CFK y la unidad del peronismo, claves en una jornada que fue una metáfora hacia octubre.

Por Javier Gatti

La jornada arrancó lo menos “peronista” que uno pudiera imaginarse: lluvia casi torrencial, frío calando hasta los huesos y golpeando duro en las barriadas periféricas, donde el barro y las cunetas a cielo abierto repletas de agua complicaban hasta el extremo el traslado hacia los lugares de votación. ¿Luz? Cuando amanecía pues desde las 7 de la mañana casi todo el país (cuatro países, en realidad, y 50 millones de latinoamericanos) se había apagado por una falla en la zona litoral del Sistema Interconectado Nacional, cuya transmisión es responsabilidad de Pampa Energía, es decir Marcelo Mindlin, el amigo empresario y testaferro del presidente Mauricio Macri. Pero terminó igual y diferente, mal el clima, vuelta la energía eléctrica y, después de 12 años de progresismo, con el peronismo recuperando la tercera provincia con mayor peso electoral en un frente encabezado por Omar Perotti, gracias a una jugada inicial de alguien que, desde hace por lo menos dos años, hace casi todo bien: Cristina Fernández.

Corrían los primeros días de febrero de este año y Cristina empezaba a demostrar que por encima de las egolatrías y merecimientos autopercibidos, ganar implicaba juntar lo que hasta ese momento jamás se había juntado, ni en las primarias ni en la general. Bajó a todos sus candidatos –tres de cinco, una especie de fiebre que configuraba síntoma de una enfermedad persistente– y mandó a Agustín Rossi como líder de la franquicia local de Unidad Ciudadana a arreglar con quien ofrezca las mejores condiciones. Y fue Perotti. La gran pregunta por entonces era qué cuán dura sería la esgrima verbal de la interna, cuántos heridos quedarían tras esa reyerta primaria y qué harían el/la perdedor/a y sus huestes. El Gringo cargaba con el estigma de no remarle la segunda vuelta al Chivo las dos veces que había perdido una interna con él. María Eugenia (portadora de la misma personalidad ingobernable de su hermano el DT) le recordaba a este cronista que ella siempre le puso el hombro a Rossi a pesar de los “malos tratos recibidos”. “Yo nunca voy a sumar para el socialismo, acá no van a poder pescar voluntades, ni heridos, ni contusos” y así fue. El peronismo por primera vez en 12 años se sumó en la segunda vuelta para volver a ser gobierno en la provincia que el socialismo creía –a pocas horas de los comicios y con varias encuestas sobre la mesa– retenida por pocos puntos y cuatro años más.

La debilidad electoral expuesta por el FPCyS en las últimas legislativas, su persistencia en horadar a la principal figura política y armadora nacional de la verdadera oposición (Cristina, claro) y la fuga del radicalismo hacia el hoy extinto Frente Cambiemos, dejó al socialismo sólo con lo propio (y un par de micropymes electorales) y a merced de lo que sucediera con el peronismo. Escrutadas casi la totalidad de las mesas, los números cantan que, respecto de las primarias, Bonfatti  fue el candidato que más creció (170 mil votos), pero Corral no sólo no perdió ninguno sino que sumó 33 mil votos. Al igual que a nivel nacional, el principal activo político del oficialismo no era ni el Cemafe (faraónica obra de ocho años, con varias redeterminaciones de precios y adicionales de obra) ni la fábrica cultural El Molino (espacio gentilmente cedido por la oligarquía santafesina), sino la división histórica del peronismo, lo que (como preconizara Bielsa) esta vez no sucedió. Perotti no sólo retuvo todos los votos peronistas de la interna sino que sumó casi 35 mil. Por si las recriminaciones cruzadas (que ya cortan el aire), ni Lifschitz lo hubiese conseguido. Un paseo en macro (TV, radios o periódicos impresos y digitales) no permitía dimensionar la euforia y el desconsuelo de ganadores y perdedores, histórico pero muy medido, pocas manifestaciones emotivas. Pero si la vuelta era en micro (Facebook, Instagram, estados de wsp y otras delicias de la realidad paralela) el desahogo empañaba las pantallas, de los que habían vuelto (juntos y se verá luego si mejores) y de los que dolorosamente caían en la cuenta de que en esta provincia –salvo la siesta, la humedad y los mosquitos– nada es para siempre.

Si no fuese por dos experimentos de diferente consistencia pero notable potencia electoral (Jatón y Javkin), la derrota hubiese sido total y más estruendosa de lo que es. Por arriba, es difícil saber a estas horas qué cosa no le fue ofrecida al radicalismo neoliberal universitario, dado que muchos periodistas con alguna data suponían que la primera vuelta (donde el peronismo mostró su potencial) había sido “una especie de interna”. Por abajo, tampoco es sencillo entender al radicalismo macrista ratificando con su voto una opción perdedora, allanándole el camino al peronismo para recuperar la provincia. ¿Mejor perder elecciones abrazados a Macri que apuntalar al socialismo? ¿Perdido por perdido (la intendencia capital por cierto) perdamos todo?

El gorilismo unido jamás hubiese sido vencido, pero no fue capaz de hacer lo que finalmente hizo el peronismo: oler sangre y envalentonarse, aprovechar la oportunidad histórica de volver a gobernar en vez de ser permeables a la “FAPNELCO” legislativa y un puñado de cargos de alquiler para hacer realidad lo que realmente lo caracteriza y alguna vez sostuvo el recordado Juan Carlos Mazzón: ganar, ganar y ganar, como sea.

Cristina, Scioli y Mazzón

Una anécdota del pasado para el presente y el futuro:

Corría marzo de 2015, el suicidio de Nisman y la operación consecuente amenazaban seriamente las chances electorales del candidato del FPV (que no podía ser Cristina y aún no era Scioli). En una discreta reunión en Casa Rosada, el núcleo duro y pequeño de Cristina le comunicaba al Chueco Mazzón la estrategia para no perder el control del PJ a mano de Scioli con derrota incluida: perder con Macri, quien seguramente haría todo tan mal (acierto sólo en este punto) que cuatro años después la vuelta de Cristina sería una deriva cantada. El Chueco incrédulo y con el Congreso Nacional del PJ casi encima respondió (algo así): “es incómodo explicarle a peronistas cómo es el peronismo, pero para un peronista nunca es negocio perder, es una consecuencia desgraciada”. Esta negativa no le costó el cargo pues no tenía ninguno, era “el enlace natural” entre los gobernadores e intendentes y los operadores del FPV, pero tuvo que desalojar de inmediato la oficina en Casa Rosada que le hubiera sido conferida por Néstor.

Canción con Todes

En la mesa chica de Omar Perotti, un referente ejecutivo alternaba alivio y euforia. Venía de perder el departamento en 2015 y el control del Concejo en 2017 a manos de Cambiemos; la amenaza amarilla venía cobrándole caro su extraordinario parecido con la baja intensidad ideológica y el perfil militante light de la marca original creada por Macri. “Esto es todo de Omar, este es su pago chico y desde acá le aportamos muchísimos votos”. Muy cierto pero no completamente. La fenomenal seguidilla de victorias peronistas en las provincias sobre los candidatos apoyados por el presidente y sus operadores provinciales, el domingo sumó una que rompió el molde y no permite repetir el mantra evasivo de que “siguen ganando los oficialismos”. Ganan los peronismos, los dos, tres o cuatro que siguiendo la estrategia dictada por Cristina se unifican para derrotar a Cambiemos y poner en su lugar las chances electorales de las terceras vías progresistas o conservadoras, todas funcionales a las pretensiones del tándem Macri-Pichetto de retener la presidencia ganando en segunda vuelta.

Incluso cuando el Chivo Rossi resultaba competitivo, Perotti era la debilidad de Cristina, pese a los desaires y canales abiertos de negociación permanente con el peronismo perdonable y el macrismo. El modelo rafaelino, con integración virtuosa de agro e industria, orden y paz social –alterada hace ya años por una crisis que no permite burbujas socioeconómicas– siempre le pareció algo así como el modelo ideal a escala de la patria kirchnerista.

La militancia que lo rechazaba por conservador y ombliguista, la que reclamaba un peronismo capaz de perforar el techo electoral del kirchnerismo 100% puro y todxs lxs dirigentes con vocación de poder le pusieron el hombro a un candidato que se viene preparando hace más de diez años para esto. Fueron protagonistas de una campaña táctica y discursivamente impecable en sus dos tramos. Lejos de ser un slogan claudicante por derecha, trabajo, orden y paz son tres de las condiciones básicas de la promesa de justicia social que el peronismo hizo bandera y realidad en sus mejores expresiones de gobierno.

El 16 de junio fue una postal de la debacle neoliberal industricida y violadora serial de toda garantía y derecho constitucional, del fin de ciclo macrista y de las oposiciones rituales: colapso del sistema energético nacional (rubro ejemplar de desinversión neta y negociados espurios), cuatro victorias peronistas con sed de victoria y la convicción de que los relatos sin sustento real, con graves déficits para asegurar una vida mejor y cerrilmente antiperonistas, tienen fecha de vencimiento.

Lo dijo el ganador en campaña y lo ratificó con el tono de siempre: “hemos juntado a los que no pensábamos igual” a los que nunca antes se habían juntado. Lo que abre para la gestión de gobierno compartida una incógnita tan enorme como la empresa que acaba de consumar el peronismo unido. Al cierre de esta nota el sol da tregua y refuerza el cambio de rumbo, los radicales se repliegan sobre sus cotos de origen y el socialismo busca una épica que lo rescate del desconsuelo.

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