Miguel Pichetto, un senador que carece de todo peso electoral, será el vicepresidente de Mauricio Macri. Tremenda mojada de oreja para la UCR, que viene perdiendo hasta las intendencias. Macri, incapaz de dialogar y ceder, incluso para su beneficio.

Ni siquiera es útil para impulsar el desafuero de CFK, porque con la nueva fórmula liderada por Alberto Fernández los gobernadores (y sus senadores) se alinearon como patitos. Miguel Ángel Pichetto es un espadachín de la negociación palaciega, un arte muy diferente al de convocar masas en las urnas. Un diestro sofista que cualquier presidente quiere en su equipo y que jugó e hizo goles en el equipo de todos los presidentes. Pero una cosa es la rosca y otra cosa es caerle en gracia a millones de argentinos.

Se dice por ahí que nadie vota a un vicepresidente. Sobran los ejemplos históricos para señalar lo contrario. Allí está Chacho Álvarez, bañando de juventud progresista a una momia como Fernando De La Rúa, o Julio César Cleto Cobos, que al menos le dio Mendoza y algunos radicales transversales a CFK en 2007. Pichetto no es nadie dentro del PJ –no articula sindicatos, ni organizaciones sociales, ni representantes partidarios– y ni siquiera puede garantizar medio voto en el minúsculo electorado de Río Negro. Bueno, están los 123.772 votos que sacó cuando quedó en segundo lugar contra Alberto Weretilneck, en 2015.

Acaso el presidente sea incapaz de ceder una porción de lo propio, ni siquiera para números puestos de su propia fuerza como Carolina Stanley o Patricia Bullrich. La primera le daba una pátina de caridad social, la segunda le pintaba la cara para ir a la guerra. Ambas son mujeres. Pero no será el caso. Tampoco Macri le dio lugar a Ernesto Sanz, Martín Lousteau o cualquier otro radical. ¿Habrán esquivado el bulto? A esta altura poco importa. Macri no puede ceder para ganar. En lugar de eso, elige un hombre que, electoralmente, es un muñeco de torta. Al fin y al cabo, parece que Mauricio no quiere sombra y que su proyecto histórico no era más que un berretín biográfico. Cambiemos debería admitir el trágico horizonte de su líder.

Un gesto en espejo: CFK renunció al primer puesto, Macri no entregó ni siquiera la vicepresidencia. CFK designó por encima de ella a quien fuera uno de sus más feroces críticos, Macri eligió como segundo a uno de sus más encumbrados chupamedias.

Detrás de Pichetto se alinearán las sobras de ese intento que fue Alternativa Federal, donde solo queda otro figurín menor, el esposo de Isabel Macedo. Juan Schiaretti, en Córdoba, de por sí es un jugador propio del macrismo; no lo será su electorado, azotado por la crisis. Córdoba vive de la actividad privada como casi ninguna otra provincia argentina: los bombazos económicos de Cambiemos pegarán fuerte en los resultados de este año. Poco más hay para decir de ese nuevo avatar del peronismo. Sergio Massa, es sabido, está en plena negociación con les Fernández.

Durante estos cuatro años, el radicalismo fue vapuleado por el PRO. Puso en juego su mito, su historia, sus hombres y mujeres. Mauricio Macri no les devolvió nada. Nada. Acaso el jujeño Gerardo Morales recibió cierto beneficio en la obra pública, pero la aritmética es demoledora: la UCR lideró pocos ministerios, fue beneficiada con muy pocos cargos, otra vez forma parte de un gobierno económicamente desastroso y, en el saldo, en 2019 ocupará muchos menos espacios de poder y de ejecutivos que en 2015. Basta mirar las intendencias que va perdiendo en cada fin de semana. ¿Saltará de nuevo la UCR, ahora a los brazos de Roberto Lavagna? Poco importa a esta altura, el daño ya se lo hicieron ellos mismos.

¿Quién va a defender las boletas de Cambiemos en octubre? Pichetto carece de toda estructura. Macri, por su parte, hizo poco y nada en favor de los candidatos de su partido, a medida que se iban hilvanando las derrotas provinciales. No armó fuerza propia en las provincias, tampoco le ofreció apoyo real y efectivo a los candidatos que pusieron sus aliados radicales.

Cuando todo era pura promesa, antes de esta crisis arrasadora, de la obscenidad institucional, de la violencia represiva en las calles, de la postrada política exterior y de las vergüenzas internacionales –desde Michetti bastardeando el francés a los chistes de fútbol con Putin–, la UCR puso a todos los correligionarios a jugar en 2015. Ahora, después de todo eso y de haber perdido buena parte de sus estructuras, la UCR deberá hacer lo mismo en octubre, para defender una fórmula que no les pertenece en absoluto.

Haciendo de su historia de cien años un chiste, los radicales tendrán que salir a caminar votos para un oligarca conservador y clásico camaleón peronista.

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