Desde la plaza de Mayo en Buenos Aires, una crónica de los festejos por los 38 años de democracia en la mirada de un peronista que hila sus memorias desde su secundario hasta el presente.

No sé ustedes, pero quien suscribe finalizaba el primer año del colegio secundario en diciembre de 1983 y ya era peronista. Peronista en una época en la que –al contrario de lo que sucedió después del fallecimiento de Néstor Kirchner– los pibes y pibas con ínfulas revolucionarias o reformistas (dos palabras que Alfonsín consideraba vetustas, a él y a los socialistas que redactaron el discurso de Parque Norte, les gustaba "transformación eficaz") no se hacían peronistas sino renovadores y cambiantes o intransigentes. El peronismo era ese tren fantasma asociado a la razzia de la Triple A y la última dictadura militar de Luder, Lorenzo Miguel, Herminio Iglesias y el Beto Imbelloni.

La UCR se presentaba entonces como una fuerza destinada a retomar el legado de Alem e Yrigoyen, como una fuerza democrática moderna y refundacional, como el tercer movimiento histórico de la Argentina moderna, con pleno derecho de releer en clave gorila todo el siglo XX (desde los discursos fenomenales del presidente, su frustrado intento de renovación pedagógica abortado por la Iglesia argentina, las Repúblicas Perdidas de Gregorich y hasta las columnas de la revista HUMOR) y particularmente la emergencia y el derrotero del peronismo, ese movimiento con afanes totalitarios que había mandado al cadalso a una generación "engañada" por un líder demagógico, que para ser superado debía ser asimilado por una nueva fuerza que convocaba a sus electores sin nombrarlo como "quienes fueron protagonistas de una experiencia histórica donde la justicia social conmovió como proyecto a nuestra sociedad". Antes de fracasar en toda línea (económica, social, cultural y políticamente) y hasta poco después de enchastrar su mejor legado con la Obediencia Debida y el Punto Final, incluso más allá la híper de 1989, el radicalismo fue lo que se propuso: el auténtico Partido Gorila de Masas.

Les avisé, ya era peronista y aún lo soy, incluso entrando a la Plaza acreditado como prensa, como prensa nacional y popular, ingresando como Cortázar al Teatro Corona en Las ménades. Un cuento maravilloso pero con un tufillo gorila, no tanto como los descarados Las puertas del cielo u Ómnibus. Porque el peronismo no es un sentimiento, sino varios y a veces encontrados, como ahora mismo que me afano en adivinar las ideas fuerza de los discursos de Lula y Cristina, el diálogo abierto a una asamblea popular entre ellos (más allá de las 44 reuniones infructuosas que aseguran en el Patria). Alberto es el Presidente de todes les argentines y del PJ (que pese a sus intenciones se fagocita la diversidad de la coalición gobernante) y Cristina es la gran condensadora de las expectativas populares, de las esperanzas de más de un tercio de los votos del Frente, la razón por la cual, y con números de espanto, la cosa no se complica y mucho menos estalla.

Con toda justicia, los movimientos sociales que pueblan la plaza desde temprano y los funcionarios que implementaron el IFE, el ATP y retocaron en alza jubilaciones y asignaciones familiares dirán que no estalla por algo mucho más grande e institucionalizado que Cristina. Podríamos discutir mucho sobre el tamaño de Cristina, pero este no es el momento ni un cuento de Cortázar. Ni Cortázar (el tardío, que como María Elena Walsh comprende al peronismo a través de la sensibilidad tallando la inteligencia), ni Borges claro (ni el de La Fiesta del Monstruo ni el del Poema Conjetural), tampoco Piazzolla o Ferrer estarían aquí, mezclándose con lo que –para bajarle el precio– los medios del establishment llaman una "plaza kirchnerista". Tampoco importa, ni lo uno ni lo otro, se puede ser gorila e inteligente pero no se recomienda (hace mucho daño), se puede ser gorila y no antiperonista: en 70 años el gorilismo ha sido resignificado como "la tentación y talento natural de situarse sistemáticamente enfrente de las causas populares", sea que haya peronistas del otro lado o no. Y como Horacio González, existe un puñado de compañeres que tenemos la marchita de Jugo del Barril y Oda para un hippie o Vardarito en el mismo track list.

Pero hablemos de lo que cuesta, no del programa del Maestro en el Teatro Corona y el pastiche de combinar Strauss, Debussy y Beethoven sino de los números de una pobreza que no cede pese a una inocultable recuperación económica, de los empresarios que fueron cómplices civiles de la última dictadura militar y siguen condicionando a los gobiernos democráticamente electos, de la proliferación de abusos policiales seguidos de muerte contra pibes de barriadas populares, de los cotos de caza y negocios del narcotráfico que hacen inviable el trabajo de la política en los territorios donde más hace falta. Todos ítems achacables a una deficiencia estructural de la clase política argentina, no del peronismo en cualquiera de sus variantes. Con pedidos cruzados de autocrítica de gentes sin autoridad moral para tirar piedras, como el radicalismo que nunca se hará cargo de la Semana Trágica ni la Patagonia Rebelde (Bayer se murió esperando ese imposible) o de haber sido parte de la Junta Consultiva de la revolución fusiladora, con el socialismo santafesino que –de momento y a un tris de la insignificancia electoral– apunta al gobierno de Omar Perotti y al tándem Saín/Lastra por la inseguridad desatada, sin explicar cómo fue que Rosario se convirtió en un narcoestado tras sucesivas gestiones socialistas.

De nuevo y en la plaza, con chori reglamentario en mano y antes de subir al palco de prensa, las cuentas pendientes en 38 años de democracia, esa pobreza estructural de un 30% y esa riqueza estructural de un 37,6% a la que nuestra clase política parece resignada, es un déficit de todes y que –mal que le pese a mi presidente– no a todes les duele, ni se sienten compelidos a asumir ni mucho menos a solucionar.

Miscelána no, aguafuerte tampoco, crónica parece que menos. Faltan algunas cosas. Algunos funcionarios sueltos frente al escenario y la Catedral metropolitana, otros desfilando para la prensa en el Cabildo. "¿Viste que reventamos la Plaza?" le espeta Máximo a un colega a pocos metros y se saca de encima la pregunta por la CGT: "Son parte del movimiento, aquí están muchos sindicatos afiliados, todos tienen libertad de hacer lo que quieran". Sin columna vertebral, el movimiento se movió y explotó varias cuadras por Diagonal Norte y Avenida de Mayo hasta la 9 de Julio. Caso raro el de la CGT, con un extravío ideológico que la incorporación de Pablo Moyano no parece resolver: no convoca ni concurre a la Plaza de la democracia porque asegura que en materia social y laboral hay poco para festejar, pero se reúne con Martín Guzmán para pedirle un cierre rápido (¿en cuáles términos?) con el FMI.

Muchas banderas brasileñas, casi ninguna del paisito que tanto les gusta los argentinos de izquierda y derecha, que con Mujica y todo no deja de ser un Lave rap con aborto y marihuana legal. Paridad etaria y de género, dicho por alguien que cuenta a vuelo de pájaro y nunca fue bueno en matemáticas. Muchísima alegría y selfies con lágrimas y pinturas corridas. Maravilloso reencuentro para otra fiesta popular en la pospandemia, convocada por el presidente y el cuadro político más importante de los últimos 50 años (Cristina, claro).

El análisis de los discursos ya fue presentado y no tenemos más que decir que tanto Lula como Cristina –también Alberto– vieron estrolarse sus experiencias capitalistas inclusivas y socialmente justicieras contra la pared de la restauración neoliberal. Pudieron medir el poderío de las fuerzas corporativas que los enfrentan y seguramente están al tanto de que lo que está en juego no es –como hace 38 años– la democracia, sino su contenido y calidad. "Hoy comenzamos a construir la Argentina que soñamos todos y todas" aseguró Alberto. "Si el FMI me suelta la mano, voy a estar agarrado de la mano de cada argentino". La de éste humilde servidor y la de todes los que queremos una patria libre, justa y soberana estará siempre tendida. Que así sea por el bien y la felicidad de todes.

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