8M: las deudas que pesan sobre nuestras vidas no se negocian

Crónica de la última movilización del 8 de marzo en nuestra ciudad. Desde los barrios populares al centro con una consigna: la deuda es con nosotras y nosotres.

La mujer esquiva los pozos -verdaderos cráteres de tierra- con su moto. El sol se refleja en el agua llena de barro que se acumula en cada uno y que la moto sortea buscando huellas de cascotes, lonjas de pasto sin cordón cuneta o restos de ripio viejo que llegó a secarse después de las últimas lluvias. La mujer se llama Joana Carrel y mientras comanda los manubrios dice que las calles están intransitables. Más que una información -porque el dato es evidente bajo la siesta diáfana del casi otoño- las palabras de Joana suenan a reclamo, a frase tantas veces dicha con un tono al que no le gana la resignación. Después, agrega: “Está muy abandonado el noroeste de la ciudad”.

Joana tiene una remera gris que dice Nuestramérica con letras azules: es la organización territorial a la que pertenece. Llegamos en la moto a una zona un poco más transitable, donde banderas rojas flamean con el vientito leve de este 8 de marzo y se alzan sobre casitas blancas, nuevas, de una planta. Las banderas también dicen Nuestramérica. En el horizonte se alcanza a ver la Avenida de Circunvalación Oeste, allá en lo alto. Estamos en el barrio Jesuitas: 15 cuadras al sur de la entrada a Santa Fe por calle Teniente Loza. No llegamos a bajar de la moto y Joana señala: “Allá viene el flete con las compañeras”.

En la chata hay 15 chicas con pecheras rojas y globos violetas. Abajo está parada Graciela Miranda, vestida de negro. Es la coordinadora de la organización en el barrio. Graciela invita a subirse a la parte trasera y enseguida se percibe el ambiente de complicidad, esa forma que tenemos las mujeres de hacer amistad mientras nos las rebuscamos para vivir mejor. A los segundos la camioneta arranca hacia el este, otra vez el recorrido sobre los pozos, los cuerpos que se mecen con el movimiento del vehículo; risas, agarrarse fuerte, voces, algún globo que explota, otra vez risas. Una perrita las sigue algunas cuadras, corriendo con todas sus fuerzas hasta que se cansa. Otras mujeres las saludan desde sus casas mientras las ruedas agarran velocidad una vez que alcanzan la zona de pavimento.

Foto Mariángeles Guerrero
Foto Mariángeles Guerrero

Once kilómetros separan el barrio Jesuitas de la Plaza San Martín, elegida por la asamblea Ni Una Menos para iniciar la marcha que culminará en la Plaza 25 de Mayo. En la camioneta las mujeres hablan de todo. “Después vamos a tomar una gaseosa”, dice una con picardía. “¿Te acordás que en la última marcha salimos de Canal 13?”, pregunta otra. Entre chistes y sonrisas la organización comunitaria aparece: de repente se habla seriamente de qué medidas tomar por el estado de abandono del barrio. 

A medida que la camioneta se acerca a destino, Santa Fe se transfigura. Las calles dejan de estar tan rotas y en las esquinas del centro de la ciudad cordial la Municipalidad no deja que se acumule tanta basura. 

Foto Gabriela Carvalho

La consigna de hoy es "la deuda es con nosotras". La palabra deuda va inscrita en nuestras vidas precarizadas, cuando no alcanza para comer o para cargar la SUBE o para darse el gusto alguna vez de llevar a los pibes a pasear al centro o a la costanera. La deuda es la que afrontamos con más trabajos mal pagos que certezas sobre nuestro futuro. ¿Cuál futuro? 

Afrontamos la violencia con nuestros cuerpos, después de un maltrato en el consultorio médico o de la cachetada de la persona que creemos que nos quiere o del abuso del profesor después de clase. Hace años que el Estado y la sociedad tienen una deuda con las mujeres y disidencias sexuales. Nosotras respondemos con organización y militancia. Joana, por ejemplo, trabajaba en el comedor del barrio, dando de comer a los pibes y pibas que no tienen un plato cada día en la mesa de su casa. Ahora también -cuenta- ayuda a su compañera Graciela con las tareas de organización. 

Una vez en la plaza San Martín, la mujer habla sobre eso que resuena tanto en la tele: el pago al FMI. “El gobierno tiene una deuda con nosotras. En el barrio por ejemplo no tenemos dispensario, hay mucha pobreza y basurales”, dice, levantando un poco la voz para hacerse escuchar entre el agite de los redoblantes.

A su lado, otra militante de Nuestramérica, Patricia Cabral, aporta su empuje: “Estamos acompañando más que nunca a las mujeres”. Luego, agrega, antes de encolumnarse para marchar: “A las mujeres nos faltan derechos e igualdad. Yo trabajo en el fútbol femenino y por más que digan que nos apoyan, falta muchísimo: en los sueldos, en las horas de trabajo… A las mujeres no nos pagan horas extras”.

En medio de tantas desigualdades y con el zumbido del ajuste tras la oreja, claro está que aún hay una amplia deuda con las mujeres, lesbianas, travestis y trans. Pero además, en un país con tantas Joanas, Gracielas o Patricias que paran con lo que tienen las ollas y el hambre, ¿quién pagará la deuda que se fugó un puñado de tipos ricos?

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En el quinto Paro Internacional de Mujeres, la adhesión continúa siendo un desafío para muchas trabajadoras, sobre todo para aquellas que llevan adelante tareas de cuidado en sus hogares y en espacios comunitarios, las que sostienen redes para contener a otras, otros y otres. De todas formas, son muchas las trabajadoras populares que se organizaron y movilizaron hacia la Plaza. Ayudó que los colectivos fueran gratuitos para quienes iban a la marcha, aunque hubo reclamos de personas que tuvieron que pagar el boleto. 

Una de ellas es Guadalupe, de Costa Azul, Santo Tomé, que marcha junto a La Poderosa. “Hoy en el comedor trabajan los hombres, nosotras venimos a pelear por el salario”, afirma. “Hoy trabajé igual, en casa, pero acá estoy, marchando por todas las que no están”, cuenta por su parte Romina, militante de Mujeres en lucha dentro de la Corriente Clasista y Combativa, en Villa del Parque. 

Foto Gabriela Carvalho

Ya en la Plaza 25 de Mayo la descripción es compartida: hay muchísima gente. Después de dos años de movilizaciones en el contexto de una pandemia, la multitud verde y violeta reunida en un nuevo 8 de marzo confirma que los reclamos de los movimientos feministas nunca tuvieron pausa. Pese a las dificultades que la situación sanitaria trajo a las ya de por sí complejas posibilidades de organización colectiva, la realidad hace que la militancia se vuelva cada vez más necesaria, con un alto número de muertes investigadas como posibles femicidios en la provincia de Santa Fe.

En lo que va del año van al menos seis muertes investigadas como femicidios en la provincia. A nivel nacional, durante enero y febrero hubo 54 femicidios, entre ellos 2 trans-travesticidios. Santa Fe está entre los distritos con mayor índice de hechos, junto a Buenos Aires y Córdoba. En esas cifras centra sus reclamos la Campaña por la Emergencia Nacional en Violencia contra las Mujeres, que ya en noviembre del año pasado entregó un petitorio al gobernador Omar Perotti. 

Mientras siguen llegando compañeras a la plaza, un grupo despliega una bandera que pregunta, en letras verdes y violetas, “¿Por qué no llegan todas las mujeres y disidencias de los barrios?”. Lana González explica que ese interrogante y el que lo acompaña -¿dónde están esas mujeres y disidencias sexuales?- son las consignas de los espacios territoriales de CAMCO.

Mariana Den Dauw, también de la organización, agrega: “Entendemos que por cuestiones de segregación territorial, de accesibilidad y de la precarización trabajadora que tenemos las mujeres, no todas podemos participar de las movilizaciones. Necesitamos hacer accesibles los espacios de lucha, por eso convocamos a seguir trabajando en los territorios para ampliar nuestros derechos en todos los espacios”.   

Graciela, del Espacio de Mujeres y Disidencias de Proyecto Revuelta, en La Vuelta del Paraguayo, cuenta que ella también hizo paro en el comedor donde cocina. “No trabajé hoy y me vine a marchar porque quiero que dejen de matar a las mujeres, que los machistas de mierda dejen de maltratarnos y matarnos", dice, con los labios y la remera violetas y la voz enfurecida. “A seguir luchando por la libertad y sobre todo por la igualdad de las mujeres, acá firme, siempre en la lucha”, confirma.

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La plaza 25 de Mayo está llena. La plaza es, esta tarde, de las mujeres, lesbianas, travestis y trans de la ciudad, con sus brillos, sus banderas, sus pancartas. Nos abrazamos después de dos años de pandemia, donde el otro era la amenaza del contagio, nos hermanamos con nuestros pañuelos verdes, violetas y naranjas. Niñeces trans marchan con sus madres y quizás esa sea una postal del presente intergeneracional que los feminismos están construyendo. Niñas que llegaron a la plaza en bicicleta, otras jugando libremente con aros y banderas, un pequeño Superman que corre al pie del escenario, niñes con sus carteles y también el colorido que debe tener toda infancia.

Foto Gabriela Carvalho
Foto Gabriela Carvalho

El Movimiento de Artistas Feministas Independientes y Activistas Sociales (MAFIAS) realiza una performance que marca algunas claves para las luchas de un futuro próximo. Cuerpos cubiertos de barro y rodeados de hojas forman un solo cuerpo-natura en el centro de la plaza. Otros cuerpos, ataviados de negro y con máscaras acechan ese cuerpo colectivo mientras suenan -en un poema- relatos de abusos, de violencias, de las complicidades de parte de una sociedad que un día se espanta ante una violación grupal pero al otro convalida los discursos de Viviana Canosa sobre las “feministas verdes”. Sí, las feministas verdes, las que te tienden la mano cuando alrededor todo es silencio.

Sigue la perfomance: una red cae sobre el cuerpo-natura. Pero el cuerpo logra soltarse y convertirse en movimiento, en libertad que danza, en banderas de colores que juegan con el aire, formando arcoiris de los más diversos. La puesta se llama "Escenas de la vida cotidiana".

En el escenario, Victoria Stéfano y María Delia Costa ofician de conductoras. Militantes de la asamblea Ni Una Menos suben al escenario para leer un documento que enuncia todas las deudas que el Estado y la sociedad tienen con nosotras y nosotres. Stéfano y Costa comienzan a leer los carteles que llegaron con la marcha: “Soy la tía de las niñas que no vas a tocar”, “Quiero jugar sin miedo”, “Que ser nena no sea una condena”, “Agradezcan que pedimos igualdad y no venganza”. 

Al costado del escenario, la querida Mabel Busaniche se maravilla: “Esto es educación popular, la marea nos está diciendo el contenido del acto”. Ella también trajo su cartel, hecho a mano: “Justicia de género=justicia ambiental=justicia social”. No habrá un hoy en un planeta que no pueda prometer futuro. El momento de unir la lucha popular del feminismo contra los extractivismos que tienden redes sobre nuestros cuerpos es ahora.

En el acto también hay música: la Señorita Miraflores entona su voz dulce para cantar mensajes que llegan al corazón, la banda Vomitan Glitter descose una guitarra eléctrica y una batería y terminamos bailando con Capoeira Onda.

Nos vamos de la plaza tarde, cerca de las 22:30. Nos vamos de la mano, nos vamos alegres. No podemos escribir que volvimos a las calles porque las calles son nuestras, pero sí podemos afirmar con toda certeza que nos vamos a parar hasta que la última de las deudas económicas y simbólicas que hay con nosotras sea pagada.

Como dice otro cartel entre la multitud: “El patriarcado es un dinosaurio y nosotras, el meteorito”. 

Fotos: Gabriela Carvalho y Mariángeles Guerrero.
Texto: Mariángeles Guerrero y Agustina Lescano.

Mujeres y disidencias santafesinas en el 8M: las imágenes

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