Cuando era estudiante andaba por distintas agrupaciones políticas, como todos en esa época. Me acuerdo de estar sentada en la cocina escribiendo un poema y que la Cheli y la Su, yéndose a una asamblea, me toman el pelo: Cuidado, vas a estar escribiendo poemas cuando la revolución pase por la calle.  Ante la visión de esa barbaridad, dejé todo y partí con ellas.

Éramos de izquierda. Una diferencia importante es que nosotros, en las peñas, cantábamos canciones de la Guerra Civil española o zambas melancólicas, aburridas a más no poder, mientras los peronistas hacían fiestas con baile y todo. Una persona de izquierda evita reírse, porque la dictadura del proletariado exige gravedad. Muchos tienen la expresión de Lenin cuando, al otro día de la toma del Palacio de Invierno, se decía: Ahora empiezan los verdaderos problemas.

De más grande tuve dos experiencias que relato brevemente: me llamaron para organizar la Universidad de las Madres, en Santa Fe, donde tuve el honor de conocer a la Queca y a la Negrita, grandes entre los grandes. Y formé parte, un tiempo, de la comisión directiva de un gremio. En las dos ocasiones me fui porque algunos me perseguían con un izquierdómetro no demasiado sutil para mí.

Ahí me di cuenta que la política no era para mí. Yo buscaba compañeros, no cadáveres, como dice Nietzsche. Pero tengo perfectamente claro un par de cosas: tengo una relación personal con el gobierno y con el Estado, me guste o no me guste. El otro, el Otro, el hombre es un ser político, ser en la polis: no preguntes por quién doblan las campanas, ellas doblan por ti.

De la mar de comentarios y noticias, sólo retendré un par. La alegría necia de quienes creen que es posible una comunidad humana sin conflictos. Porque no saben lo que dicen. Porque tienen conflictos en su propio trabajo, en su propia casa, en su propia cama, en su propio cuerpo, todo el tiempo y sin parar. Porque el consenso se logra a base de aplastar a unos muchos en el camino. Porque, diría Derrida, Occidente se forma un imaginario que logró a partir de establecer dicotomías radicales e irreconciliables: cuerpo y alma, cielo y tierra, significante y significado, etc. Burguesía y proletariado. La comunidad inteligente acepta el disenso y se regocija en él, porque lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia. La que tiene el que firma un decreto para que haya ajustes, por ejemplo.

Vos decime quiénes festejan y, si son los kelpers, si son los militares presos, yo no tengo nada que festejar. Porque soy de izquierda. Por eso lloré cuando murió Néstor. Por eso la voté a Cristina, por eso lo voté a Scioli.

Y retendré la tristeza y el miedo de muchos de mis amigos. Como tonta, pensando en mí misma, pensando en que, finalmente, siempre zafamos de alguna manera, tanto de la inflación de Alfonsín como del delirio menemista, dije anoche: Bueno, no es una dictadura militar, no van a venir a meternos presos porque sí. Y Laura, que es mi hija y trabaja como psicóloga en el barrio Las Lomas, con la mirada en la botella de cerveza que se estaba sirviendo me dijo con una furia contenida: El terrorismo de Estado no se fue nunca de los barrios que están más allá de los bulevares. Y ahora va a ser mucho peor.

Fotos: Santiago Cichero / Revista Anfibia
Fotos: Santiago Cichero / Revista Anfibia

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