Las dos caras de una capital en crecimiento. Santa Fe, cuna de uno de los movimientos obreros más pujantes del país. Locales, altercados, bibliotecas, ferroviarios, huelgas, teatro, grupos feministas, un entierro masivo de protesta, sirvientas y planchadoras organizadas y la memoria revolucionaria de una ciudad que tenía sueños de libertad y emancipación.
Por Josefina Duarte y Federico Ternavasio*
Revista Ideas y Figuras, 16 de febrero de 1914. El número 105 de la famosa revista dirigida por Alberto Ghiraldo está dedicado a trazar un perfil de la ciudad de Santa Fe. La llama “La ciudad bifronte” porque la considera dividida entre “el sur y el norte”, la “ciudad vieja y la nueva”, o incluso dos ciudades en una: “Santa Fe y pueblo Candioti”. Las calles del centro son la costura que une a ese “cuerpo monstruo, biforme”.
Al sur, conservadurismo. Las casonas viejas, la “vida burocrática” y “desganada”, el “andar empacado y grave de la burguesía profesional y clerical”. Al norte, modernidad. Una “pequeña burguesía” todavía “incómoda en su nuevo estado” asoma la cabeza entre las “casitas claras, alegres”. Entre el ruido de las máquinas, calderas y martillos, se siente el andar de “niños a montones” y obreros, que dejan ver en sus caras a la vez “dolor y contento”.
La revista le dedica una sección a la vida proletaria en la ciudad y menciona las grandes yerbateras Argenti y Laderech, el Molino Harinero y la reciente Cervecería Santa Fe; los grandes talleres de la Usina Eléctrica Municipal y las instalaciones de la Compañía Francesa de Ferrocarriles Provinciales. Sobre los salarios, afirma que son “generalmente bajos” en relación al costo de alimentos y vivienda. Ciento once años después, queridos fantasmas de laburantes del pasado, se nos pianta un lagrimón porque todo cambia y no cambia nada.
Frente a esto, Ideas y Figuras destaca que Santa Fe tuvo una de las organizaciones obreras “más poderosas de la república”, y fecha el comienzo de su historia con la creación del Centro Obrero de los anarquistas en 1901 y con su adhesión a la Federación Obrera Regional Argentina en 1902. Desde ahí despega un recorrido de luchas y resistencias política donde los anarcos y las anarcas fueron una pata fundamental, creando bibliotecas, centros culturales, gremios y sindicatos, enfrentándose a un sistema explotador que les arrebataba la dignidad.
Reconociendo ese viejo plano de la ciudad bifronte ahora uno la camina como invadido de imágenes de otro tiempo. Flashbacks hechos de palabras robadas a una vieja revista cultural.
Siguiendo ese juego podemos hacer el ejercicio de mapear los rincones anarquistas de Santa Fe, pero acá recorridas con el mood del flâneur, el caminante indolente que patea la ciudad y mientras se pierde, entregado a la vagancia y al boludeo, descubre la fisionomía urbana que pasaba desapercibida.
En esa soltura del caminante hay una forma de pensar. Anda llevando en una mano la capacidad de razonar sobre el lugar que se recorre, a la vez que con la otra mano se suelta de todo y abraza la posibilidad de sorprenderse, incluso conociendo los pormenores del territorio.
Pero como somos gente jodida queremos darle más vueltas y aflojar la tuerca que nos mantiene en tierra firme: queremos perdernos en un mapa, en un territorio, no sólo en el espacio sino también en el tiempo.

Locales anarcos
Salimos al centro, es el 1900, y vamos al primer domicilio anarquista en Santa Fe del que tenemos noticia: el grupo La Aurora –buen nombre para una historia que comienza– recibe envíos de libros en la casa de Zanelli, que estaba en Catamarca al 143 de la numeración vieja, es decir, tres cuadras hacia el este de 4 de Enero.
¿Dónde está la escuela libre del militante Nicolás González Luján? No sabemos. Pero en pleno corazón de la ciudad, en San Jerónimo y Catamarca, brota del suelo el Círculo o Centro Obrero de Estudios Sociales, en 1899. Pero pará, que al toque ya se mudó. Aparece ahora, en 1902, en calle La Rioja, entre 25 de Mayo y Rivadavia.
Entramos acompañados de José María Pérez que después –usando el seudónimo Parsons– va a contar en La Protesta lo que estamos viendo. Es un salón grande, incluso más grande que la Casa del Pueblo de Rosario. Los compañeros laburan fuerte para que las instalaciones sean cómodas. En la sala de lectura hay retratos de Kropotkin, Kant, Ibsen, Tolstoi, Zola y otros “hombres de ciencia y mártires del ideal”. Hay un escenario “amplio, espacioso y bien decorado”. Acá darán conferencia la Virgina Bolten, el amigo Piedrabuena, actuará el cuadro filodramático In Arte Veritas.
Damos una vuelta por la Plaza España. Hay actos anarcos y gremiales que quedarán grabados en las memorias militantes, muchos de ellos organizados por la Federación Obrera Santafesina.
En la misma plaza se superponen episodios de represión, como cuando agarran a sablazos a los que acompañaron a la Bolten a la Estación Sunchales, o cuando años más tarde reprimen a los huelguistas del Ferrocarril Santa Fe, quizás mientras algún gerente francés observa desde la planta alta de sus oficinas, en lo que hoy es el Registro Civil.
Los festejos del centenario la Ley de Defensa Social, que vedaba la libertad de reunión a los anarquistas, le cae como un martillazo a los compañeros y chau Centro Obrero. Los vemos llevarse los muebles a una salita sobre calle 25 de Mayo.
Al rato ya es 1911 y vemos que los compañeros andan otra vez haciendo manejes. Para zafar un cachito de la persecución policial, con lo que quedó del Centro Obrero –unos pocos bancos y unos libros– arman una Biblioteca que empieza a funcionar bajo el nombre de Emilio Zola.
Mucho después, el militante Julio Díaz dirá que “si alguien un día se propusiese escribir la historia de nuestra revolución en Santa Fe, no podría prescindir de dedicarle gran parte de sus páginas a la Biblioteca Emilio Zola”. Después de varias mudanzas, atentados, cierres y aperturas, hoy la Biblioteca todavía sobrevive en su local de Marcial Candioti al 2951, sede que adoptó desde la década del cincuenta.
Un quilombito ferroviario
El mismo Julio Díaz nos dice que fue desde la Zola que los ferroviarios provinciales lanzaron su gran huelga un 31 de agosto de 1917. Ellos contagiaron el fuego de la movilización hacia centenares de panzas con hambre, brazos sin un mango y sin trabajo.
La bronca se condensó en el corte de las arterias de comunicación y transporte de la ciudad. Los manifestantes se trasladaron en más de cien zorras por las vías férreas hasta los puentes del Salado, para dejarlos inutilizables. En lo que hoy es la ciclovía del Parque Federal y hasta La Redonda –o los viejos talleres de reparaciones y maniobras Santa Fe Cambios–, y en las calles adoquinadas de lo que hoy es la recoleta, se llevan puesto todo: casillas, vagones, rieles, señales, líneas de telégrafo, pasos a nivel.
En 25 de Mayo y Boulevard derriban un poste que aplasta a Damián Ferreyra, un obrero ferroviario. El desdichado fallece el 4 de septiembre y su sepelio es una mezcla entre ritual funerario y protesta a la que se suman más de cinco mil personas. La muchedumbre se amontona en la casa del difunto y sigue hasta el sindicato de los ferroviarios del Santa Fe, en Gobernador Candioti y Las Heras. La caravana crece y una centena de jóvenes proletarios se relevan en la carga del féretro y de las coronas de flores hasta el cementerio. Ese día se movilizan todos, incluso los vendedores ambulantes de la Plaza San Antonio a los que la Municipalidad quiere rajar de la manzana donde luego se levantaría el edificio del Colegio Nacional.
Memorias revolucionarias de la cordial
Por el lapso de un mes, coordinadas por el sindicato provincial del riel y la Biblioteca Zola, las huelgas y movilizaciones sindicales se multiplicaron. Fue también en ese septiembre caldeado que 200 mujeres crearon la Sociedad de Resistencia Femenina con sede en la Zola.
Ahí cerquita, en calle 25 de Mayo, entre Junín y Suipacha, aparece en 1919 la Biblioteca Femenina Popular, también nombrada como Emma Goldman. Y a la vuelta se muda la Biblioteca Rosa Luxemburgo, que tuvo una primera sede por Chacabuco, pasando Pedro Vittori. Ahí las sirvientas y las planchadoras forman sus propios sindicatos, ya inaugurando la década del veinte. En esos años se amplía el mapa de la Santa Fe anarquista y la ciudad se puebla de puntos rojinegros (por la bandera anarca, no sólo por Colón).
El tremendo edificio donde hoy funciona el Liceo Municipal existe gracias al sudor de muchos albañiles, yeseros, herreros, carpinteros, electricistas y pintores. En septiembre de 1920 los tipos se alzan en huelga y paralizan la faraónica obra de lo que pronto sería el Molino Marconetti, en el dique 2 del puerto. Poco antes habían formado la Federación de Constructores, en Primera Junta y Rivadavia. En alguna de esas ochavas fungen asambleas, veladas y conferencias y rebota el eco de los aplausos a oradores y oradoras.

En paralelo, muchos de los que laburan de confeccionar, remendar y poner a punto las pilchas y zapatos de quienes visten elegantemente, toman impulso para reclamar por sus salarios de miseria. Los sastres de La Internacional –cuyo cartel hoy pervive chueco y sucio sobre el rostro de un Grinch grafitero, que custodia socarrón el atolladero de cualquier mediodía en Rivadavia y Junín– se le paran de manos a Tomás Litterio, un destacado comerciante del rubro del vestido.
Tras el asesinato del anarquista vindicador Kurt Wilckens –quien, aunque pacifista, había ajustado las cuentas con el teniente coronel Varela, represor de la Patagonia Rebelde– se vuelve a desatar la protesta. Una tarde de junio de 1923, sin permiso policial, 400 manifestantes se amontonan en la ya mítica esquina de 25 de Mayo y Suipacha. Para variar, la cosa termina con un tiroteo policial y pilas de heridos, detenciones arbitrarias y allanamientos a la Biblioteca Zola y la Federación Obrera.
Pese a la saña policial siguen apareciendo los proyectos de grupos intensos que trabajan para acercarse aunque sea unos milímetros a la revolución social. En calle Belgrano, hoy al 4029, se asienta la Biblioteca El Porvenir, sede también de la Asociación Gráfica Libertaria y de la publicación Orientación. Todo convive en el local de la imprenta del anarquista Leónidas Acosta, donde todavía hoy sus descendientes perpetúan su oficio.
Desde allí se organizan veladas para recaudar fondos para los presos por cuestiones sociales. Como a principios del siglo, los cuadros filodramáticos libertarios se despliegan en el teatro Roma Nostra, hoy Centro Cultural Roma.
En 1929, en la esquina de Primera Junta y Urquiza está la Biblioteca La Obra, sede de la revista Palotes. El mismo nombre, La Obra, que lleva un periódico anarquista que apareció en la ciudad un par de años antes. Pero nada hace explícito el vínculo entre esas iniciativas tocayas.
Al año siguiente, un aviso en la prensa militante anuncia que se crea, en calle Rivadavia al 2557, la Biblioteca Francisco Ferrer. Pero quizás nunca haya llegado a abrir sus puertas, dada la represión venidera.
El tiempo no para
El golpe de Uriburu pone un stop. Todos presos. Torturas, exilios. Después, reorganización, nuevas luchas, porque la historia es así y el tiempo no para. Pero nos bajamos del mapa un cacho porque este texto, en algún momento, tiene que terminar.
Vos que estás leyendo seguramente hayas tenido algún paso por cada domicilio mencionado. Pasaste en bici o a pata para hacer un mandado, estacionaste el auto alguna vez por ahí, o viviste cerca, o vivís cerca, o tenés amistades o familiares que vivieron cerca. La ciudad que habitamos fue también la ciudad de obreras, obreros, estudiantes, maestras y maestros, afiliados a la anarquía y la revolución, o a alguna idea de las longevas izquierdas.
Y no está mal recordar que hoy caminamos en sus huellas, esas que con tanto esfuerzo algunos han querido borrar. Exhumar aquellas escenas protagonizadas por mujeres y hombres, pibas y pibes, que alguna vez se reconocieron en la penuria y el hastío cotidiano y formularon –mirando a la cara al de al lado y al de enfrente– experiencias colectivas para tener una vida mejor. Rearmar algunos trozos de lo que fue aquella Santa Fe de los y las anarquistas, para resignificar las calles que atraviesan nuestros días, en este presente que nos quiere arrebatar la palabra libertad.
*IHUCSO-UNL-Conicet