El peligro de ser solidario y músico

Céspedes participó con el Coro de la UNL de distintas movilizaciones populares. “La militancia no es solamente agarrar un arma”, sostiene.

Jorge Céspedes, histórico director del Coro de la UNL, y su paso por Coronda entre 1977 y 1978.

Nació en 1948, en una familia de clase media que, obedeciendo a las costumbres de la época, mandó al pequeño Jorge a estudiar piano. Lástima para el mundo de las teclas que a la misma edad que recibió un piano Brand, en 1957, el Club Unión conformó un coro de niños por el cincuentenario de su fundación, bajo la dirección de Jorge Molina. Esa fue la primera experiencia coral de Jorge Céspedes.

A medida que fue pasando de nene a adolescente, Jorge fue criando algunos intereses poco convenientes para los stándares del Proceso de Reorganización Nacional: “Viví muy intensamente la década del 60 con la explosión de la música de raíz folclórica. Además, fui espectador y partícipe del movimiento de la Nueva Canción, que tuvo a intérpretes como Los Trovadores, Los Nombradores… también me apasionaban Los Chalchaleros y Los Fronterizos, pero quiero decir que aquellos primeros que te decía me atraían ya desde lo ideológico, porque había otros artistas que se dedicaban a canciones con letras pasatistas, como Eduardo Rodrigo o el Cholo Rodríguez, pero yo ya me daba cuenta de que eso no iba para mí”.

Más tarde vinieron el Coro Universitario de Química y el Coro Polifónico de la provincia de 1968 a 1976. Justamente para marzo de aquel año le ofrecen a Céspedes la dirección del Coro de la UNL, que venía en actividad desde 1975 y cuyo director, Oscar Castro, había sido desplazado por “cuestiones políticas”.

En este sentido, cuenta que “si mis intenciones políticas tuvieron algún tipo de manifestación externa para el afuera fue cuando caí en cana. Para adentro, yo fui el típico perejil que cayó por colaborar con amigos, algo que estaba totalmente prohibido. ‘Colaboreta’ nos decían. Para esa época yo estaba de delegado del Coro ante UPCN, pero tampoco es que estaba en Obra Pública”, como sí lo estaba uno de sus grandes amigos, el Negro Luis Hormaeche, un cantor recordado por la calidez de su carácter.

El 4 de abril de 1977 hacía mucho calor. Golpearon a la puerta de la casa de sus padres, que atendió su hija de cuatro años: “Papá, te buscan a vos”, dijo y papá no volvió por un año, tres meses y ocho días. Interrogatorios (acerca de una supuesta llamada telefónica) y castigos varios se sucedieron durante los 24 días siguientes, en la Comisaría Cuarta, después sería derivado a la cárcel de Coronda, el destino final. Ese mismo día también apresaron al Negro Hormaeche, muerto allí por falta de atención médica el 19 de diciembre de 1977: “Hasta tres días antes salimos juntos a los recreos, fue una de las grandes pérdidas de mi vida”.

Recuerdos del horror

Entre las fotografías de aquellos momentos, quien fuera director del Coro de la UNL durante 41 años recuerda el aislamiento: “No teníamos permitido más que estar sin nada en la celda y el recreo diario de una hora. Me acuerdo que adivinamos que Argentina había salido campeona del mundo por los bocinazos y los gritos de la gente. Pero del desarrollo del Mundial 78 no supimos nada, nos habían condenado a divorciarnos de la realidad”.

No se escucha resentimiento ni tristeza en su testimonio; al fin y al cabo, una experiencia tan oscura de la que uno sale con vida, de alguna forma hay que volverla positiva para lo que queda: “El 9 de febrero pasado me citaron a declarar por la causa contra Adolfo Kushidonchi, que dirigía la cárcel cuando yo estaba ahí. Cuando salí de declarar sentí que se cerraba un círculo. Tengo la suerte de estar acá contándolo, sí, pero conocí el submarino seco, la picana, las celdas de castigo en Coronda”.

Cada 45 días, durante 45 minutos y en tandas de a 20, los detenidos tenían derecho a recibir visitas, salvo que estuvieran castigados o enfermos: “En verdad, por cualquier pavada te la hacían perder. Mi madre y mi novia de entonces eran las que me iban a ver. Las charlas eran en grandes locutorios con un gran vidrio en el medio y a través de unos tubos en los que tenías que apoyar la oreja para escuchar y después para hablar. Siempre con el temor de que los guardiacárceles estuvieran vigilando”.

Aunque pasaban los meses y no había condena firme, en Coronda los presos ya iban detectando los mecanismos empleados, pues mucho más que hacer no tenían: “Las liberaciones venían después de algunas fechas precisas: el Día de la Madre, Navidad, Año Nuevo no, Pascuas, el 25 de Mayo y el 9 de Julio. La llegada de cada una de esas fechas era de mucha ilusión y, de última, ‘la próxima será’, nos decíamos si no pasaba nada”.

Finalmente, el Día de la Independencia trajo una sorpresa: “El 9 de julio de 1978 cayó domingo y como no pasó nada ya pensábamos en esperar hasta el Día de la Madre. Pero al otro día, a la mañana, uno de los guardias abre la celda mía y dice: ‘Céspedes, con todo’, eso era la liberación”.

De Coronda fue por 48 horas a Nicasio Oroño 793, el edificio de la Guardia de Infantería Reforzada (hoy Jefatura de la Policía provincial), hasta que el miércoles 12 de julio de 1978 llegó la libertad efectiva: “En la puerta del comando, en Avenida Freyre, me entregaron a mi padre como si fuera un niño de 30 años y también esperándome ahí estaba el señor Marcelo Cerruto, que era gerente de Fichero de Informes del Centro Comercial de Santa Fe y me dijo: desde el lunes tenés empleo”.

Lo vivido en aquellos jóvenes años suyos fue formando en Jorge un “modo de actuar” que se empezó a notar más expresamente después de sobrevivir a la dictadura: “Eso que se fue formando adentro mío se tradujo en la elección de los repertorios y de los lugares en los que actuábamos. El libro que sacamos por los 40 años del coro se llama 40 años de pasión y compromiso y eso lo plasmamos acudiendo a cada acto del 24 de marzo que se nos convocó, en los aniversarios de la muerte de José Luis Cabezas, en el descubrimiento de una placa en la Cuarta, las luchas bancarias y de docentes. La militancia no es solamente agarrar un arma”.

No obstante, reconoce una falta de empatía y de conocimiento entre las generaciones que van renovando la población: “Creo que el concepto de derechos humanos está muy segmentado. Yo solía dar charlas a distintos lugares de la provincia para los 24 de marzo y había chicos que decían que con los militares se estaba bien, que había orden y respeto. La sociedad fue sacándole el valor real a la democracia, a lo trágico que fue ese proceso”.

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