Solidarios con nosotros mismos

En Argentina hay casi ocho mil personas que en una lista de espera para ser trasplantadas.

En lo que va de 2016 se realizaron 121 trasplantes a partir de donantes de la provincia.

A menudo, los medios de comunicación y las redes sociales son exponentes de casos que requieren, con suma urgencia, un trasplante de órgano. Más allá de la conciencia social que se despierte, lo fundamental es el conocimiento y la concientización que se debe instalar en la vida cotidiana. “Nuestro principal objetivo es aumentar la cantidad y la calidad. La cantidad, cuanto más donantes tengamos mejor. De cada donante es posible originar hasta ocho, nueve trasplantes. El objetivo es que la mayor cantidad de órganos de ese donante sean viables. Así, vamos a aumentar la calidad de los donantes. La idea es que la mayor cantidad de órganos del donante sean viables”. De esa forma, Martín Cuestas, el director del Cudaio Santa Fe explicó a Pausa el entramado de cuestiones que intervienen a la hora de hablar de donación de órganos.

En el transcurso de 2016, con donantes de la provincia de Santa Fe, se realizaron 121 trasplantes. Y a nivel nacional, 1.071. Esta cifra se mantiene respecto al año pasado, con “pequeñas oscilaciones”. Según agregó, “la línea, desde hace seis, siete años atrás, está en aumento. Pero esto no basta porque es constante, permanente y está en aumento el ingreso de pacientes a la lista de espera. Las enfermedades cuya última alternativa terapéutica requiere del trasplante van en aumento”, destacó.

—¿A qué se debe la tendencia?

—Se debe a las distintas patologías que están en la sociedad. La única enfermedad que requiere un trasplante para su cura, que tiene un tratamiento sustitutivo que es la diálisis, es la enfermedad renal. Los pacientes que tienen insuficiencia renal pueden vivir gracias a la diálisis. La diálisis es un tratamiento quizás muy engorroso porque disminuye la actividad laboral, la actividad social. Son tres sesiones semanales, entre cuatro y seis horas estando conectado a una máquina. Pero viven. En cambio, a un paciente con una insuficiencia hepática o cardíaca, lo único que le queda es el trasplante. No tiene otra alternativa. Por eso desde el Cudaio tendemos a prevenir ese tipo de enfermedades. Tenemos el Programa de Abordaje Integral de Enfermedad Renal. Tratamos de tomar a las personas antes que tengan la enfermedad renal, prevenir antes de que entren a la lista de espera. Y si es inevitable su ingreso a la lista de espera, que lleguen a dializarse y esperar un trasplante de la mejor manera. Siempre es mejor recibir un trasplante en un paciente en condiciones aceptables. Ese aumento de pacientes en lista de espera no es directamente proporcional a la cantidad de trasplantes que se realizan –precisó–. Es un problema que se debe abordar desde el punto de vista social porque todos estamos incluidos. Todos tenemos tres veces más posibilidades de necesitar un trasplante que de ser donante. Está estadísticamente comprobado.

—¿Qué es lo que no se sabe de la donación teniendo en cuenta que supone un momento crítico como es la muerte?

—Las principales causas de que la gente diga “no quiero ser donante” son el desconocimiento y los miedos. Hay que tener una capacidad de síntesis importante para que el interlocutor lo entienda y se vaya con una buena imagen o con interés. El desinterés pasa porque está de por medio la muerte y a nadie le gusta hablar de su propia muerte. Pero es un hecho inevitable, lo que pasa es que no sabemos ni dónde ni cómo ni cuándo. Hay que aprovechar la ley de donante presunto que establece que toda persona mayor de 18 años debe manifestarse en vida con respecto hacia la donación, por sí o por no. Si no se manifiesta, la ley lo presume donante. Lo que queremos es que toda la gente se manifieste hacia la afirmativa, pero nadie va a obligar a nadie. Cada uno es responsable y consciente para poder decidir, pero sí estamos obligados a que la gente se informe para tomar la mejor decisión –argumentó–, la más acertada, pero teniendo conocimiento. Se trata de tomar una decisión fundada porque la mayor cantidad de negativas a la donación es por miedo.

—¿Qué rol cumple la familia en la instancia de la decisión?

—La ley exime a la familia. Vamos a decidir nosotros, no nuestra familia. Pero lo que tenemos que hacer es informarnos, tomar la decisión y comunicarlo a las personas más cercanas. Entonces en el momento en que fallece una persona, nos fijamos en el Registro Nacional de Donación si la voluntad está expresa o no. Si está expresa por sí o por no, se actúa en consecuencia. Si no está expresa, la ley también lo presume donante. Entonces se habla con la familia y se le explica la ley. Si no hay una manifestación expresa se le pide a la familia un testimonio de última voluntad. Si está expreso que sí, es sí. Si dice que no, es no. Y si no dice nada, se le dice a la familia que es donante, salvo que la familia diga “ayer me dijo que no”. Esa charla que hay que tener, tomada la decisión en vida, debe ser en un momento que no sea de estrés. Debemos pensar que podemos salvar otras vidas. Es importante hablar del tema en familia. Estamos entrando en una etapa de transición en cuanto al cambio de mentalidad de toda la sociedad. El objetivo es incorporar el tema en la sociedad porque todos somos parte. Es ser solidario hasta con nosotros mismos.

Un método vertiginoso

Llegada la instancia de un trasplante es necesario tener en cuenta “las compatibilidades”. Es decir, “No se trasplanta a quien quiere sino a quien puede. Debe existir una compatibilidad biológica, es decir, de ADN, y también antropométricamente. Una persona de 1,80 metro y de 90 kilos es muy difícil que tenga un hígado sea compatible con el de un chiquito de tres o cuatro años. Quizás sea compatible biológicamente, pero antropométricamente no. O al revés”, ilustró el médico.

—¿Cuáles son los protocolos para la donación y el trasplante?

—Generalmente, las personas están en las terapias intensivas cuando se encuentran con signos clínicos de muerte cerebral. Lo primero que se hace es certificar ese diagnóstico. Una vez que se certifica esa muerte cerebral quiere decir que esa persona ya está fallecida y el paciente pasa a ser potencial donante. Pero es fallecida con corazón batiente. El donante puede ser vivo o cadavérico –distinguió–. El vivo es el relacionado. Puede donar un riñón. El donante cadavérico puede ser a corazón batiente o a corazón parado. Ese potencial donante puede donar porque a los órganos les sigue llegando sangre. Si la persona ya se manifestó como donante y se certificó la muerte, hay que mantener viable esos órganos. En ese momento se saca una muestra de sangre, se pasa a un registro y se observa cuáles son los potenciales receptores. De esa manera se ponen en contacto los profesionales. Si el médico dice “este paciente está con fiebre, no se puede trasplantar” se tacha y se pasa al siguiente en la lista de espera, primero a nivel provincial, después regional y finalmente nacional. Salvo que haya una emergencia y eso pasa a ser primero en el país. El paso seguido es organizar el quirófano para la ablación y de acuerdo a los órganos viables, que se determina antes de la cirugía, se sabe qué se va a sacar. Pueden ser pulmones, corazón, hígado, páncreas, riñones. También están los tejidos, las córneas, las válvulas cardíacas, piel y huesos.

—¿De qué manera funciona el Consejo Asesor de Pacientes?

—Se trata de un grupo de pacientes en lista de espera y pacientes trasplantados que tienen su espacio, donde vuelcan sus inquietudes, reclamos, aportes. Son asesores del organismo. La razón de ser del Cudaio es ayudar a las personas que necesitan trasplantes para que lleguen mejor a esa lista de espera. Y una vez trasplantados, también guiarlos, ayudarlos a su reinserción social. No tratarlos como personas inválidas, pero sí reinsertarlos. Y el CAP sirve para aportar soluciones y recepcionar dudas. También estamos trabajando en cuanto a la reglamentación de la ley provincial de Protección Integral de los Pacientes Trasplantados –añadió el director–. Lo que se busca es que los pacientes tengan una alimentación saludable. Una persona trasplantada tiene que vivir en un lugar apto, de lo contrario se los debe reubicar en una vivienda acorde. Además, el libre acceso al transporte. En Rosario se implementó a nivel local. Con la ley nacional, ya reglamentada, los pacientes trasplantados o en lista de espera de cualquier parte del país pueden viajar sin cargo por todo el país. Otro punto es el derecho a los medicamentos, no sólo a la medicación inmunodepresora porque ya está garantizada.

En nuestra ciudad, el Hospital José María Cullen dispone de un programa renal y de córneas. Allí se realizan trasplantes. Y a su vez, se encuentra Clínica de Nefrología, donde se realizan trasplantes renales y hepáticos. En relación con la dinámica del protocolo, resulta relevante que “la mayoría de los donantes se genera en el Hospital porque las principales causas son lesiones cerebrales, como ser los accidentes cerebro vasculares y los traumatismos de cráneo, y éstos pueden ser por accidentes automovilísticos, accidentes casuales o heridas de arma de fuego. Y esas urgencias van a los hospitales porque tienen un sistema para tratarlos. Un órgano para trasplante, cuando el paciente ya está fallecido, va a estar en mejores condiciones si estuvo bien conservado”, concluyó.

Donación de sangre

Bajo la órbita del Cudaio también se encuentra el Programa de Hemoterapia. “Lo que buscamos –consignó Cuestas– es evitar el donante por reposición. Es decir, evitar el pedido desesperado de una cantidad de donantes de sangre”. Lo que se intenta “generar es la donación voluntaria, altruista y repetitiva. Que una persona decida ser donante de sangre done dos veces por año para nutrir a los bancos. Eso genera también mayor seguridad en las transfusiones”. Para Cuestas, es relevante promover una “cultura de la donación”.

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