Con su impronta de gestor, el ex gobernador socialista deja una huella imborrable en la política santafesina. Compañeros y adversarios coincidieron en remarcar sus virtudes democráticas.

Ha muerto Miguel Lifschitz después de pasar tres semanas internado en un sanatorio de Rosario por un cuadro severo de coronavirus, del cual nunca pudo reponerse. Por estas horas, por estos días, la militancia socialista atravesará instancias de tristeza y recogimiento. La política de Santa Fe, la política en general, despide a un líder que supo ganarse el respeto de propios y extraños a partir de su acción y de su prédica, dos cualidades que siempre fueron de la mano.

A lo largo de su extensa trayectoria institucional, Lifschitz reunió una serie de virtudes que lo destacaron del conjunto: fue un dirigente orgánico que siempre aceptó que el proyecto y el partido están por encima de los nombres propios; fue un funcionario cercano a los problemas cotidianos, un tipo que hizo política en la calle, de cara a la gente, sin rehuir al contacto directo que, por el contrario, fue tal vez su principal característica.

Esas virtudes le valieron el respeto de sus adversarios y el afecto y acompañamiento de sus compañeros, incluso en momentos de tensión interna como en las recientes elecciones partidarias, la última de las contiendas en las que se zambulló el político Lifschitz. (Es sabido que, más allá de esa circunstancia, estaba participando de lleno en la construcción de una alternativa para las elecciones de 2023. La continuidad de esa construcción, a partir de ahora, será una de las cuestiones centrales a observar en la provincia de Santa Fe).

El ex gobernador Miguel Lifschitz falleció por coronavirus

Con la muerte de Lifschitz empezarán a ganar peso sus aciertos y virtudes, mientras que perderán fuerza sus errores. Los tuvo, por supuesto, como cualquier persona con responsabilidades de gestión. Sobre ellos dimos cuenta en este medio, a su debido tiempo, como corresponde. Sin ambages, lo mismo ocurrió en todos los medios de la provincia y del país. El ex gobernador socialista siempre aceptó las críticas y dio pelea por mejorar las acciones en las áreas donde más se necesitaba; nadie puede dudar, en esta aciaga fecha, de sus cualidades democráticas. Dio el debate y puso el cuerpo ante los errores: fue, antes que un buen o un mal gestor, un político profundamente democrático.

Inició su carrera política a fines de los 80 durante la intendencia de Héctor Cavallero en Rosario. Luego, bajo el mandato de Hermes Binner, se convirtió en una figura central del proyecto socialista y fue designado por el propio Binner como su sucesor. Asumió como intendente en 2003 y encabezó, en dos períodos consecutivos, una gestión que transformó definitivamente la ciudad del sur provincial. Llegó al cargo cuando aún resonaba el que se vayan todos y dejó ese cargo con un nivel de aceptación por encima de cualquier promedio. No es casual que uno de los más certeros mensajes de despedida haya surgido de parte de un adversario como el diputado peronista Leandro Busatto: “Fue un dirigente que hizo de la política un lugar mejor”.

Sus gestiones como intendente de Rosario y como gobernador de Santa Fue tuvieron su sello de ingeniero. Privilegió la obra pública y la inversión en infraestructura con criterio de estadista. Le tocó inaugurar los hospitales y los centros de salud iniciados bajo los mandatos de Binner y de Antonio Bonfatti; con su impronta, les dio continuidad a los planes estratégicos lanzados por sus antecesores socialistas y profundizó como aspecto central las obras que iban a significar una mejor calidad de vida para los santafesinos: hospitales, escuelas, viviendas, agua potable, cloacas, gasoductos, rutas y caminos… Con el paso del tiempo, en la memoria colectiva van a prevalecer sus recorridas por el territorio antes que sus reuniones políticas de rosca y mesa chica.

Lifschitz fue un dirigente 100% abocado a la gestión y, al mismo tiempo, nunca dejó de ser un político orgánico. La conjunción de esas dos características no es habitual, por eso la remarcamos. En 2011 finalizaba en forma exitosa su segundo mandato como intendente de Rosario (había sido reelecto en 2007 con el 57% de los sufragios) y su candidatura a gobernador estaba cantada. Sin embargo, ese año Binner decidió que Bonfatti sea su sucesor y Lifschitz acató: se presentó como senador provincial, ganó con el 60% de los votos y comenzó a construir su carrera hacia la gobernación. Cuatro años después se impuso en forma ajustada ante Miguel Torres del Sel y dio inicio al tercer período del socialismo al frente de la provincia.

El arco político nacional y provincial despide a Miguel Lifschitz

De izquierda a derecha, el amplio arco político argentino ha remarcado la carrera, la tenacidad, los logros y las convicciones del dirigente Lifschitz.

En las primeras horas de su muerte, los medios de Rosario, de Santa Fe y de Buenos Aires destacaron las siguientes virtudes:

El Ciudadano: “Un político componedor, dispuesto al diálogo, pero al mismo tiempo decidido para conferir improntas claras en todas sus gestiones”.

La Capital: “Un político con tres condiciones colosales que lo hacen singular, quizás inigualable, en el campo de los asuntos públicos. Visión estratégica, capacidad de escucha y amplitud política”.

El Litoral: “Lifschitz no era un técnico, ni mucho menos un tecnócrata. Era fundamentalmente un hombre político y de un incansable vigor para la campaña, para recorrer de punta a punta el mapa de la bota y haber estado –como gobernador– al menos una vez en cada pueblo santafesino”.

La Nación: “Recargó un perfil diferente a un partido que solo tenía peso político en Rosario. La capacidad de Lifschitz de dialogar con todos los sectores económicos y sociales, con poca llegada de los dirigentes históricos del PS, fue clave para renovar el partido. Lifschitz era un dirigente que conversaba con la Bolsa de Comercio, siempre mirada con resquemores por los socialistas más clásicos, lo mismo que con dirigentes piqueteros o los rivales históricos del peronismo. No le cerraba la puerta a nadie”.

Página/12: “Cultivaba como máxima aquello de que el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Con ese estilo supo construir un espacio propio, al margen de los nombres más notorios del socialismo en Rosario, como el propio Binner y Antonio Bonfatti”.

Rosario3: “Un hombre que abrazó la política y entendió a la gestión en tiempo completo”.

En los diarios y en los cenáculos de la política se irán sucediendo, con el paso de los días, las despedidas, los balances y los panegíricos. Es una señal positiva que habla de la buena salud democrática que supimos conseguir y cuidar, a pesar de todo...

Con su potencia particular, la figura de Lifschitz formará parte desde ahora del rico legado democrático que en la provincia de Santa Fe ya tiene inscriptos los nombres de Carlos Sylvestre Begnis, de Jorge Obeid y de Hermes Binner.

No es necesario ponerlo a plebiscito: quedó plasmado en los pasacalles, en las banderas y en los miles y miles de mensajes que inundaron las redes sociales en las últimas semanas bajo la consigna #FuerzaMiguel. Cuando tantos y tan distintos coinciden, no queda mucho más para agregar.

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