El confiado avance del macrismo despertó el temor de los votantes de Scioli, que ahora se movilizan.

La mesa del comedor diario, la familia sentada y sus fervorosos bramidos, el fumadero en el lugar de trabajo, las solapadas referencias en el almacén, la peña y el grupo de whatsapp de la peña, el inevitable taxista, la furia digital: todo, todo tiene olor a 2008.

El conflicto por la distribución de la renta de la patronal agraria (o la rebelión campesina, según una lectura en otro extremo) devolvió a la conversación cotidiana la pasión por la política. Cualquier desprevenido devino en especialista en sistemas tributarios, finanzas globales, comercio internacional y modelos de producción rural. Y qué bueno que así haya sido: la democracia avanza cuando la discusión se amplía.

El balotaje del 22 de noviembre se va a decidir, en muy buena parte, por el resultado de los intercambios personales, por el mano a mano, por la secada de cerebro que los votantes de Scioli y Macri ejerzan sobre el electorado que optó por los candidatos que quedaron fuera de carrera. Por supuesto, las estructuras partidarias y los medios de comunicación harán lo suyo. Pero, como en el 2008, o más, el 2015 nos encuentra hablando de política, sin parar.

Dónde están

La pregunta principal, entonces, es dónde están los 5 millones de votantes que apoyaron a Sergio Massa. Es el 21% del electorado, su movimiento va a decidir el futuro del país. Saber dónde habitan significa ubicar quiénes los rodean, cuáles son sus contactos interpersonales, quiénes les taladran el oído para volcarlos hacia un lado o el otro.

En el conurbano bonaerense viven 1.376.869 de los votantes de Massa. En ese territorio representan, aproximadamente, dos de cada 10 votantes. De Macri, son tres de cada 10. Y de Scioli, cuatro de cada 10. La puja es muy pareja. Sin embargo, allí está La Matanza y sus 760 mil electores. En el bastión peronista, de cada 10 personas, cinco son de Scioli, dos de Macri y dos de Massa.

Fuera del conurbano, en el resto de Buenos Aires se reparten otros 685 mil votos massistas más. De no ser por el Gran Buenos Aires, Macri supera en cerca de 250 mil votos a Scioli, sumando todos los partidos bonaerenses. Habrá entonces un palmo a palmo por esas voluntades flotando, que representan cerca del 2,5% del electorado total.

[quote_box_right]La pregunta principal, entonces, es dónde están los 5 millones de votantes que apoyaron a Sergio Massa. Es el 21% del electorado, su movimiento va a decidir el futuro del país. Saber dónde habitan significa ubicar quiénes los rodean, cuáles son sus contactos interpersonales, quiénes les taladran el oído para volcarlos hacia un lado o el otro.[/quote_box_right]

En el norte también se aglutinan muchos votantes de Massa. El diputado nacional ganó la elección en Jujuy y salió segundo en Salta. Entre ambas provincias, suma más de 420 mil votos. Y en ambas, hay cuatro votantes de cada 10 que apoyaron a Scioli y dos de cada 10 que están con Macri. La diferencia es holgada. Una curiosidad: la boleta ganadora en Jujuy fue la de Gerardo Morales con la de Sergio Massa. El radicalismo en esa provincia sumó poco a Cambiemos: 206 mil votos clavó Morales; 65 mil Macri. La diferencia explica la victoria de Massa en la botita norteña. Ahora, habrá que ver si pesa más la estructura de la UCR –que ya zanjó su objetivo local– o la mayoría sciolista y su boca a boca. La aclaración vale para todos los casos: en el cuarto oscuro sólo habrá dos papeletas cortitas. En la provincia de Buenos Aires esto quizá sea una ventaja para Daniel Scioli, liberado de la de un Aníbal Fernández que se la pasa criticando a su candidato.

Massa hizo buenas elecciones en San Juan, La Rioja, Neuquén, Río Negro y Chubut. Las cinco, sumadas, representan 431 mil votos de los que obtuvo. Con la excepción de La Rioja y Neuquén, el reparto de votantes entre Scioli y Macri es idéntico: cuatro y dos de cada 10.

En 17 provincias triunfó el Frente para la Victoria. En muchas, orilló cifras próximas al 50%. Muchos de esos votantes hoy rodean la oreja de sus massistas próximos. Pero Macri pegó fuertístimo en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y, claro, Buenos Aires y la Capital Federal. Son los distritos más populosos, dejando fuera a Tucumán.

Sin embargo, en Mendoza, Massa obtuvo los mejores porcentajes en los departamentos donde ganó Scioli: nuevamente, hay más electores de Massa a manos de los votantes del oficialismo. Córdoba fue la bomba amarilla: 53% de los votos. Hay más apoyo allí que la Capital Federal misma (50%). Macri se fumó todo el voto a De la Sota, por lo que cabe preguntar: ¿qué dirección tendrá el voto de Massa? ¿Por qué no se plegó ya a la estrategia de voto útil? Difícil responder en nombre de los 437 mil votos massistas que en la provincia mediterránea están cercados de macristas que los llaman a su redil. Muchos menos son los massistas de la Capital: 299 mil.

Los 495 mil votos de Massa en Santa Fe están muy propensos para ir hacia Macri. En nuestra provincia, de cada 10 personas, tres votaron a Scioli, tres a Macri y dos a Massa. Pero la estructura de la UCR local es una de las más fuertes adherentes a Cambiemos en todo el país: el encuentro de intendentes del lunes 9 dio cuenta de ello. José Corral, el jefe real de la UCR provincial, luce más cómodo con estos nuevos socios que con los del progresismo socialista. Y el Frente para la Victoria local parece haberse lavado bastante las manos. Hasta en Castellanos, la tierra de Omar Perotti, ganó Macri 45% a 25% sobre Scioli. El voto rural, en favor de Cambiemos, se muestra totalmente consolidado (y eso vale también para la provincia de Buenos Aires). Queda para el peronismo disputar votos en los barrios de La Capital y Rosario.

En Entre Ríos tallan las estructuras partidarias, pero en otra dirección. El Frente Renovador entrerriano explícitamente se volcó en favor de Scioli. En el boca a boca de los adherentes, la cuestión está muuuy repartida. De todos modos, en la vecina provincia se juegan apenas 150 mil votos massistas.

Desde otra perspectiva, el politólogo Andrés Tow observó las clases sociales a las que pertenecen los votantes de cada partido, cruzando los datos de las mesas electorales y su ubicación con la ubicación de las personas según su nivel socioeconómico. En castizo: analizó las diferencias entre el voto de barrio Yapeyú y de barrio Constituyentes, por ejemplo. Los resultados son muy marcados y establecen que los votantes de Massa cohabitan con los de Scioli y se encuentran social y económicamente –esto es, en la vida cotidiana– muy lejos de los votantes de Macri. Los primeros van de la pobreza a la clase media baja, los segundos, de la media a clase alta.

Excepto por el voto rural, buena parte de los votantes de Massa están social y territorialmente más expuestos a los votantes de Scioli que a los de Macri. Eso es otro indicador de con quiénes están decidiendo su opción para el 22 de noviembre. Aunque también es evidente que el macrismo ha logrado perforar y penetrar muy hondo en las capas populares.

Volvemos a la pregunta sobre el voto útil. Durante las últimas dos semanas previas a la primera vuelta, la estrategia de Macri se centró en decirles a los votantes de Massa: “si no votan por mí, gana Scioli”. Las cifras de la elección general muestran que Macri se nutrió, fundamentalmente, de los votos de De la Sota y de la avalancha de nuevos electores: más de dos millones se sumaron de las Paso a la primera vuelta. También, Massa no sólo retuvo votos, sino que sumó adhesiones. ¿Habrá sido eficaz la estrategia de voto útil? Sobre los cordobeses y los nuevos votantes, sí. Lo cierto es que el elector massista apoyó a su candidato aún a sabiendas de que Scioli podía ganar de una en octubre, como medios, encuestadoras y hasta el propio macrismo pregonaban a viva voz.

Boca versus Boca

En este fragor que a unos harta y a otros excita, el debate del 15 de noviembre será como un superclásico, pero protagonizado por dos bosteros. No sólo tendrá efectos por cómo repercutirá en las evaluaciones de la prensa, sino que los más atentos serán, justamente, los votantes mismos. De ese debate surgirán los argumentos para las arengas de los convencidos sobre los indecisos, quienes también posarán su interés en el show político para así reflexionar camino al cuarto oscuro.

El campamento de Cambiemos avanza organizado, homogéneo y firme hacia el triunfo. Así, al menos, se muestran. Los medios de comunicación se babean ante ellos, el radicalismo organiza caravanas y actos masivos, Macri y el PRO se caminan todo y revolean sus promesas.

Como en 2008, el kirchnerismo llegó tarde al combate y ni vio de dónde venían las trompadas. La “batalla cultural” ya se había probado inútil y contraproducente en 2013. El enfrascamiento en los discursos de los periodistas oficialistas capitalinos hartó a quienes viven otras realidades. La arrogancia kirchnerista de púlpito ideológico fue real. El piso de demandas, también, es otro: un joven de 25 años desconoce la experiencia de una crisis generada por medidas macroeconómicas neoliberales, o bien sepultó ese sufrimiento infantil en el pasado.

Tras la primera vuelta la dirigencia oficialista lució groggy, al menos por dos semanas. Groggy y más preocupada por ser oposición o por el 2019 o por sus cuitas personales, que por triunfar.

Entonces, los votantes kirchneristas se volvieron adherentes y los adherentes, partisanos. Reaccionaron antes que militantes y dirigentes a la dura piña de la realidad: Macri puede ganar. Como pueden, buscan convencer antes que predicar, escuchar antes que monologar, emocionar antes que adormecer. El miedo los impulsa a mover el culo como nunca. Y ese es el dato nuevo de los primeros días de esta segunda vuelta electoral.

Publicada en Pausa #165, miércoles 11 de noviembre de 2015

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