La mala costumbre de las buenas noticias

Cuando estaba terminando el 2018 publiqué en las redes: “Chau año de porquería. No te voy a extrañar ni un poquito”. Fue un año horrible y lo mejor que podía pasar era que se acabara porque, pensaba, nada puede ser peor de lo que pasó. Claramente, yo como astrólogo me cagaría de hambre.

Ya lo dijo Mauricio: #SíSePuede y se pudo. El 2019 fue muchísimo peor que su antecesor. Si a 2018 lo caractericé como el año en el que no pasaron tres días seguidos sin una mala noticia, 2019 debe haber tenido, con suerte, una buena noticia por semestre.

Una de esas noticias coincide con el único deseo que pedí para mi cumpleaños: que no ganara Macri. Sí, sacrifiqué el único día del año que tengo permitido ser egoísta por el bienestar común. ¿Saben por qué? Porque la Patria es el otro y punto. Qué copa sudamericana ni ocho cuartos. ¿Una Play 5? ¿Quién te conoce Pro Evolution 2020? Se tenía que acabar este interregno neoliberal macrista (mejor conocido como “Macrisis”) y se acabó. Lo demás venía solo. La otra buena noticia es que hice justicia y le puse finalmente la tilde a la o de “Estación” en el cartel de la Estación Belgrano y no tuve que sufrir más al ver el error de ortografía cada vez que pasaba por ahí. El cartel, por cierto, ya no existe más porque cambió la gestión municipal y cambió la cartelería. 8 meses me duró la tilde después de dos años y medio de reclamos.

El resto del año fue calamitoso. Yo no sé si es porque el kirchnerismo había malacostumbrado a la clase media a las buenas noticias o qué pero el 2019 se sintió permanentemente como si viviéramos en un clima de tensión, nerviosismo, enfado, angustia, pesadumbre, odio, etc. Siempre tufo a discusión y conflicto en casi todo contexto. La predisposición a estar mal predispuesto imperó en casi todo vínculo con el otro. La exasperación y la reacción exagerada aparecieron no ante la chispa adecuada sino ante la primera chispa. Todo fue motivo de discordia. La adversidad se transformó en enemistad.

Hace poco escribí que estos últimos años se hizo visible lo peor de nosotres; lo más miserable. Yo siento que en el año que recientemente terminó eso llegó al extremo y nos llevó a no medir las consecuencias en nuestras discusiones. El diálogo brilló por su ausencia y lo que menos se debatieron fueron ideas. A lo sumo se discutieron personas o partidos políticos pero no políticas. Lo político se hizo personal, invirtiendo la célebre fórmula popularizada por Carol Hanisch. Esto, sin embargo, no invalida ni excluye que lo personal siga siendo político. Al contrario, lo consolida.

En primer lugar, lo consolida porque el conjunto de acciones del Estado (es decir, lo político) condiciona el bienestar o el malestar de los/as ciudadanos/as (es decir, las personas). Las relaciones sociales están mediadas indefectiblemente por el sistema político. Son los sistemas los que establecen las relaciones entre las partes. ¿Qué tipo de personas, qué tipo de relaciones entre ellas construyen o condicionan un sistema político capitalista neoliberal? La persona no se define en la intimidad. La persona es un producto político y es a través de ellas que el sistema se reproduce. O se resquebraja. La intimidad, entonces, se define política y socialmente.

Pero por otro lado, lo político consolida vínculos solidarios y comunitarios que nos permiten resistir y sobrevivir a ese clima de época hostil para quienes pretenden una sociedad más justa e igualitaria, en donde los derechos no sean privilegios. Sí, lo personal es político porque además de agrietar, lo político (entendido o no en términos partidarios) genera lazos. Y eso también construye o condiciona tipos de personas. Por lo general, estos lazos son los más íntimos. Serían los que se consolidan por semejanzas ideológicas y políticas. En este sentido, la intimidad también es política; y en tiempos de furia social como el actual, la intimidad es un refugio, en un doble sentido. Por un lado, sirve de resguardo del contexto hostil y extraño. Y por otro lado, lo íntimo tomado como lo privado, a algunos nos brinda la oportunidad de poder utilizarlo como barricada.

Como columnista y como profesor, tengo el privilegio en el ámbito laboral de poder militar políticamente un mundo un poco mejor. Ese privilegio me hace sentir en la obligación de usarlo para el bienestar común. ¿Para qué me sirve ser un privilegiado en un mundo de condenados? ¿Tan difícil es entender que es de nosotres, les que no nos vamos a dormir pensando de qué vamos a vivir mañana, de quienes dependen que quienes no saben qué comer no se preocupen más por eso?

Lamentablemente, durante el año que recién se fue la macrisis desbordó esos refugios y contaminó también los vínculos íntimos que nos sostienen a flote. Fue un año horrible que por suerte terminó. Por las dudas, esta vez no publiqué nada en las redes el 31 a la noche. Dicen que soy mufa y que hay pruebas. Sin embargo, que casi llegando a su fin, en el 2019 no haya habido más Macri en Argentina y que John Frusciante haya vuelto a los Red Hot Chili Peppers me hace creer que no estaría tan mal ilusionarse con malacostumbrarse a las buenas noticias otra vez durante el 2020.

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