La Renga en Colón: ser socio de esta sociedad

Con más de 30 canciones, La Renga en Colón hizo temblar todo con una puesta descomunal y una marea de gente en una noche que ya es legendaria.

Colón había empatado 0 a 0 en un partido horrible y alrededor de la cancha muchos ansiosos con llaves y pinzas en mano esperaban el pitazo final para empezar a ensamblar el esqueleto del escenario. Faltaban una semana y tres horas para el banquete. El runrún de la vuelta a Santa Fe había empezado a calentar orejas santafesinas, por lo menos, 2 meses antes y la manija se intensificó a medida que se arrimaba la fecha:

—¿Alguien escuchó algo de La Renga en Colón?

—En la radio preguntamos en el club y dijeron que la fecha estaba reservada, pero hasta que no anuncien…- dijo un colega durante el tercer tiempo de un fútbol 5, allá por febrero. Es como en el fútbol: hasta que no lo ves en la cancha con la camiseta puesta, no hay que hacerse ilusiones.

Hasta que el 27 de marzo llegó el posteo de Instagram confirmando la cita, ilustrado con tres elefantes arriba de un fitito. Chizzo, Tete y Tanque, cerebro, corazón y músculo de la bestia rock confirmaban la vuelta a Santa Fe para renovar la mística del Estadio Brigadier General Estanislao López (otrora Eva Perón) y que esperaba una ceremonia de este calibre desde hace 28 años, cuando Los Redondos hicieron su fiesta del barro una noche de diciembre. Entre las caracterizaciones más rígidas, pueden encontrarse que los sabaleros tiran más para la cumbia y los tatengues para el rock, pero esas divisiones se evaporan enseguida cuando hay figuras tan pesadas en juego. Las canciones son importantes para las personas, sobre todo en Argentina. El humo se unifica, los vasos bailan en la misma ronda y los distintos uniformes -un buzo de Quilmes, una remera del Cosquín rock con el piojo de Tercer Arco, un camperón de Almirante Brown- que se ven son como una carta de presentación, una forma evidente de cómo arrancar una charla entre desconocidos que tienen canciones en común y que por eso se están encontrando en el mismo lugar, a tantos kilómetros de casa. 

De a poco, los noticieros fueron levantando a los funcionarios hablando de operativos de seguridad y de limpieza, mientras que las vecinales hacían sus reclamos y recibieron pulseritas para entrar y salir de sus casas valladas y para poder entrar sus autitos y sus motitos entre las calles cortadas. El jueves al mediodía, una pareja hamacaba a su nene en la Plaza del Soldado con su trapo colgado en un árbol: “En tu andar, veo mi andar. Salta presente”, faltaban 56 horas para el banquete de La Renga en Colón.

El viernes a la noche, el Tete ya se estaba sacando fotos en el estacionamiento del Día de calle Salta, pues su señora, Silvina Cendón, vino a tocar con su banda Q’Acelga? en Demos. Las rockerías de la ciudad, a esta altura, estaban atendiendo de corrido y sin descanso, despachando remeras y buzos como hacía años no se veía. Al mismo tiempo, los stickers de ubicación de Instagram mostraban a los visitantes en sus alquileres temporales comiendo hamburguesas, sonidistas mostrando cómo iba quedando todo, a Wayra (hija de Tete y sobrina de Tanque) llegando en bondi a la ciudad y pidiendo escuchar “Luciendo mi saquito blusero” en vivo. No se pudo, lamentablemente.

Toda la semana previa hizo el frío más duro en lo que va del año en Santa Fe. Pero el sol sabatino secó los pastos y abrigó la jornada, tanto así que ya caída la tarde noche había más de uno clavándose una siestita en remera manga corta entre los árboles. Los negocios que mejor se stockearon, seguramente salvaron el año ayer, si hasta las verdulerías vendían remeras. Desde las tripas del Parque Sur, arrancando por el nudo entre 4 de enero y Raúl Tacca hasta la rotonda de Zavalla y J. Paso, se vendieron toneladas de sabrosas bondiolas adobadas y humeantes, jugosos chorizos, transpiradas latitas y hasta stickers de Leo Mattioli con piluso de La Renga. Así también se expidieron litros y litros de meada sobre las veredas, que eran verdaderas pistas orinales que reflejaban el débil pero persistente brillo de los faroles anaranjados de J. Paso.

Un grupo de chaqueños pidieron fotos a cuanta cámara distinguieron, las banderas del Uruguay, Laferrere y Mendoza ondeaban en la platea este y el sonidista, hábil conocedor del humor de quienes lo rodeaban, musicalizó la previa y el after con Las Pelotas, Sumo, Manal, Pappo por supuesto. Imposible a esta altura calcular cuánto faltaba para el banquete, pero que se sentía cerca era evidente. Se apagaron las luces y el escenario con su marco gigante, pero gigante en serio, pasó de ser una lona blanca a la pantalla más espectacular que hayas visto armada con cuatro proyectores que desde las alturas enmarcaban a los tres paquidermos que sirvieron la entrada con “Buena ruta hermano”. Es sabido: el espíritu de esta banda se traslada en dos ruedas, tal y como llegaron el día anterior a la prueba de sonido.

Siguieron “Buena pipa”, “Tripa y corazón”, “A tu lado”, “A la carga mi rocanrol”, “Motoralmaisangre” y a esta altura era todo un delirio, la oleada de pogos entre campo y platea eran parte de la misma marea perfectamente sincronizada, incluso hasta en la tarima reservada para las sillas de ruedas el agite era total. Y ¿por qué remarcamos lo de la sincronicidad? Porque tanto los técnicos como el lugar colaboraron para que se escuche impecable, aún con la distorsión y la potencia de la banda, la nitidez de la escucha confirman que el Brigadier General Estanislao López es un lugar más que apropiado para este tipo de fiestas: “¿Cementerio de los Elefantes le dicen, cierto?”, dijo Chizzo antes de “Elefantes pogueando”. Algún tuitero tipeó que “En Santa Fe siempre sonó El terco” y lo dijo porque desde 2013 que no sonaba en directo.

Cualquiera que haya estado no podría acreditar que la lista que se ejecutó fue de más de 30 canciones (fueron 32) ni que la temperatura daba 4°, noches como estas desconfiguran la percepción del contexto y te toman por completo. “Triste canción de amor”, un cover apropiado como clásico propio, hizo prender miles de celulares y ni que hablar cuando Chizzo empezó a hacer la intro machacada de vals y afinando un poquito la voz para recitar “caminito al costado del mundo…”. Por más quemadas que estén, hay canciones contra las que no podés hacer nada, tenés que entregarle la garganta y dejar que salga todo y “El revelde" es una. Es una síntesis perfecta de la banda, sí, pero también de la historia del rock argentino y del rock universal. Llamativo es que no es especialmente distinta a las demás, cualquier otra canción de La Renga podría ocupar ese puesto.

Casi el mismo peso ostentan “El viento que todo empuja”, “La razón que te demora” y “El final es en donde partí”, la seguidilla previa al bis final y que llevaron la noche al clímax. El sonido épico de la noche también tuvo su combustible extra: el brass liderado por Manu Varela e integrado por Marcelo Garófalo (saxo barítono), Cristian ‘Látigo’ Díaz (trompeta) y Leandro Loos (trombón) realzó la intensidad de himnos como ‘El viento que todo empuja’, elevando varias piezas del repertorio a la categoría de fanfarrias rockeras por excelencia. Luces apagadas y casi 10 minutos de descanso, mientras se los veía andar en moto. Vuelta y final con la fija “Hablando de la libertad”, el agradecimiento a la ciudad y al club, el deseo de volver a tocar en Ciudad de Buenos Aires y la despedida, con promesa de vuelta pronta. A la salida, la gente parecía multiplicarse, las tarifas de Uber y Didi se detonaron, pasaron casi 30 cuadras hasta que los taxis paraban. Una chofer con cubrevolante animal print cuenta que sus amigas que de EEUU están contentas con el presidente de Argentina.

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