Una charla a fondo con el filósofo y ensayista Ricardo Forster, asesor del presidente Alberto Fernández.

—Arranquemos sobrevolando la coyuntura y hablando de tus últimos dos libros, La sociedad Invernadero y El derrumbe del palacio de cristal, con los que supongo habrás hecho algún ajuste de cuentas o de análisis. Sobre todo, en el caso del segundo que se editó en octubre de este año y tiene algunas proyectivas que la naturaleza humana en acto o el devenir de los acontecimientos contrariaron. Le pasó a Agamben, a Zizek y entre los nuestros a Jorge Alemán pese a que Jorge siempre tuvo una mirada entre prudente y pesimista.

—Hay una continuidad entre los dos libros; ante todo, La Sociedad Invernadero es una necesidad imperiosa de analizar profunda y rigurosamente qué significaba la regresión neoliberal en una sociedad como la argentina, pero mirando en un sentido más amplio, tratando de entender qué nos pasó con la derrota de 2015, qué le pasó a un sector identificado con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Y por fuera de ese sector, porqué un sector amplio que se benefició claramente con esos gobiernos terminaron votando a aquellos que les iban a quitar o lastimar todo lo que habían logrado. Esto implicaba leer al neoliberalismo no sólo como una etapa económica del capitalismo sino como un proyecto cultural, con una fuerte carga simbólica y subjetiva, pensado como una contrarrevolución cultural integral de escala planetaria. El derrumbe del palacio de cristal es el producto de una experiencia conmovedora que todavía seguimos atravesando, la de la pandemia del COVID 19, la primera experiencia de una cuarentena total de varios meses seguida de una restricción pandémica que nos hizo preguntarnos acerca del rol del Estado, la sociedad y el capitalismo. No entender en principio si se trataba sólo de algo realmente terminal o del surgimiento de otro sistema y de nuevos códigos de convivencia, que es el debate que atravesó, en un comienzo, gran parte del campo intelectual sino también buscar comprender qué de novedoso iba apareciendo en la experiencia cotidiana de los individuos. Las intervenciones de Agamben y Zizek no las discuto tanto desde su racionalidad o niveles de acierto probable, yo valoro el atrevimiento de tratar de pensar y publicar a contracorriente en momentos de dificultad más allá de lo que piense o acuerde con ellos, creo incluso que Agamben es consecuente con la mirada que viene desarrollando desde hace muchas décadas, o la perspectiva de Zizek de imaginar que la pandemia podía conducir al derrumbe del capitalismo y la entrada a una revolución que generase un nuevo tipo de comunismo. No me parece mal que piensen en los términos que les parezcan, sí me molesta el desprecio que se construyó contra el atrevimiento de algunos pensadores de hablar demasiado pronto. Yo lo prefiero al silencio, a la falta de interrogación crítica ante un acontecimiento abrumador.

—De hecho, hay quienes creen que los intelectuales ante la coyuntura deben publicar papers o dar notas, algo corto, en construcción permanente. Libros se escriben con más perspectivas. Pero valorando ese arrojo, en tu caso publicaste en una doble condición, la de siempre, la del intelectual comprometido con su propio proyecto, pero a la vez asesor presidencial. Más de una vez las notas o fragmentos de tu segundo libro deben haberse jugado sobre la mesa donde se debatía la gestión política y cultural de la pandemia y el rol de Alberto Fernández que es su principal comunicador.

—Por supuesto que esto fue todo un desafío, la convocatoria de Alberto, primeramente. Él conocía mi trayectoria, nos conocíamos incluso de aquél crucial 2008 donde tuvimos algunos intercambios y cruciales diferencias. Él sabía de mi afinidad con la experiencia del kirchnerismo y las cosas que escribí sobre ese proceso y quienes lo enfrentaron. Fui secretario además del Ministerio de Cultura y me pareció notable que se haya interesado por incorporarme al Consejo de Asesores. Yo vengo de una filosofía que interviene de manera crítica en la escena política y cultural-civilizatoria, que he intentado pensar el capitalismo neoliberal y posmoderno como un eje importante y que acompañé intensamente la experiencia kirchnerista y sudamericana. Fue ese perfil el que le interesó a Alberto, si no, no me hubiese convocado. A lo largo de todos estos meses hemos discutido distintos temas, particularmente uno que me ocupa y preocupa como es la cuestión ambiental y que Alberto empieza a visualizar como importante en el marco de una discusión más amplia, de una crítica al capitalismo. Hay que decir que Alberto comparte con Cristina una cierta visión del capitalismo, no hay tantas diferencias allí, visión a la que no he dejado de interpelar y cuestionar en conversaciones con el presidente. Ellos piensan en un capitalismo de bienestar, de inclusión social que se enfrenta a las modalidades neoliberales que critican muy duramente, pero hay una valoración del capitalismo en general como el sistema de organización de la vida socio económica que tenemos y no ven alternativas superadoras con las que identificarse. Todos recordamos a Cristina criticando algunos sectores “que se la llevaron con pala” durante sus gobiernos, pero la crítica no era por las ganancias obtenidas sino por el egoísmo y los mecanismos con que lo hicieron. Es una frase polémica porque cuando se la llevan con pala y concentran riqueza es porque una parte importante de la sociedad se perjudica, se queda con poco o nada. Sin que sea la postura de Alberto me parece interesante que podamos debatir cuestiones ambientales y estructurales del propio capitalismo sin por eso desmerecer lo que hoy significa, en términos políticos y sociales, la construcción de una suerte de Estado de bienestar.

—Nosotros hicimos nota con Alberto antes de que se reconciliase con Cristina y allí detectábamos algunas persistencias de su pensamiento político que hoy se expresan en la gestión. Una era la apertura a distintas posiciones ideológicas promoviendo una convivencia armónica entre distintos, entre opuestos incluso. Vos fuiste parte de un emblema del kirchnerismo como Carta Abierta y valoraste algo que a Alberto tampoco le gusta demasiado como La Ley de Medios, emblemática entre muchas. ¿Vos creés que tu inclusión implica una valoración del kirchnerismo como legado político y cultural más allá de Cristina?

—Alberto siempre tuvo conciencia de que la etapa abierta por Néstor y Cristina era un momento clave para la reconstrucción de un proyecto virtuoso, esencial para la vida democrática de nuestro país después de la tragedia neoliberal de los 90. No sé si la palabra es evolución, pero también hay un reacomodamiento de Alberto en su propia visión del país, la emergencia de la pandemia le ha obligado a repensar algunas posturas dogmáticas sobre todo en el plano económico que lo acercaba mucho más a una perspectiva de liberalismo social, con ideas de mercado autorregulados, de libre empresa y economías abiertas, de control estricto del déficit fiscal y de la emisión monetaria. A Alberto le parecían atinados, es más si vos le preguntabas cómo se definía él, se definía como un progresista cultural que cree en la ampliación de derechos civiles y sociales, pero económicamente como un liberal. Hoy te diría que Alberto –por el aprendizaje de gestionar en una situación excepcional como la que generó la pandemia- es un defensor del rol del Estado no solo como articulador fundamental para sostener y planificar la salud, la educación, la seguridad, el acceso a la vivienda sino que también, y de modo decisivo, debe vincularse con zonas neurálgicas de la actividad económica no apenas como garante y árbitro sino que debe hacerlo como un jugador significativo; que sólo el Estado puede liderar la reconstrucción de la vida económica y social y que es la pieza clave para diseñar un camino de inversiones y prioridades. Sin que eso lo haya llevado a negar al sector privado también como un actor importante, cosa que sería un absurdo. Es un aprendizaje real que me consta porque lo hemos discutido y porque sus decisiones lo reflejan, el diseño del proyecto de presupuesto de cara al 2021 también. Está en el modo en cómo se negoció la deuda, lo que no quita que persista en Alberto un pensamiento tradicional acerca del rol del sector privado entremezclado con una concepción keynesiana y liberal, que sigue operando en su imaginario político. En todo caso, te diría que no es un dogmático y que está muy abierto a la vertiginosidad de los cambios que trae aparejada la pandemia y la fenomenal crisis de la economía-mundo del capitalismo.

—Es probable que esa persistencia del ideario liberal en Alberto se refleje claramente en su visión de que el mercado comunicacional pueda autorregularse. Tanto por su posición contraria a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual aún vigente, pero para nada operativa como por su renuencia a producir una nueva regulación, por lo menos en esta primera etapa.

—Yo creo que hay un camino de aprendizaje que se hizo muy rápido en materia política y económica. En estos días debatíamos los constantes aumentos de precios que afectan a las recomposiciones salariales y él tiene una clara conciencia de que la concentración en la producción y la oferta del rubro alimentos es gigantesca y que eso fue producto del “libre juego del mercado”. Está decidido a trabajar fuertemente para revertir esa concentración que hace que la cadena alimentaria esté dominada por un puñado de empresas que fijan el funcionamiento del mercado y la formación de precios. Si eso lo trasladamos al mercado de los medios de comunicación te diría que él todavía cree que hay que hacer funcionar una ley de la competencia, yo creo que ahí hay una cierta ingenuidad porque no hay competencia posible si no tenés regulaciones antimonopólicas y de subsidios a los actores que no tienen condiciones de arranque para competir con los grandes grupos mediáticos. Pero sin embargo festejó y reivindicó la decisión de fijar una tarifa social para internet, telefonía y demás, porque él sostiene que la Ley de Medios fue una discusión filosófica y política, pero que al Grupo Clarín le duele mucho más la cantidad de dinero que va a perder o resignar al bajarle más del 50% la recaudación para que 10 millones de argentinos y argentinas consuman servicios esenciales y de calidad. El cree que ese tipo de medidas tienen un impacto superior a una Ley para regular el mercado comunicacional, yo creo que una cosa no tiene que ver con la otra, pueden complementarse. Alberto es su propio comunicador y es su estilo intervenir en el debate público y dar entrevistas a muchos personajes nefastos de la corporación mediática argentina con los que discute sin inconvenientes. Es su sensibilidad y su idiosincrasia que le permiten debatir con medios que operaran sistemáticamente para debilitar, horadar y condicionar a su gobierno. Cree que, de ese modo, logra llegar a una parte de la audiencia que de otra manera sería inalcanzable. Yo sigo pensando que la ley de medios fue muy valiosa, en su gestación y en su recorrido, aunque se haya enfrentado a limitaciones que no se pudo superar.

—Veníamos de una tradición de jefes de Gabinete con perfiles muy altos que oficiaban de voceros en todo el ancho de banda temático y absorbían la marca y el desgaste. Alberto tomó la decisión de asumir el desgaste de comunicar su propia gestión, incluso con algunos ministros pidiendo la pelota…

—Está en la naturaleza de Alberto intervenir personalmente en el campo comunicacional, él considera que tiene condiciones para hacerlo y que es necesario, además. Por supuesto que va tomando conciencia de la complejidad de la situación y que necesita que se sumen otras voces claves a la hora de llegar a la sociedad a través de los medios, pero él tiene una tendencia muy propia de salir a opinar y discutir, hablar con radios a cualquier hora sin importar centralidad o rating. Lo hace razonablemente bien, yo siempre le temo al exceso de exposición de una palabra tan relevante como es la del presidente que –como todos sabemos- debería no sobreexponerse a la trituradora que son los medios, donde cualquier cosa vale lo mismo. El discurso de Tierra del Fuego, por ejemplo, fue un discurso muy importante y traza una línea y un objetivo hacia adelante, debería marcarse la diferencia entre ese discurso y la multiplicidad de entrevistas y reportajes que Alberto da a lo largo de la semana. Sino sus intervenciones pueden caer bajo la misma lógica, quedan pasteurizadas, sin poder distinguir la diferencia cualitativa entre algunos discursos donde se está planteando una narrativa diferente y otras notas menores a una radio o un canal de cable. Habría que cuidar más la palabra presidencial y hay otra cosa que me preocupa tanto o más que eso, y es que a veces no haya filtro entre algunas decisiones de Alberto y el momento en que decide llevar adelante esa decisión. Hace poco salió una foto sorprendente, porque me consta lo que Alberto piensa sobre el tema, de él junto a Liz Solari y el presidente de la Asociación Vegana Argentina, donde se veía un Alberto sonriente detrás de una urna con 500 mil firmas en contra de la instalación de las granjas porcinas chinas. Él necesita alguien que le diga “cuidado, vos no podés permitir que esa foto editorialice y sea utilizada de manera sesgada” y que no refleja la posición del presidente ni del gobierno. Estuvo además muy mal comunicado el tema de las granjas, no eran megagranjas de 100 mil madres, sino que eran de 10 mil, lo que ensució el debate sobre los temas agroecológicos, la contaminación y el COVID, sobre esa problemática el malentendido de la foto en donde se manipula la imagen del presidente de la Nación y se coloca a China en un lugar problemático. Estoy convencido que la cuestión ambiental y la agroecología son lo suficientemente importantes como para darles un tratamiento cuidadoso.

—¿Y qué piensa Alberto sobre eso?

—Él me mostró las declaraciones de la gente que vino a verlo y expuso que le parecía bien recibirlos. Eso está perfecto, pero el problema es el símbolo que estás construyendo y cuya diseminación y utilización no manejás.

—Uno puede entender de Alberto en esto de “yo escucho a todo el mundo” y pedir que se lo juzgue no por una foto o un tweet, por un corte sincrónico de sus comunicaciones sobre un tema, sino que se analice la serie. Pero las redes no funcionan así, cada posteo o actualización significa por sí misma y genera confusiones hacia la propia tropa. Yo le apunto a un hito que deja un sabor amargo en este 2020, el anuncio con retroceso de la expropiación de Vicentín. Alberto declara a un diario como Página/12, muy leído por su electorado y particularmente el que alentó el anuncio, que también generó una lluvia de notas y memes festejándolo que se había equivocado con Vicentín porque pensó que la gente lo iba a festejar. Sería la que no lo votó porque la que lo votó sí lo hizo. Ahí es donde uno piensa que deberían cuidarlo más en esos asuntos, si es que no fue una reacción espontánea del presidente.

—Es una mezcla de elementos que se conjugan a la hora de definir el discurso público sobre estos temas y las formas de Alberto. Yo creo que él es consciente de que el problema Vicentín tuvo sus costos y aún se están pagando. El efecto negativo “Vicentín” irradió varios meses y debilitó la capacidad de interpelación de Alberto en relación a la base propia, ese mundo indispensable a la hora de imaginar la estabilidad del gobierno y el triunfo en las elecciones de medio término. Fue un impacto negativo nacido de un error político, si vos tomaste una decisión porque lo creíste conveniente, retroceder sobre esa decisión iba a tener un costo político muy grande. Ahí Alberto reacciona con demasiada rapidez sin detenerse a analizar la complejidad de la situación que se abría con ese anuncio, antes de que se produjese el desguace y la extranjerización del Grupo.

—La extranjerización ya había ocurrido, tenía una estructura offshore para permitir ese desguace fraudulento y ahora estamos como estamos…

—Por supuesto, pero hay que sumar a las razones por las cuales Alberto reacciona con rapidez la preocupación manifiesta del gobernador de la provincia de Santa Fe, con un panorama muy negro con miles de productores en la ruina. Él toma esa decisión en un escenario grisáceo, si recordás la puesta del anuncio, no hubo entusiasmo ni una explicación clara sobre la significación de semejante asunto. Fue intempestivo, a las cinco de la tarde y con mucha gente apenas enterada, con los medios filtrando información pocos minutos antes. No debería haber sido así.

—Es que una de las pocas veces que Alberto no anticipó una medida importante, lo contrario de lo que hizo con el Aporte Solidario de las Grandes Fortunas, el quite de coparticipación a CABA o el aborto, si la idea fue golpear por sorpresa y cambiar la agenda para liderar el debate público, ¿por qué no pudo sostenerlo? Sin contar que muchos ministros santafesinos no estaban de acuerdo, amenazaron con renuncias y hasta criticaron el no haber incluido funcionarios santafesinos en el anuncio.

—Yo creo que, pese a no haber habido un trabajo más importante con los actores involucrados, el gobierno de Santa Fe, los sindicatos, los movimientos sociales, las cooperativas y productores e incluso las cámaras empresariales para preparar el clima político del anuncio, muchos sectores estuvieron a favor. Fue una decisión con cierta lógica intempestiva, pero Alberto aprendió de todo eso, incluso hubo una discusión previa que se intenta reflotar que es la creación de una empresa como YPF Agro que juegue como empresa testigo en el mercado granario y con capital y gestión pública, que interviniendo en el desguace del grupo el Estado pueda quedarse con el control del puerto de esa empresa en una zona neurálgica como es el Río Paraná. Todo eso abrió la discusión de Vicentín. Pero hay que recordar algo que él mismo dijo antes de asumir la presidencia, que parte del directorio de Vicentín le hicieron llegar a través de Kulfas que querían la intervención del estado. Hay que hacer una lectura muy fina de lo que son y cómo se comportan esos sectores empresariales, en este caso fraudulentos y tramposos sin dudas que estafaron al gobierno y a cientos de actores productivos, financieros y comerciales privados.

—Tema de coyuntura que generó un impacto hacia adentro y hacia afuera del Frente de Todos, porque es una realidad que Alberto y Cristina tienen diferencias, porque es una operación permanente de la oposición extirpar a Cristina del gobierno o sacar provecho de los cruces y porque efectivamente hubo movidas explícitas de Alberto y su entorno inmediato tras el discurso de la vicepresidenta en La Plata. Vos trabajaste con Cristina y ahora con ambos, seguramente los ves interactuar y te llegan repercusiones de primera mano. ¿Cómo funciona ese tándem? ¿Cuánto hay de lógico y normal en esos cruces?

—Creo que hay que desdramatizar esos cruces y respuestas cruzadas, es obvio que es una relación absolutamente atípica, no hay antecedentes de que se conforme una fórmula presidencial como la de Cristina y Alberto, claro que en un país presidencialista el que gobierna es el presidente. Dentro de esa lógica el poder no se comparte, requiere que alguien sea el que toma las decisiones y marque el rumbo y ése es Alberto. La envergadura de Cristina plantea un ida y vuelta que yo creo que es parte de la relación entre ellos a todo nivel, un idea y vuelta con momentos distendidos y de gran complicidad y otros de mayor distancia polémica. Desde la primera carta de Cristina se generó una relación que tiene características novedosas, el acto de La Plata también expone ese intercambio, pero puesto en escena y en ese sentido Alberto responde como tiene que responder el que decide quiénes lo acompañan en su gabinete, decir lo que dijo, defender el modo como defendió a sus ministros y ministras es algo lógico de su investidura. Yo creo que vamos a tener que acostumbrarnos a este ida y vuelta, los dos se conocen mucho, se respetan mucho y el frente que han construido es muy amplio, sus desacuerdos o matices son una expresión de esa diversidad. Hay que leer la positividad que tiene eso, con sus demandas y complejidades en la gestión de un gobierno con pandemia incluida.

—¿Cuál creés que es el área más polémica, donde existe el punto de cruce más potente entre los dos?

—Sin dudas la Justicia, por la posición en la que se encuentra Cristina dentro de una maquinaria que la ha perseguido y acosado brutalmente. Alberto es más institucionalista, recorre caminos republicanos a través de leyes como la reforma de la justicia federal o la de reforma del Ministerio Público. Hay distintos tiempos y miradas, pero que Milagro Sala siga presa o el acoso permanente a Amado Boudou expone una discusión entre los que dicen que hay presos políticos en Argentina y los que piensan que están mal presos por procesos y decisiones erróneas o literalmente arbitrarias del poder judicial. Para todos los que están privados de su libertad de modo injusto son compañeros, habrá que ver cómo se resuelve esto. Pero creo que Alberto cumple con creces las expectativas que Cristina tenía cuando lo nominó como candidato, porque era la única persona que podía estar en ese lugar para obtener el resultado electoral que nos posiciona hoy acá a todos nosotros y después gobernar un país en la situación calamitosa en que lo dejó el macrismo. Se ha renegociado la deuda, se ha enfrentado la pandemia de una manera muy significativa, se asistió a trabajadores y empresas para sostener el empleo y la producción en ese marco catastrófico para la economía mundial, se cumplieron promesas electorales con colectivos muy importantes como los de la campaña por el aborto legal, pero el punto más conflictivo y lo pendiente es ese lugar oscuro del Poder Judicial en nuestro país.

Y da la sensación de que Cristina, incluso con el derecho de marcar los quedos o sus posturas sobre temas que forman parte de la agenda 2021, le respetó a Alberto siempre el lugar que ella misma le propuso ocupar. Con la reserva lógica de que es un cuadro político de tamaño suficiente para poner los acentos donde le parezcan.

—Absolutamente, sabiendo también que cada intervención de Cristina es un hecho político, pero en la línea de una experiencia necesaria para los dos, para el gobierno en general, en una fórmula donde el vicepresidente tiene peso político propio y eso lo sabíamos antes de arrancar. Cristina es una de las cuatro o cinco figuras políticas más importantes de la historia argentina desde el peronismo a esta parte, estamos hablando de algo fuerte a lo que tenemos que acostumbrarnos poniendo por encima de todo la unidad del Frente de Todos. Te cuento algo que sucedió luego del acto de Tierra del Fuego. Hace unos dos meses atrás habíamos organizado con Eduardo Valdés un zoom con todos los partidos del FDT no pejota, que son como 14 partidos. En ese primer encuentro y sin que estuviera previsto Alberto quiso participar e intervino la última media hora. Hace unos quince días, yo le digo a Alberto que me parecería muy interesante repetir uno a fin de año con esos partidos que están con muchas expectativas. Perfecto, armalo fue su respuesta. Finalmente terminó durando más de dos horas en las que los 14 partidos con sus principales figuras le preguntaron todo lo que quisieron preguntarle al presidente, se pasearon por todos temas: Vicentín, presos políticos, Venezuela, la pandemia, lo que se te ocurra. Quiero decir que hay algo muy particular del propio Alberto, casi una rareza, que es un presidente de la Nación con una gran disponibilidad para dialogar, para escuchar y para debatir con agenda abierta. Alberto, en esa charla, aclaró que si hay algo que a él le gusta es generar esos espacios de discusión política y que si pudiese lo haría mucho más seguido. Ese es el perfil de Alberto, un tipo que vive la política con mucha pasión y una gran aptitud para escuchar.

—Vos fuiste parte de un proceso político que hacia 2015 fue angostando la pluralidad de su base de sustentación por motivos varios que no vienen al caso y que hoy parecen sencillos de señalar, fueron gobiernos bajo fuego opositor y del más salvaje que se haya visto. ¿Se entiende que esa es una lección aprendida y es el esfuerzo de Cristina y Alberto y que el desafío es evitar que la base de este frente se achique como entonces?

—Exacto, el aprendizaje de la derrota del 2015 fue atravesar la tragedia que para los sectores populares y sus organizaciones significaron los cuatro años del macrismo. Hoy hay una mirada diferente de todos los actores del Frente de Todos acerca de la importancia superior de garantizar la unidad que permita seguir ganando elecciones como la de 2021. La restauración neoliberal golpeó y dejó enseñanzas, incluida la propia Cristina que lo demuestra en su accionar político concreto y dicho por otra parte por ella misma. Ella fue la que pensó la estrategia para recuperar el gobierno y el propio Alberto fue consciente de lo mismo cuando retoma relaciones con Cristina y se comienza a tejer el camino de la unidad. Hoy la unidad está sellada y no se va a romper porque todos sabemos que eso sería un desastre donde nadie gana nada. Eso no significa que haya divergencias internas sobre algunas decisiones políticas. Esto es así sin quitar que haya discusiones y acuerdos permanentes, somos una fuerza variopinta donde la decisión última la toma el presidente. Ahora entramos en un tiempo histórico donde habrá que acelerar medidas, profundizar en algunas áreas y es probable que persista cierta incomodidad de algunos actores del frente con decisiones de gestión.

—Para el final te pido una anécdota de Alberto, sobre la gestión o personal y humana, todas políticas acaso. No para decorar amablemente sino para entender cómo funciona un presidente.

—Una personal y humana primero. En 2008, cuando él ya había dejado de ser jefe de Gabinete de Cristina, mi querido amigo Nicolás Casullo entró en su enfermedad terminal que se lo llevó muy rápido y se internó en una clínica que necesitaba trasladarlo hacia un lugar donde tenían mejores condiciones tecnológicas y médicas para hacerle un tratamiento. No lográbamos resolverlo y alguien me dijo que por qué no lo llamaba a Alberto Fernández que tenía alguna relación con la clínica a la que teníamos que llevarlo a ver qué se podía hacer. Lo llamo, le cuento y él me dice solamente “dame dos minutos”. A los dos minutos me llama para decirme “está yendo una ambulancia a buscarlo a Nicolás”. Luego todo se terminó en un mes como todos sabemos. Lo reencontré muchos años después, en el 2017 en un encuentro que organizó el peronismo de la ciudad de Buenos Aires y en un momento determinado nos cruzamos a la salida. Casi diez años sin vernos y nos dimos un abrazo y le digo “Alberto nunca te pude agradecer algo que fue importantísimo para mí”. Cuando me pregunta qué cosa y le recuerdo lo de Nicolás, me dice con voz emocionada: “Lo hubiera hecho mil veces, admiré profundamente a Casullo”.

—Y es sabido que vos y Nicolás pertenecían a Carta Abierta, una formación intelectual que Alberto hoy recrea de otro modo en la mesa que vos integrás y que mucho no le gustaba por aquél entonces.

—Por eso tiene ese valor, él tiene una lógica incorporada del respeto por las diferencias, le interesa el debate intelectual encarnado en la política, valora el diálogo y las diferencias también. Y eso enlaza la anécdota personal con el personaje en gestión que es Alberto. Pero, aclaro, el Consejo de Asesores no tiene nada que ver con la experiencia de Carta Abierta.

—Y como parte del equipo de asesores, ¿qué tipo de relación tenés con él?

—Hay mucha espontaneidad, las reuniones surgen al calor de los acontecimientos, mucho uso de Whatsapp y llamadas por celular. Después de la reunión que te mencionaba en Olivos con los partidos que integran el Frente, nos quedamos con Alejandro Grimson unas cuatro horas más discutiendo los temas de esta nueva etapa que se está abriendo y él tiene una actitud donde se permite cierta espontaneidad y relajamiento en medio de una dinámica infernal que es la que se da en Casa Rosada y administrando problemáticas, viajes, inauguraciones y entrevistas. Tiene las virtudes y los vicios de quien fue un extraordinario operador político en gran parte de su vida, eso y el presidente que es conviven permanentemente y es parte de su personalidad. Hemos podido generar con él una corriente de intercambio muy positiva donde cualquiera de los asesores puede decir lo que piensa, señalar problemas o críticas y él explica sus razones y si se equivoca lo admite sin reparos, ése es Alberto de cuerpo entero.

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