Para reflexionar sobre la memoria, los realizadores de la obra teatral "Flota. Rapsodia santafesina" presentaron un texto de Valeria Andelique que plantea un concepto central: no da lo mismo saber que no saber.

Las cosas van mal porque en este momento el máximo interés de la conciencia alienada es no salir de su enfermedad
(Artaud, 1947).

La luz se abre sobre cartones, sobre salientes marrones, capilaridades urbanas. Sobre apilamientos barrosos la luz se abre y ofrece escena. En la escena hay objetos en dominio, y atrás, a veces al costado, hay humanos. Me tardo en pensar porque a medida que transcurre la obra el pensamiento imita los movimientos materiales. Y eso es lo primero que podría decir: Flota es una obra totalmente pregnante, en la que el ritmo, como el río va llegando de apocomucho.

Tomo nota en la oscuridad y son como clavos, como puntos constelables, todo tiene sentido, tanto sentido que un poco se abovedan los mensajes sobre mi cabeza. ¿Están pensando por mí? ¿Estamos pensando juntxs? ¿Es que acaso esta obra la hicimos juntxs acá? ¿Tanto estuve yo, no como persona, sino como pública, como invitada, en sus mentes cuando escribían? Me honra, les admiro, ya no hay muchas propuestas así.

Se darán, en el transcurso del extrañado tiempo escénico, transformaciones, aperturas, tránsitos, escondeduras y superposiciones. Todo procedimiento humano sobre la materialidad del mundo está de alguna manera representado en Flota. Así, esta propuesta (la tiro yo) eligió armarse como una manifestación de la "voluntad de poder", del poder político de la vida y de la muerte enchastradas en nuestro cristalizado mundo sensible. En medio de la atmósfera digital que nos tiene suspendidxs, se escucha un tiro, estalla un pulmón verde, una bolsa de supermercado. Nos presentifica y nos recuerda que todavía hay un tiempo y un lugar para detenerse a sentir verdad.

Pero será duro, sí que lo será. Porque cuando se tiene que pedalear memoria la exigencia no es amable. Usa palabras que entran y que para entrar fueron sacando filo. Ese lenguaje de los personajes, crudo, no estetizado, esquivo a la idealización, es el único admisible para la catástrofe. No da lo mismo saber que lo que una escucha son palabras de gente real, damnificada rota desesperada. No da lo mismo saber que los cuerpos humanos que tan amorosamente acogen a los títeres pasaron por el agua muerte. Ese es el mensaje contraepocal: NO DA LO MISMO SABER QUE NO SABER.

No es lo mismo hacer una obra bella que hacer una obra bella de base documental. Se palpan las horas de investigación y de modelado, las conversaciones, el trabajo del escalpelo teniendo que sacrificar. Cuando además de documental adquiere aspectos de monumental, lo que se sustrae para generar ese volumen coherente es voz y vida humana, es una pena, un sacrificio, una de esas tiranías de lo trascendental.

(humana/humano, qué palabra que no dejará de aparecer en este pretencioso texto de agradecimiento)

Venía pensando… Para que esa piedra de memoria pase por la garganta está el humor. La catástrofe tampoco puede ser contada desde la solemnidad. Fueron esos códigos protocolares los que permitieron al cínico hablar sobre el desastre. Esa desimplicancia es la que permite ahora a un montón de soretes hablar en nombre de la pobreza. La ocurrencia creativa del humor habilita que el pecho se abra, que la mente se afloje, que la duración se ablande. Cuando nos hacen reír, el cuerpo agradece y ese agradecimiento prepara la disposición para aprender, dejamos que las partículas de lo ajeno pasen a nuestra vieja estructura.

La ternura también es un cuchillo. Dramatismo, comicidad y ternura son la plataforma emocional desde la que podemos ver las aguas venir, protegidxs por la ficción, por el lugar de espectadores, aunque después nos toque banca en el juicio popular.

Tampoco se trata solo de palabras. El cuerpo recupera en Flota su puesto en el pacto, en el convivio. Cuando se da la reorganización, cuando empiezan las instrucciones que nos obligan a activar, a llevar cosas, a cambiarnos de lugar, nos sonreímos. Es loco porque nos sonreímos de nervios. Se te clava en la cara una sonrisa estúpida que no condice con los ojos. Porque lo que pasa por dentro es la revivencia de haber pasado a colaborar por los centros de evacuados. Para los que no nos inundamos ese es un recuerdo tan viejo que está como cosificado, anecdotizado, quietito. Cuando agarrás un colchón volviste al centro de evacuados y pensás que fuiste vos, no otro. Vos estabas ahí, y al lado tuyo estaba otra, y al lado había otra, y entonces parece que éramos muchos, que éramos otros. Otro país, no este con esta gente inmunda.

Pero, además, si cambia el punto de vista, cambia la historia. Y esto no se trata de un burdo relativismo. Si cambio mi cuerpo de lugar, mi cuerpo se da cuenta también de otras cosas, es algo cognitivo básico. Y mi mente está un poquito más cerca de su emancipación: los soretes salen a la luz y bailan descaradamente. Por algo los poderosos nos quieren sentados frente a la misma ventana.

Frente al nihilismo que se está llevando las mejores mentes de nuestra generación, Flota, maneja el contramovimiento. No tiene miedo de proponer, de decir con claridad cuáles son los principios de una vida justa, que valga la pena vivir. Yo tengo para mí que vuelve ese tiempo, que mientras la IA escribe los poemas del mercado de la velocidad, con palos y piedras místicas, con bolsas del super, con los vestigios del mundo que supimos consumir, volverá el arte a levantarnos del barro.

Oh virgen espectra de la crecida, agarrate al palo fuerte, reíte que mete miedo,
vendrán más, vendrán todavía embates.
No se llevarán no pueden la memoria.

 

 

 

 

 

 

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