Nuestros próceres tenían sus berretines, pero ni San Martín ni Moreno se comunicaban con su perro muerto. Por eso, antes de que Milei nos cause miedo, permitámonos que nos cause risa.

Todo lo que sé de historia argentina lo aprendí con Zamba y en incontables tardes de mirar videos de teorías casi conspirativas, que involucraban en el 100% de los casos a la masonería. ¿Esto es relevante en el contexto actual? Sí, claro. Primero, porque no hay nada más relevante a día de hoy que una teoría conspirativa. Y segundo, porque francamente, no hay nada que interpele más que esta idea de que nuestros cuasipadres fundadores, los padres de esta Patria, se juntaban en tugurios sombríos a intercambiar ideas, a discutir, a tomar alcohol, en rituales que hoy consideraríamos ridículos, en clave casi de secta, más parecido quizás a una reunión de otakus que a lo que hoy identificamos como reuniones de roscas políticas, en donde señores en trajes grises toman café de especialidad y repiten palabras que algún asesor les enseñó en inglés.

Poco y nada nos quedan de aquellos gloriosos años de nuestros padres fundadores. Poco y nada, digo, en términos estéticos, acaso éticos y morales. Me cuesta mucho pensar en un San Martín que se maquillara la papada para tratar de salir mejor en televisión. En un Mariano Moreno que estuviera todo el tiempo haciendo comentarios en algún panel de la tele en lugar de estar sentado, pensando, proyectando. Claro que ellos tenían algo que nosotros no tenemos: la inminente guerra, la amenaza militar, la invasión. El devenir histórico ha hecho que nuestra clase política se aburguese, y la idea de pasar un fin de semana en un campamento militar con una úlcera en el estómago y ocho granaderos compartiendo la misma carpa ya no los seduce. Se ha achanchado, y en ese gesto ha perdido épica.

Volviendo a nuestra nueva derecha aspiracional, lo más gracioso es que se presenta como novedosa cuando no es más que un revival de la vieja derecha un poco más maquillada, ahora con contouring en la pera. Entre la Revolución Libertadora y la Libertad que Avanza hay, por ahora, un bombardeo a la Plaza de distancia. Por ahora. Esta nueva derecha además parece hacer constantemente un esfuerzo interminable por reivindicar a nuestros viejos próceres, para alejarse cada vez más de sus principios y sus valores, incluso, como ya dije, en términos estéticos e intelectuales.

Hay algo además que es innegable: nuestros antiguos patriotas no estaban constantemente pugnando por la simpatía de un electorado que parece encontrar hoy por hoy interesantes no tanto los postulados de los candidatos o cuadros políticos, sino los datos pintorescos de su vida. Y entonces por eso desconocemos si San Martín era un aficionado del horóscopo, si Manuel Belgrano había clonado a sus perros, si Sarmiento dialogaba con las tacuaritas, si alguno de todos ellos había tenido una relación un poco incestuosa con su hermana. Y aquí, a riesgo de sonar casi impertinente, diría que si tuviera que poner todo mi dinero en un prócer que quizás haya tenido algún pensamiento incestuoso el primero que se me viene a la mente es Martín Miguel de Güemes. Yo lo pensé, ustedes lo pensaron, lo pensamos todos. Estoy segura de que Martín y Macacha, que entre otras cosas generaron un ejército recordado como los “Infernales”, se deben estar cagando de risa cuando ven a Javier, a su hermana y a este nuevo ejército que se hace llamar a sí mismo “las fuerzas del cielo”. De los Infernales a pibes que no saben lo que es pisar pasto con sus pies y que están constantemente discutiendo en Twitter las nimiedades más inexplicables como el punto de la carne, la dolarización, los vouchers educativos y vaya una a saber qué más esta semana.

Nuestros próceres tenían sus berretines claramente, esto no lo vamos a negar. Haber formado parte de una sociedad secreta internacional habla a las claras de que quizás también estaban buscando la validación que no habían conseguido de sus propios padres. El ejército era otra figura que les permitía acceder a cierto prestigio, a validar su hombría, su sapiencia. Pero en el medio de ese proceso de profunda búsqueda individual por ser el capo más capo de todos, nos dejaron un continente libre, ideales que hasta el día de hoy nos resuenan y por los que peleamos, una constitución, algo. Digo, claramente no estaban ocupando su tiempo en hacer tiktoks o entrenar a una médium para que pueda hablar con tu perro muerto.

Es innegable que todos nosotros tenemos vínculos a veces tóxicos con nuestras mascotas, y también es innegable que les hemos hablado otorgándoles ciertos rasgos de humanidad que no tienen. Probablemente hemos dejado en las pequeñas patas peludas de nuestro perro o nuestra gata gran parte de nuestra felicidad, y nos hemos ido tristes a trabajar mientras pensábamos en el camino hasta la oficina “la pucha, que lástima que no me pude quedar con Bobi hoy a dormir hasta las 11 y cuarto”. Y les compramos camisetas de fútbol y zapatillitas Converse, y en algún momento los usamos como excusa para no salir. Ahora, de ahí a pedirle consejo económico para generar una política de estado a corto, mediano y largo plazo hay un trecho larguísimo. Y ni les digo de ahí a tratar de hablar con la misma mascota una vez ya fallecida a través de una médium.

Me saco el sombrero con esa médium, eh. Que no debe ser tarea fácil traer la palabra de Conan y además interpretarla. ¿Cómo habla la médium con el perro? ¿Ladra ella? ¿Él habla en español? ¿Se entienden en algún tipo de idioma metafísico que ni ustedes ni yo comprendemos? Hasta acá todo es dudas, a excepción de una certeza: una persona que cree en esto, a mi criterio, no puede ser presidente de una nación.

Quizás no es tanto lo que me molestan estas tendencias de Javier Milei si no que, en un hecho muy insólito, él termine reconociendo y delegándole al Conan la mayoría de sus decisiones políticas. Lo cual me parece un acto de cobardía absoluto: es no hacerte cargo de lo que estás diciendo. Te fuiste tan lejos como para echarle la culpa a tu perro muerto. Y todo para que, básicamente, no te puedan tomar como responsable de las pavadas que andás diciendo a troche y moche.

El punto es que quizás Patricia Bullrich cree en los extraterrestres. A lo mejor Juan Schiaretti colecciona retazos de pelo de esos que quedan en el piso de las peluquerías al final del día, cuando mucha gente fue a hacerse el cortecito fachero para el fin de semana. No sabemos si Myriam Bregman toca el violín con los codos o los pelos de la axila. Y a su vez puede que Sergio Tomás Massa disfrute de tener relaciones del tipo carnales con su esposa Malena Galmarini vestido como el capitán Spock. Lo real y lo concreto es que ninguno de todos ellos hace gala de sus excentricidades. Al contrario: llegado el momento de la campaña, todos guardan ese tipo de información por miedo a que en algún momento les llegue un carpetazo. Pero este señor, el señor que habla con el perro muerto, nos lo cuenta en televisión nacional. Nos hace pasar papelones en las entrevistas que da a medios internacionales. Me pregunto sinceramente si a él en algún momento no le hace ruido el estar contando en cadena nacional que mantiene diálogos con su perro muerto y que a esos diálogos además les da peso de ley.

Les pido ahora un favor encarecidamente, porque si no, no solo que no voy a llegar a las elecciones generales, no van a contar conmigo ni siquiera para un ballotage. Empecemos a reírnos de lo ilógico que es este tipo. Desdramaticemos un poco la idea de que es peligroso porque sí, es peligroso, pero a su vez es ridículo. Es un señor que se maquilla la papada para salir mejor en televisión, que tiene una sola pose para sacarse fotos en la que exalta una suerte de hombría que, todos sabemos, debe ser una de sus principales inseguridades. Tiene el mismo pelo que tenían las muñecas Yolli-Bell de la década del 90, esas que una vez que las metías en la pelopincho salían con pelo de escobillón y nunca más las podías recuperar. Tiene la capacidad de habla de una persona que se golpeó muy fuerte la cabeza en un accidente de auto y apenas si puede sostenerle la mirada a una abuela. Ese señor nos puede causar muchas cosas. Pero antes de que nos cause miedo, por un ratito permitámonos que nos cause risa.

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