“Sepulté a papá el domingo y el lunes falleció mamá”

Ellos se apagaron de tristeza. A lo mejor era el momento en que tenían que partir, pero no con el dolor que se fueron de haber perdido todo. Se fueron apagando con mucha tristeza.

Mis padres se conocieron en un baile. Estuvieron juntos 58 años. En su juventud salían a bailar, se divertían. Teníamos tantas fotos, tantos recuerdos, y todo se mojó. Todo eso tuvimos que tirar allá en el barrio.

Norma Vera recuerda a sus padres. La imagen de Nélida Sánchez (78 años) y Gregorio Vera (80 años), esperándola en la puerta de su casa de barrio Chalet, no puede borrarse.

Hoy los tengo presentes así como eran ellos: mi mamá que siempre que yo iba estaba en la puerta esperándome, y mi papá por detrás. Los tengo muy presentes, no me los quiero olvidar. Tenían una casa muy precaria pero tenían un fondo muy grande con muchas plantas. Tenían una perrita, pajaritos, una lorita. De mañana temprano mi papá se levantaba, cantaba, silbaba y arreglaba sus plantas. Él tenía adoración por sus plantas. Cuando yo iba a su casa siempre lo encontraba en el fondo. Siempre estaba alegre, jamás lo ibas a ver enojado. Nunca, a ninguno de los dos. Mi papá era más serio, pero no era malo. Cantaba tango, folclore, cantaba mucho y se sabía de memoria las canciones.

Ella era un amor, no sabés cómo la querían los vecinos. La Tata le decían. Ella se iba a la casa de los vecinos a tomar mates. Tenía una vecina que era panadera que estuvo enferma mucho tiempo, y como tenía criaturas mi mamá iba y le cebaba mates. Le gustaba muchísimo cocinar, me preguntaba si iba a ir y qué quería comer y me esperaba con la comida.

Nosotros nos juntábamos siempre, viste que antes se hacían las mesas de los domingos con la familia. Nos juntábamos todos, mis primas, mis tíos, todos. También íbamos a Guadalupe, a la playa. Siempre fue todo en familia.

Ellos se tenían mucho respeto. Eran muy compañeros. Si no salía mi mamá, mi papá tampoco. No eran de salir, les gustaba estar en su casa propia. Mis tres hijos se criaron en esa casa con ellos. En los veranos cuando eran chicos armaban la pileta, les gustaba mucho estar con sus abuelos.

 En la década del 60, Gregorio compró un terreno en el barrio Chalet para cumplir su sueño de la casa propia.

En esa época mi papá trabajaba en una bodega. Él había comprado el terreno y empezó a edificar. Primero con una prefabricada, después empezó a levantar los dormitorios, la cocina y lo demás. Salía de la bodega y levantaba su casa porque no tenía nada. Él se preparaba sus cosas, la mezcla. Él hacía todo.

En 2003 mi papá estaba jubilado. Él vendía garrafas y huevos, y por ahí alguna plantita que los vecinos le compraba, para ayudarse con el sueldo, para tener algo más.

A ella le gustaba cocinar, lavar. Todo lo hacía ella. Y nunca se pudo jubilar.

Eran buenos vecinos, todos los vecinos los querían mucho. Hasta el día de hoy que voy a Chalet los vecinos se acuerdan mucho de ellos.

Eran pobres pero fueron felices, toda la vida fueron felices, los 58 años que estuvieron juntos.

Ellos vivían solitos. En los últimos años yo tenía una tía a la que le decía “quiero sacarlos de acá”, porque quería traerlos para que vivan cerca de mi casa. Y ella me decía “no se te ocurra porque tu papá se va a enfermar y se va a morir si lo sacás de su casa”.

Las torrenciales lluvias de fines de 2002 y principios de 2003 comenzaron a anegar, en esos meses, los barrios del oeste de Santa Fe.

A ellos les entraba el agua de la lluvia en el comedor. Por eso empezaron a tener miedo. Me acuerdo que mi mamá me llamaba todas las noches. “Norma se va a venir el agua”, me decía, y yo le decía “Quedate tranquila, el agua nunca va a llegar”. “Nunca va a llegar” le decía yo, y mirá… Pero bueno.

Ese 29 de abril lloviznaba. Escuchábamos la radio para ver lo que iban diciendo. Yo jamás pensé que el agua iba a entrar, pero mi marido me decía “Normá qué vas a esperar, que tus padres se ahoguen”. Fuimos al barrio Chalet y pudimos sacar algo de lo que estaba adentro, porque quedó todo allá. Solamente pudimos sacar una heladera y una cocina. Lo demás quedó todo adentro de la casa. Cuando salimos, chapaleando el agua, en realidad teníamos miedo de caminar, porque ahí hay pozos. Llegamos hasta San José y J.J. Paso. Salimos. Después el agua subió hasta los techos. Los vecinos no habían visto que yo me había llevado a mis padres y levantaron las chapas porque pensaron que ellos se habían ahogado. Pero yo los tenía acá conmigo.

Norma se llevó a sus padres a su departamento de Las Flores II.

Cuando estábamos acá mirábamos la tele y él me decía “cuándo voy a volver a mi casa”.  Yo a mi papá me lo llevaba a hacer mandados, pero mi mamá nunca jamás quiso bajar a la calle. La habré sacado una o dos veces a tomar un poco de sol, pero nada más. Yo los sacaba un poco para que no estén embotados. Ellos no eran personas para vivir encerrados. Les gustaba estar al aire libre. Mi mamá temprano lavaba, tendía la ropa, tenía el sol en el patio. Así fue apagándose la vida de ellos.

Mi papá se empezó a sentir mal, se me caía. Se quería sentar, quería caminar y no podía. Me decía que le dolían las piernas. Yo los llevaba continuamente al médico de cabecera por allá por el sur. En ese momento pensé “Vamos a llevarlo al médico porque no lo veo bien”. Lo llevamos y lo derivaron al Sanatorio Santa Fe. De ahí entró y no salió más. Eso fue el 14. Estuvo unos días en sala y después pasó a terapia. Diez días estuvo. Pero mal, mal. Cuando vieron que sufría tanto le empezaron a dar morfina. Falleció el 25 de julio.

Lo de mi mamá fue horrible la descompostura que le agarró. Era lunes. A mi papá lo habíamos sepultado el domingo. Esa noche habíamos cenado con ella, y me dice “Me voy a dormir”. Después me llama y me dice “Norma vení que estoy descompuesta”. Y de ahí no me dijo más nada. Le empezó a faltar el aire. Unos días antes la había hecho ver con un cardiólogo y el cardiólogo me dijo “Está perfecta”. Cuando la vimos así empezamos a llamar a la ambulancia. Y no venían y no venían, y cuando llegaron mi mamá ya había fallecido. Ellos estuvieron ahí como una hora pero no le hicieron nada. Mi mamá ya había muerto, se me murió acá. No me voy a olvidar nunca el rostro, el susto que tenía en la cara.

Gregorio tenía 80 años y Nélida 78. No tenían enfermedades previas.

Los dos juntos se me murieron. Sepulté a mi papá el domingo y el lunes a la noche falleció mi mamá. Cómo no querés que me enferme. Pero bueno, acá estoy. Salí adelante gracias a mis hijos y a mi marido.

Ellos no volvieron a su casa, no quedó nada. Lo que pasa es que la parte de atrás era una prefabricada, y todo eso, al estar en el agua, se derrumbó. Quedaron los ambientes de adelante, que eran de material.  Mi mamá tenía muchísimas cosas, y siempre me decía “Norma, cuándo te vas a llevar algo” y yo le decía “después, total hay tiempo”. No me quería traer sus cosas. Tenía esos aparadores de antes, lleno de cosas, de vasos, de platos… Y todo eso quedó en el patio. Al mojarse los muebles se fueron desparramando los platos, las tazas, todo lo que ella tenía. Cuando bajó el agua no quedó nada.

Ellos se fueron apagando de sólo pensar que no vieron más su casa.

Los gobernantes nunca hicieron nada. Nunca, nunca, nunca. Ni llegaron acá, ni nada de nada. En ese tiempo ellos tenían toda la responsabilidad y taparon todo. Ellos no dijeron nunca la verdad.

Ellos querían que los barrios bajos desaparecieran, que la gente pobre desaparezca, para mi. Y si rompieron la ruta para que pase el agua, es porque se inundaba el centro también. Antes no hicieron nada para detener.  Y después siempre negaron todo.

Norma Vera escribe para desahogarse, para no olvidar, para pedir justicia.

“Pidamos que los responsables de la tragedia hídrica paguen sus culpas y no se burlen de nosotros, en nuestra cara, de su impunidad. El río Salado, por si alguien no recuerda, se llevó todo. Arrasó con furia a parte de nuestra Santa Fe cordial. Está la gente que la sigue peleando todos los días y está esa otra que no hay que dejar sola porque sigue sufriendo mucho. La destrucción que comenzó el último martes de abril de 2003, que difícilmente olvidaremos, lluvioso, cargado de tristeza y amargura. Las pérdidas no eran solo materiales, la furia del Salado ya había cobrado varias vidas humanas, y todavía no sabemos cuántas”.

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15 años | 15 historias

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