Un paseo por una de las ciudades en las que se fundó Occidente. Gastronomía, ruinas,  cosmopolitismo y raíces de la argentinidad en un lugar que recibe cuatro millones de turistas por año.

Por Juan Pablo Gauna

Capital de Italia y del Imperio Romano, forjadora de las lenguas romances, referencia cultural y religiosa a nivel mundial; fundada en el año 753 antes de nuestra era, Roma es una de las ciudades más antiguas de Europa y una de las más populosas del continente, con 2.700.000 habitantes. Su historia marcó el destino de Occidente, gracias a su política expansiva desplegada desde el centro de la península itálica, al desarrollo de las ciencias y del cristianismo, del arte y del latín. Roma es sinónimo de poder y cosmopolitismo, y a ella le debemos instituciones como la república, el senado y el foro

Descendemos en el aeropuerto de Fiumicino, y a través del moderno Leonardo Express llegamos a la terminal de trenes Roma Termini. Circulamos entre vendedores ambulantes de origen asiático ―paquistaníes y bengalíes―, nos asombramos con los acueductos romanos, que datan de los siglos III y II antes de nuestra era, y que todavía hidratan al público paseante. Reactivamos nuestros conocimientos de lengua italiana y nos establecemos en el centro histórico de la metrópolis. 

La arquitectura es imponente, debido a las huellas persistentes del Imperio Romano, que fue uno de los Estados más poderosos, extensos e influyentes de la historia. Un guía turístico nos recuerda que “existió durante más de 500 años en su etapa imperial, desde el año 27 antes de nuestra era, hasta el año 475”. 

Roma es la ciudad con la más alta concentración de bienes históricos, cosa que confirmamos asomándonos a uno de los múltiples balcones que se emplazan en el otrora Foro romano. Los relatos sobre su vida pública, el comercio y el entretenimiento se palpan a través de imponentes columnas, en los rastros de piedra y mármol circundantes, y en los senderos que trasportan imaginariamente al observador a través de miles de años. Estamos frente a un Patrimonio de la Humanidad UNESCO, visitado anualmente por más de 4 millones de turistas. 

Hacemos una pausa para realizar un almuerzo tardío en una pequeña trattoria familiar, con manteles a cuadritos y atendida por sus dueños. Elegimos como plato principal “penne abbraciate” ―pasta corta braceada― y limonada, pero nos sorprendemos al probar el primer bocado. El ardor del paladar es mayúsculo, y comprobamos que leímos mal. El nombre correcto era “penne arrabbiate” ―fideos bravos―, condimentados con ají putaparió. Luego de apaciguar el fuego despertado al tragar, continuamos ingiriendo los alimentos con pan, para calmar el sabor intenso, y solicitamos en auxilio una jarra de agua. Esta fue la advertencia que nos llevó a buscar sabores suaves durante el resto de nuestro periplo. 

Finalizamos la jornada intercambiando opiniones con lugareños sobre el parecido en la idiosincrasia argentina e italiana. Descansamos leyendo el periódico rosado denominado La Gazzetta dello Sport, donde vemos los logros de Napoli e Internazionale, y las deudas deportivas de los clubes locales: Roma y Lazio. Probamos los deliciosos bocaditos de chocolate marca Baci, y procedemos a soñar con las aventuras romanas de tiempos pretéritos. 

El Tíber. Vista desde el Castillo Sant'Angelo

El siguiente día nos encuentra prestos para tomar el autobús color rojo que nos lleva hacia el Coliseo Romano. Tomamos un café macchiato y paladeamos un cornetto. Anteojos de sol, gorro y a caminar por senderos históricos. Al llegar al lugar nos reciben actores ataviados con el uniforme romano de los soldados de la época imperial. Las fotografías se multiplican, pagamos 52,92 euros e ingresamos a través de pórticos y amplias galerías. Los visitantes se conmueven ante la majestuosa arquitectura del Coliseo, una mole de piedra que se alza en el corazón de Roma, signo de sus tiempos de máximo esplendor. 

El Coliseo Romano fue escenario de variedad de eventos, entre ellos los famosos combates de gladiadores. Aunque su función principal era entretener al pueblo, también manifestaba la supremacía del Imperio Romano. Con el paso de los siglos, el Coliseo se convirtió en una de las maravillas del mundo moderno, y eso se expresa en la amplitud de los espacios, la densidad de los materiales constructivos empleados y su emplazamiento en medio de la metrópolis. 

Revisamos en la audioguía la variedad de idiomas ofrecidos, elegimos el nuestro, y escuchamos que: “el Coliseo Romano, también conocido como el Anfiteatro Flavio, es símbolo del poder y la grandeza de la Antigua Roma. Construido entre los años 70 y 80 después de Cristo, durante el reinado de los emperadores Vespasiano y Tito, el Coliseo fue el anfiteatro más grande de su tiempo, con capacidad para albergar a unos 50.000 espectadores”.

Ahora decidimos conocer la joya del barroco tardío, para ello caminamos 25 cuadras, por un trazado irregular, en dirección al norte y llegamos a un espacio mítico: la Fontana di Trevi. Nos rendimos ante la obra de Nicola Salvi ―del año 1732―, y cumplimos con el ritual de arrojar una moneda de espaldas, cerrando los ojos y pidiendo un deseo. El lugar se encuentra atestado de turistas, pero encontramos un rincón para apreciar la belleza de sus esculturas en mármol blanco, del discurrir del agua con fondo turquesa y de su conexión con el ambiente. Sitio icónico registrado en films como Tres monedas en la fuente (Negulesco, 1954), La dolce vita (Fellini, 1960), Nos habíamos amado tanto (Scola, 1974) es una cita obligada de la ciudad. 

Despedimos a la figura de Neptuno, ubicada en la sección central de la fuente, y a los tritones que luchan con caballos. Nos perdemos entre las calles estrechas y adoquinadas para avanzar hacia el Trastévere, que es el decimotercer barrio del centro histórico de Roma, ubicado en la ribera occidental del río Tíber, y al sur de la Ciudad del Vaticano. Recorremos la zona costera y el pequeño caudal de dicho río nos sorprende. Esperábamos ver un afluente caudaloso como los que se ven en el litoral argentino, pero en Europa las proporciones de las ciudades y de los ríos distan de las americanas. Los puentes sobre este curso de agua son muy pintorescos y el turismo disfruta de sus vistas. Observamos a los transeúntes ejercitarse y realizar el típico paseo de fin de semana. 

Fontana de Trevi. Con casi 50 metros de frente, es una de las mayores fuentes monumentales del Barroco en Roma.

El entorno es de casas populares medievales y las calles serpenteantes se adaptan a la forma de anillos sucesivos que presenta la ciudad. Avanzamos en nuestra caminata escuchando variedad de idiomas, de acuerdo al peatón de ocasión, degustamos castañas al paso hasta llegar a Plaza España. Allí descansamos, apreciamos el trabajo de artesanos locales y escuchamos el canto de artistas callejeros. Rómulo, Remo, Augusto, César, Leonardo, Piazza Navona, Campo dei Fiori, son nombres propios que nos llevamos de recuerdo, mientras abandonamos en un tren de alta velocidad la imponente Ciudad eterna.

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