Historia de una familia anarquista en Santa Fe. Libros, huelgas y la crianza de las infancias anarcas, entre allanamientos, actos de militancia y visitas a los compañeros detenidos. Una abuelita anarquista y un legado de resistencias y de creación que ya tiene cien años.
por Federico Ternavasio*
para Sara
Prometeo. Publicación Quincenal de Ideas y Arte. 15 de septiembre de 1913. En la hojita entre liberal y anarquista que edita Candelario Olivera en la ciudad de Diamante, en Entre Ríos, aparece una sección titulada “Escritores Entrerrianos”. A pesar del masculino del título, la que aparece publicada en la sección es Lidia Martínez de Valero.
Es un texto titulado “Quiero…” y va dedicado a su hijo. Probablemente lo escribió cuando estaba embarazada o poco después del parto, que había sido en julio de ese año.
El poema expresa todo lo que esa mamá desea que su hijo sea: “Quiero que seas nervio y fibra”, empieza. “Quiero que seas todo una voluntad…” y “que la cobardía no te haga empalidecer jamás, ni el rojo de la vergüenza se extienda sobre tu frente…”.
Y también lo que no quiere, “no ambiciono pedestales para ti”, porque “hay tantos pedestales de ignominia con bases de miseria y ruindades…”.
Un lema, para su hijo: essere o non essere. Conocidas palabritas shakesperianas que acá pone, vaya a saber por qué, en italiano, ser o no ser. Pero a la forma de mandato, que yo interpreto como pidiendo “que seas –en la plenitud del ser– o que no seas, y punto”.
Y sigue con varios pedidos y deseos, para concluir que, “si hay aptitudes para vencer en la lucha, no hay miedo a la derrota”. “Por eso –escribe Lidia– te lego como herencia, herencia que quiero y procuraré que la conserves intacta, la rebeldía de mi espíritu, la firmeza de mi voluntad y la solidez inquebrantable de mi carácter”.
Lidia murió al poco tiempo de que nazca su hijo, probablemente por complicaciones posteriores al parto. Tenía veinticinco años. El acta de defunción dice “erisipela”. Su hijo nació en julio, ella murió en agosto, su texto se publicó en septiembre.
Desde que lo leí por primera vez quedó resonando en mí –que hace un año y algo soy papá– eso que Lidia escribió hace ya más de cien años. “Te lego como herencia la rebeldía de mi espíritu”. “Procuraré que la conserves intacta”.
Deseos y saberes
La escena de aquella mamá escribiéndole a su hijo un testamento de deseos rebeldes ocurre en Rosario del Tala, donde había anarquistas agitando desde hacía varios años. El texto se publica en Diamante, en una revista que según parece solamente sacó un número y un suplemento. A eso lo lee en Santa Fe, más de cien años después, un becario doctoral de Conicet que investiga algo de lenguaje y anarquismo. Pero es papá reciente y se conmueve, y piensa en esas herencias. Piensa también en que contar todo esto le hace correr el riesgo de ser cursi, torpe, romanticón. Hay cosas peores, se dice a sí mismo.
Uno se descubre mirando al pasado con ojos de futuro. Como queriendo captar en algo de lo que fue, algún rasgo de sentido, una pieza de rompecabezas existencial que nos ayude a ordenar las ideas con las que pensar lo que nos toca.
Se le podría reprochar a ese sentimiento su falta de pertinencia para eso que uno debe hacer cuando investiga. Porque, después de todo, esta serie de escenas que compartimos es una de tantas derivas de una tesis doctoral. Pero a ese reproche le respondemos, al menos acá, recordando que somos, también cuando investigamos, sujetos atravesados por deseos, búsquedas, pasiones. Y que hay una alquimia que nos desafía a mantener el rigor científico, a la vez que no nos permite escindir aquello que somos como personas, activistas, padres o madres, lectores o lectoras, docentes.
Asumir esa labor alquímica, para quienes estamos en las Humanidades y las Sociales, nos da el permiso de hacer un poco de ensayismo y de pensarnos en eso que investigamos, y a la inversa, de permitirle a nuestras vidas, o mejor, a nuestras búsquedas vitales, contaminar ese cuidado entorno de trabajo, en realidad nunca aséptico, siempre impuro.
Y permitirnos también tender hilos, redes de ideas, puentes de sentidos entre las prácticas del pasado, las necesidades del presente y los deseos para el futuro.
Subido a ese tren de pensamiento se ven pasar varias estaciones, pero la que invita es la de eso de las herencias, las continuidades, los legados.
Una familia ácrata
En la mayoría de los casos los nombres que uno encuentra en aquellas filas anarquistas de principios de siglo se pierden, sea que hayan aparecido firmando textos, mencionados en una huelga, en un mitín, en un grupo o como víctimas de la represión.
Algunos nombres uno los ve repetidos muchas de veces, activando acá y allá, con una producción intelectual notable, y de repente, un cambio de rubro laboral, una mudanza, y no vuelve a saberse de ellos. ¿Tenían bibliotecas personales? ¿Qué pasó con sus libros? Si fueron docentes, ¿algún estudiante guardó un recuerdo? Si tuvieron familia, ¿alguien guardó algo, alguien retomó sus ideas?
Unas pocas veces esas líneas aparecen, esas herencias anarquistas dejan rastro y hasta en algún caso puede que hijos o nietos escriban algo, atesoren una foto, guarden un puñado de anécdotas. Acá en Santa Fe hubo un caso más o menos conocido, el de la familia Dubovsky-Chanovsky.

Rosa Chanovsky y su compañero Adolfo Dubovsky salieron de Odesa por caminos separados, huyendo de la represión posterior a la primera revolución en Rusia, en 1905, en la que habían estado implicados. Ella fue para Francia, él para Argentina, y se reencontraron en Buenos Aires hacia el 1907. Eran muy jóvenes, ella tenía veintidós años y él veintitrés. Después se vinieron para acá, para Santa Fe.
Como al Dubo lo echaban de todos lados por anarquista, terminaron trabajando ambos en la tapicería que tenían en su domicilio. Él carpintero, ella tapicera, la combinación daba como resultado unas buenas sillas y butacas.
La que dejó una huella destacada en la historia de la cultura anarquista fue Rosa, que suele aparecer con el apellido de él. Cuenta Sandra McGee Deutsch, en su libro sobre las mujeres judías en Argentina, que Rosa se ocupó de “erradicar la explotación de las mujeres que veía en su entorno”. Leía los clásicos anarquistas, le prestaba libros a sus compañeras y fundó una Biblioteca.
Para McGee Deutsch esa fue la Biblioteca Femenina Popular, que algunas veces es mencionada como Biblioteca “Emma Goldman”, en 25 de Mayo entre Junín y Suipacha. Le recomendaba “tácticas de organización y de huelga” a las obreras de una fábrica de fósforos. Hay un chiste ahí, sobre las actitudes incendiarias, que dejaremos pasar.
Rosa trabajó en la Biblioteca Zola y en la Biblioteca El Porvenir, de las que ya dimos sus señas en episodios anteriores. Tenían seis hijos, entre ellos Sara y Benjamín, que fueron también conocidos militantes.
Infancias anarcas
La educación preocupaba especialmente a los anarcos, por eso tanta biblioteca, tanto libro, tanta escuela libre. Educación que hace poco reflotó en el rescate editorial de La anarquía explicada a los niños, un folleto de 1931 escrito por José Ruiz Rodríguez bajo el seudónimo José Antonio Emmanuel. Allí sistematiza una serie de mandatos para esas infancias que serán libres: ayuda, apoya, copia lo bello, labora, estudia, ama, protege, cultiva, no tengas esclavos, trabaja.
Aunque quizás sin esos términos exactos, Rosa y Adolfo procuraron transmitir los valores del anarquismo a su prole. Benjamín, el menor de sus hijos, escribió a fines de los noventa una serie de memorias familiares para el periódico El Libertario, y ahí cuenta que a los seis años ya tuvo su primera labor como militante, cuando vivían en Santa Fe: pararse en la puerta de su casa, que estaba en calle Corrientes al 2720, para avisar disimuladamente a los compañeros que llegaban que no entraran porque les estaban haciendo, otra vez, un allanamiento.
La familia iba al teatro Roma Nostra, hoy Centro Cultural Roma, en calle San Jerónimo al 2673. Participaba de los actos del movimiento, y ahí Benjamín escuchó, por ejemplo, a González Pacheco. Recuerda que se cantaba de pie y con fervor “Hijos del Pueblo” y “La Internacional”.

Si sus viejos no podían ir a llevarle comida a los compañeros presos lo mandaban a él. “Cuando me veían, los milicos quedaban atónitos”, dice Benjamín.
Sara, por su parte, se hizo anarquista acompañando a su mamá a las reuniones y luego repartiendo volantes. Siendo poco más que una niña publicó un texto de opinión en Nuestra Tribuna, que dirigía la destacada intelectual y militante Juana Rouco Buela, amiga de su mamá.
Sara se dedicó especialmente a asistir a los presos, y a fines de la década del veinte también editó y escribió en la revista Palotes, que publicó al menos cuatro números en nuestra ciudad, con ánimos de hacer propaganda anarquista accesible para cualquiera. Y con ese mismo grupo llevaba adelante la Biblioteca “La Obra”, que estaba en la esquina de Urquiza y Primera Junta.
Siempre que releo Palotes me resulta simpática una noticia en la que invitan a un picnic con juegos para juntar plata a beneficio de la revista y la biblioteca, el domingo 23 de febrero de 1930, en la quinta del centro asturiano, lo que hoy es el colegio Covadonga.
No mucho después la familia Dubovsky abandonó la ciudad, empujados por la persecución que desató el golpe de Uriburu. Según algunos cuando todavía estaba en Santa Fe, según otros ya en Buenos Aires, a Sara la metieron presa. A ella y a varias mujeres, según La Rebelión, periódico anarquista de Montevideo, por la humana tarea de “atender a los presos allegándoles recursos solidarios”.
Dice McGee Deutsch que Rosa participó de las Federaciones anarquistas hasta pasados los ochenta años, mientras que otros dicen que murió a los setenta y dos. Sara Dubovsky, casada con el compañero Francisco Peralta, tuvo una hija a la que le puso el nombre Amor.
Falleció en marzo de 1997. Otro anarquista santafesino, Jacobo Maguid, le dedicó una despedida en las páginas de El Libertario. En la fotito que acompaña el texto se ve una abuelita de lentes, sonriente. Sara Dubovsky, una abuelita anarquista que en la infame década del noventa encontraba alegría asistiendo al local de la Federación Obrera y conversando con compañeros y compañeras.
El Porvenir
Viñetas de nuestra Santa Fe anarquista. Escenas cruzadas por biografías, por acciones, por ideas. Vidas que fueron carne, hueso, deseo, búsqueda, conflicto. Uno investiga eso, recorre esas palabras que tejían militancias, esfuerzos enormes de organización. Que movilizaban una voluntad lo suficientemente fuerte como para bancarse el palo, el sablazo, la cárcel. Que alimentaban el coraje de subirse a un escenario y actuar, el coraje de tomar la palabra en la asamblea, en el acto público, en la calle.
Nada de eso desapareció, porque seguimos intentando cosas, logrando alguito, incluso a pesar del peso de un mundo cada vez más roto económica, ecológica y socialmente. Pero ahí vamos con nuestra cinta scotch de posibilidades, de iniciativas, talleres, cooperativas, agrupaciones. Proyectos, intentos, queriendo arreglar un poco, queriendo que sea cierto eso de que podemos hacer cosas que cambien algo para mejor. Eso heredamos, en distintas medidas, de aquellas vidas anarquistas.
Y sigue habiendo movidas anarquistas o afines, acá en la propia Santa Fe y en todo el mundo. En algunos lugares con más visibilidad que en otros. Es importante remarcar eso, que miramos un momento en el pasado pero que esa historia siguió y sigue.
Hubo, en estos cien años que nos separan de aquellos primeros anarcos y anarcas locales, mucho compromiso, militancias, valentía, mucho dolor y amor. Hubo anarquismo pero también una variada ramificación de militancias de distintas formas y colores. Así se fue haciendo el pasamanos de aquellas primeras prácticas de resistencia y creación política hasta el presente.
Esa herencia no es algo guardado que haya que descubrir, ni siquiera algo que haya que traer desde el pasado, porque está acá como un circulante, moviéndose mientras nos mueve.
La familia, la maternidad o paternidad, no son un destino prefijado como sí lo eran en la época de Rosa y Adolfo. Hoy hacemos parentesco de mil maneras, nos vinculamos y formamos vidas en muchos sentidos más libres que aquellas que desplegaron los anarquistas en el pasado.
Trazamos vínculos y, remando en contra de la correntada de soledad, autoexplotación, aislamiento y egoísmo, creamos las condiciones para ese otro mundo de posibles que soñamos desde el primer yugo, desde la primera cadena, desde la primera injusticia.
Como esa madre que no llegó a ver publicado su poema de deseos para su hijo, pero que igual está acá haciéndose presente. Así le apostamos a ese horizonte incierto que llamamos el porvenir, como se llamaba la Biblioteca de los anarcos ahí por calle Belgrano.
Quiero...
Hace un año y siete meses nació mi hija. No sé si fue una apuesta a la vida o un acto de inconsciencia. O ambas. Pero fijate que hace poco aprendió a dar abrazos y viene, te ofrece uno, y cómo no vas a querer hacer mil revoluciones, cómo no vas a querer apostar a un mundo mejor, si está ella ahí riéndose, corriendo, mirándote, con una chinche incontrolable, pero también robándole los libros a su padre. Revoleándolos, abriéndolos, mirándolos, jugando a que lee.
Se llama, en homenaje a aquella muchacha Dubovsky, Sara.
Hay algo en ella que obliga a querer un futuro. Como para mí ahora es Sara, para otros serán mil otras personas, afectos, niñxs o adultxs, proyectos, que nos hacen pensar en lo que queremos para un mañana, para todxs lxs que vendrán después que nosotrxs.
Yo, por ejemplo, digo: Sara, deseo que sepas amar y proteger, apoyar y ayudar.
*IHUCSO-UNL-Conicet








