El acá y el allá de la violencia en Rio

    Marielle Franco, férrea opositora a la intervención militar, fue asesinada con balas oficiales.

    La militarización de Rio de Janeiro golpea durísimo en los barrios más pobres. Desde Brasil, un análisis de la violencia del Estado, las desigualdades y el asesinato de Marielle Franco.

    Por Carolina Castellitti

    Rio de Janeiro es una ciudad partida al medio. Tan exuberante como su belleza es su extrema desigualdad social. De hecho, los accidentes geográficos de la ciudad sirven como las líneas de un mapa de la distribución de la riqueza: cerca de las playas y en las regiones planas, los barrios más ricos; en las montañas y regiones más alejadas del mar, los barrios más pobres (con pocas excepciones como Santa Teresa, reducto de artistas conocido como el “Montmartre carioca”).

    La inmensa cantidad de turistas que visitan la ciudad a diario, generalmente se lleva una impresión que corresponde a una de esas partes que, estrictamente hablando, está lejos de ser sólo una mitad. La región conocida como “Zona Sul”, formada por los barrios más cercanos a la playa (desde Flamengo hasta Leblon), es la región más cara para vivir (el metro cuadrado de la calle Vieira Souto, en Ipanema, ya llegó a ser el más caro del mundo, superando a Nueva York y París), más “bonita” para visitar y, por lo tanto, más segura. En esos barrios, la inseguridad, además de mala para la gente de bien, es mala para los negocios. Por lo tanto, es combatida de múltiples formas y recursos: refuerzo de las fuerzas de seguridad del Estado (policía militar y guardia civil), seguridad privada en las calles más exclusivas y una nueva modalidad de policiamiento resultado de un acuerdo público-privado. El programa “Segurança presente” (seguridad presente), administrado por órganos provinciales y municipales, con el patrocinio de los comerciantes de la región, tuvo su inicio en el barrio bohemio de Lapa, en 2014, y luego fue adoptado en el parque del Aterro do Flamengo, la Lagoa Rodrigo de Freitas, el Centro y, más recientemente, un barrio suburbano de clase media, llamado Méier. A diferencia de las fuerzas de seguridad tradicionales, estos agentes no utilizan uniforme sino chalecos con distintivos del programa, andan en bicicleta y usan, “preferentemente”, armas de baja letalidad.

    [quote_box_right]Para más de la mitad de los “cariocas” (seguimos hablando del municipio de Rio de Janeiro) es necesario tomar por lo menos dos medios de transporte para disfrutar de un día de sol y mar en su ciudad.[/quote_box_right]

    Gracias a esos múltiples recursos, los barrios más favorecidos vienen controlando la ola de violencia en la que se sumergió la ciudad posteriormente a los Juegos Olímpicos, resultado del endeudamiento del Gobierno, sobre todo provincial. Endeudamiento con orígenes lícitos (las obras para los Juegos, hoy abandonadas y deterioradas debido a la falta de fondos para su conservación) e ilícitos: el exgobernador Sergio Cabral, su esposa y otros miembros de su equipo están presos desde poco tiempo después de terminados los Juegos.

    Pero la imagen de que la ciudad de Rio de Janeiro termina donde termina la “Zona Sul” no es exclusiva de los turistas. Muchos de los habitantes de esos barrios jamás tomaron un tren (principal medio de transporte desde la Zona Norte hacia el centro), mientras muchos de ellos apoyan medidas políticas que restringen el acceso de los ómnibus de los barrios más alejados a la playa. Para más de la mitad de los “cariocas” (seguimos hablando del municipio de Rio de Janeiro) es necesario tomar por lo menos dos medios de transporte para disfrutar de un día de sol y mar en su ciudad.

    De más está decir que los barrios más ricos de Río no son los más poblados. Según datos obtenidos en el Censo de 2010, de los diez mayores barrios de la ciudad, solamente dos están situados en la “Zona Sul”. Con casi 150 mil habitantes, Copacabana es el séptimo barrio más populoso, número que corresponde a menos de la mitad del barrio mayor: Campo Grande, situado en la Zona Norte de la ciudad . Es en estas regiones, pero principalmente en las favelas que rodean esos centros urbanos, donde, como dicen acá, “o bicho pega”. Maré, Complexo do Alemão, Rocinha, Cidade de Deus, Acarí, para nombrar algunas de las más importantes: sólo entre ellas, la población alcanza los 250 mil habitantes(según datos del Censo; otras fuentes, como las del servicio de energía revelan cifras bastante más altas). En la Rocinha, el ingreso medio mensual por persona era de menos de 500 reales en 2010; en São Conrado, barrio situado literalmente del otro lado de una avenida, ese valor es 10 veces mayor .

    En esas favelas, la violencia, resultado del enfrentamiento entre facciones narcotraficantes y la policía, es cotidiana. Estamos hablando de constantes tiroteos, que diariamente contribuyen al aumento de víctimas por “bala perdida”. La repetición de adjetivos como constante y diario es intencional. Ciertos dispositivos un tanto novedosos pueden servir para ilustrar la naturalización de ese drama: fue desarrollado recientemente una app llamada “Onde temtiroteio” (“donde hay tiroteos”)por medio de la cual es posible acceder a un relato de los tiroteos por barrio, en tiempo real; evidencia de la misma creatividad, uno de los éxitos musicales del verano fue “Que tiro foi ese” (“qué tiro fue ese”), performativizado por un baile en cuyo ápice una persona cae al suelo como consecuencia de un impacto.

    La intervención federal en el estado de Rio de Janeiro, decretada por Michel Temer poco después del carnaval, a través de la cual fue transferido el control de la seguridad a un general, levanta preocupantes cuestiones en este escenario de violencia social. A menos de un mes de intervención, las informaciones aún son escasas y cualquier diagnóstico sería precipitado. Sin embargo, las alarmantes declaraciones del comandante del Ejército sobre la necesidad de evitar una nueva Comisión de la Verdad (mecanismo instituido por Dilma Rousseff para investigar las violaciones a los derechos humanos en la última dictadura militar), no hacen más que reforzar los temores de que la intervención sirva como un instrumento más de discriminación institucional contra la población pobre y negra. Acciones como las llevadas a cabo en las favelas Vila Kennedy, Vila Aliança e Coreia, en las cuales los militares abordaron “aleatoriamente” a los vecinos para fotografiar y fichar sus documentos de identificación, son los primeros signos de que esas alarmas no fueron precipitadas.Los vecinos seleccionados para la investigación eran detenidos cuando salían de sus casas para trabajar, debiendo esperar mientras sus datos y fotos eran enviados a la Policía Civil para un levantamiento de su ficha criminal.Mientras tanto, las páginas de Facebook de las favelas realizan sus propios mecanismos de consultas, en los cuales los internautas se debaten entre las opciones “nada cambió” o “todo cambió para peor”; el optimismo tiene poca cabida entre aquellos que hace años están acostumbrados a una indiferencia programada y sistemática.

    [quote_box_right]En esta ciudad, como en muchas otras, pero un poco más descaradamente, hay vidas que importan y vidas que no importan.[/quote_box_right]

    En algunas de esas favelas, el último 8 de marzo el ejército repartió rosas a las mujeres, acción por lo menos controvertida en el contexto de las consignas feministas levantadas alrededor del mundo por millones de mujeres. En la misma favela, al día siguiente fueron derrumbados 52 puestos de ambulantes que se ganaban el pan vendiendo tortas, café y bebidas, acción llevada a cabo por orden pública de la Municipalidad con el apoyo del Ejército. Marcelo Crivella, pastor evangélico electo como intendente en 2016, reconoció a través de una nota un “uso desproporcional de la fuerza” contra los trabajadores, que no recibieron ningún aviso, antes de depararse con la imagen de las retroexcavadoras enviadas para destruir su único medio de trabajo.

    Cuando me preguntan cómo está la vida en Rio, no puedo evitar sentir el fraude de tomar una palabra que no me corresponde. Normalmente respondo con otra pregunta: ¿la vida del lado de acá o la vida del lado de allá? Porque en esta ciudad, como en muchas otras, pero un poco más descaradamente, hay vidas que importan y vidas que no importan. En ese contexto, la lógica militar de las Fuerzas Armadas difícilmente traerá más paz para más cantidad de gente.

    “Un corte más en la carne”

    El 19 de febrero, después de decretada la intervención federal en Rio, la concejala Marielle Franco dio una entrevista donde se refirió al miedo de la población de la favela Maré, donde ella vivía. Un miedo latente al enfrentamiento, representado por el ruido de los tanques, algunos de los cuales habían estado parados en la puerta de su edificio. “Es un lunes en el que la ciudad de Rio de Janeiro llora, por un corte más en la carne”, decía Marielle en relación al tiempo gris y lluvioso de aquel día. Las críticas de la concejala contra la intervención eran rotundas, refiriéndose al decreto como poco efectivo, poco transparente, una “maniobra electoral para salvar un gobierno ilegítimo”.

    Con 46.000 votos, Marielle Franco fue la quinta concejala más votada en la ciudad en 2016; los otros cuatro eran hombres. Además de mujer y “favelada”, Marielle era negra, lesbiana, feminista, socióloga, madre soltera; era fuerte y tenía una sonrisa que irradiaba esperanza. Por declaraciones como esa, pero sobre todo por su constante accionar en defensa de los derechos humanos, contra la violencia de la policía en las favelas, y su fundamental papel en la conformación de una comisión para vigilar la intervención federal, Marielle fue asesinada el miércoles 14 a las 10 de la noche. Volvía de participar en la charla “Mujeres negras moviendo estructuras”; un auto se detuvo al lado del que ella ocupaba con un chofer y una asesora, sacaron un arma y dispararon nueve tiros directo a su cabeza. Las balas fueron identificadas como parte de un lote de municiones 9 mm vendido en 2006 a la Policía Federal.

    En la madrugada del jueves, algunas horas después de su asesinato, el cielo se pintó de un rojo fuego, el viento sopló con furia y los rayos y truenos cubrieron la noche carioca. Si algunas semanas atrás la ciudad lloraba, ahora estallaba de furia. Desde la mañana del jueves, miles de personas participaron de una vigilia durante su velorio y más tarde en la marcha para exigir justicia. Eran en su mayoría jóvenes, negras y negros. “Fuera Temer” y “no acabó, tiene que acabar, yo quiero el fin de la policía militar” fueron las consignas más cantadas por la multitud.

    “Ser mujer negra es resistir y sobrevivir todo el tiempo”

     

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