4 de Enero. Si mal no recuerdo, cuando nos estábamos yendo ya era tardecita porque estaba cayendo la luz. Más o menos habrán sido las seis de la tarde, la hora del atardecer. 

Ahí llegamos a la casa de esta señora de la familia, que nos terminó hospedando los seis meses siguientes. No nos dijo nada, directamente nos recibió. Me hizo a mí y a mi hermana una merienda, una leche caliente con un alfajor de maicena. Me acuerdo que nos sentamos a ver la tele con mi vieja, mi hermana y la señora, porque mi hermano y mi viejo habían vuelto a la casa para cuidarla. En la tele veíamos las imágenes desde arriba, había un helicóptero filmando toda la ciudad, mostraba todo lleno de agua, algo que todavía no concibo, menos en ese momento, con 10 años. Obviamente esa noche no pude dormir. Lloré un montón. Era todo un desconcierto el hecho de que habíamos perdido todo. El lugar donde ejercimos toda nuestra infancia, donde teníamos nuestros amigos, donde vivíamos básicamente. Perdimos todo. 

De la tele solamente me quedaron esas imágenes. Me acuerdo de estar mirando eso que era todo casas abajo del agua y desierto. Nada más se veían los techos. Lo que antes era un barrio lleno de vida era un sistema fluvial lleno de agua. Las imágenes del helicóptero por encima del Parque Garay eran terribles, después llegaba el diario con esas mismas imágenes. Lo único que recuerdo de palabras fue en aquel momento de la mañana, cuando cruzamos al intendente, que después también habló en la radio, con palabras muy escuetas, sin dar mucha alarma. Recién a eso de las cinco de la tarde en la radio decían que la situación se había descontrolado, le pedían a la gente que si podía salir de su barrio que lo haga porque el agua ya había subido un montón. 

La verdad es que la señora que nos atendió esos seis meses que siguieron era excelente, porque nos trató muy bien en medio de la situación crítica que se vivía. Nos compraba juegos, revistas para colorear. En ese momento conocí Condorito, porque todos los días me compraba una revista para que la lea con ella y para que despeje la mente. La atención que tuvo fue impresionante. Todas las mañanas me llevaba en el desayuno un alfajor de maicena que me compraba en la panadería que estaba en la esquina. 

Después, pasamos todo el tiempo pensando en ver cómo volvíamos a la normalidad, básicamente. Nos preguntábamos cómo volvíamos a casa, cómo volvíamos a la rutina, qué de todo lo que teníamos perdimos, qué de todo quedó, qué se pudo salvar y si lo que se pudo salvar no lo habían robado. Era cuestión de ver cuándo bajaba el agua para poder ir a rescatar algo o poder acceder porque directamente era inaccesible la casa. O sea, al otro día de ese 29 tuvimos que ir a una escuela a buscar ropa porque no teníamos nada. Era cero. 

Mi hermano y mi papá no se quedaron en la casa que estaba bajo agua, sino que se quedaron en la escuela, donde mi viejo además cumplía el rol de portero. Se quedaron en un aula, con algunas cosas que estaban ahí, cuidando tanto la escuela como mi casa, más los animales que teníamos.

Me acuerdo que un día fuimos a verlos. Llegamos hasta la puerta, a la esquina creo, y ellos salieron en una balsa que habían improvisado con unos telgopores que consiguieron en la escuela. Agarraron un telgopor de esos que se ponen para hacer las losas entre las vigas, que era una plancha tipo las que se usan para barrenar, y se hicieron un remo que era un pedazo de madera que habían sacado. Con eso podían ir saliendo y llevando cosas sin que se mojaran. El agua tardó mucho en irse, si había bajado algo era muy poco. La balsa era más que nada para flotar un poco, la mitad de cuerpo. Ese día salieron todos mojados. Me acuerdo de verlo a mi hermano empapado que salió diciendo que entraron a la casa y que estaba todo flotando, literal. Ese fue el primer contacto que tuvimos después de la tragedia. 

Después, de vez en cuando, mi viejo iba al lugar donde estábamos residiendo temporalmente, principalmente por el tema del agua y de los suministros que con el tiempo también fueron una necesidad que era difícil de cubrir. El ejército por ahí entregaba cosas a los que estaban en las casas, pero, claro, ellos estaban en la escuela y no era obvio para los que estaban entregando los suministros que había gente ahí porque no funcionaba como centro de evacuados. Después sí entró gente en ese lugar y ellos también se quedaron coordinando un poco eso.

El segundo piso de la escuela se volvió como un centro de evacuados no oficial, porque los directores no querían abrirlo. En esa escuela está separada la parte de oficio, práctica, donde funcionan los talleres, y la parte más teórica, por así decirlo, que son solamente aulas. Si mal no recuerdo, mi viejo y mi hermano estaban en los talleres y la gente irrumpió en la parte de las aulas. Ahí estuvieron viviendo unas treinta o cuarenta personas, más o menos, hasta que pudo bajar el agua y pudieron volverse a sus casas.

El contacto y el acompañamiento fue muy progresivo. No había celulares, obviamente tampoco teníamos whatsapp. Comunicarme con mi hermano, de hecho, fue difícil, se dio mucho tiempo después, una semana más tarde posiblemente. De todas maneras, nos habíamos quedado tranquilos de que ellos estaban ahí, estaban bien y tenían un lugar. Les habíamos llevado ropa, que habíamos sacado para ellos cuando fuimos a buscar donaciones a la escuela Beleno, que está en Suipacha y Saavedra. Les habíamos llevado ropa porque tampoco tenían nada.

Interior de la casa de Jenaro cuando se fue el agua.

La primera vez que fuimos a pasar el día estuvimos limpiando y viendo qué onda. Mi hermana y yo éramos muy chiquitos, no entendíamos las consecuencias de todo lo que se había llevado el agua en ese momento, lo que significaba para mis viejos. Jugábamos mucho, encontrábamos cosas en el suelo, en el patio o enredadas en los tejidos del perímetro de la escuela. Me acuerdo que el agua todavía estaba estancada en algunas zonas del Parque Garay e íbamos a pescar. Incluso, recuerdo una tarde en que el agua todavía estaba presente. Estábamos en el patio de la escuela y había un helicóptero del ejército sobrevolando un lugar muy cercano. Pasó al ras, a unos cincuenta metros, yendo como para la zona de Villa del Parque. Cuando lo vimos, yo estaba con mi hermana pescando con un boguerito en el patio de la escuela porque seguía habiendo agua. Estábamos tratando de pasar el rato sin toda esa energía negativa que había dejado el agua junto a toda la mugre. Además era un shock volver y ver todas las paredes de la casa llenas de barro, las cosas tiradas por todos lados, sin nada rescatable. 

Cuando entré a mi casa ya habían juntado varias cosas. Mi hermano y mi viejo se habían encargado, apenas se podía entrar, de ir a ver cómo estaba todo. Lo que se podía llevar lo llevaban al aula. Algunas cosas se salvaron, pero estaban arruinadas la heladera, el lavarropas, la cocina. Teníamos una biblioteca en ese momento con un montón de libros que usábamos para la escuela, la Encarta y otras cosas, desaparecidas. 

En mi pieza el agua también llegó hasta arriba de la cucheta, que era donde teníamos todos los juguetes. Me acuerdo que cuando pudimos entrar las bolsas estaban esparcidas por la casa. De hecho, encontramos hasta en el patio bolsas con juguetes y las llevamos todas a un taller que tenía una bacha grande para hacer todo lo que es albañilería. Tiramos todos los juguetes ahí con mi hermana y pasamos una tarde limpiándolos con un cepillito, sacándoles toda la mugre, porque todos tenían olor a agua y barro, estaban todos negros, manchados, con una película muy importante de sedimentos que el agua del río les había dejado. Estuvimos toda una tarde con los muñequitos que teníamos, que eran miles. Miles perdimos, pero pudimos rescatar algunos que todavía aún al día de hoy conservamos. Yo creo que los conservamos también por esto, porque los pudimos salvar en ese momento y no quedarnos sin nada. Me pasa, cuando los veo, que recuerdo. Lo primero que recuerdo es estar salvándolos, lo que implica un juguete para un chico. Después están todas las imágenes que se me vienen de cuando los vuelvo a tener en las manos. 

Los Max Steel y las Barbies eran con los que más jugábamos. La colección de los Max Steel tenía un velerito que usaba para jugar en los charcos de agua en el patio. Usaba ese que estaba sucio, entonces, recreaba o trataba de meter esos juguetes en la realidad que estaba viviendo, siendo que estaba todo lleno de agua. Tenía también un juego que me habían regalado, que era un juego de granja completo, con la maquinaria, los animales, los cercos. Eso directamente era muy difícil de limpiar y se perdió un montón. 

Los amigos que tenía en aquella época no se inundaron. Mis primos viven en barrio Sur y les llegó muy cerquita el agua, pero no se llegaron a inundar. Los afectados de nuestros círculos sociales éramos nosotros. 

Los padres de mis mejores amigos de la escuela se contactaron con mi vieja y desde la escuela también entraron en contacto para ver cómo nos encontrábamos. Más adelante, no sé exactamente en qué momento, la familia de un amigo nos había ofrecido la casa para que yo vaya a jugar más y pasar el rato, incluso para quedarme a dormir unos días si lo necesitaba. Pero eso, si mal no recuerdo, creo que fue después, porque el trauma estaba, era mucho. Esa falta de tener tu hogar, tu techo y tus cosas era muy fuerte. 

Otros amigos de mi hermano y de la familia también nos ayudaron bastante, más que nada con el tema del suministro monetario y con los animales. Mi hermano era entrenador de perros en el Kennel Club, era una comunidad muy linda. Nos ayudaron a conseguir colchones, comida, etc. Me acuerdo que no teníamos colchones y nos acercaron unos. Después, la señora que nos hospedó, que era una familiar medio lejana, por así decirlo, nos ayudó un montón. Los profesores de la escuela también, principalmente algunos con los que teníamos muy buena relación. El resto de la familia, la hermana de mi vieja, mi tía y demás, también aportaron.

Ayuda financiera del gobierno no recuerdo que haya habido, pero eso sinceramente nunca se lo pregunté a mi vieja. Las ayudas que había fueron sobre todo de gente que se ayudó entre sí. Creo que en ese momento el Estado como institución no estuvo muy presente, sí lo que estuvo muy presente fue el Estado como pueblo. La gente en ese momento fue la que se organizó de manera solidaria y coordinó para poder rescatarse, para ayudarse unos a otros. Pero el Estado como institución no tuvo una gran injerencia, por lo menos en mi historia. Nunca se acercaron para ver si necesitábamos ayuda, albergue, suministros, cualquier cosa, hasta seguridad, que fue algo que en ese momento también se necesitó. Fue muy difícil el tema de la inseguridad durante la noche mientras hubo agua. Faltó ayuda psicológica para nosotros, para los integrantes de mi familia. De eso no tuvimos nada. Todo lo que tuvimos fue la contención de otras personas que lo estaban viviendo en la misma criticidad que nosotros o que entendían la situación y dejaban de lado su responsabilidad del día a día para dar una mano a los que la estaban sufriendo. 

En relación a retomar las actividades, recuerdo el regreso a la escuela. El IPEI tenía las aulas en la parte subterránea, en el subsuelo. Volvimos mucho después, porque se había llenado de agua y la tenían que sacar con bombas. O no había llegado el agua hasta ahí, pero sí se había filtrado, entonces no se pudo volver enseguida porque estaban afectadas algunas estructuras. Costó volver a las aulas donde nos encontrábamos siempre, por lo tanto hacíamos las clases en otro lado, creo que era en el primer piso. 

A todas las otras actividades me costó bastante volver, principalmente por el tiempo en que pasé sin ir. La rutina la dejé de seguir y después no me acuerdo si me fui a otro lado, pero creo que en ese momento no volví, no retomé las actividades que hacía siempre. Hice otras, directamente las cambié. 

El coro y natación, por ejemplo, son cosas que dejé. La verdad es que nunca me puse a pensar si fue por todo esto o no. Pero de hecho, si tuvo injerencia en lo que es la natación, porque en ese entonces yo entrenaba en la pileta de Unión y había un profesor que daba clases ahí, Pedrito creo, que se había ofrecido para entrenarme para correr la Santa Fe Coronda de ahí a unos años después. Me acuerdo que en ese momento me daba mucho miedo. Uno de los motivos de haberle dicho que no a ese entrenador fue que le tenía miedo a las aguas abiertas. Algo que surgió en la inundación. De hecho, en mi adolescencia también me siguió dando miedo el agua, ingresar al agua, a un río, a cualquier cosa. Nosotros íbamos de vacaciones a Embalse, donde mi viejo tiene familia, e ingresar al agua era algo muy difícil. Ingresaba, pero en la cabeza tenía ciertas cosas, miedos, de no saber. Todo me lo provocó ese momento. Después con el tiempo lo fui resolviendo, pero en toda mi adolescencia fue complicado todo lo que tenía que ver con agua o cosas así. 

No volvimos a inundarnos en otras ocasiones. En el 2007 ya nos habíamos mudado. En realidad, otra consecuencia del 2003 fue que perdimos la casa, por remodelaciones de la escuela se cambiaron los contratos y la casa en la cual nosotros estábamos viviendo dejaba de pertenecernos. Entonces ahí nos mudamos a Santo Tomé. Más que nada nos fuimos allá porque no conseguíamos lugares en Santa Fe que puedan ser accesibles para mi familia. Había una oportunidad pero muy al norte de la ciudad y era imposible por toda nuestra vida escolar, por los clubes, por los compromisos laborales de mis viejos. Nos terminamos yendo a Santoto, en el 2007 ya estábamos allá. Esa fue otra consecuencia, el agua se llevó literalmente toda la casa.

La inundación nos unió mucho más, eso seguro. Mi familia siempre fue muy chiquita, siempre fue de muy pocas personas. Atravesar un momento así, traumático, doloroso, en el cual todos estábamos pasando lo mismo, con un poco más de años, con un poco menos, con diferentes responsabilidades, pero todos estábamos viviendo la misma situación traumática y eso nos unió un montón. Nos cambió en el sentido de hablarnos también, de hacernos más abiertos. Más que nada por lo que fue el después del momento en el que se inunda Santa Fe, todo lo posterior yo creo que fue lo más difícil, el agua cuando quedó y cuando se fue. Toda esa parte psicológicamente fue difícil. Nos teníamos únicamente a nosotros mismos. Mi vieja, mi viejo, mi hermano, mi hermana y nadie más. Si estábamos mal una noche, no podíamos dormir, nos pasaba algo, estábamos muy mal, deprimidos o lo que fuera, lo teníamos que hablar entre nosotros. 

Sobre todo con mi hermana yo sentí que nos unió mucho, porque al comienzo mi vieja básicamente tenía que resolver necesidades, mientras mi viejo y mi hermano estaban cuidando la casa y la escuela. ¿Y yo qué hago? Estaba con mi hermana. Lo único que pensaba era que si nos quedábamos los dos hablando de lo que pasó o de lo que perdimos la íbamos a pasar mal, entonces tratamos de priorizar sacar la cabeza adelante, no pensar en eso, ver cómo se iba resolviendo en el día a día y tratar de mantener la moral alta, porque si no iba a ser muy difícil, porque no teníamos literalmente a nadie y no podíamos cargarles más responsabilidades o más cosas a nuestros padres que estaban tratando de salvar lo poco que teníamos, recuperar cosas y cubrir necesidades básicas, tratando básicamente de sobrevivir.

Mis viejos retomaron el trabajo. Mi viejo siguió ahí en la escuela y mi vieja era empleada pública y también siguió. Siguió en el trabajo lo más bien, no hubo problema, le reconocieron la ausencia.

La inundación representa un antes y un después, representa un montón de cosas. Siento que fue un punto de inflexión en relación a cuáles son las tareas que tengo yo para con la sociedad. Siento que siempre tenemos que estar ahí pensando cómo fortalecer ciertas cuestiones del lugar donde habitamos, porque no somos ajenos al barrio, a la ciudad, a un montón de cosas que se deciden desde otras esferas. Nosotros tenemos que ser más conscientes de eso y ser más conscientes también del hábitat, de la naturaleza, a la que muchas veces no le prestamos atención aunque nos avisa, nos da muchos avisos y muchas veces nosotros definimos por encima de ella. Creo que mi percepción del ecologismo también cambió en ese momento. No sé si cambió, porque en ese momento, con 10 años, no sé qué tantas ideas tenía formadas, pero sí estoy seguro que las marcó, segurísimo. Lo mismo en relación a interesarme por las decisiones colectivas, ese momento marcó un antes y un después. 

Con respecto a otras experiencias, a la inundación la asocio puntualmente a lo que estamos atravesando ahora con la pandemia. Hoy, 4 de octubre de 2021, me levanté ya con lágrimas en los ojos, porque volvemos después de dos años a mi segundo hogar, que es para mí la cancha del Club Atlético Colón de Santa Fe. Le digo hogar porque ahí pasé un montón de momentos con mi familia, pasé un montón de hitos, especialmente con las personas de mi familia, algo que no involucra lo deportivo o esto de lograr victoria o lo que fuera, sino más bien el pasar tiempo con mi familia. Lo considero como un segundo hogar. Y hoy se me revolvieron algunas cosas internas porque después de dos años podemos volver a un lugar que frecuentábamos siempre y que dejamos de frecuentar por una causa de fuerza mayor. Eso es algo que si hoy lo pienso me parece muy similar a lo que vivimos en el 2003, cuando nos alejamos de las instituciones y nos alejamos de los hogares. Obviamente fue mucho más desastroso aquella vez. Pero la cuestión de alejarse y de cercanía sí la veo muy relacionada y muy similar en ese sentido. Ahora un poco la tecnología ayuda, pero en el 2003 la sensación de desconexión era muy similar.

Si tuviera que describir la inundación a partir de uno o dos sentimientos, el primero seguramente sería impotencia. Sentís impotencia porque no podés hacer nada, porque sabés que se te viene el agua, que te va a destruir todo y literalmente no podés hacer nada. Todo pasó muy rápido y considerando la fuerza de la naturaleza y cómo se dio estatalmente, impotencia es la primera palabra que me sale fácil. Y en segunda instancia, también recuerdo la inundación con un sentimiento de necesidad, de progreso. Yo creo que la ciudad de Santa Fe después del 2003 no es la misma de antes. Hubo muchas voces diciendo que necesitábamos infraestructura en ese tramo, entendimos que si la ciudad está dada en su perímetro por dos ríos necesitamos tener un plan de contingencia, información y responsabilidad con la naturaleza, con el lugar en que nos encontramos. Y necesitamos también gobernadores e intendentes que den lugar a ello, que den lugar. La gente empezó a tener una nueva necesidad, esto de preocuparse por el lugar que habita. Porque antes no sé si estábamos tan conscientes, las necesidades eran otras. Creo que después de ese acontecimiento la ciudad de Santa Fe y sus habitantes cambiaron un montón en ese sentido. 

 

Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.

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