Este proceso de resistencia que estamos viviendo los profesores y estudiantes universitarios contra las políticas de ajuste del gobierno nacional ha significado un punto de inflexión importante en la historia de las luchas del país en general y de los santafesinos en particular. Nunca he visto algo así desde los 70.

Lo primero que me viene a la mente es que el volumen y la densidad de los procesos puede medirse en contraste con los que están en la oposición; como dijo un amigo mío, si la dictadura militar del 76 fue tan letal se debió a que el pueblo argentino, en ese momento, estaba desarrollando una fase de la historia realmente revolucionaria, de tal magnitud, que se necesitó una represión muy feroz  para darle fin. “Se necesitó mucha agua para apagar tanto fuego”.

Por lo tanto, creo que esta movida universitaria muestra, entonces, en comparación, la violencia de la embestida con que el macrismo está cambiando nuestras vidas. Como bien dicen los estudiantes de Octógono de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, se decidieron a “habitar la facultad” con alegría y orgullo, en un movimiento donde tiene su voz tanto la solidaridad con la lucha de los docentes contra el vaciamiento de la educación como sus propias reivindicaciones.

“Empujamos, dicen,  la primera ficha del dominó que puso al movimiento estudiantil de pie, se adelantó la primavera y abrimos el camino para conquistar más derechos para el estudiantado”.  En este texto, la cuestión de “abrir el camino”, el movimiento de desbrozamiento, conlleva las ideas de trabajo y esfuerzo, y remiten a la noción de que la juventud no es el futuro, como se dice por ahí, sino un presente que resplandece, lleno de posibilidades que podrán discurrir con fluidez desde la decisión de lucha.

Porque ser joven implica dos atributos: la seriedad y la fiesta. Así lo dicen: se trata de conquistar derechos, de construir una organización para ello. El dominó es, sin embargo, un juego, cuyas fichas van empujando a las otras, donde la primera abre, de nuevo, un camino de cascada que contagia a las otras en su toque de envío y movimiento. Y la primavera es el renacer, porque este proceso no es nuevo y hace historia con los eventos que habían quedado muy atrás en el tiempo.

Resuena aquí la reunión de los dos caracteres clásicos: el espíritu de la inteligencia y la razón, y el de la desmesura: “No acusen al estudiantado de emprender acciones violentas o insensatas cuando la mayoría está viviendo en carne propia la alegría y el orgullo que produce habitar la facultad”. Tanto algo de Stephen Dedalus (1), como de Colin Smith (2), están presentes aquí, yuxtapuestos. El artista adolescente que se prepara en colegios de clase media para una vida de producción creativa y el joven rebelde que decide en libertad decepcionar en masa al director del reformatorio, a sus padres, a la policía, y a todos los adultos que lo confinan a un futuro de obrero que trabajará “para que la ganancia sea para el jefe”.

Las clases públicas significan que se trata de un estudiantado que no renuncia a su actual objeto de vida, que es el conocimiento y la creación de nuevos mundos culturales; pero ahora se ofrecen al que decida tomarlos, en la calle, donde la vida de la ciudad se opone al aislamiento del claustro. La asamblea, la marcha, el mate, la discusión, la reunión de los cuerpos compartiendo un momento de lucha y felicidad, es la fiesta porque, como dice el Che, “hemos dicho basta y echado a andar”.

  1. Protagonista de El retrato del artista adolescente, de James Joyce (y del Ulises, claro).
  2. Protagonista de La soledad del corredor de fondo, de Alan Sillistoe.

 

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí