Hay un candidato que, negándolo todo, nos ofrece una política capaz de desarrollar una mortal demografía que nos expulsará hacía no se sabe dónde pues los territorios donde tejemos nuestras vidas estarán inundados, quemados, desertificados, envenenados, entres otras formas de saqueo.

 

Llueve, llueve, llueve en el litoral. Llueve y estamos esperando una ola que viene desde aguas arriba —desde la burocracia mercantil de las zonas represadas—, la estamos esperando, las y los costeros para saber si nuestro precario modo de vida será inundado una vez más, para conocer el grado del abandono. Y para recibir un mensaje: evacuen las zonas que quedarán anegadas por la urgencia de unos capitales que no les pertenecen.

 

En el año 2000, el Premio Nobel de Química neerlandés Paul Crutzen y el ecólogo marino de diatomeas nacido en Iowa, Eugene Stoermer, propusieron el término Antropoceno para designar una nueva época geológica donde la actividad humana representa la fuerza principal que altera radical e irrevocablemente al planeta que habitamos. Durante el 35° International Geological Congress celebrado en agosto de 2016 en Cape Town, el Grupo de Trabajo sobre Antropoceno, coordinado por Jan Zalasiewicz —geólogo y paleontólogo de la Universidad de Leicester (Reino Unido)—, recomendó la adopción formal de la nueva nomenclatura en un contexto de profundización de los nueve procesos biofísicos —cambios climáticos, acidificación de los océanos, depleción del ozono estratoférico, uso de agua dulce, pérdida de biodiversidad, interferencia en los ciclos globales de nitrógeno y fósforo, cambio en el uso del suelo, polución química, tasa de aerosoles atmosféricos— que, identificados por Johan Rockström —un científico alemán de la International Science Council— y sus colaboradores, no deberíamos ultrapasar so pena de alteraciones ambientales insoportables para la distintas especies terrestres, entre ellas la nuestra.

 

Hay fuego, hay un fuego enorme y arrasador. Se incendia el monte de las sierras centrales cordobesas, llegan los zorros desesperados a beber agua a los hogares de la gente, lo urbano y lo salvaje se abraza. Y también se incendian los humedales y todas aquellas áreas que suenan tentadoras a los oídos dañinos de los emprendedores inmobiliarios. Apagamos esos fuegos a fuerza de nuestras propias voluntades de resistencia, nuestras necesidades de vivir.

 

Según la lista de científicos citada arriba —integrada en su totalidad por prestigiosos investigadores pertenecientes a distintas universidades de Europa, el Reino Unido o América del Norte—, nos enfrentamos a un escenario de crisis ecológicas sin precedentes motivada por la acción principal de un especie: la nuestra. Sí, hemos hecho carrera en esto. Hoy, la velocidad de aumento de emisión antropogénica, o en otras palabras, producto de la actividad humana, de carbono no tiene precedente y el hielo sigue derritiéndose en la Antártida y en Groenlandia; los niveles de oxígeno disuelto en los océanos se derrumban, el cambio climático cobra vidas animales —humanas y más-que-humanas—, vegetales y de todos los demás Reinos. En este contexto, postales como las que muestran las películas apocalípticas de ciencia ficción con humanos refugiándose en paisajes completamente desérticos o huyendo a otros planetas en naves supertecnológicas, parecen descripciones legítimas de tiempos cada vez más contemporáneos.

En estos escenarios hay unos pocos que, exhibiendo grandes posibilidades  económicas, continúan invirtiendo en proyectos extractivistas o agroganaderos, insisten en profundizar la crisis en aras de su propio beneficio. Hay muchos que fabrican sus vidas más o menos precariamente, intentando sobrevivir. Y por último, están quiénes niegan estos procesos —los negacionistas— y son por ende serviciales a la extinción de los segundos. Pero el negacionismo, no es sólo es una cuestión de (¿necios?) ideales, es también —y principalmente— un proyecto demográfico pues le dice a la gente que vive en los barrios de clase media o en los cinturones poco urbanizados que no pueden vivir ahí pues se inundarán o sus hogares serán quemados, le dice a las especies animales y vegetales que ya no tienen espacio sobre la tierra, les comunica a quiénes no tienen facultades financieras para comprar el agua, que morirán de sed o envenenados. El negacionismo moldea los territorios para el beneficio de unos pocos que ni siquiera los habitan, convierte la vitalidad en capital financiero. No es una forma de pensar, es una necropolítica cuya demografía nos contempla extintos.

 

No hay siquiera una gota de agua en los montes del borde noreste argentino, ese que es con las pueblos indígenas que lo recorren, que lo saben. No hay agua para vivir, no tienen agua los y las niñas, los y las ancianas —los de la memoria—, los perros, el pequeño ganado que resiste junto con la gente. No hay agua y hay una frontera agroindustrial que se ve avanzando desde el sur, que viene transformando al monte en un mortal verde homogéneo que es insistentemente regado: con agua.

 

Entonces, unas verdades: estamos en tiempos de ballotage y la pelota pivota entre dos modelos: el de la vida y el negacionista (el de la muerte). Estamos en tiempos de ballotage y hay un candidato (el necropolítico) que esgrime que las y los científicos argentinos no producimos investigaciones de calidad y, aunque esto sea terriblemente falso, no fueron científicos argentinos los que documentaron el Antropoceno. Entonces hay una contradicción: si la ciencia foránea es de excelentísima calidad y es esta "ciencia extranjera" la dice que existe un cambio climático que atenta contra la vida ¿cómo negarlo? Entonces una conclusión: hay un candidato que, negándolo todo, nos ofrece una necropolítica capaz de desarrollar una mortal demografía que nos expulsará hacía no se sabe dónde pues los territorios donde tejemos nuestras vidas estarán inundados, quemados, desertificados, envenenados, entres otras formas de saqueo.

Y también existe, en estas cartografías de la muerte, un norte y un sur, un Oriente y un Occidente y los procesos hegemónicos de neocolonización y economías liberales. Entonces reflexione: ¿qué o quiénes —humanos y más-que-humanos— sufrirán primero las causas de las catástrofes que unos de los candidatos del futuro ballotage niega? ¿Qué o quiénes podrán mirar desde una cápsula espacial supertecnológica el fin del mundo? Si usted se encuentra entre el grupo de las y los privilegiados que se podrán tomar el cohete a Marte vote a quién quiera, si se encuentra entre quiénes no podremos sacar este pasaje no niegue sus propias condiciones de existencia y vote por la vida. Vote por reconocer nuestros terrícolas desaciertos ambientales y confiar en nuestra capacidad de rehacer y resistir, vote por la vida que seguro sus nietas y nietos se lo agradecerán.

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