Hedda Gabler y la maravillosa misión de entender dónde está el instinto teatral

Foto: Mauricio Cáceres

La versión libre de la obra de Henrik Ibsen, dirigida por Edgardo Dib, llegó a la Sala Marechal a través del programa Teatro Nacional Cervantes Produce en el País.

“Hedda… Gabler. ¿Qué decir que no se haya dicho de vos desde aquel 31 de enero 1891 en el que tu padre dramaturgo, Henrik Ibsen, te puso por primera vez bajo la luz cegadora de la escena? Observada. Enjuiciada. Fascinante. Cruel. Hastiada. Henrik dijo: ‘…y se llamará Hedda’. Y dije: ¿qué quiere decir tu nombre? ‘Guerrera’. Y recordé: ‘Edgardo, el que lleva la lanza’. ¿Por eso nos encontramos en el laberinto teatral? ¿En la lucha ante la mirada de los otros? ¿Para pelear contra quiénes? ¿Para defendernos de quiénes? De nosotros mismos. Nos escondemos entonces. Hedda, detrás de los cortinados-telones. Pero al fin los abrimos de par en par para devorar el miedo cara a cara. Allí se enciende la furia del teatro. Para nunca para dejarnos quietos. Hedda… Gabler”, sostiene con muchísima inteligencia y autoridad el director Edgar Dib en el programa de mano de “Hedda Gabler”, la versión libre dirigida por él mismo ofrecida en la Sala Marechal del Teatro Municipal por el Teatro Nacional Cervantes Produce en el País.

Ahí están presentes muchos de los principios del autor. Sin timideces, el dramaturgo se confiesa en su “Ideario”, aseverando que “el enemigo más peligroso de la razón y de la libertad es el sufragio universal. La mayoría no tiene razón nunca… El ruido de la muchedumbre me espanta…. Quiero esperar vestido de fiesta la aurora del porvenir. Todo este mundo está enfermo y la historia se parece a un gran naufragio; será cuestión de luchar para salvarse uno mismo. Con el poder de la soledad, porque el hombre más fuerte es el que está solo”.

La vulgaridad del adulterio

Hedda se ha casado con el más  gris de sus admiradores, Jorge Tesman, cuya meta sublime es una cátedra. Está decidida a no caer nunca de la mediocridad en la que vive a la vulgaridad del adulterio. Será el escritor Eylert Lovborg quien aparece, luego de que ella lo amenazara con una pistola de su padre. Está  influenciado por Thea, compañera de colegio de Hedda, quien abandonó a su marido. Otros personajes de trascendencia son el juez Brack y la Srta. Julia Tesman. En Hedda está encarnada la corrupción de una nobleza potencial que no consigue triunfar por falta de amor.

La pieza conserva una formidable energía contestataria y es necesaria leerla con atención para no malinterpretarla. El espectáculo es un lujo. Edgardo Dib es un artista que ha sabido aprovechar el lugar, el espléndido espacio de la Sala Marechal, con suprema inteligencia y sin renunciar a la belleza, otro de los baluartes del escritor noruego.  Le pertenecen también el diseño de escenografía, de iluminación y sonoro (brillantes); la escenotecnia, diseño y realización de vestuario (ejemplares) son de Lucas Ruscitti y Federico Toobe, en tanto la asistencia de dirección es de Elisa Martínez y la producción local es de Vanina Dadone.

Un elenco de lujo

Párrafo especial para el elenco actoral, que se desempeña sin fisuras. Carolina Cano ofrece el trabajo más trascendente de su carrera. Hedda es un personaje muy difícil, que la actriz resuelve con indisimulable entrega. Sergio Abbate también asume su rol con recursos de excelente calidad; se impone con fuerza expresiva Rubén von der Thussen; está perfecta, sensible y mejor actriz Luciana Brunetti y sostener la calidad interpretativa de Luchi Gaido y Raúl Kreig es decirles una vez más bravo. Creemos que el teatro ha de mostrar “vida”, no la vida. Mostrar vida quiere decir seleccionar, reconstruir y destilar. Con la poética de Dib no hay términos medios. Cuando descubre la verdad no hay quien lo iguale.

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