La histórica presidenta de Madres de Plaza de Mayo dejó un legado para las próximas generaciones.

Le dijo “basura” a Carlos Menem en 1991. El entonces presidente de la Nación le inició una causa judicial por desacato. Le gritó “¡No nos van a parar! ¡Ni un paso atrás, carajo!”, a la Bonaerense mientras reprimía a las Madres en 1996. Opinó sin filtro sobre el atentado a las Torres Gemelas en 2001: “El miedo que nos metieron a nosotros, con la persecución, con la desaparición y con la tortura, ahora lo vive el pueblo estadounidense entero. Ese pueblo que se calló y aplaudió las guerras”.

Su lengua, siempre filosa, llamó a Eduardo Duhalde el “chirolita de Magnetto”. Más acá en el tiempo cuestionó el pago de la deuda al FMI que anunció el ex ministro Martín Guzmán a principios de 2022: “Están negociando el hambre de la gente. Estoy disgustada porque el presidente me mintió. Quiero que la gente sepa que no tenemos nada que ver con este acuerdo. Jamás permitiríamos que un hombre como Guzmán, que está negociando con el Fondo, lo haga con el hambre del pueblo”. Más tarde apuntó contra Sergio Massa, que entró al Ministerio de Economía en reemplazo de Guzmán: “Ahora pusieron a Massa y nos ajusta más y más, es peor que el otro que estaba. Nadie dice nada y todo vale una fortuna”.

Podría escribirse mucho sobre los dichos de Hebe María Pastor de Bonafini en sus 45 años de búsqueda de sus hijos Jorge Omar y Raúl Alfredo y de su nuera María Elena Bugnone. Pero, así como el “No pasarán, carajo”, una de sus últimas frases públicas cobrará espesor simbólico con el paso del tiempo: “Vamos a caminar sobre brasas, así que se nos acostumbren las plantas de los pies para no cansarnos. Una vez que pasás dos o tres veces, el fuego no te quema más, te sigue quemando el fuego que tenés adentro porque ves que las marchas dan resultado”. Lo dijo en agosto pasado, en apoyo a Cristina ante la Causa Vialidad.

El domingo 20 de noviembre las Madres de Plaza de Mayo informaron que la compañera Hebe, presidenta de la institución desde 1979, cambió de casa. “Seguirá siempre en la Plaza. ¡Ni un paso atrás!”, afirmaron. Es inevitable leer esa frase y pensar en el papel histórico del movimiento de derechos humanos, a medida que despide a sus imprescindibles. ¿Cómo imaginar un 24 de marzo sin las Madres?

Tras su partida, la imagen de las brasas calientes bajo los pies de una mujer que caminó la Plaza de Mayo en plena dictadura es un legado.

Los pies sobre el fuego

“Prohibidas las reuniones políticas”, dijo la última dictadura argentina. “Entonces no nos reunamos, caminemos”, respondieron ellas. En su mayoría esas mujeres no eran militantes, hasta que se llevaron a sus hijas e hijos. La desaparición del hijo amado pasó -y pasa, aún- por sus cuerpos como un desgarro apenas imaginable. Pero las Madres enseñaron que cuando la tormenta de la violencia arrecia no hay lugar para el duelo en privado. Entonces comenzaron las rondas, se citaron sin falta cada jueves. Se pusieron los pañuelos: “Eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre de 1977, para poder reconocernos en una marcha a Luján”, explicó alguna vez Hebe.

Ya se escribió mucho sobre esa herencia de tela que las Madres dejaron a las siguientes generaciones. Si ellas socializaron la maternidad -porque nunca buscaron un hijo o hija en particular, sino las hijas e hijos de todas- luego otras, con otro pañuelo, proclamaron a viva voz que la maternidad será deseada o no será. Pero hay algo quizás más significativo que las Madres enseñaron y que es parte de la identidad de la política feminista: la estrategia pícara para ganar cada pulseada.

Era el año 1977 y la prensa argentina estaba prácticamente cooptada por la dictadura empresarial, eclesiástica y militar. ¿Cómo visibilizar que ellas, desde abril de aquel año, habían comenzado a rondar la Plaza exigiendo que el gobierno de facto dijera dónde estaban sus hijxs? ¿Cómo hacer para que el mundo vea sus pañuelos blancos, los nombres bordados en ellos con la fecha de desaparición del hijo querido? ¿Cómo dar a conocer lo que estaban sufriendo, el fuego que sentían por dentro?

Así fue como, en noviembre de ese año, durante la visita del entonces secretario de Estado norteamericano Cyrus Vance, ellas se organizaron para hacerle llegar un petitorio que denunciaba las desapariciones como mecanismo de persecución perpetrado por el Estado. Entre empujones con la policía lograron entregar el papel a Vance; pero también fueron retratadas por primera vez por la prensa internacional, conmovida por los testimonios de aquellas mujeres que quebraban el silencio de acero que pesaba al sur del continente.

Mientras Argentina se encaminaba a la organización del Mundial de 1978, el mundo empezó a comentar sobre los desaparecidos. Y también, que con la desaparición forzada de militantes, emergió un grupo de madres que no tenía miedo de incomodar al poder genocida. En esa primera táctica dejaron un legado que otras tomarían después: aprovechar convocatorias ajenas para hacerse ver. Las Madres enseñaron que para torcerle el brazo al poder se requiere imaginación y coraje. Así fueron inventando sus propias reglas: no callarse, no dejarse tocar por la policía, no dejar de buscarlos, marchar siempre.

A fines de 1977 secuestraron a las Madres fundadoras Esther Ballestrino, Azucena Villaflor y María Ponce de Bianco. Tiempo después, sus cuerpos aparecieron juntos, en las costas de Mar del Tuyú: habían sido víctimas de los Vuelos de la Muerte. Las brasas bajo los pies.

Cuando Hebe se refirió a la Causa Vialidad, quizás no pensó que ella cambiaría de casa antes de conocer el fallo judicial. Pero, más allá del apoyo a Cristina, dejó un mensaje que interpela cuando se piensa cómo alimentar esta democracia tan joven y hambrienta, tan golpeada por el neoliberalismo. Estamos caminando sobre brasas calientes. Con un Estado de derecho (precario, pero existente) y sabiendo dónde están nuestros seres queridos. Conscientes, sin embargo, de que toda lucha entraña un riesgo. Hebe y las Madres que ya partieron lo supieron desde el primer momento, pero justamente por eso nunca dejaron la Plaza y trascendieron las fronteras.

En la sede de Madres de Plaza de Mayo en la ciudad de Buenos Aires, banderas de todos los colores llenan las paredes, en especial la oficina que ocupó la mamá de Jorge Omar y Raúl Alfredo, aún desaparecidos. La Cuba de Fidel, la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Evo: regalos de todas partes del mundo que simbolizan las brasas sobre la que los pueblos aprendieron a caminar para resistir.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí