El decrecimiento poblacional de Japón tiene resultados sorprendentes. Ante el abandono de las casas y el cierre de la escuela de un pequeño pueblo rural, una de las residentes empezó a sustituir los pobladores por muñecos de paja y tela. Son más de 300.

En la isla de Shikoku, Japón, hay un pequeño pueblo de montaña llamado Nagoro, a 1954 metros de altura sobre el nivel mar. Impactado por el éxodo rural a las grandes ciudades y por el decrecimiento poblacional, Nagoro se convirtió prácticamente en un pueblo fantasma. Al menos, así lo vio Ayano Tsukimi, una mujer que también se había ido de su localidad natal y que volvió a principios de siglo. Angustiada, pensó en plantar árboles. Y para cuidarlos, hizo espantapájaros. Los árboles no crecieron, pero los espantapájaros le gustaron. Entonces llenó a Nagoro de espantapájaros que le hacen compañía.

Nagoro cuenta hoy casi con 400 habitantes, de los cuales 350 son muñecos. Tsukimi, con más de 70 años, es la pobladora más joven.

Tsukimi creció en Nagoro cuando era una localidad poblada, con una escuela llena de alumnos que cerró en 2012, poco tiempo después de que egresaran sus últimos dos alumnos.

En su adolescencia se mudó a Osaka con sus padres. Se casó y tuvo hijos en Osaka, mientras que sus padres regresaron a Nagoro. Después de la muerte de su madre, Tsukimi se mudó en 2002 para cuidar de su padre. Y allí comenzaron a aparecer los espantapájaros o kakashi.

En Japón, un 28% de la población tiene más de 65 años. Es una sociedad muy envejecida, cuyos jóvenes tienen tanta dificultad para relacionarse que la soledad, como fenómeno social, alcanza la atención de las políticas públicas. Según los datos del último censo, de 2016, la población había decrecido un 0,7% en 10 años, casi un millón de personas menos. El fenómeno no se restringe al antiguo imperio oriental. Corea del Sur está en un proceso similar.

 

 

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