“Para mi falleció el 29 de abril: él de su casa no salió”

Mi padre era carpintero. Aprendió el oficio siendo muy joven. Mientras trabajaba como ayudante en una carpintería de calle Corrientes compró el terreno sobre la calle Oroño, en el barrio Centenario. Primero vivimos en un ranchito, pero cuando entró a trabajar en la Escuela Industrial hizo construir la casa. Él fue a comprar la madera a Misiones para hacer las puertas y las ventanas. Y después la fuerza que traía el agua las arrancó, o quizás estaba con las puertas abiertas porque ese día no hubo luz desde las cuatro de la tarde. Todos los que pasaban, los vecinos de enfrente le decían “Vení Juan, vamos a subirnos al techo”, pero él les decía “Yo me quedo en mi casa”. Eso le contaron después a mi mamá. Él de su casa no salió.

Juan Balbuena (77 años) era santafesino, siempre vivió en el sur de la ciudad. De joven le gustaba ir a bailar al club Centenario con sus amigos del barrio. Jugaba al fútbol en el Central Centenario y en Villa Devoto. A Juan le decían Paraguayo porque esa era la nacionalidad de su padre. Su hija Trinidad cuenta que su abuelo era “embarcado” y que en el puerto de Santa Fe conoció a su abuela, que era cocinera. Juan tuvo siete hermanos.

Se casó en septiembre de 1944 con mi madre y se mudaron a esa casa. Tenía su genio, pero a mi papá lo respetaban porque vino joven acá. Era muy recto. Y así nos enseñó a nosotros.

Trinidad tiene dos hermanos que aprendieron de su papá el oficio de carpintero.

Él hacía arreglitos, cosas para la casa. Tenía su banco de carpintero, todo. Cosas que después con el agua se fueron pudriendo.

Juan Balbuena tenía 77 años cuando el río Salado irrumpió en su barrio.

Para mi falleció el 29 de abril. Porque cuando vino el agua él se quedó en su casa. A mí me vino a buscar mi yerno porque una vecina le había dicho que se estaba inundando el Centenario. Yo no creía, porque siempre esperé del Paraná. Nadie esperaba del Salado, nunca.

Ese mediodía, después de comer Trinidad, Juan había llegado hasta la Circunvalación para despejar con sus propios ojos los rumores que hablaban de una inundación. “No pasa nada”, le dijo a su hija al regresar, y se fue a su casa a dormir la siesta.

 Yo no me iba a ir de acá pero vinieron mi yerno con mis nietos y me buscaron. Y fuimos con mi mamá. Él se quiso quedar. Él de la casa no iba a salir, porque a la casa no la iba a dejar sola. La gente que estaba en ese momento en los techos dice que eran desesperantes los ruidos que se escuchaban por la fuerza con la que venía el agua. Y él desgraciadamente se quedó en su casa. Pasaba la gente a buscarlo a la madrugada y él decía que no, que de su casa no salía.

Las escenas de desolación que se vivieron en la ciudad de Santa Fe en el ocaso del 29 de abril fueron difundidas por los medios de comunicación. El barrio de Juan y Trinidad era un río oscuro en el que se adivinaban la cancha de Colón y las paredes color crema del Fonavi San Jerónimo.

 Supimos cómo estaba el Centenario por LT9. Yo me había ido a Santo Tomé porque mi hija vive allá. Entonces lo empezamos a buscar en los centros de evacuados. Lo buscaba mi hermano Juan, que por ese entonces vivía en Acería y mi otro hermano más chico, que vive en Las Flores II. Buscaron en distintos centros de evacuados: en el predio ferial, en la estación Belgrano. Mi yerno también lo buscó en la escuela Juan de Garay de Santo Tomé porque decían que ahí había gente del Centenario. El 29 y el 30 lo buscamos y no lo encontramos. Preguntamos en los hospitales y nada. El 1° de mayo mis hermanos fueron hasta el barrio. En la placita Santa Sofía había un lanchón donde la Subprefectura. Mis hermanos les dijeron “no lo encontramos, queremos ir hasta la casa de él”, y no los dejaban pasar.

Entonces ellos se vinieron caminando con el agua como estaba y fueron a la casa de mi papá. Las puertas estaban arrancadas, todo lleno de agua. Y en eso que estaban por salir porque venía la Subprefectura ven que en la esquina de la casa, donde había un tapial, estaba él. Y el vecino dice “eso es un perro”, y mi hermano le dice “no, ese es mi papá”.

El relato de la hija se escucha bajito, las lágrimas se detienen en su garganta.

De ahí lo sacaron y lo llevaron a la comisaría Cuarta. Pero él no murió ahogado, murió de hipotermia. A mi hermano la policía le dijo que no lo podíamos velar, así que no lo velamos. Eso fue el jueves 1° de Mayo. Lo sepultamos el viernes a las 3 de la tarde.

Él no estaba enfermo. A lo mejor ese día… Dicen que los golpes que daba el agua eran impresionantes.

Mi papá no iba a ningún lado, era de su casa. Mi mamá podía ir a cualquier lado, pero él se quedaba. Siempre decía “de mi casa no me voy”. Y no se fue, se quedó muerto ahí.

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15 años | 15 historias

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