Relato de Karen Estefanía Paz, 12 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Santa Rosa de Lima.

Me llamo Karen Estefanía Paz, actualmente vivo en barrio Loyola Sur. Soy acompañante de adultos mayores y estoy estudiando la carrera Tecnicatura en Enfermería.

Chicas de séptimo grado del turno mañana de la escuela López y Planes, posando en el patio, el día de vuelta a clases después de la inundación. En la foto aparecen: (arriba) Maribel García, Ana Laura Pinto, Karen Estefanía Paz, (abajo) María Belén Amatili, Luciana Bensich y María José Pereyra.

En el 2003 tenía 12 años y vivía con mis padres y mis hermanos en el barrio Santa Rosa de Lima, exactamente, sobre la calle Aguado y la esquina de Juan de Garay. En aquella época, asistía a la escuela primaria López y Planes. No recuerdo bien, pero seguramente estaba en séptimo, porque al año siguiente creo que ya empecé la secundaria. Además, iba con mis hermanos a la escuela Santa Rosa de Lima donde había acciones y juegos didácticos. Recuerdo que iba a bailar comparsas y que  jugaba a la pelota con mis hermanos en la canchita que está enfrente de la escuela.

Ese 29 de abril mi papá se había ido temprano a trabajar, era empleado municipal. El día estaba nublado y, además de mí, estaban en mi casa mi mamá, mis dos hermanos varones, mis tres hermanas mujeres y mi sobrina que era bebé, tenía alrededor de 4 meses porque había nacido en diciembre del 2002. Nos quedamos, sin saber que iba a venir tanta agua y menos de la manera que vino, pero sabiendo que estaba en peligro la ciudad. Estuvimos acomodando la ropa, poniendo bolsas de arena en la puerta, hasta que al mediodía vino mi papá con que ya se venía el agua. 

Mi mamá nos mandó a mí y a mi hermana más chica, que tenía 11, a que vayamos con una de mis hermanas mayores, que tenía unos 22, a lo de su suegra. Tomamos el último colectivo que pasaba de la línea 18. Cuando nos fuimos ya había agua en la calle, pero no tanta, apenas estancada en las bocas de tormenta. Llegamos al barrio Las Flores con el agua en las rodillas. La señora que nos albergó vivía en el tercer piso, cuando subimos ella prendió la tele y vimos que ya estaba todo tapado de agua. Ya no quedaba nada de lo que era mi casa, el barrio, la plaza, nada, ni el Hospital de Niños que era el punto de encuentro de la gente que vivía más para el oeste. De mi casa no se veía ni el tanque de agua, porque se había roto una represa o algo por el estilo en el barrio Chalet, que está atrás, y toda esa agua vino enseguida. Creo que eran las 11 de la mañana cuando nosotras nos fuimos y ya para las 12 estaba todo tapado.

En ese entonces, no sabíamos nada acerca de dónde podían estar mis hermanos, mi papá y mi mamá, porque nos sacaron antes. No estábamos al tanto de qué era lo que pasaba con nuestra familia. Por lo que supimos después, estábamos todos dispersos. 

Mi papá estaba en el Cullen porque le había agarrado un grado de hipotermia bastante feo y mi mamá estaba con él. Más tarde escuchamos el relato de mi hermano, el más chico de los varones que era el único que sabía nadar, que fue el que lo salvó a mi papá. A mi papá se le había caído el ropero y quedó atrapado en el agua, sin poder salir y sin saber nadar. En ese momento, mientras mis papás estaban en el hospital, mis hermanos habían ido a parar a la parte de atrás de la terminal, al Predio Ferial, e incluso parecía que los iban a llevar a Entre Ríos, pero una amiga de mi mamá hizo quilombo, logró que se quedaran y después logró trasladarlos a donde mandaron a mis papás. Cuando le dieron el alta, mi papá y mi mamá fueron al centro de evacuados que se armó en el Club Gimnasia y Esgrima que está en Urquiza y Juan de Garay. Ahí fue que la amiga de mi mamá buscó a mis hermanos y los llevó con ellos. 

A todo eso, mi hermana mayor, que fue la que había tenido la nena, estaba desaparecida junto con mi sobrina. Lo vimos en la tele, figuraban los nombres de las dos. También vimos el agua, pero no mucho, porque la suegra de mi hermana no quería que miremos porque éramos chicas. Mi mamá  andaba buscando a mi hermana y no la encontraba en el lugar donde habíamos pactado que se quedaba. Resultó ser que estaba en Centenario, pero en un departamento más arriba, por la bebé. Los mismos vecinos la habían trasladado. En un momento se logró dar con su paradero, se supo que estaban bien, a salvo.

Estuvimos alrededor de tres o cuatro semanas en Las Flores y los meses siguientes en el Club Gimnasia y Esgrima. Nosotras también fuimos y nos quedamos con mis papás en el centro de evacuados. Ahí fue que nos volvimos a reunir todos. Nos reencontramos en el club en junio más o menos. Cuando llegamos nosotras tres, ya estaban mis dos hermanos, mis viejos y mi hermana con la beba. 

En el centro de evacuados no hacíamos mucho, solo estábamos ahí. Vivíamos con toda la gente que estaba evacuada, todos con colchones en el piso. Todos los días al mediodía venía un grupo de gente a traernos comida y después por la tarde nos traían ropa, esas cosas.

En ese periodo, una vecina que vivía por ahí, en Juan de Garay y 1º de Mayo, iba a llevar mercadería y juegos didácticos para nosotros. Únicamente éramos seis chicos, después era toda gente grande. Me acuerdo que nos llevaba a mi hermana y a mí a jugar a su casa porque ella tenía tres hijas mujeres. Eso hasta impactó en la crianza de mi sobrina que era una bebé. Ella se había encantado de cobijarla, cuidarla y tenerla, y después sufrió la separación cuando nosotros volvimos a vivir al barrio. Incluso la siguió viendo porque se había encariñado, hasta la quería adoptar porque se había re mil encariñado. 

Todos mis familiares se inundaron, los de mi barrio y los de otros lados también. Los de barrio San Lorenzo fueron los más perjudicados porque el agua les había llegado de noche. A mi tía que vivía a la vuelta la habían llevado al barrio Alfonso. Ella también nos llevaba cosas al centro de evacuados y a la tarde también nos cuidaba porque mis viejos habían empezado a buscar casa.

Pasó mayo, junio, julio y recién en agosto volvimos al barrio. Pero regresamos unas cuadras más adelante de nuestra casa, porque una lancha de los anfibios la había chocado y entonces la perdimos. Nuestra casa inundada ya no se podía habitar, la losa se había partido, quedó ahí. Nada era igual. Había mucha mugre, mucho barro, árboles caídos, casas tiradas, se veía a leguas que era como un barrio abandonado, que había pasado un desastre por cómo se veía.

Vivimos unos meses más en Santa Rosa, después nos fuimos a vivir a Villa del Parque y en el 2005, dos años después de la inundación, a través de un programa de asistencia social nos otorgaron la casa donde estamos viviendo ahora en Loyola Sur. 

Recuerdo cuando retomamos las actividades escolares. En realidad fue todo muy consternado, no era un inicio escolar, sino una manera de satisfacer en conjunto nuestro estado emocional. Muchos chicos estaban lastimados, heridos en el sentido emocional, porque nos pegó a todos de distinta manera. La mayoría de mis compañeros vivían en lugares cercanos a mi casa, creo que había dos que vivían en Chalet y a los que les había tocado la inundación por la noche. Todos nos habíamos inundado, hasta las maestras. Hubo gente de la escuela y compañeros míos que hasta perdieron familiares con el agua. De irnos a casa, de un “hasta mañana señorita”, pasamos a no volver a vernos de repente. Estuvimos hasta fin de año solamente hablando de eso. No había pie ni cabeza como para pensar en actividades escolares. 

En ese momento no había bulling, pero había una cierta diferencia entre los chicos que vivíamos en Santa Rosa y los chicos que vivían pasando hacia el centro, que igualmente se inundaron. Así que ahí se terminaron todas las diferencias y las conjeturas que había sobre cada uno. Lo lindo, respecto a la vuelta al colegio, fue volver a reencontrarnos entre los chicos. Con mis compañeros estábamos muy preocupados sobre si íbamos a volver a encontrarnos, justo nos tocaba terminar séptimo ese año y enseguida nos íbamos a separar por el inicio de la secundaria.

Fue traumático, algo impactante en ese momento, para mi edad. Incluso al día de hoy cuando me acuerdo me genera tristeza. De un momento a otro no pude más tener una vida normal como una niña de 12 años, no pude más ir a la escuela, a lugares recreativos, a andar en bicicleta. Me tocó separarme de mi familia y convivir con gente que no conocía. Entonces fue trágico, por lo menos en ese momento, y hasta el día de hoy, pensándolo bien. 

El espacio recreativo que funcionaba en la escuela Santa Rosa, al que asistíamos algunas veces, no se volvió a hacer. Todo eso cambió. Primero, porque el espacio en que hacíamos las actividades se había derrumbado. Segundo, porque se volvió un lugar para ayuda comunitaria. Se convirtió en taller de costura, en comedor, en copa de leche, en apoyo a las futuras mamás. O sea, sacaron todo lo recreativo para niños y pusieron todo el apoyo emocional y comunitario destinado a la gente grande. Funcionaba Caritas o algo parecido, donde se entregaba ropa, colchones, cobija, mercadería, leche, insumos para limpieza. Enseñaban a cocinar. Hará un año más o menos que pasé por ahí y ahora está todo refaccionado, aunque quedaron obras sin terminar. Igualmente parece un barrio abandonado ya. No sé si será porque lo vi en la época de invierno, pero da tristeza ver las calles con barro, los árboles pelados. Antes no era así el barrio. Hay gente que vivía ahí, de la que yo me acuerdo, que hoy ya no está.

Karen Estefanía Paz (derecha) y Luciana Bensich (izquierda), rodeada de otros compañeros, en un picnic que la escuela organizó en septiembre del 2003 por el día de la primavera.

A partir de la inundación sufrimos la enfermedad de mi papá. En ese ínterin en que salió de la Municipalidad y se fue a casa para sacar cosas tuvo un accidente. En medio de la desesperación, se le había caído un riel en el pie, lo que derivó en una serie de enfermedades. Así que mis hermanos ya no participaban tampoco de las acciones y los juegos, porque con todo lo que  había sucedido había que ayudar económicamente. De un día para otro hubo que hacerse maduro, grande y ayudar a papá y a mamá con respecto a la economía de la casa. A raíz de ese momento, papá se enfermó y hubo que andar con él en los médicos. Él padeció diez años con todo lo que le repercutió la inundación.

En el año 2007, por lluvia, se inundó la ciudad otra vez. No sé si la palabra sería inundar, pero se habían anegado las calles con agua que daba hasta la rodilla, un poco más arriba. Yo ya estaba viviendo en barrio Loyola Sur, noroeste de la ciudad, y por lo menos a la cuadra de mi casa no llegó el agua. Dos cuadras más adelante, saliendo para Blas Parera, en lo que hoy es el Nuevo Hospital Iturraspe sí había mucha agua, mucho barro. Esa vez solamente fue por lluvia y después el agua mermó. No nos inundamos, gracias a dios, pero fue un momento tenso pensar, otra vez, que iba a volver el agua a llevarnos todo. 

Recuerdo que estábamos a fines de marzo y ya venía lloviendo desde febrero todos los días. En esa época yo estudiaba por la tarde en la escuela técnica Manuel Belgrano, 480, ya estaba en segundo año del polimodal y mi hermana estaba en primero. Estábamos en clases, así que cuando salimos tomamos el colectivo que iba por 9 de Julio, seguía por Facundo Zuviria y después doblaba en la esquina de Don Bosco. En esa esquina, empezó a entrar agua al cole, ya las calles estaban bastante inundadas porque subió el agua al colectivo y cuando entramos al barrio por la calle Berutti, que hace conexión con el barrio Los Troncos y Loyola Sur, el agua empezó a subir más. Al recordarlo ahora es como que se me estruja la voz, porque sentí terror, terror de que el colectivo se tapara de agua en ese instante, mientras yo estaba ahí adentro, a pocos metros de llegar a mi casa. Cuando llegamos a la parada estaba mi hermano más grande esperándonos con un paraguas, porque llovía, y recuerdo que le dije “nos vamos a separar de nuevo” y me dijo “no, no, no, dale, vamos a casa porque está lloviendo”. Fuimos corriendo hasta mi casa por la lluvia, con el agua en las rodillas. A dos cuadras de llegar a mi casa fue bajando el agua y ya en la cuadra de mi casa no había, pero sí había barro. 

Eso pasó exactamente un mes antes del cuarto aniversario de la inundación del 2003, porque fue el 26 o 27 de marzo. Las clases se suspendieron y volvimos al colegio casi para la fecha del aniversario. O sea, habían pasado cuatro años y volvíamos a pensar que el agua nos iba a llevar todo. La verdad, fue horrendo, fue horrible esa situación de pensar que íbamos a separarnos todos de nuevo exactamente en la misma fecha.

En relación a mi historia de vida, la inundación significa muchas cosas. Puntualmente, significa no saber. Porque no sabés cuando perdés todo en un segundo, no sabés si volvés a ver la gente que tenías ayer, no sabés si el otro sufrió más que vos, no sabés con qué gente te encontrás, no sabés si tu infancia fue adulterada, fue robada, fue colapsada, fue lo que fue, porque no entendés, no encontrás explicación. Queda un vacío al que no se le encuentra explicación. De hecho, es un antes y un después que no entendés. Que sea un hecho, no sobrenatural, sino de la naturaleza pega bastante fuerte. Ya hace 20 años que pasó y lo recuerdo como si fuera ayer. Significa que me robaron, o que perdí más que robar, porque perdí una etapa de mi vida que no la recupero nunca más. 

Con la pandemia de Covid se vivió algo similar. Sufrí el hecho de ver que se les recortaba a mis hijas, de un día para otro, la supervivencia, los espacios para jugar, la escuela, los compañeros. Fue feo. Y la verdad que significa eso. 

Grupo de amigas del barrio Santa Rosa reunidas en la casa de Luciana. Además de Karen, están presentes: Maribel, Ana Laura, María Belén, Luciana, María José, Yamila, Georgina, Maren, Jésica, Eliana, Brenda y Priscila.

Si tuviera que describir esa fecha o ese fenómeno el sentimiento es de vacío. Porque de un día para otro no tuve más juguetes, no estuve más en mi casa, donde nací, tampoco pude volver. Fue una experiencia extraordinaria porque no existe un consuelo para tal situación. Hoy en día, que tengo 31 años, al momento de hablarlo lo sigo sintiendo como si pasó ayer. Siento nostalgia al recordar todo lo vivido, tengo latente el recuerdo de lo que pasó, cómo fue cuando me separé de mi familia, cómo fue tener que estar en un lugar, después en otro y en otro. 

Aparte, es convivir con el miedo, porque luego de eso fueron cuatro años exactos, apenas con un mes de diferencia, para volver a sentir el miedo de perderlo todo. Hoy en día, no sé cómo explicarlo, siento pánico cada vez que llueve torrencialmente. El dolor que me causa que llueva fuerte y que haya viento es inexplicable. El terror de que entre agua, de que se tapen los desagües, es inexplicable. Siento que se me cierra la respiración, el corazón y tengo terror, tengo terror a la tormenta. Siento eso, mucho vacío y dolor, me genera eso. Es un dolor que creo que si no se toca no duele tanto, pero que está latente al haberlo mencionado. Lo positivo, de contarlo, es que lo puedo soltar. 

Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.

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